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Críticas de Francisco Javier Millan
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Críticas 265
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
18 de febrero de 2017
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del cine, sobre todo la reciente, está llena de grandes oportunidades perdidas. Imaginar por un momento una película, sobre esta construcción Patrimonio de la Humanidad, que recrease con tan solo unas pinceladas de veracidad, su función defensiva y de grandes batallas épicas en plena Edad Media china. Nada que ver con el concepto que nos ofrece Zhang Yimou, una suerte de manga mezclado con componentes de videojuego, que ni como película de aventuras ligera llega a funcionar del modo correcto.
Reconozco que en algunos momentos me dejo seducir por su desbordante diseño artístico. Los gadgets, armaduras y todo tipo de hazañas bélicas son de lo más vistoso que uno puede ver últimamente; incluso me atrevería a decir que, hasta en ocasiones, contiene algunas escenas evocadoras en cuanto a leyendas e iconografía oriental.
Yimou se demuestra incapaz a la hora de levantar semejante premisa, y más cuando uno descubre el origen, propio de la ciencia-ficción, de la amenaza que se cierne sobre el imperio. Pensar que los chinos, cada sesenta años y desde casi veinte siglos, se tienen que enfrentar a semejantes criaturas, es de una inconsistencia de esas que no hay por dónde cogerlas. Se trata de una mirada occidentalizada, bajo el inexplicable beneplácito de un gobierno, que parece abierto a esta clase de coproducciones inusitadas.
Si bien el cine oriental, según lo que dicen e intuyo, es rico en esta clase de fantasías, me resulta incapaz de entrar en él por esa falta siempre de coherencia. El mejor cine fantástico, aunque sea de monstruos, siempre tiene que partir con los pies en la tierra. No hay mejor ficción que la que se introduce poco a poco en nuestra realidad sin que uno se de cuenta.
No voy a entrar en la discusión de si Matt Damon y el resto del reparto internacional es apropiado para esta clase de peripecias, casi es lo de menos. Aquí el problema fundamental es ese aspecto entre lo opulento y lo cercano al género de animación. Me es imposible tener emoción ante una amenaza generada por ordenador y que abusa tanto del croma. Todo es tan falso, que hasta se echa de menos que haya algo de cartón piedra de vez en cuando.
Y eso sí, ya me imagino la cara de los seguidores de este cineasta, cuando se enteraron que se metía a dirigir semejante proyecto. Y más teniendo en cuenta su filmografía, puramente destinada al postureo de festival.
Francisco Javier Millan
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5
6 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me da la sensación que, a juzgar por los comentarios que leo en varios foros y redes sociales, la nueva película de Night Shyamalan se está recibiendo mejor por la comparación con el resto de su filmografía, que por su propia entidad.
Sin duda la crítica y el público, sobre todo este último, estaba ávido de que el realizador de “El sexto sentido” volviera a coger aire tras casi más de una década de dudas. Es decir, necesitábamos volver a creer en él, dejándonos embaucar por sus grandes juegos de guion y giros sorprendentes.
Y sí, en parte lo consigue, es más, estas líneas no expresarían cierto entusiasmo si no fuera por ese inaudito epilogo, que termina dando forma no solo al film, sino a muchas más cosas. Y hasta aquí puedo leer. Por lo tanto se hace harto difícil evaluar una película, que apela directamente al imaginario de los seguidores del cine de su primera etapa.
Shyamalan nos entrega un trabajo que para nada es rotundo, y hasta me atrevería a decir que resulta entretenido solamente hasta cierto punto. Su principal problema es, como es costumbre, su dilatado metraje, dando lugar a la aparición de situaciones tangenciales, y a personajes que rozan ese ridículo que ya es marca de la casa. Muy posiblemente el ritmo hubiera funcionado mucho mejor sin la presencia de elementos externos; concretamente el cine en el último año ofreció dos ejemplos –“La habitación” y “Calle Cloverfield 10”-que demuestran las grandes posibilidades de trabajar en un solo espacio.
Por lo demás nada hace falta añadir a lo que se ha dicho sobre su actor protagonista, un James McAvoy adorable y siniestro al mismo tiempo, capaz de darnos todo un abanico de registros ideales para la mitología que crea el realizador hindú. Lástima que la orquesta del conjunto no termina de estar completamente afinada. Un film con “brotes verdes” con alguna lagunas desesperadamente aburridas.
Francisco Javier Millan
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6
2 de febrero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos elementos en esta película con la sana intención de agradar, muy a pesar de mostrar un marco histórico donde las mujeres, especialmente las afroamericanas, estaban completamente desplazas del resto de la población. El director Theodore Melfi, autor de “St. Vincent” –título a descubrir-, firma este relato desconocido de la carrera espacial que vivió Estados Unidos durante la década de los 60. Concretamente estos años son mostrados con ese aire nostálgico que caracteriza al imaginario colectivo, y eso a pesar de ser una etapa repleta de tensiones políticas, conflictos bélicos y amenazas nucleares.
