Uno de los westerns más atractivos de los sesenta fue Los profesionales. No se ambienta en Lejano Oeste propiamente dicho sino en el Méjico revolucionario de comienzos del siglo XX. Un grupo de veteranos mercenarios, al estilo de la película de Stallone salvando las distancias, acepta el encargo de un magnate del petroleo tejano para que liberen a su esposa secuestrada por un rebelde mejicano llamado Jesús Raza. Su carismático reparto, la magnífica fotografía y sobre todo su fabuloso guión sin desmerecer la labor de su director, hacen de esta película una de las mejores de su género.

La trama esconde múltiples sorpresas y un final inesperado de los que hacen época. El guión presenta a unos personajes sólidos y creíbles que recitan unos diálogos cargados de nostalgia, ironía y lucidez, destacando la camaradería entre los protagonistas y ofreciendo una imagen ambigua de los malvados. Es famoso el discurso que Jack Palance recita al final cuando conversa con su antiguo socio Burt Lancaster y le expone lo que opina sobre la revolución o la secuencia en la que Marvin le dice lo que piensa realmente del magnate.

Personalmente me recuerda bastante a Grupo salvaje, de hecho a Peckinpah le habría gustado que Lee Marvin protagonizase su película pero por problemas de agenda con otro rodaje Marvin no pudo protagonizarlo. Aunque tampoco William Holden lo hizo nada mal reemplazándole. Con quien sí pudo contar fue con Robert Ryan.

Una de mis películas favoritas ha sido siempre El tesoro de Sierra madre. Se trata de una de las obras más recordadas de su autor el gran John Huston. Cuenta la historia de un trío de perdedores que desesperados se lanzan a la búsqueda de oro en la peligrosa Sierra Madre de la frontera mejicana. Una vez allí tendrán que hacer frente a los bandidos y sobre todo a su propia codicia. A medida que incrementan sus posesiones del preciado metal, la desconfianza y el recelo aumentan entre ellos hasta llegar a una situación crítica.

La película cuenta con un fabuloso guión ganador del Oscar que narra una historia de aventuras muy entretenida con unos personajes sólidos y bien definidos encarnados por tres estupendos actores entre los que sorprende el tío del director, Walter Huston, que también se alzó con el premio de la Academia gracias a su magnífica interpretación. Pero el que me encantó fue Humphrey Bogart en un papel alejado al que nos tiene acostumbrados en películas de cine negro. El suyo es un personaje que cambia de carácter a lo largo de la trama, es el más receloso e incluso comienza a hablar solo y se vuelve huraño. Constituye un ejemplo claro de los efectos que puede causar la avaricia en la gente. El cambio de actitud de Bogart con respecto a sus compañeros es uno de los puntos más interesantes del film.

El guión incluye situaciones que atrapan constantemente la atención del espectador con personajes que plantean dilemas interesantes como el del buscador de oro solitario o los bandidos mejicanos que intentan asaltar el tren y que posteriormente volverán a aparecer. La película no ha perdido ni un ápice de interés y su calidad es incuestionable, es a fin de cuentas una de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos.

Sobrevalorada, como casi toda la filmografía del irregular Abel Ferrara, que ha sabido labrarse una fama de director maldito que hace que sus películas sean encumbradas por criticos pedantes. Este Rey de Nueva York es de las más decentes con un reparto plagado de caras conocidas y una historia que se deja ver pero que debió contar con un presupuesto mayor. Tiene un pase.

Que una película de esta calidad haya ganado el oscar a la mejor del año supone uno de los mayores desbarres de la Academia en toda su historia.

En ocasiones el preciado galardón ha ido a parar a manos de películas olvidables que el paso del tiempo ha demostrado que no eran tan buenas como aquellas contra las que competían. De esta manera se han cometido varias injusticias pero en este caso otorgarle si quiera una nominación a este bodrio indigesto es una tomadura de pelo en toda regla. Me hace pensar hasta qué punto puede uno fiarse del criterio de los académicos a la hora de elegir la mejor película de cada año.

Todo a la vez en todas partes es una gilipollez sin sentido con sus interminables dos horas de duración, que habla sobre uno de los temas de moda en nuestro tiempo. El metaverso, una especie de realidad virtual paralela que de momento no ha cuajado en la sociedad actual pero que al parecer tiene embobada a gran parte de la juventud, lo cual dice muy poco en favor de ella.

Es como ver Matrix con un colocón de pegamento. Mala desde cualquier punto de vista, desde cualquier mundo del metaverso. Sólo mantuvo mi interés la primera media hora, a partir de ese momento empieza un monumental desvarío que provoca vergüenza ajena.

Con Inland Empire David Lynch renuncia a respetar la lógica y defeca sin pudor una mastodóntica cagada de tres horas de duración que ni siquiera los que estamos curados de espanto somos capaces de digerir. La historia no hay por donde cogerla y resulta desesperante. Una pérdida de tiempo.