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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 837
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de febrero de 2024
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Arantxa Echevarría tiene siempre la virtud de saber poner el foco de atención en las realidades más sangrantes que conviven a nuestro lado sin que queramos darnos cuenta de ello. Lo hizo con el claustrofóbico mundo gitano en la magistral tragedia titulada “Carmen y Lola”, un film perfecto, y lo ha vuelto a hacer, aunque dulcificando la apuesta con un tono más cercano a la comedia amable costumbrista, en la muy interesante pero inferior “Chinas”. Ahora el prisma de esta consumada cineasta se centra en esas personas que regentan los bazares abiertos día y noche, que viven con nosotros y a nuestro lado, y sobre los que nada sabemos. Familias chinas que pasan desapercibidas aunque formen parte de nuestra rutina diaria. Y lo hace de manera muy interesante.

Película vocacionalmente coral, fija su mirada en dos familias bien distintas: una es la del matrimonio chino y sus dos hijas (una adolescente y otra niña) que tratan de sobrevivir de un bazar como pueden, con más pena que gloria y una mentalidad férrea y tradicional que asfixia a las jóvenes; la otra, es el polo opuesto, una pareja de la burguesía madrileña que hace nueve años adoptó a una niña en China. En torno a ambos núcleos familiares se desarrolla el guión de la propia Arantxa Echevarría, cruzándose la vida de todos ellos.

Entre la pléyade de personajes que van apareciendo a lo largo del exacto metraje del film, mi atención se despierta especialmente con las dos hijas de la pareja que regenta el bazar: los problemas de tensiones generacionales y culturales que plantea el personaje de Claudia que interpreta la fantástica actriz Xinyi Ye y, sobre todo y por encima del resto, el recital interpretativo encarnado a su hermana pequeña Lucía de una niña llamada Daniela Shiman Yang que ha nacido para actuar delante de una cámara y a la que le deseo por su bien (y por el de la cinefilia) que tenga una larga filmografía por delante. Ella es el gran personaje del film, su gran acierto al encarnar a una niña que, por muy buena que sea y mucho esfuerzo escolar que derroche, siempre es poco para unos padres inflexibles y exigentes, venidos de una cultura a la que ella cada día pertenece menos. Hay algo más duro que ser migrante y es tener que serlo de segunda generación.

Magnífica la dirección de fotografía impecable y colorista de Pilar Sánchez Díaz, así como la siempre oportuna partitura musical de Marina Herlop, que siempre suma a la historia y nunca despista.
Sergio Berbel
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8
19 de febrero de 2024
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Las propuestas cinematográficas de ciencia-ficción no suelen tener buena acogida por mi parte, salvo que sean como “Gattaca”, un fantástico film carente totalmente de efectos especiales, con escaso presupuesto, una historia perfectamente definida, unos personajes creíbles y emocionantes y unas intenciones de denuncia de la discriminación y la desigualdad social valiente y certera. Si a ello le unimos un aspecto visual bellísimamente apabullante, estamos ante una gran película, a la que se le perdona fácilmente algún desliz hacia la comercialidad en el que incurre en algún momento de su metraje, en aras a calmar las ansias de comercialidad de la producción, a cambio de todo lo que nos regala si se lo perdonamos.

Antes de entrar en su apasionante argumento, lo primero que destaca en esta gran película de Andrew Niccol es su brillante aspecto formal. Sin utilizar un solo efecto especial, a través de una fotografía maravillosamente saturada y esteticista de Slawomir Idziak, nos introduce en una distopía futurista con cierta estética de los USA de los años 60 que embelesa al cinéfilo más exquisito. Ese futurismo retro resulta arrebatador y la mejor baza del film.

A ello acompañan unas interpretaciones magistrales de un trío actoral épico formando por Uma Thurman, Ethan Hawke y Jude Law. Ellos sostienen sus difíciles y a ratos excesivos personajes siempre en el alambre, con una solvencia y una credibilidad encomiables, pura profesional artística para hacer creíble el interesante guión del propio Andrew Niccol, que denuncia las discriminaciones entre seres humanos desde el nacimiento. En este caso, la que sufre el personaje de Ethan Hawke por ser uno de los últimos niños nacidos de forma natural y, por tanto, con defectos genéticos, en un mundo donde casi todos los concebidos lo son previa manipulación genética para resultar perfectos y de diseño. En lógica consecuencia, todos los puestos importantes en la sociedad están reservados para esos seres prefabricados perfectos. El problema es que nuestro protagonista, a pesar de su grave deficiencia cardíaca congénita, quiere ser astronauta y, para lograr colarse en la gran institución que los forma, Gattaca, se hace pasar por el personaje de Jude Law para saltarse a través de su sangre y su pelo todos los controles genéticos diarios.

