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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 864
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
25 de mayo de 2024
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Quizás la cosa más importante que le haya pasado al cine andaluz sea el periplo que el almeriense Manuel Martín Cuenca está rodando por Andalucía. Tras hacerse previamente al mismo con un nombre propio indiscutible con grandes cintas como “Malas temporadas” o “La flaqueza del bolchevique”, Martín Cuenca se retó a sí mismo a la hora de crear y rodar una historia por cada una de las provincias de este país llamado Andalucía, sabiendo captar en todas ellas con una perfección sublime sus características intrínsecas. Y nos llegó desde Almería la agreste y ventosa “La mitad de Óscar”; desde la gélida Granada “Caníbal”; desde las entrañas de la apariencia sevillana “El autor”; desde la inquietante Cazorla jiennense “La hija”; y desde la tierna y luminosa Cádiz esta maravilla titulada “El amor de Andrea”.

Martín Cuenca abandona la oscuridad misántropa que tuerce a thriller tan característica de su obra previa para convertirla en pura e inolvidable dulzura sentimental y crear la gran heroína adolescente de este siglo, Andrea. Es imposible no empatizar con su causa porque Andrea es una chica de 15 años que está dispuesta a utilizar todos los caminos posibles o imposibles para recuperar el amor de su padre, del que nada sabe desde que se produjo el divorcio y ella vive con su madre y sus dos hermanos pequeños en absoluta soledad.

Una soledad que además le está obligando a comportarse con la madurez impropia de una joven de Primero de Bachillerato, pero es que, ante la inexistencia de padre y con una madre ausente por razones laborales, Andrea es la cuidadora de sus hermanos pequeños día y noche, demasiado peso para sus espaldas, a pesar de la irrenunciable entrega en la que se encuentra.

Precisamente comienza esta inolvidable historia en una noche de Semana Santa gaditana, bajo el paso del Nazareno, donde Andrea busca la figura paterna entre uno de sus costaleros (conocidos como cargadores en Cádiz) porque sabe que bajo la parihuela va su padre. Y lo busca en los astilleros de Navantia, donde también le consta que trabaja. Y lo busca en su nueva casa con quien ha fraguado una nueva familia ignorándolos a ellos, su familia primigenia. Pero, lejos de venirse abajo, la valentía de Andrea supera la de cien espartanos y va a luchar por recuperar a su padre como sea y donde sea con una férrea determinación.

El film completo se sostiene en la inconmensurable interpretación de la joven Lupe Mateo Barredo, que acapara con una maestría insuperable todas las escenas del film. Martín Cuenca se lo entrega con generosidad y ella sabe sostener el reto con una soltura encomiable. Una historia que se sostiene sólidamente en un prodigioso guión firmado por el propio Martín Cuenca junto con Lola Mayo que jamás cae en la sensiblería y al que no le falta un solo detalle a la hora de perfilar una dura realidad familiar contemporánea, los hijos como restos del naufragio tras un divorcio.

La fotografía de Eva Díaz es tan sabia como el resto de elementos que componen este maravilloso y reconfortante film, así como sorprendentemente adecuada la música compuesta para la ocasión por Vetusta Morla.
Sergio Berbel
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4
24 de mayo de 2024
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Juan Miguel del Castillo a la dirección y Natalia de Molina a la interpretación dejaron nuestro cine consternado y entregado con esa magistral cinta, referencia ineludible del cine social, titulada “Techo y comida”. El nivel de calidad alcanzado por este tándem hacía presagiar lo mejor en la segunda ocasión en la que volvían a coincidir. Nada más lejos de la realidad. “La maniobra de la tortuga” es el enésimo thriller (el género nos sale ya por las narices y no soporto ni uno más) con los mismos cánones trillados, el mismo guión de siempre, similares personajes de cartón piedra, idénticos giros y los mismos bostezos (acompañados de alguna cabezada en esta ocasión). Es infame de por sí, con mucho menos compromiso social del que aparenta a simple vista y, cuando tuerce a convertir a su protagonista masculino en superhéroe de cómic a base de reparto de puñetazos, se convierte en ridículo y de vergüenza ajena.

