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España España · Valladolid
Críticas de Alberto Monje
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Críticas 69
Críticas ordenadas por utilidad
6
4 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Yorgos Lanthimos Grecia se abrió un hueco en el cine internacional gracias a su estilo transgresor y su capacidad para no dejar indiferente a nadie. Alexander Voulgaris parece querer seguir la estela de su compatriota y realiza una película surrealista, onírica, con la ciencia ficción como herramienta para meter al espectador en un mundo diferente que le haga reflexionar sobre el suyo propio. Si bien con un visionado el argumento de Thread no queda muy claro, se puede decir que trata de una madre que lidera un movimiento político revolucionario que quiere acabar con la supuesta dictadura que gobierna en Grecia. Este movimiento radical pretende crear una sociedad en las que las madres sean sacrificadas una vez que dan a luz para crear un nuevo orden social.

La película utiliza la metáfora constantemente para narrar el viaje interior de sus personajes. Si bien hay momentos en los que el espectador tendrá que alejar la vista de la pantalla debido a la crudeza de sus imágenes, en otros sentirá el espíritu original y transgresor de su director. A Thread se le pueden achacar muchos problemas, pero como experiencia extrasensorial, merece la pena.
Alberto Monje
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6
4 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Familias disfuncionales hay muchas y parece que el cine de autor internacional tiene que centrarse en ellas a conciencia. Home narra la historia de tres chicos flamencos que viven los problemas típicos de la adolescencia: interés por las drogas y por el sexo, dejadez en sus relaciones familiares y una obsesión por las nuevas tecnologías. Ante esto, la directora realiza una película que bien podría ser una mezcla del cine de Larry Clark (Kids), con el de Xavier Dolan (Mommy), sin embargo, el toque final queda lejos de la sensación de libertad sexual del primero y de la emotividad del segundo. Home se centra demasiado en su parte dramática y se convierte en una película fría, que se recrea demasiado en los enormes problemas de sus protagonistas y que no deja espacio para ninguna emoción lejos de la negatividad del conjunto. Es verdad que puede ser un buen retrato de la generación actual europea, pero cae en todos los tópicos del cine de autor independiente más ordinario, que la convierten en una película que no sorprenderá, aunque tampoco aburrirá.
Alberto Monje
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7
18 de mayo de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo pareció dejar de ser racista cuando en 2008 un negro llegó a la Casa Blanca. Muchos hablaron de una “América post-racial”, que ya no se fijaría en el color de la piel nunca más. Ahora, con la llegada de Trump al poder, parece que los racistas están muy diferenciados de “la gente buena”: blancos y votantes suyos. Es muy fácil ir a un mitin de este señor y encontrarse con posturas contrarias a la población afroamericana, pero ¿y en el otro lado? ¿De verdad no existe en otros colectivos el racismo? Es lo que intenta descubrirnos Jordan Peele que, en su primera película, explora la cuestión racial del el sector liberal y progresista de la sociedad.

Déjame salir consigue lo que no muchas películas llegan a realizar: ser un film de género, pero a la vez de denuncia social. Lejos del drama de Moonlight o Fences, Peele quiere que el espectador sienta en primera persona lo mismo que siente la población afroamericana a diario en Estados Unidos. Hay quien habla de Déjame Salir como la película de terror del año. Puede que no. Pero no hay que dejar de reivindicarle su originalidad, su grandioso punto de partida y las intenciones de su director de hacer, como él mismo ha reconocido, “algo que no se haya visto nunca”.

Déjame Salir (Get Out) (curioso que el título en español y en inglés signifiquen lo contrario) cuenta la historia de Kris y Rose, novios desde hace cinco meses. Los padres de ella tienen interés en conocerlo, pero no saben un dato esencial: Kris es negro. Ella está tranquila, pues sus padres nunca han sido racistas. De hecho, “habrían votado por Obama en un tercer mandato”. Una vez llegan allí, pese a la atmósfera liberal y abierta, hay algo que a Kris le extraña de este “no-racismo” y esa perfección en la que vive esa familia.