Con esta premisa argumental, Andrew Niccol pone el dedo en la llaga de las sociedades ultracapitalistas que expulsan de su seno y de cualquier oportunidad de prosperar a los inferiores, creando sistemas con tendencias fascistas donde sólo se permite sobrevivir al más fuerte.

Dicho sea de paso, la parte musical del film no es cosa menor, dado que se encargó a cierto genio que responde al nombre de Michael Nyman y que deja una composición magistral para el recuerdo. Lástima que algunos giros comerciales demasiado previsibles lastren el resultado final de la cinta.
Sergio Berbel
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10
16 de febrero de 2024
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En 1967 ocurre todo un acontecimiento para la filmografía de Carlos Saura y, por tanto, para la historia de nuestro cine. Tras haber buceado en terrenos del realismo político más absoluto (su obra cumbre al respecto es la magistral “La caza”), Saura estrena “Peppermint Frappé” y, con ella, un nuevo tipo de cine vocacionalmente intelectual y críptico con alma pop que me apasiona, desde un distanciamiento y una frialdad hacia sus personajes tremenda y que generará una obra maestra tras otra. En este caso, el film pareciere nacido para homenajear a Luis Buñuel y a Alfred Hitchcock de manera expresa y confesa a través de una corriente psicoanalítica apasionante donde todo tipo de represiones sexuales, voyeurismo, fetichismo e introversión patológica se ceban con su personaje protagonista.

La influencia de Buñuel a lo largo de los 92 minutos de metraje del film es más que evidente, tambores de Viernes Santo de Calanda incluidos que suponen una suerte de resorte onírico a lo largo del film. Pero es obvio que Saura crea esta obra maestra con “Vértigo” de Alfred Hitchcock claramente en su cabeza, no sólo por la ambigüedad de los dos personajes (morena y rubia para que resulte más evidente) interpretados simultáneamente por la diosa Geraldine Chaplin sino por un plano concreto de la cinta que directamente es una reproducción fidedigna de una inolvidable escena de “Vértigo”. Los aspectos psicológico-psiquiátricos de la película igualmente la conectan directamente con el maestro británico, pero lejos de cualquier atisbo de clasicismo y bañados por las veleidades pop del momento.

Existe un tercer elemento importante a destacar: Carlos Saura es el primer cineasta que está convencido del poder dramático que el inmenso José Luis López Vázquez alberga en su seno y le entrega un personaje en las antípodas de lo que había rodado hasta el momento, puro protagonista de una tragedia a años luz de sus papeles cómicos. Otros directores con posterioridad seguirían la senda de Saura y escarbarían en la magistral vena dramática de uno de los mejores actores de la historia del cine mundial.

El guión, basado en una idea de Saura desarrollada por Rafael Azcona y Angelino Fons, ni más ni menos, nos asoma al aterrador interior de un médico de Cuenca (José Luis López Vázquez) que se reencuentra con un amigo de la infancia (Alfredo Mayo) que acaba de casarse con una bellísima mujer mucho más joven que ellos (Geraldine Chaplin). Entre los tres se conforma un extraño triángulo de bordes difusos que se va desarrollando al calor del alcohol del Peppermint Frappé del título. La mujer en cuestión se parece enormemente a la enfermera que trabaja con el médico (Ana, también interpretada por Geraldine Chaplin). Los recovecos más oscuros de la mente irán tiñendo de oscuro el desarrollo de la historia.

Espléndida fotografía de colores saturados (siguiendo la estela de “Blow Up” de Michelangelo Antonioni, estrenada el año anterior a ésta) y ambientes burgueses la que firma Luis Cuadrado y, como siempre, la música es protagonista vital en el cine de Saura, dejando algunos bailes épicos de sus protagonistas con un temazo de Los Canarios titulado igualmente “Peppermint Frappé”, como es marca de la casa.

Saura obtuvo por esta película el Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1968 que le abrió la puerta al tremendo éxito y reconocimiento mundial de uno de los más grandes cineastas del cine europeo de todos los tiempos.
Sergio Berbel
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10
7 de febrero de 2024
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El musical que marcó mi vida como ningún otro. En 1973, en la efervescencia del Nuevo Hollywood, el mejor momento de la historia del cine donde todo era posible, hubo una confluencia sideral entre una libertad cinematográfica absoluta sin límites y cortapisas que permitió a Norman Jewison dinamitar todas las estructuras de la narración fílmica y del género musical; y el momento histórico en el que se encumbra la mejor ópera rock de la historia compuesta por Andrew Lloyd Webber con letras de Tim Rice. Lo demás, es historia del cine.

