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Críticas de Vivoleyendo
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Críticas 1.745
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
10 de julio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los humanos somos una pura contradicción andante por naturaleza, y ese hecho se confirma porque esa misma contradicción es probablemente una de nuestras mayores virtudes y uno de nuestros mayores defectos. Somos los seres más inteligentes y los más tontos del planeta. Ambos rasgos conviven en nuestra especie, y eso es lo que seguramente nos diferencie principalmente de la inteligencia artificial. No me imagino a un robot, androide o prototipo humanoide (lo que sean capaces de crear que emule con mayor convicción nuestra condición) que sea tonto. Habrá otros rasgos humanos de los que también carecerá (según plantea brillantemente esta película), pero lo fundamental sería que las máquinas no son tontas.

Quizás forme parte de nuestra tontería (o de lo que quienes preferimos ser tontos sentimentales definiríamos como uno de nuestros encantos) lo de que nos gusta dejarnos engañar. Necesitamos dejarnos engañar. Vivir una ilusión para darle un sentido a la vida y hacerla soportable. Como cuando profesamos cualquier tipo de creencia espiritual/religiosa, vemos cine, televisión, teatro y espectáculos variados, leemos... Nos enamoramos (es duro admitir que el amor es un truco de la biología). Necesitamos evadirnos en la mentira, porque somos seres emocionales que se crean unas expectativas y la realidad rara vez se corresponde con esas expectativas. Puede que esas mismas emociones que nos definen sean otro truco de la naturaleza para contrarrestar los peligros de la fría inteligencia, que sin freno puede llegar a ser totalmente destructiva, y la naturaleza vela por el equilibrio global. Aunque otros opinarían lo contrario. Que lo destructivo es que las emociones nublen la inteligencia, y que es nuestra tontería la que nos destruirá.

Un dilema muy humano que seguro que una inteligencia artificial prácticamente perfecta no se plantearía, según otra de las inquietantes propuestas de la película. A esta entidad no le serviría para nada la ayudante del mago. No es una entidad humana, por lo tanto no está a nuestro nivel. Los trucos y engaños no funcionan con ella. No es un ser producto de la naturaleza, y en consecuencia se rige por otros patrones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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10
30 de junio de 2020
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, yo también soy cuarentona. Yo también fui a la EGB. Yo también fui niña en los ochenta. Sí, ya sé que para los que no lo han sido, es una cantinela cansina. Pero en mi disculpa, y para que conste, admito que esta serie no la he descubierto yo, ni me la ha descubierto nadie de mi edad, ni siquiera de una edad próxima a la mía.

La persona que me la ha metido por los ojos y el corazón tiene bastantes años menos que yo, pero, para bien o para mal, ha crecido oyendo hablar de aquella década que no vivió, ha visto unas cuantas de las pelis de aventuras que yo vi. No le quedaba otra; sus padres y buena parte de sus tíos/as pasamos nuestra infancia en aquella época, con lo cual, pese a que ella pertenece plenamente a esta nueva generación digital de smartphones, tablets, consolas de última generación, teles inteligentes y Netflix, se ha criado con los pesados de sus mayores que la han aporreado con los ecos de aquella década. Que no es mejor ni peor que la que le ha tocado a ella. Simplemente, con sus rasgos únicos por los que todos los nostálgicos la recordamos, como cualquiera recuerda su propia niñez. Pero, inevitablemente, los nacidos de padres que a su vez nacieron en los setenta han heredado también esa nostalgia antes de saber siquiera lo que significa esa palabra. Tal vez una nostalgia de prestado, algo diluida, pero todavía auténtica. Porque aunque ya no puedan jugar con consolas Atari o difícilmente puedan ver películas caseras en Súper 8, las máquinas recreativas ya no sean del Jurásico y los walkie-talkies se hayan reducido a meros juguetitos curiosos para niños pequeños, nos quedan, entre otras cosas, el cine y la televisión que se hacían entonces, que permanecen ahí con su esencia inalterada, sin importar el formato en el que se vean actualmente. El contenido está ahí como testimonio.

Así que la persona que me introdujo a “Stranger Things” es hija de niños de los ochenta, lo que la convierte a su vez en heredera y perpetuadora de ese legado.