Y es que el ambiente en el que se mueven los protagonistas, a priori, no tiene nada de malo: personas votantes de Obama, que no tienen ningún problema con hablar con Kris, que es negro, incluso hay una mujer que está casada con un hombre afroamericano. ¿Qué tiene de malo? Ya el espectador puede sospechar algo cuando ambos trabajadores de la casa son negros, típico de las plantaciones de algodón de la América pre-Guerra Civil. Pero en defensa de la familia sale el propio padre: “Familia blanca, trabajadores negros, qué cliché ¿eh?”. Caso cerrado, no existe racismo en esta familia.

Error. El racismo en el guión de Peele, como en la vida diaria, se muestra en los pequeños detalles. El protagonista, en una fiesta familiar a la que acuden muchos invitados, va de persona en persona hablando del mismo tema: un hombre le pregunta si juega al golf, pues a él le gusta mucho Tiger Woods; una mujer le pregunta a su novia, con él delante, si es verdad lo que dicen que los negros están “mejor dotados”; otro hombre le comenta que ser negro está de moda. Y así con todos. Es decir, pese a que lo respeten como negro, el único tema de conversación que pueden mantener con él es el hecho de que es negro.

Jordan Peele, guionista y director, cuenta con humor lo que seguramente él y muchas otras personas en su país viven día a día. Sin duda, para la persona blanca media, no supone ningún acto de racismo, pues lo está tratando con respeto, pero puede que no se dé cuenta que el color de su piel sigue marcando el comportamiento hacia su persona.

Pero si gran parte del guión está pensado para que el espectador se ría a la vez que se da cuenta de estos comportamientos, la otra parte está pensada para aterrarlo. Get Out es la propuesta de terror más original de los últimos años: no hay fantasmas, ni brujas, ni magia negra… Lo que aterra al espectador es la locura de unos personajes que bien pueden ser el reflejo, exagerado, de una sociedad entera. Unos personajes que creen no juzgar a las personas por el color de su piel, pero irracionalmente los buscan para aprovecharse de ellos de las maneras más despiadadas.

Puede que la película en su tercer acto pierda un poco el buen cauce que se construyó en las dos primeras. Quizá a los más escépticos del género no les convenza. Sin embargo, está lleno de saltos y momentos de terror palomiteros, que a los seguidores de la factoría Blumhouse (Insidious, Paranormal Activity) les será una verdadera delicia.

La primera escena de la película marca el tono del conjunto. Un hombre, negro, camina solo por un barrio rico blanco. Al principio, lo hace tranquilo, pero luego se da cuenta que un coche lo sigue. Poco a poco, en un plano secuencia perfectamente construido, la extrañeza del protagonista pasa a incomodidad para convertirse en verdadero terror. Sin embargo, sí que es verdad que el resto de la película no es tan aterradora como pudiera parecer. Eso sí, tiene tantos puntos fuertes que, sin duda, este no es débil.

Cada vez que se estrena una película de género algo diferente, se dice que marca el inicio de una senda a explorar. No voy a caer en el cliché. Pero sí que voy a decir que Jordan Peele ha conseguido mirar con otro objetivo un género que ya murió hace mucho tiempo y dar al espectador, durante dos horas, algo que nunca había disfrutado. Déjame Salir no es la película más aterradora del siglo, puede que ni siquiera la mejor de su género, pero, sin duda, se quedará en las retinas de un espectador blanco tranquilo que pensaba que el racismo no se encontraba en él.
Alberto Monje
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10
11 de marzo de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El drama social puede ser un tema recurrente en el cine actual, más después de la crisis de 2008. Suele ser un tipo de cine muy comprometido con la causa, pero poco con el medio en el que nace. Gran ejemplo de ello es la última Palma de Oro, Yo, Daniel Blake, un film cinematográficamente mediocre, pero con una carga política que ha engañado a las audiencias. Sin embargo, de vez en cuando aparecen pequeños oasis fílmicos en los que la excelencia cinematográfica se combina con denuncia social de mensaje fuerte y contundente.