El camino que siguió “Jesucristo Superstar” fue bastante inhabitual. A diferencia de lo que el público cree, el musical de Broadway no fue lo primigenio en esta historia. Como fue rechazado como tal inicialmente, sus creadores decidieron utilizar otra vía para forzar el conocimiento de una valiente ópera rock que versara sobre el aspecto humano de Jesús de Nazaret. Vio la luz inicialmente como un disco conceptual que, causó tal conmoción musical, que terminó finalmente convirtiéndose en uno de los más exitosos productos de los escenarios de Broadway. El salto al cine sólo era cuestión de tiempo dado que todo el público levitaba con la calidad de la propuesta.

Fue Norman Jewison quien decidió filmar un film sin un solo diálogo, sólo conteniendo las canciones de la obra. Y, dado que no contaba con el enorme presupuesto que la magnitud de la historia requería, decidió hacer de la necesidad virtud y pasar a la historia del cine con una puesta en escena totalmente metafórica y conceptual. Sin decorados, rodada íntegramente en ardientes escenarios naturales ubicados en el israelí desierto del Néguev y repleta de detalles portentosamente anacrónicos (desde ametralladoras hasta tanques o aviones, pasando por un vestuario hippie de todos sus miembros), la película principia con el descenso de un autobús de todo el elenco actoral de la obra, que la representará en ese paisaje desolado en mitad de ninguna parte y cubiertos de sudor por sus temperaturas extremas. El resultado no puede recibir otro calificativo que no sea el de magistral. Sólo en el libre cine de los 70 pudo ocurrir algo así.

La historia se centra en tres personajes: un Jesús de Nazaret (portentoso trabajo de Ted Neeley) más humano y creíble que nunca, un Judas (magistral musical e interpretativamente Carl Anderson) que protagoniza el film como la conciencia revolucionaria y política del grupo de apóstoles y una María Magdalena (diosa Yvonne Elliman) enamorada de Jesucristo que, para mí, sin la menor duda, es lo mejor de la película planteando esa relación humana entre Jesús y María Magdalena de una forma emocionante.

Una ópera rock maravillosamente hippie de principio a fin, un producto cultural sólo posible en los 70 que sigue enamorando y lo seguirá haciendo de por vida por unas canciones que nacieron eternas y con evidentes connotaciones políticas, dado que los temas que copan todo el metraje de la película no se cortan en formular el imposible equilibrio entre el reinado de Herodes, el fanatismo nacionalista y religioso de Caifás y Anás y la equidistancia calculada de Pilatos que sólo podían propiciar la muerte del inocente.
Sergio Berbel
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10
6 de febrero de 2024
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Cerrando una década gloriosa para la historia del cine donde Clint Eastwood facturaba una tras otra películas magistrales (“Sin perdón”, “Los puentes de Madison”, “Un día perfecto”, “Mystic River”), en 2008 se estrenó “El intercambio”, aparentemente un pavoroso thriller de época que mezcla elementos de terror y basado en hechos reales pero, en el fondo, uno de los mejores retratos sobre lo que significa la maternidad que se hayan rodado. Se une en él un clasicismo exacerbado del mejor Eastwood tras la cámara con la mejor interpretación que haya alcanzado Angelina Jolie en toda su carrera para conformar una película magistral.

En Los Angeles en 1928, una madre soltera abnegada y trabajadora descubre que su hijo de ocho años ha desaparecido sin dejar rastro. En un momento en el que la policía angelina está bajo el punto de mira de la opinión pública por sus niveles de violencia y corrupción, pronto es reclamada para devolverle al niño perdido. El problema es que la madre niega que ese menor sea su hijo y ello deriva en un problema contra la policía, la cual utilizará todos los resortes y el poder acumulado en su mano para ir contra una mujer indefensa hasta sus últimas consecuencias.

Dos elementos destacan por encima del resto en esta prodigiosa cinta: la perfecta ambientación de la época en la dirección pausada y clasicista del mejor Clint Eastwood y la interpretación portentosa de Angelina Jolie. Sobre ambos elementos, el drama familiar va girando a thriller y éste a ciertos momentos directamente sacados del cine de terror alrededor de todo lo que le va ocurriendo a esa madre que asegura contra viento y marea que el niño que la policía le ha entregado no es su hijo hasta el punto de verse encerrada por órdenes del comisario de policía en una institución psiquiátrica, otorgándonos entonces los momentos más magistrales y terroríficos de sus correctos 141 minutos de metraje.

Extraordinario guión de J. Michael Straczynski que reincide en algunos esenciales elementos argumentales que ya desarrollara el propio Eastwood en su obra maestra definitiva, “Mystic River”, es soberbia la dirección de fotografía de Tom Stern como lo es también la partitura musical del propio Clint Eastwood.
Sergio Berbel
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