La NASA siempre ha tenido ese tono mítico, a lo que el cine ha venido a contribuir en buena medida. No sería de extrañar que el director tuviera presente títulos como “Elegidos para la gloria” en la realización de su nuevo film. En aquella, un grupo de valientes se enfrentan a una tecnología completamente nueva, que les hará traspasar las barreras más infranqueables. Una conquista literal del aire y el espacio aderezada por la fantástica partitura de Bill Conti. Ambas comparten el mismo espíritu reverencial por esta institución, aunque la primera se rinde a sus héroes, y la que nos ocupa a las personas que lograron realmente esos hitos.
La historia se beneficia de una fantástica elección de casting, desde las tres maravillosas actrices que interpretan a las protagonistas, pasando por la recuperación de un siempre bienvenido Kevin Costner. Todo en ella discurre ejemplarmente dentro del academicismo habitual de esta clase de propuestas y, aunque huele mucho a la persecución de premios, tiene una entidad propia que no desmerece para nada su agradable visionado.
Dramas históricos aparte, es importante destacar a esta clase de personas que nunca saldrán en los medios de comunicación, y que tanto contribuyen al desarrollo científico de la humanidad. Al cine siempre le ha gustado descubrir a estos anónimos, y más al norteamericano, capaz de ensalzar las virtudes de sus habitantes con el fin de volver a rescatar ese american dream que, con el paso de tiempo, parece estar devaluado. Aún así me da la sensación de que estamos ante una película a contracorriente, a juzgar por la sociedad tan cínica en la que nos encontramos. Cine de otro tiempo.
Francisco Javier Millan
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7
26 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crear el más difícil todavía en el género de suspense puede resultar tan gratificante como decepcionante al mismo tiempo. El realizador Oriol Paulo, que ya nos trajo un juego semejante con la interesante “El cuerpo”, redunda en los límites del crimen perfecto, llevándonos a un viaje repleto de sorpresas, metidas a su vez dentro de otras sorpresas. Un entramado, endiabladamente entretenido, al que algunos espectadores le exigirán un cierto grado de verosimilitud en su tramo final, probablemente lo más criticable de su conjunto.
Varios son los puntos fuertes de esta obra de suspense digna de los mejores relatos detectivescos, pero, sobre todo, nos lleva a su propio terreno gracias a la creación de una atmosfera muy especial, enmarcada en una serie de espacios naturales y urbanos manejados como un personaje más. No en vano la cinta arranca con unos fabulosos planos aéreos de Barcelona, a modo de laberinto, para luego trasladarnos a las altas cumbres y los bosques más profundos de los Pirineos. Imágenes y situaciones impecablemente descritas por una insana y absorbente banda sonora de Fernando Velázquez.
Lo que a priori puede parecer una cosa, irá desviándose por otros derroteros, reconociendo en su guion una habilidad innata por atrapar al público con sus trampas y vericuetos. Aquí quizás radica su principal escoyo, y es que, aquellos que se dejen engañar disfrutaran como nunca, pero, al contrario, otros sentirán una sensación de timo casi constante, corroborado en su clímax final. Creo sinceramente, que la mejor manera de enfrentarse a este especie de circo de tres pistas, es dejándose llevar ya que, en el número siguiente, se puede desmontar todo lo previamente establecido. El guion quiere tomar la delantera del público una y otra vez, con el fin de ganar la partida a nuestras prácticas deductivas.
Curiosamente es la primera vez que observo a un Mario Casas con ganas de esforzarse, de ponerse a la altura de las magníficas interpretaciones de José Coronado y Bárbara Lennie, esta última, capaz de demostrar a lo largo del metraje un sinfín de registros, siendo el de femme fatale el más sorprendente. Por su parte la gran sorpresa “literalmente” es la que nos ofrece Ana Wagener, en un papel difícil de explicar en estas líneas.
En definitiva, un disfrute para todos los amantes de los crímenes, la novela negra, y la búsqueda de indicios que, por pequeños que sean, se convierten en fundamentales en este enmarañado y entretenido puzle. Eso sí, al film le hubiera venido mejor echar el freno, cuando a sus creadores parece que se les gira la cabeza, y no solo una vez, sino varias.
Francisco Javier Millan
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8
16 de enero de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el comienzo, con ese flamante logotipo del cinemascope, sabemos que, lo que va a venir a continuación, va a ser algo muy especial. Con un estupendo arranque, que bien puede recordar a musicales contemporáneos como “Rent”, el resto del film se debate por ser un gran homenaje a este género, un tanto denostado en los últimos tiempos, y que tuvo grandes glorias en décadas pasadas del siglo XX.