Clara (Sonia Braga) es una crítica musical jubilada que sobrevivió a un cáncer de mama y vive sola en el edificio Aquarius, de Recife (Brasil). Un día, un joven empresario llama a su casa para avisarle de que la constructora para la que trabaja planea construir en su lugar un gran edificio moderno. Todos los vecinos del inmueble han cedido ante la empresa y se han mudado. Pero Clara no quiere irse de la casa en la que ha vivido siempre, hay demasiados recuerdos en ella. Aunque la constructora insista, con métodos lícitos y no, Clara no cederá.

Aquarius es un relato de valentía en una sociedad que pierde todo lo que le hace feliz y lo convierte en dinero. Es una historia sobre una crisis económica de la que se aprovechan los más listos para conseguir beneficios. Pero además, la película no es solo una denuncia brutal de un sistema económico determinado, sino un relato de vida de una mujer luchadora. En Aquarius no hay grandes monólogos sobre las desigualdades, ni sobre cómo afecta este capitalismo al ser humano. En Aquarius hay puro cine, la crítica social es constante, menos obvia, sutil y, por lo tanto, más poderosa. Kleber Mendonça Filho no es Ken Loach. Mendonça Filho hace cine.

La empresa constructora no dudará en emplear métodos de lo más diversos y perversos para echar a Clara de su hogar. La cara bonita de su representante, formado en prestigiosas universidades extranjeras, contrastará con las oscuras intenciones y métodos que llevará a cabo. Los constructores vendrán a verla con buenos trajes, arreglados. Parecen llenos de buenas intenciones, pero quieren romper el último resquicio de humanidad que le queda a la protagonista. Ni siquiera escuchar orgías en el piso de arriba o encontrarse heces en el pasillo colocadas por los propios empresarios harán olvidar a Clara por lo que está luchando.

Clara se constituye como la protagonista total del film. No se entiende la película sin su personaje, ni su actuación. La veterana actriz brasileña, Sonia Braga, da fuerza, coraje y sentimiento a su personaje. Doña Clara se constituirá como una pequeña heroína que derrotó al mastodóntico sistema. Que no se enfade Isabelle Huppert, pero Braga realiza la mejor actuación del año.

El sello artístico del realizador brasileño es la mayor seña de identidad de la película. Filho se constituye como un maestro en la constitución del espacio, en su manejo para expresar mayores sentimientos. El hogar de Clara es la mejor expresión de su modo de ser: ordenada dentro de su caos, llena de vinilos clásicos, recuerdos de toda una vida que hacen de ese habitáculo un lugar que Clara no es capaz de abandonar. El mayor ejemplo de ello es ese pequeño armario en medio del pasillo, que un enorme recuerdo de la juventud le trae a la protagonista.

El tiempo es otras de las obsesiones del realizador brasileño. Los planos secuencia, los planos en movimiento, los zooms y los fundidos a negro son una marca de su estilo. La película se divide en tres partes temporales de diferente duración de distintos eventos de la vida de Clara. El tempo del film es calmado, pero constante. Igual que la vida de Clara: tranquila, pero llena de vida.

No se puede hablar de Aquarius sin su potente banda sonora. Aprovechando el buen gusto de su director (y la profesión de la protagonista) las canciones que se escuchan en todo el metraje combinan el folklore brasileño con la música internacional, encabezada por Queen. El espectador comenzará con Another one bites the dust, pasará a escuchar cantantes clásicos brasileños, para después vivir el poderío de su protagonista a través de Fat Bottomed Girls, del cuarteto inglés. Sin duda, esta última, la mejor escena de la película.

