La saga Misión Imposible garantiza siempre diversión y espectacularidad, aunque rara vez ofrezca un producto recordable. Afortunadamente, la cuarta parte de la saga, que podría tener más de un achaque, se muestra en plena forma y nos regala un espectáculo inteligente, interesante y rodado con mucho nervio. Brad Bird ha conseguido mantener el tipo dentro de una saga que, argumentalmente, no ofrece nada nuevo.
Aunque probablemente esta última entrega (hasta el momento) no sea memorable, hay que reconocerle que te mantiene dos horas pegado al sillón, sumando peripecias cada vez más imposibles, dentro de la típica historia de espías y terroristas. Ante todo, Misión Imposible 4 es muy entretenida. El reparto tiene una química inesperada: Tom Cruise hace buenas migas con Paula Patton y Simon Pegg, y la posterior incorporación de Jeremy Renner hace que la película gane enteros. El malo, interpretado por Michael "Millennium" Nyqvist, también tiene su punto. Y en el apartado técnico, todo perfecto.
No busquemos trasfondos ni dobles lecturas a Misión Imposible 4. Es una película de acción pura y dura, con muchos escenarios internacionales y muchas escenas del tipo "más-difícil-todavía". Muy válida para pasar un buen rato. Los amantes de la saga la disfrutarán.

Si hay un retrato de la España de pandereta a la que estamos retrocediendo, hecho con humor y verdadera mala leche, ese es El mundo es nuestro. Hacía tiempo que no veía repartir estopa a base de bien con tanta gracia. Esta pareja de chorizos de barrio, El Cabesa y El Culebra, son los antihéroes más graciosos con los que servidor se haya topado en mucho tiempo. Su peripecia de entrar en un banco a lo Tarde de perros es la excusa perfecta para que la España más cutre, en la que la modernidad solo es un barniz, salga a la luz sin tapujos.
En El mundo es nuestro, el atraco a un banco es el pretexto para que todos los colectivos sociales y profesionales españoles reciban una pequeña tunda: polícías, banqueros, funcionarios, medios de comunicación, empresarios, etc. Nadie se libra. Es un retrato divertidísimo de una España podrida, de chiste, la España de la picaresca y los "listos". A golpe de ingenio, y con cuatro duros de presupuesto, Alfonso Sánchez y compañía se marcan un guion sencillo y redondo, que da manga ancha a la crítica social y donde los personajes brillan por su excentricidad y su ineptitud. Puede que el humor sea cafre en algún momento, pero es casi imposible resistirse a la maliciosidad de esta divertida comedia, que vuelve a ser una viva muestra de que el humor es uno de los mejores métodos para explorar la condición humana y las miserias y grandezas del hombre actual. No hacen falta grandes tratados de sociología para explicar los males de la España de hoy; más de un pez gordo debería sentarse a ver El mundo es nuestro. Tal vez aprendería algo.

Nadie negará que Verbo es profundamente personal. Tanto que es difícil imaginar su espectador modelo, el espectador ideal al que aspira Chapero-Jackson: ¿suicidas adolescentes?, ¿raperos con ínfulas de trascendencia?, ¿skaters poetas?, ¿futuros tesinandos en cultura urbana?
En ningún momento de Verbo supe cuál era el propósito de Chapero-Jackson. Sí se ve desde el principio su vacua pretenciosidad y su estética falsamente rompedora. En el fondo, Verbo no cuenta nada porque no tiene nada que contar. Sé que va sobre un viaje interior y una realidad oculta, pero poco más. ¡Ah, sí! Miguel Ángel Silvestre rapea: digno de ver. Pocos momentos de vergüenza ajena son tan memorables.
Hay que verla para creerla. Aún no salgo de mi asombro... y de mi indignación por ver cómo se vende de manera tan cutre el Quijote a los jóvenes. Por otra parte, Chapero-Jackson debe ser un genio a la hora de vender historias a los productores. Y más sabiendo que se necesitó un año de posproducción. ¿Nadie supo intuir el despropósito de todo esto?
Verbo es de las pocas películas que he visto en las que no me gusta absolutamente nada de lo que hay en ella. Y mira que es difícil...