Esta serie también es heredera y perpetuadora. Se ha creado en pleno siglo veintiuno. Todos los actores jóvenes que salen nacieron en este siglo. Son los que interpretan a sus padres los que realmente fueron niños de los ochenta.

Pero da igual. Porque esta maravillosa serie se siente como mucho más que una máquina del tiempo. Mucho más que un tributo a los actuales cuarentones. Es a la vez muy concreta en la cronología, y atemporal. Es una historia dirigida a jóvenes de cualquier edad, que desborda de aventuras, acción, amistad, romance, tensión, terror asquerosete tipo “Alien”, conspiraciones gubernamentales (el laboratorio de Hawkins) e internacionales (la Guerra Fría) aportando no pocas dosis de crítica muy irónica (a menudo de labios de niños sabelotodos) a la situación política del momento, y muchísimas risas, sobre todo risas con ese gran sentido del humor que transpira, ese humor de pandillas adolescentes y adultos pasados de tuerca, que en todo momento, incluso en los peores, encuentran motivos para reír y hacernos reír a carcajadas, sin importar que el monstruo de turno esté planeando incluirlos en su menú del día.

Creo que es la serie perfecta para los plastas de los ochenta porque es un compendio increíble de mucho de lo que vivimos. Y también es la serie perfecta para quienes simplemente quieren pasárselo endiabladamente bien y no les molesta la fantasía y ciencia-ficción freak. No se trata de material muy original, es cierto; las referencias a múltiples clásicos no son sutiles, ni pretenden serlo, porque homenajean sin tapujos y con gran orgullo y respeto a los originales. Lo mejor de “Stranger Things” no es su originalidad, sino su capacidad para alimentarse de los elementos originales para crear una historia que lo mismo nos deleita con sus déjà vu y sus referencias que con esos rasgos que hacen única a toda historia, por mucho que haya bebido de otras fuentes. Porque tampoco exageremos, puede que “Stranger Things” no sea la serie más original del siglo, pero no hay ninguna ley escrita o no escrita que imponga que eso tenga que ser una condición para que sea aburrida. ¿Aburrida? Lo que es yo, he disfrutado como una descosida. En todo el sentido amplio de la palabra “disfrutar”, si eso incluye también sufrir como una condenada y, en algunos momentos, llorar a moco tendido. Y por encima de todo, risas y más risas.

Los Duffer Brothers conocen sin duda la fórmula secreta.

Mi yo de trece años se apunta a esta pandilla. Quiero ser amiga de Once, de Mike, de Dustin, de Will, de Lucas, de Max, de Nancy, de Jonathan, de Steve y de Robin. Hasta de Erica, la pequeña petarda pedante. Y de los mayores Joyce y Hopper. Winona y Harbour, soberbios.

Tampoco yo soy original al reconocer que mi personaje favorito es Once. He llegado a querer a todos, pero Once es de esos personajes que te despiertan una ternura especial.

Tal vez porque todos en algún momento nos hemos sentido como bichos raros en un mundo cruel e incomprensible.

Porque todos alguna vez hemos soñado con ser héroes como ella.
Vivoleyendo
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10
26 de enero de 2020
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy fan de los cómics de superhéroes. Yo siempre he sido mucho más de los dos descacharrantes agentes de la T.I.A., los antihéroes Mortadelo y Filemón, pero también a menudo de los divertidos vecinos del edificio de 13 Rue del Percebe, y de lejos les siguen otros títulos. En general, he seguido mucho ese tipo de cómics que reflejan las miserias de la vida con grandes dosis de humor e ironía. Por eso yo nunca estuve muy familiarizada con la historia de Batman, ni me llamó nunca la atención. Hasta que surgió la saga de Christopher Nolan, que consiguió humanizar al personaje hasta un punto en que se me hizo interesante.

Será que yo, que nunca me he sentido especialmente atraída hacia los superhéroes, no busco un enfoque clásico y maniqueísta del justiciero con superpoderes o habilidades especiales, al menos no a estas alturas de mi vida. No me interesa demasiado ver a un tipo cachas disfrazado haciendo por ahí el saltimbanqui y salvando el mundo. Me gusta más que me muestren lo que hay detrás del disfraz.