Todo procede de un despropósito de guión del propio Juan Miguel del Castillo y José Rodríguez, adaptando la novela homónima de Benito Olmo que obviamente no estoy interesado en leer. Es cierto que hay una parte del film salvable, la que tiene que ver con la descripción del miedo atroz que sufre el personaje de Natalia de Molina (ella siempre es diosa incluso cuando todo lo que la rodea no acompaña, como en este caso) y cómo esa causa del miedo va evolucionando a lo largo del metraje de este film. Es esa tesitura la que lo sostiene mínimamente y la que me despierta de una siesta continua motivada por un sopor inabarcable que me produce otro thriller más, otro idéntico entre dos millones con los que se nos castiga por tierra, mar y aire, sea en literatura, en cine o en series. Todo es thriller policiaco a nuestro alrededor en los últimos años y algunos ya nos rendimos y gritamos “¡Basta!”.

El policía alcoholizado y conflictivo que arrastra una tragedia personal que trata de curar metiendo las narices en una investigación que no le corresponde nos reaparece una vez más. ¿En serio? Sí, otra vez. Es por eso por lo que calificaría la cinta con un cero absoluto, pero… es ese personaje y es Natalia de Molina la única forma de rescatar el film del basurero donde debería estar por derecho propio.

Sus 99 minutos se hacen largos, larguísimos, eternos. Y la dirección de Juan Miguel del Castillo resulta rutinaria y lánguida, plagada de lugares comunes y aburrida, como todo en esta cinta, salvo Natalia de Molina. Tampoco me transmite nada la demasiado discreta música de Xavier Font ni me gusta la fotografía feista-naturalista de Gina Ferrer.
Sergio Berbel
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6
23 de mayo de 2024
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me deja una sensación de sobrevaloración generalizada esta gamberrada de Caye Casas que mezcla de forma impune comedia castiza y terror sin llegar a brillar en ninguno de los dos géneros. Ya se conoce que estábamos ante una infinitesimal propuesta que ha trascendido todos los límites imaginables a partir de un tuit del todopoderoso Stephen King alabándola. A partir de ahí, el fenómeno sociológico se ha desatado y, sinceramente, no me resulta para tanto.

Lo realmente notable es el inesperado giro de la comedia costumbrista al género de terror. En eso resulta muy llamativo su desparpajo. Pero poco más. Personajes trazados con brocha gorda, diálogos difícilmente creíbles, situaciones imposibles que con calzador pretenden hacernos reír… Su interesante final no la redime de esa navegación demasiado plácida durante buena parte de su metraje por los lugares comunes de la comedia televisiva, porque no deja de parecerme en todo momento una “sitcom” venida a más.

Debo reconocer que la dirección de Caye Casas es meritoria, sabiendo sacar partido a los escasos medios presupuestarios con los que cuenta. En ello, la labor de dirección es encomiable. Pero, para mí, adolece de dos fallos imperdonables: el errático guión del propio Caye Casas y Cristina Borobia por un lado; y el terrible error de casting de su pareja protagonista, los cuales realizan una buena labor interpretativa, pero no encajan con sus personajes. Ni David Pareja puede encarnar a ese guapo irresistible que perfila el guión, ni mucho menos Estefanía de los Santos puede representar a una madre primeriza. A partir de ahí, me cuesta creerme todo lo demás, salvo el papel de jovencita vegana de Claudia Riera, que sí que está a la altura de las circunstancias.

Sobre la historia que cuenta, cuanto menos se sepa antes de su visionado, tanto mejor, porque es en la sorpresa y en los giros de guión donde se crece una cinta que gira alrededor de una maldición que gravita en torno a la adquisición de una espantosa mesita para el comedor por capricho del nuevo padre en contra de la opinión de la madre primeriza. Todo puede complicarse mucho en la vida, todo, especialmente en este film de 88 minutos, que quizás podría haber tenido algunos menos en su montaje final.

Ni la música de Esther Méndez ni la dirección de fotografía de Alberto Morago, a pesar de ser interesantes en su precariedad y limitaciones presupuestarias, van a pasar a la historia del cine. En general, presenta cierto aire a Álex de la Iglesia que no va conmigo.
Sergio Berbel
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10
22 de mayo de 2024
3 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cineasta lituana Marija Kavtaradze me subyuga con su valiente, iconoclasta y provocadora película “Slow”, un film magnífico en su planteamiento y resolución y que logra hacerme levitar en algunos momentos del mismo. En los tiempos del sexo en Tinder convertido también en pulsión consumista, la cinta nos habla de una relación asexual; en los tiempos de las relaciones normativas y el neoconservadurismo en las costumbres que vivimos, nos plantea que existen tantos tipos de relaciones como seres humanos. Sí, “Slow” me parece una maravilla y un enorme descubrimiento. Un film de apariencia sencilla para relatar una historia profundamente compleja.

