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Países Bajos (Holanda) Países Bajos (Holanda) · Ámsterdam
Críticas de loquearde
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Críticas 57
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
17 de noviembre de 2020
66 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
1992 fue el año en el que se fundó la nueva España. O al menos en el que se fundó la idea de una nueva España. En el imaginario colectivo de hasta los que no habían nacido todavía están las imágenes fastuosas de las Olimpiadas de Barcelona y de la Expo de Sevilla. Hasta yo mismo, teniendo cuatro años en aquel momento, recuerdo cuando mis padres volvieron de viaje de Sevilla, cargados de merchandising de Curro. Era un momento de entusiasmo colectivo incomparable, seguramente solo superado por los primeros albores de nuestra joven democracia. Pero y si resultase que se nos olvida algo de aquel año, ¿y si resultase que el tiempo y las ganas de mirar para otra parte han acabado sepultando un acontecimiento importante de 1992? ¿Cuál es el proceso que nos lleva al olvido de algo tan relevante como la quema del Parlamento de la Región de Murcia? Con El año del descubrimiento, Luis López Carrasco se propone hacer un ejercicio de memoria y volver a situar esa imagen y ese momento de la historia de nuestro país en nuestras cabezas. No es solo un ejercicio de memoria, es un monumento documental tanto por su duración (200 minutos) como por su profundidad sobre cómo el proceso de la reconversión industrial de principios de los 90 ha acabado llevándonos hasta el profundo hoyo en que nos encontramos hoy.

En la carrera de Luis López Carrasco, la forma siempre va unida al fondo. En El año del descubrimiento, el director opta por un formato de doble pantalla. A veces dos imágenes a la vez de la misma escena, otra vez escenas que se concatenan, otras veces vídeos del pasado mezclados con el presente. Permitir que las imágenes dialoguen entre sí es uno de los grandes hallazgos del documental. O a veces dejar solo una mitad visible para forzarnos a mirar. Invitar al espectador a decidir a dónde quiere mirar y no muchas veces no poder ver ambas escenas a la vez, convirtiéndolo en una experiencia diferente para cada espectador. No voy a desvelar demasiado, pero creo que es en su tercer acto cuando esa doble pantalla alcanza su mayor potencial y nos pega una bofetada de realidad.

En El año del descubrimiento, López Carrasco utiliza todas las armas de las que dispone como cineasta para presentar un retrato coral sobre aquel evento y sus consecuencias. Comienza enlazando la película con su anterior largometraje (El futuro), grabando a un grupo de jóvenes que hablan mientras que beben en el bar. Al igual que en aquella película, no somos capaces de escuchar las conversaciones enteras y la música, alta y distorsionada, se mezcla con las voces, haciéndolas ininteligibles. La elección de la música no es casual, es música de 1992. Tampoco lo es el formato en que está grabada la película, grabada en vídeo Hi8. Al igual que ocurría en El futuro, el documental nos plantea el desafío de si lo que estamos viendo está ocurriendo en el presente o en el pasado.

La manera en que López Carrasco va tirando del hilo es moviendo el relato a través de las conversaciones con los sujetos (o entre ellos). Algunas de ellas son esclarecedoras, otras de ellas sencillamente conversaciones normales entre gente de clase trabajadora. Unas hablan del pasado y otras del presente. Unas muestran un cierto grado de esperanza y otras expresan con vehemencia la desesperación de un grupo social cada vez más arrinconado por las circunstancias. Y quizá una de las estrategias más inteligentes del documental, esa que hace que nos quedemos pegados durante 200 minutos sin pestañear, sea empezar por las consecuencias de la reconversión industrial para luego llevarnos hacia las causas. Empezar poniendo el foco en las víctimas, la mayoría de ellas inconscientes de cómo hemos llegado hasta aquí, para poco a poco ir acercándonos a las historias de quienes vivieron aquella reconversión industrial de primera mano desde sindicatos y empresas de aquel tiempo. López Carrasco ha mencionado en la masterclass previa al film el impacto que tuvo en El año del descubrimiento las teorías sobre la desactivación del orgullo de clase de la clase trabajadora de Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera. El año del descubrimiento nos obliga a sentarnos con esa clase obrera. Algunos de ellos instruidos y articulados, otros de ellos epidérmicos y temperamentales, todos ellos unidos por un vínculo común que, a su vez, nos une a todos ellos. Si a algo puede contribuir este documental es a que reflexionemos sobre cómo la erosión intencionada de nuestra unión social por los poderes fácticos nos ha llevado a un callejón sin salida.