De nuevo, Alexander Payne triunfa tras la cámara con una de esas historias no de personajes, sino de personas. No hay nadie mejor que Payne para retratar la vida en el cine, para poner en imágenes todas las aristas de nuestra existencia, desde lo más trágico hasta lo más absurdo. Sus personajes cobran vida porque respiran verdad, porque en ellos nos vemos reflejados con todas nuestras grandezas y miserias. Quien mejor consigue esto es Alexander Payne, que se supera a sí mismo película tras película.
En el caso de Los descendientes, Payne ha encontrado como aliado perfecto a George Clooney, aquí abordando el papel de padre de hijos adolescentes; su interpretación es un ejercicio de desnudez impresionante, algo así como lo que hizo Payne con Jack Nicholson en A propósito de Schmidt, que es esconder a la estrella y sacar a la luz a la persona normal y corriente (suena sencillo, pero es complejísimo). Afortunadamente, Clooney acepta el reto y vuelve a dar una lección de talento y compromiso interpretativo; no sería exagerado decir que es el mejor papel de toda su carrera. Junto a él, dos actrices adolescentes maravillosas, en especial Shailene Woodley.
Los descendientes tiene grandes personajes, una historia sencilla y humana, y grandes momentos llenos de emoción y humor. Quien conozca a Alexander Payne volverá a disfrutar con ese toque especial suyo. Y quien no lo conozca, ¿a qué está esperando? Pocas películas respiran tanta autenticidad como las suyas. No tengo ninguna duda: Los descendientes, otro diez rotundo en su filmografía.

Tras la turbadora Déjame entrar, Tomas Alfredson da el salto a Hollywood, y lo hace con una propuesta completamente alejada a su anterior film. El topo es un thriller de espías a la antigua usanza, lleno de humo, salas inhóspitas, miradas, sospechas y traiciones, todo ello enmarcado en los últimos años de la Guerra Fría.
Sin embargo, Alfredson no ha querido renunciar a su estilo. El topo vuelve a reencontrarnos con el director de Déjame entrar en lo que se refiere a pulso narrativo, escenografía gris y fría y personajes bien trazados. Quizá de lo que adolece El topo es de excesiva frialdad, casi hermetismo, que impide a muchos espectadores llegar hasta el fondo de su propuesta. Eso sí, la puesta en escena y esa austeridad provocada da como resultado una atmósfera tensa, donde se respira paranoia, donde se huele la traición en cada esquina. Como atmósfera, El topo es inmejorable.
Me gusta mucho la historia que plantea Alfredson (Le Carré en el original novelístico), es interesante plantear una trama casi detectivesca en medio de un contexto histórico concreto, porque siempre da pie a estimulantes reflexiones. El topo reconstruye muy bien el ambiente conspiranoico de la Guerra Fría, la amenaza que parecía cernirse, la tensión constante y el espionaje continuado y prolongado durante mucho tiempo. Y si además cuentas con actores de primerísima fila, encabezados por un Gary Oldman soberbio, el resultado es cuanto menos notable. ¿Qué se podría mejorar? Sobre todo, el desarrollo de la historia, que a veces abarca demasiado para después resolverse muy rápido; el espectador se siente perdido en algún momento, y puede que, si la paciencia no le acompaña, desconecte. Es una película que exige atención, y si se le presta, uno queda satisfecho, sin duda.
El topo es una buena película, con unos actores estupendos y una solidez narrativa apabullante. Tal vez sea demasiado exigente, pero así tal vez es la única manera de hacernos sentir como los personajes: no saber qué está pasando siempre, no tener todas las claves, obligarnos a estar atentos a los detalles. En El topo, las miradas y el humo encierran muchos secretos.