Por suerte, estamos en una época en la que ya todo el universo de los superhéroes está tan trillado que están explorando nuevos enfoques. Dándoles la vuelta para adentrarse en por qué y cómo se convirtieron en lo que llegaron a ser.

Y aquí hay otra vuelta de tuerca más. Batman ni siquiera es el protagonista, después de haber chupado cámara durante décadas. De hecho no existe aún. Le iba tocando el turno a su futura némesis, uno de esos grandes incomprendidos. Hasta ahora era lo más normal asociar el Joker al hombre murciélago como supervillano versus superhéroe, pues todos los “buenos” deben tener su antítesis en los “malos” en las historias convencionales. Pero como yo ya no creo en los extremos ni me trago que los buenos sean tan rematadamente buenos ni los malos tan rematadamente malos, salvo en muy contados y dudosos casos, me apetece ver los matices que hay en medio. ¿Cómo surgió el archienemigo? ¿Es que al hombre payaso se le rompió una tripa y por eso se volvió tan avinagrado? ¿Es que ya sorbió la maldad con la leche materna? ¿Es que Batman es buenísimo y perfecto y Joker lo que tiene es envidia cochina del ricachón? No cuela.

Tan sólo Nolan me invitó a preguntarme alguna vez por qué el Joker es como es. Consiguió humanizarlo, no limitarse a presentarlo como una caricatura. Heath Ledger, espléndido, abrió el camino al extraordinario papel que ahora Joaquin Phoenix ha bordado bajo la angustiosa batuta de Todd Phillips. De tal manera que yo ya no veo la caricatura. Ni siquiera veo un solo rastro del universo Batman de las películas anteriores a Nolan. Y muy poco, poquísimo, de las de éste. Y no veo al villano, no en el sentido que se le suele atribuir a esa palabra.

Yo creo que Joker fue una mera excusa del director para representar un alma torturada y vapuleada hasta la locura. Y Gotham, un mero escenario que podría haber sido perfectamente cualquier gran ciudad corrupta hasta los huesos. Ese Gotham hipnótico con vistas nocturnas apabullantes de otras producciones, aquí es poco más que un estercolero gris y húmedo con toneladas de basura amontonándose en calles cochambrosas, el metro amenazante cubierto de graffitis y pintadas, y deprimentes bloques de apartamentos que hace mucho que no han visto una buena mano de pintura ni una reforma.

Ahí se desenvuelve Arthur Fleck como un fantasma patético, tan patético que creo que pocas veces he visto una sonrisa tan dolorosa como la suya, ni he oído una risa con menos humor.

Porque, pese a que él quiere hacer reír a la gente, no hay un solo momento cómico. Ni uno solo.
¿Cómo puede hacer reír alguien que no ha sido feliz ni un solo minuto de su puta vida, citando sus propias palabras?

Esto es un espectáculo de puro dolor. De pura miseria. De pura locura. La inútil y estéril lucha de un hombre pisoteado una y otra vez, ninguneado, aplastado por un mundo demasiado cruel.

Gotham es un nido de corrupción, se gesta el odio de la mayoría desfavorecida hacia la minoría acomodada, elevada en su pedestal, representada por un altivo Thomas Wayne (padre de Bruce Wayne, un crío de ocho años) con un palo en el culo que se gana a pulso el desprecio de las masas con comentarios esnobs y desafortunados.

Olvidaos los que pretendéis ver a un villano a la antigua usanza. No lo hay por ningún sitio. Lo que sale aquí es un tipo muy, muy triste, tan triste que su risa nerviosa, producto de su enfermedad mental, es como un llanto grotesco. Un tipo contra el que se conjura la peor mala suerte, y al que se le van hinchando las pelotas de que haya tanta falta de humanidad a su alrededor.
Un nacido don nadie al que la sociedad trata peor que a la basura de las calles, a pesar de que él, hasta el momento en que ya no puede más, siempre ha sido una buena persona. Objeto de burlas, palizas y humillaciones por ser peculiar, por su risa extraña, por gustarle vestirse de payaso y hacer el tonto para que la gente se ría.

Quiere que la gente sea feliz aunque él no lo sea.

Pero le van a ir robando hasta esa pizca de ilusión.

