Si algo llama la atención de este film es la sencillez: en la dirección, en la interpretación, en la música. Es así como se narra una historia.
Prescindo del tema central, el de la inmigración ilegal, con sus luces y sombras. Es el modo el que me interesa. El modo sin alardes, sin necesidad de efectos "sentimentaloides" y de mensajes explícitos.
Muy sutil la idea de que el profesor de natación -Vincent Lindon- ayuda al joven kurdo como un modo de mostrar su solidaridad y poder reconciliarse con la mujer a la que quiere y con la que se acaba de divorciar. Y también sutil la transformación: pasa de esa primera motivación egoísta a una implicación real, en la que se trasluce el amor por el hijo que nunca tuvo. Esas cosas, no explícitas, sino dejadas caer son las que hacen grandes las películas.
Con el añadido de la simpatía hacia el pueblo kurdo, tan injustamente tratado desde hace siglos.

Veo esta película por segunda vez al cabo de más de cincuenta años (vi el estreno en Italia) y, además de disfrutar, emocionarme y admirar la calidad de todo -intérpretes, ambiente, dirección, música, fotografía, guión- me pregunto por qué no califico de excelente a ninguna película de los últimos años. Puede ser la nostalgia, pero cualquier aficionado al cine, a lo grande del cine, no tendrá más remedio que reconocer que manos sabias como las de Visconti y Fellini no es que se den muchas, ni en Italia ni fuera de Italia.
No ha transcurrido en vano medio siglo. Los buenos sentimientos, como los de esta película -sobre todo en el personaje de Rocco- parecen que ya no se llevan. El amor de hermanos, que es una de las realidades más hermosas de la vida, parece algo pasado de moda. Lo mismo que el sentimiento de pertenencia telúrica a la tierra -otra cosas son las ideologías nacionalistas. La película es un documento para que, quienes no tienen muchos años, comprendan algo de cómo era la vida hace ya tanto tiempo. Los mismos vicios de siempre, pero sin cinismo; y con una serie de actitudes de valor -la hermandad, la abnegación- que hacen siempre digno al hombre.

Intentar sacar un musical de Otto e mezzo, de Fellini, es un círculo cuadrado. Los géneros son los géneros, y si lo que predomina es la música, el alma de la película de Fellini se pierde. es más, se trivializa.
Pero, dicho esto, la película, olvidando a Fellini, es un producto aceptable; primero, por la calidad de los intérpretes, aunque tengan que servir un guión repetitivo y falto de altura. Paradójicamente, toda la película gira en torno a un director que no acaba de ver la trama y, por tanto, escribir el guión; segundo, por la calidad de algunas canciones (no todas) y de la coreografía; tercero, por la calidad de las imágenes, sobre todo en blanco y negro que son las escenas que permiten soñar y evocar.
De las actrices, maravillosa Marion Cotillard; pasables Penélope Cruz y Nicole Kidman. Magistral, como siempre, aunque el papel no dé más de sí, Judi Dench. Y. sobre todo, ese monumento que es Sophia Loren, que, sin casi necesidad de hablar, solo estando, llena la pantalla.

Quien busque espectáculo -y solo eso- disfrutará como nunca, por la inventiva, el paisaje, los monstruos voladores y las escenas de guerra.
Quien busque algo más, quedará defraudado. El guión, repetitivo. La trama, lo de siempre: chico busca chica. Cuando se ve a la rabilarga y verdolaga besar al rabilargo y verderón al más perfecto estilo de Hollywood, la película se cae de una forma ridícula. Y el diálogo de un insulso que cualquier con un poco de talento narrativo lo hubiera mejorado.
Los verdes se comportan como una tribu primitiva que conociera ya toda la historia. Hasta hablan inglés.
Todo se reduce a un políticamente correcto discurso ecologista, defendido como puede por la gran Sigourney Weaver, aquí compartiendo el desastre.
He tardado un año en ver esta película, entre otras razones porque no quería verla en aras del marketing. Una vez más, una cosa es predicar y otra dar trigo.

He puesto un nueve a esta película pero eso es lo de menos. De antemano, adoro a Tchaikowski y, si hay una película que gira en torno al Concierto para violín y orquesta, la veo aunque sea un bodrio.
Pero es una maravilla: hay comicidad -con algún histrionismo, pero en fin...-; hay crítica política a esa brutalidad que fue el régimen soviético; hay un drama personal, lleno de ternura y de grandeza; hay un coro de maravillosos secundarios; y está Mélanie Laurent, una actriz que habla con los ojos.
Es verdad que la primera parte adolece de cierta premiosidad; es verdad que el final es previsible... Se le podría encontrar algunos defectos, pero cuando el núcleo es tan potente, tan
humano -gracias a una música gloriosa-, todo eso carece de importancia.