La sombra de gente como Gene Kelly, Debbie Reynolds, Fred Astaire y de compositores como George Gershwin, planea en más de una escena. Damien Chazelle, su director, no solo destila ilusión por todo este tipo de cine, sino que también lo actualiza debidamente para su consumo por parte de las nuevas generaciones. El film tiene todos los elementos para convertirse en una relectura de lo clásico, colocando un nuevo punto de referencia que ya tardaba en aparecer.

El realizador de la magnífica “Whiplash” vuelve a presentarnos un canto de amor hacía el jazz, ampliando los horizontes a grandes escenas, creadas con el mismo polvo de estrellas que sirvió como ingrediente para títulos tan emblemáticos como “Un americano en París” o “Cantando bajo la lluvia”. Todo rota alrededor de las referencias, incluso aquellos momentos más dramáticos, también tienen su raíz en sus propios modelos, véase por ejemplo “Rebelde sin causa” o “Casablanca”.

Hay una sensación nostálgica hacía una manera de hacer y entender el cine que se ha perdido. Chazelle encuentra ese punto, devolviendo a la gran pantalla actual su grandeza y dignidad, algo que se venía pidiendo a gritos desde hacía muchos años. Escenas como la del planetario, el mirador de Los Ángeles junto a la farola y, sobre todo, ese París de ensueño en su tramo final, harán saltar las lágrimas a cualquiera que tenga un poco de sensibilidad hacía el cine y todo lo que representa.

Curiosamente bien avanzado el film parece que se olvidan de que están en un musical. El nivel dramático de esta historia de amor saca pecho en la parte intermedia, aparcando durante no menos pocos minutos la soberbia partitura de Justin Hurwitz. Este giro puede llamar la atención a más de uno, pero se soporta con gran interés, gracias a esa pareja tan magnética creada por dos actores en estado de gracia casi permanente. Ryan Gosling y Emma Stone, sin empatizar al cien por cien con el espectador, consiguen traspasar con su magia la pantalla en más de una ocasión.

El desarrollo de los acontecimientos nos lleva a un clímax propio de los grandes, con una lectura de una acción dentro de otra, con una realidad paralela que no es precisamente el camino tomado. Una escena que, aisladamente, es una auténtica obra maestra, transitando por delante de nuestros ojos una serie de imágenes de una belleza incontestable. Todo a través de unos decorados imaginativos y con una conexión absoluta con la magia, la música y el cine.

A Damien Chazelle no le ha salido una película memorable, como quizás cabría esperar, pero sí logra un ejercicio cinematográfico que nos hace levitar y directamente tocar el cielo.
Francisco Javier Millan
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