Llevo mucho tiempo afirmando allá por donde quieren escucharme que el sexo está sobrevalorado y que me parece enfermiza esta necesidad de “consumo sexual” que existe en la sociedad actual, más tendente al usar y tirar que a fomentar relaciones sentimentales serias y sólidamente construidas. El personal anda por ahí con necesidad de sumar muescas en su cuenta sexual. El protagonista de este portentoso film, Dovydas, es traductor de lenguaje de signos y asexual; un día conoce a una bailarina de danza contemporánea, Elena, que se enamora perdidamente de él y que tendrá que hacerse a la idea de que a su novio no le interesa el sexo. Ante esta tesitura, pronto son conscientes de que los cánones ortodoxos de relación no sirven para su situación de pareja y tendrán que pactar una normativa propia.

La majestuosidad de la cinta se sostiene en dos elementos fundamentales: el extraordinario y profundísimo guión de la propia directora lituana y la interpretación inconmensurable de su pareja protagonista: si lo de Kestutis Cicenas es fantástico, la forma en la que la maravillosa actriz Greta Grineviciute encarna a Elena es de esas que dejan poso y una huella indeleble en el corazón del espectador, que no puede dejar de prendarse de una chica que ha logrado ser bailarina profesional sin tener el cuerpo adecuado para ello y un novio sin que éste responda a los cánones establecidos para una “pareja normal” aceptada por la sociedad.

Sus 104 minutos de metraje vuelan sin que te des cuenta y te dejan con ganas de muchísimo más. Cuando termina y dejas pasar el rato, vas comprendiendo la profundidad de la propuesta, portentosa propuesta, que se alzó con el galardón a la Mejor Dirección en la edición de 2023 del mítico Festival de Sundance.
Sergio Berbel
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4
21 de mayo de 2024
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Hay determinados elementos que hacen que el cine de Carla Simón y yo no conectemos de ninguna manera. Lo cual no quiere decir que no sea una buena cineasta, sino que sus propuestas las percibo mucho más dentro del género documental que del cine de ficción. Como testimonio real de una forma de vida rural que el capitalismo está asesinando impunemente, “Alcarràs” no tiene precio; como film de ficción, me resulta anodino, simple y pesado por no contener emoción alguna.

En una cinta de vocación coral, no me acaba interesando el arco argumental de ninguno de sus personajes. Todos me terminan resultando indiferentes, ninguno me cala ni me toca la fibra sensible. Para mí, el guión, de la propia cineasta catalana y Arnau Vilaró, es terriblemente plano, no formula ninguna encrucijada que me conmocione y me aburre a través de situaciones repetidas una y otra vez en sus insufribles 120 minutos de metraje, que bien se hubieran podido quedar en la mitad fácilmente.

Estéticamente, Carla Simón nunca me aporta nada con su caligrafía visual, ni me gusta la fotografía de Daniela Cajías. Profundamente deudora del cine documental, sus planos fijos y sus rutinarios movimientos de cámara me dejan indiferente. Recogen el testimonio de unos agricultores que quieren seguir siéndolo por más que la especulación urbanística, la llegada al pueblo de una empresa de placas solares y la extorsión a la que son sometidos por las cadenas de distribución de las grandes superficies lo conviertan en imposible. Esta diatriba ya la contó un dios llamado Rodrigo Sorogoyen en una obra maestra de la dimensión histórica de “As Bestas”.

Carla Simón nos muestra la dignidad de un proletariado luchando en guerra desigual contra el todopoderoso capitalismo. Pero eso ocupa un bajo porcentaje de la cinta; el resto, se centra en la vida de una familia anodina en torno a la que poco o nada pasa y cuyos personajes me terminan resultando bastante desdibujados. Simón consigue que “Alcarràs” me importe aún menos que “Verano 1993”. Tiene mérito.

En cuanto a su elenco actoral, tan absolutamente naturalista y no profesional, sin duda hubieran podido ser magníficos protagonistas de un documental, pero no de esta cinta de ficción, aunque sí destaco las aportaciones de la joven Xènia Roset y de la niña Ainet Jounou, que me despiertan del sopor generalizado en el que me embarca el film de principio a final.

Me resulta seriamente inexplicable el Oso de Oro conseguido en el Festival de Berlín en 2022 y sus 11 nominaciones a los Premios Goya de la misma edición. Este cine no es mi cine.
Sergio Berbel
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