Es imposible desmenuzar todo lo que ocurre a lo largo de sus más de tres horas de metraje en El año del descubrimiento. Su estructura anima a que fluyan los temas y los tonos sin cesar, a que cada espectador ponga el ojo y la mente en diferentes aspectos. Lo que sí que es posible es hablar de los logros del mejor documental que he visto en años y desde luego el que más me ha hecho hervir la sangre desde Enmienda XIII de Ava DuVernay. Luis López Carrasco erige un monumento comprometido y valiente a la clase obrera, acaso el mejor de lo que va de siglo y que es cine con un pie en el pasado, sí, pero sobre todo con la vista puesta en el futuro. El visionado de El año del descubrimiento debería encender la llama del desencanto útil: cuando no nos queda nada que perder, ¿por qué no luchar?

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loquearde
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8
6 de noviembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece mentira que estemos a punto de dejar 2020, supongo que para todos los que me leéis habrá sido como mínimo uno de los años más raros de vuestras vidas. En lo cinematográfico también ha sido un año irregular, marcado fuertemente por la ausencia de grandes estrenos por parte de las majors o por situaciones dantescas como la que se vivió con el estreno de la nueva Mulan. Pero no todo han sido malas noticias en lo que respecta al cine, este año han brillado con especial fuerza las propuestas del cine de autor mundial y, precisamente esa ausencia de grandes estrenos, ha permitido que vivamos como grandes acontecimientos incluso el estreno en salas de un corto de Almodóvar. Y en una tesitura parecida se ha visto Corpus Christi, una película polaca que probablemente en otra temporada hubiese tenido que vérselas con grandes estrenos pero a la que esta temporada más tranquila le ha permitido brillar y, seguramente, llegar a más espectadores.

Y precisamente que Corpus Christi nos llegue desde un país como Polonia es un dato que influye y mucho en la percepción de la película. Por si no estáis mucho al día con la situación del país, ahora mismo está gobernado por la ultraderecha católica que ha intentado (de momento sin éxito) sacar adelante una de las leyes antiaborto más restrictivas de occidente. La Iglesia manda mucho en el país y eso ha sido así desde hace décadas. Para los que no estéis familiarizados con la trama, Corpus Christi nos cuenta la historia de Daniel, un chaval de 20 años bastante perdido en la vida que vive en un centro de detención de menores en el que experimenta una transformación espiritual. Un día, es enviado a un pueblo cercano a trabajar como carpintero y allí se hace pasar por sacerdote.

Lo que se podría haber quedado como una película paródica y poco más en la línea de, por poner un ejemplo un poco desbocado, Sister Act, aquí adquiere tonos más oscuros cuando la trama de un accidente de coche entre uno de los vecinos adultos del pueblo y seis chavales acabó con la muerte de los siete. Las tres fuerzas motoras del film son la historia de redención (o no) de Daniel, la investigación sobre el accidente y el desarrollo de una creciente tensión sexual entre él y la hija de la asistenta de la parroquia. Cabe destacar que cuesta imaginarse a esta película funcionando del modo que lo hace sin la fascinante interpretación de Bartosz Bielenia que despliega una acertada mezcla de descaro, ternura y nervio para dar vida a un Daniel que no dejamos de creernos ni un solo instante pese a lo estrambótico de su personalidad. Otro de los puntos fuertes de Corpus Christi es su excelente fotografía. Planos inundados de tonalidades azules y brumosas, haciendo que la gran mayoría de los planos de interiores parezcan un sueño.

No deja de ser irónico que la manera en que Corpus Christi mejor desmonta la hipocresía de la religión católica es haciendo que Daniel, a priori un personaje de lo más alejado de una figura religiosa dogmática, encarne con fervor valores a los que el mismísimo Jesús daría su visto bueno. ¿Y quién se queda al otro lado entonces? Una institución que ha sido incapaz de adaptarse a la modernidad y dar un carpetazo a sus instintos más retrógrados e intolerantes. Esa contradicción constante queda expuesta con claridad cristalina a lo largo del metraje. Corpus Christi se erige como una película sorprendente en su desarrollo y que no deja de dar motivos para seguir a Daniel en su particular camino de redención (o no).

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loquearde
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8
6 de noviembre de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No parece casualidad el momento en que Sarah Gavron, que se dio a conocer para el gran público con su anterior trabajo Sufragistas, ha lanzado su último largometraje: Rocks. Y es que si por algo ha estado pasando el Reino Unido en estos últimos cuatro años es por una extraña y autoinfligida crisis de identidad. El país se mueve actualmente entre unos deseos y ambiciones identitarios movidos fundamentalmente por la población blanca (o al menos de una parte de ella) y una realidad muchísimo más compleja a nivel social y cultural. Y es justamente en ese fértil terreno donde la directora pone la mirada: en un Londres en el que jóvenes de todos los orígenes entremezclan sus vidas en centros educativos. Lo hace con un equipo eminentemente femenino tanto frente como detrás de las cámaras.