Yo también acabaría hasta los huevos.

Yo también querría ver arder más de media ciudad.
Vivoleyendo
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8
1 de octubre de 2019
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya, no puedo creer que hayan pasado doce años y medio desde que voté esta película. El tiempo se ha ido en un suspiro y la pobre se quedó ahí en mi limbo de las películas que he votado sin añadirles una crítica, simplemente porque se me pasó hacerlo. Y no porque pensara que “Un horizonte muy lejano” no merecía un poco más de mi tiempo, qué va. De hecho, me gusta mucho. Y hace pocos días, al volver a verla, recordé por qué me gusta. Es divertida, es irónica, Joseph es un patoso redomado pero encantador y Shannon es una niña rica y soñadora con alma de pionera ingenua y con ese endiablado mal genio irlandés que tanto se suele pregonar pero que seguro que se exagera mucho y no es más que otro estereotipo cultural, como el que pone a todos los españoles vestidos de flamenco, bailando sevillanas y yendo a los toros. Estereotipos de los que ninguna cultura se libra, pero el sentido del humor y el desenfado que derrocha esta película hacen que el prejuicio resulte simpático en lugar de chocante. Un ejemplo claro de cómo lograr lo totalmente opuesto lo sufrí en "El hombre tranquilo”. Si me guiase por ese clásico del cine, Irlanda me habría parecido detestable, pero por suerte no tengo la mollera tan cerrada como para juzgar una cultura a través de una película que no le hace justicia en absoluto.
“Un horizonte muy lejano” carece de pretensiones de grandeza, y a mi parecer sólo busca suscitar la sonrisa y apaciguar esa culpable sed de accidentada aventura épica y romántica. No desluce para nada el resultado el lucimiento de los archiconocidos protagonistas que formaron una de las parejas más explotadas por la prensa rosa, ni la previsible atracción entre la chica rica y el chico pobre que lo único que tienen en común es la cabezonería, el imán para atraer la mala suerte y su sueño de empezar de nuevo en una tierra donde no haya terratenientes abusivos ni encorsetadas costumbres sociales.
No es un peliculón, ni por asomo. Pero cómo lo disfruto.
Me habría dado igual que nominaran a los Razzie a Kidman, a Cruise o a quien les hubiera dado la gana. Pero, ¿que nominaran “Book of Days” a peor canción? Es como si hubieran nominado la música de John Williams a peor banda sonora. Yo creía que ni siquiera los de los Razzies se atreverían a pegar semejante patinazo. Que es ENYA, señorías. Si consideráis que su música es mala, os invito a que la comparéis con lo que nos aporrea en la radio.
Imagino que querían castigarla por rebajarse a ceder una canción suya para un bodrio hollywoodiense sobre irlandeses pioneros. Eso le pasa por ser irlandesa.
Vivoleyendo
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10
24 de agosto de 2019
30 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
No le pongo un 10 a “Outlander” porque sea perfecta. No lo es. A medida que la ves, te das cuenta de que tiene sus fallos, como los tiene “Juego de tronos” por poner otro ejemplo de serie que tengo puntuada con un diez. Me doy cuenta de que yo no busco la perfección, tal como entendemos ese concepto (que si nos ponemos estrictos, entonces nada en este mundo es perfecto, tan sólo lo que conjuramos en nuestra imaginación), y además, hasta el modo de percibir la perfección es subjetivo. Así que no, no le doy la máxima nota a “Outlander” porque considere que es perfecta. Se lo doy porque en mi ránking emocional, es la serie que más lejos ha llegado hasta ahora. Yo creía que era muy difícil, por no decir prácticamente imposible, superar a “Juego de tronos”. Vaya si lo era. Incluso con todos sus fallos, la recreación en la pantalla del universo de “Canción de hielo y fuego” me removió las entrañas como ninguna. Hasta que un buen día una amiga me metió “Outlander” por los ojos literalmente y se lo agradeceré toda la vida.