Después de todo esto, ¿se podría decir que Aquarius es una experiencia cinematográfica novedosa e innovadora? Podría decirse que no. Pese a todo, la narración del film es clásica. Filho no emplea un registro experimental, el sello de su autoría está inscrito en los pequeños detalles del film, no en su estilo general. Esto puede ser la razón por la que alguno no vea su excelencia. Su apariencia ordinaria pueden hacerla pasar por un film más de crítica social que por una obra de arte incuestionable.

Pocas veces al ver una película da la sensación de haber visto un círculo que ha sabido cerrarse. Aquarius es una obra maestra, perfecta, que sabe de donde sale y a donde llega. No hay un plano que sobre, ni una canción que no merezca la pena escuchar. En la película se combina de manera excelente la crítica social más voraz, con el relato humano más emotivo, con el uso más que correcto del lenguaje y los recursos cinematográficos más diversos. ¿Y todo esto gracias a quién? Gracias a Kleber Menconça Filho, su director, y Sonia Braga, la cara, el alma y la verdadera perla de esta película. Larga vida a Sonia Braga. Larga vida a Doña Clara.
Alberto Monje
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6
24 de febrero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los que nunca hemos emigrado de nuestro país no podremos sentir lo que sintieron los miles de inmigrantes irlandeses al viajar a América por una vida mejor en los años 50. Sin duda, el cambio cultural y social tuvo que ser devastador. Brooklyn se basa en la novela de Colm Toibin que, perfectamente, se puede basar en millones de historias reales.

En los años 50, Eilis Lacey (Saoirse Ronan) es una joven irlandesa que decide emigrar a Nueva York ante la pobre situación económica en su país. Allí conoce a Tony (Emory Cohen) del que se enamora. Sin embargo, ciertas circunstancias hacen que tenga que elegir entre su amada Irlanda y su deseada América.

La personalidad irlandesa es una de las más fuertes que existen. Para un irlandés, marcharse de su país y encontrase en otra tierra, con otra gente, es lo más doloroso del mundo. Brooklyn juega con los sentimientos nacionales de Irlanda impregnando el celuloide de esa morriña por el país del Leprechaun. Pese a ello, el mayor reto del director es invertir los sentimientos a mitad del film y hacer que su protagonista eche tanto de menos Irlanda como que no quiera volver. Quizá lo que es un reto para el director, no lo es para el espectador. La (costumbrista) historia, no deja lugar a sorpresas, por lo tanto el espectador no tendrá mucha dificultad en adivinar cómo resuelve la protagonista su difícil dilema.

Pese a ello, la película no decepciona y esto tiene una razón: Saoirse Ronan. La actriz neoyorquina deslumbra en cada plano que aparece, su sencillez, pero su melancolía son la principal razón que levantan la película. De hecho, su actuación es tan convincente, que su relación con Emory Cohen (Tony, en la película) es magnética y apasionante. Es imaginable que la principal clave del éxito de la película (nominaciones a los Oscar incluidas) vienen dadas por la potencia interpretativa de la actriz, no de la película en sí. Por su parte, Brooklyn le servirá a Cohen para catapultar su carrera como actor. La película se completa con varios secundarios que, pese a no defraudar, no estaban hechos para destacar: Domhnall Gleeson, Jim Broadbent y Julie Walters.

Brooklyn es un film que emocionará a los que tengan la lágrima más fácil. Sin embargo, en ningún momento sorprende. Quien se disponga a verla, no se va a encontrar nada nuevo, nada que nunca haya visto. Sin embargo, si hay algo en ella que hará que el visionado merezca la pena, eso es Saoirse Ronan. La joven actriz realiza la actuación de su carrera, trabajo que bien le mereció varias nominaciones al Oscar, al Bafta, a los Premios de la Crítica, a los Globos de Oro y al Sindicato de Actores; además de doce premios por diversas asociaciones de la crítica en Estados Unidos. Premios que objetivan a una actriz en estado de gracia.
Alberto Monje
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