Cuando el realismo fantástico deja su impronta en el celuloida con esa magia que obliga al espectador a aceptar su propuesta a pesar de transgredir cánones que parecen inmutables, podemos empezar a sospechar que nos encontramos ante una obra singular.

Minnelli convierte el tiempo en un concepto reversible, el espacio en una suerte de encantamiento y nos convence para que percibamos la realidad como una entidad de carácter dudoso.
Y lo hace con verosímil argumento.

Lo demás son teorías, discursos eruditos y ganas de enredar.

Las ucronías, las utopiás y los milagros sólo sirven para quienes saben exponerlos y para quienes saben entenderlos.
En el lenguaje cinematográfico, como en cualquier modo de comunicación, no importa sólo lo que se dice -que también- sino cómo se dice.

La kafkiana peripecia en la que se ve envuelto el protagonista sirve a F. Huertas para contar con solvencia una pirueta tragicómica.
Conduce con habilidad la trama hasta el escenario fílmico que más le conviene y le imprime un sesgo de intriga permanente a cuyo éxito contribuye de forma muy notable la excelente talla actoral de J.L. López Vázquez.
La producción está tratada con profesionalidad y consigue su propósito de interesar al espectador, sacudirle su natural escepticismo y situarle en la tesitura de plantear alternativas e imaginar consecuencias.
Interesante argumento para un guión brillante y excelente dirección que focaliza el suspense como una categoría atractiva y valiosa.

Cuando las circunstancias de lo cotidiano se confabulan para tomar las riendas de la propia vida, a veces la mejor salida es dejarse atrapar por sus garras.

Cuando se pretende rizar el rizo de lo espectacular o tensar en exceso el hilo de lo verosímil, la trama argumental de una película puede devenir forzada, inconsistente e incluso abstrusa.
Y aunque el largometraje mantenga un alto grado de emoción, una intensidad más que notable, una originalidad fuera de toda duda y una capacidad narrativa sobresaliente, su pecado original le condena a no levantar el vuelo hasta donde podría haberlo hecho sin la rémora de ese lastre.

El espectador encuentra en este episodio de aroma oriental un guión artificioso, afectado, ingenioso si se quiere, pero preso de su propia desmesura.

Al margen de creencias y de ideologías, nos encontramos ante una entretenida y sencilla película de carácter histórico que permite al espectador una aceptable aproximación a la vida de Teresa de Jesús y a su contexto.

Está bien tramado el proyecto argumental y resuelto el guión con buen hacer cinematográfico. La capacidad de fabulación raya a notable altura y el sentido del ritmo permite que su duración superior a las dos horas resulte adecuado.

Mención aparte merece un reparto de actores de lujo cuya interpretación sólo admite el mejor de los calificativos.

Natural, desinhibida y resuelta, acepta la actividad sexual como una de las características del comportamiento humano y, en esa perspectiva, el largometraje se desarrolla libre de complejos, desenvuelto y sin concesiones a quienes juzgan la vida como un tránsito pecaminoso.
La realidad es como es y cada cual puede concebirla, vivirla, interpretarla y contarla a su manera.

Inspirada en la ora homónima de A. Moravia, desde el punto de vista cinematográfico la propuesta de T. Brass resulta interesante aunque intermitente e irregular pero mantiene siempre una estimable coherencia interna tanto en lo formal como en lo conceptual.