Ante todo, es una gran historia de amor, pero contada como nunca había visto antes. Lo de los viajes en el tiempo a lo “Doctor Who” no choca en absoluto. Es tan sólo un misterioso y algo hipnótico recurso accesorio, como lo era la magia en “Juego de tronos”, pero ni por asomo el punto central ni fuerte de la trama. Porque aquí enseguida te atrapan esas actuaciones descomunales de Caitriona Balfe y Sam Heughan. Y junto con ellos, las de otros protagonistas y secundarios que demostraron unas dotes interpretativas inmensas. Por poner un ejemplo, Tobias Menzies (que pasó sin pena ni gloria por “Juego de tronos”, con un papel que no le hacía justicia para nada), ha contado con un doble rol de hombre corriente/villano que es uno de los más destacables de la serie, alcanzando unos niveles de complejidad psicológica que dan escalofríos. No voy a nombrar al resto del elenco relevante, por falta de espacio en esta simple crítica, y simplemente dejaré que quienes os animéis a ver la serie juzguéis por vosotros mismos la calidad actoral.
Y si la historia de amor principal os atrapa, no digamos ya la ambientación y la banda sonora. Los creadores han cuidado con excepcional esmero tanto el apartado creativo como el técnico. No se pueden encontrar paisajes más espectaculares ni una recreación más minuciosa ni realista de distintos lugares y épocas, logrando que los saltos temporales entre el siglo dieciocho y el veinte y los cambios de localizaciones sean tan naturales como respirar. Te crees perfectamente que estás tanto en un siglo como en otro en cualquier sitio en el que se desarrolle la acción. Te crees esos tartanes y esos kilts casi siempre comidos de mugre o la sofisticada moda francesa de antes de la Revolución junto con otros despliegues de vestuario de época, te crees los modelos de ropa que sacan desde 1945, esos castillos compactos y casas sin electricidad ni agua corriente, los coches que hacían furor a mediados del siglo pasado, ese Inverness encantador que ya recibía los coletazos del turismo, ese Edimburgo de calles húmedas con multitud de faldas y enaguas susurrantes y sombreros tricornios deambulando... Y muchos sitios más, tanto en el pasado como en el presente de la historia de Claire. Todo te transporta sin esfuerzo alguno.
La música es otro apartado que sobresale, adaptándose a todos los climas emocionales, a las distintas culturas y a siglos tan dispares. Gaitas, banjos, tambores, folklore y pop/rock en un diverso desfile de ritmos, melodías y voces que evocan toda clase de sentimientos, desde los más melancólicos hasta los más divertidos, desde los más lúgubres hasta los más felices.
Y es que “Outlander”, si te atrapa, te agarra del corazón y ya no te suelta. Es un viaje emocional desde lo más profundo del horror hasta lo má sublime de la alegría, en esa épica aventura que es el amor entre los dos protagonistas. Un amor que, quedáis avisados, es uno de los más desgarradores que se puedan presenciar, porque hay que ver lo mucho que padece esa pareja en su perseverante y muy accidentado camino hacia una felicidad que, en el mejor de los casos, es bastante esquiva.
Por ahí hay algún dicho cuyas palabras exactas no recuerdo pero que debe de afirmar que las mayores historias de amor son las que se consiguen con mayor esfuerzo.
Y si queréis más que una historia de amor, ahí tenéis todo el minucioso trasfondo social y político, sin los cuales “Outlander” no podría existir, porque son la otra gran baza argumental de la serie. Escocia en torno al levantamiento de 1746 contra Inglaterra, Francia pre-revolucionaria, la América colonial con sus conflictos territoriales, la esclavitud, los rescoldos actuales de los abusos imperialistas, los prejuicios de raza y de sexo... Un viaje vertiginoso e impactante por algunas partes relevantes de la historia de la humanidad más o menos reciente.
Advertidos quedáis de que esta no es una serie blanda para todos los públicos. Hay escenas muy violentas de gran dureza y crudeza (algunas de las que aparecen no tienen nada que envidiar a “Juego de tronos”), hay sexo, hay entramados políticos, hay elaboradas traiciones y retorcidas mentiras... No es para verla en familia si hay niños en casa. Y hay que tener una mente abierta y un estómago a prueba. Si superasteis ver la mencionada “Juego de tronos”, podéis apechugar con “Outlander”. Y hasta puede que os llevéis la sorpresa de vuestras vidas.
Como me ha pasado a mí. Aunque no sea, ni mucho menos, perfecta.
Vivoleyendo
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