Rocks pone el objetivo en la vida de una joven y su hermano pequeño, hijos de una emigrante nigeriana y de padre jamaicano que ya falleció años atrás. Esa joven, cuyo apodo es Rocks, es la fuerza motora del film cuando su madre abandona el hogar para no volver y les deja solos con poco menos que dinero para las compras de una semana y nada más. Es en ese momento cuando, empujada por el miedo a que los servicios sociales puedan separarla de su hermano, Rocks comienza una huida hacia delante en que lo intentará todo para evitar ese destino. No estarán solos en esta aventura, ya que el grupo de amigas del colegio de Rocks tendrán tanto de manera individual como colectiva un fuerte peso en el desarrollo de la trama.

Aunque escuchando el argumento pueda parecer que lo que se nos viene por delante es un drama puro y duro, lo cierto es que Rocks brilla precisamente por saber retratar simultáneamente las alegrías y las penas de todas las chicas que rodean a Rocks en este camino. Rivalidades, alianzas, el yo digital, las dudas… todo esto queda retratado por la cámara de Gavron con una fluidez envidiable y que evita el tono tremendista que suele reinar en las películas del gran director de lo social británico: Ken Loach. No quiero entrar en comparaciones, pero cuesta pensar que este director hubiese sido capaz de esta aproximación al universo femenino tan fidedigna. Y es que, si de algo nos estamos dando cuenta en estos últimos años, es que es necesaria una mayor cantidad de mujeres en el mundo audiovisual para poder realizar aproximaciones sinceras al universo femenino.

Un reparto coral estupendo, unas interpretaciones que exudan madurez y vulnerabilidad y un Londres multicultural y alejado de la postal que le gustaría ver a Boris Johnson son las armas que hacen de Rocks una película alejada de tópicos y que la convierten en un viaje duro, sí, pero también disfrutable gracias al ejercicio radical de empatía que nos propone Sarah Gavron.

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8
6 de noviembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi al límite con el nuevo confinamiento (perdón, “encierro inteligente” como lo llaman los holandeses) pudimos asistir a la presentación en Kriterion de La última primavera con la presencia de su directora: Isabel Landuri. Criada en Alemania e hija de padre español y madre holandesa, el bagaje personal de la directora ha permitido un proyecto transnacional como es esta ficción con empaque de documental que es La última primavera: producción holandesa rodada en la Cañada Real de Madrid. Si os digo la verdad, me hice un poco una trampa a mí mismo al no saber que no se trataba de un documental de antemano. Aunque creo que ese desconocimiento jugó en favor de mi opinión sobre la película y pone de manifiesto que la naturalidad con que se suceden las situaciones no tiene mucho que envidiar a un documental.

El juego de representación que propone Isabel Landuri es atractivo. Las personas reales que vivieron esa historia, contándola a través de la ficción e interpretándose a sí mismas. Para los que somos españoles, estamos (o estábamos) acostumbrados a una representación de los medios de la Cañada Real en que solo se resaltaban sus altas tasas de delincuencia y su ambiente marginal. Representación, por cierto, que se extiende al pueblo gitano en general, sin muchos matices. Es ahí precisamente donde resulta tan interesante que una directora extranjera nos ofrezca su visión, más limpia y desprejuiciada, sobre el modo de vida de esta familia.

Gran parte del interés de La última primavera reside precisamente en la simplicidad de su puesta en escena. No debería de ser tan inusual ver a personas de etnia gitana trabajando o formándose para labrarse un futuro y, sin embargo, estas son imágenes de las que se nos priva de manera habitual en los medios de comunicación. También es enriquecedor ver el trabajo que realizan las trabajadoras sociales sobre el terreno y cómo se relacionan con los habitantes del lugar. Isabel Lanburi no “blanquea” la realidad, sino que al menos se esfuerza por mostrarla de la manera más completa posible y sin tendencias amarillistas.

Y si ponemos la lupa aún más cerca y sin centrarnos en los grandes temas del film, donde yo creo que Lanburi realmente triunfa es en esas distancias cortas. Esos planos detalle de la familia, esos momentos de intimidad emocionantes, ese retrato de la pérdida del hogar, esa impotencia ante una burocracia en que las personas importan poco… La última primavera es una película pequeña pero cuyo trabajo de cámara y representación la engrandecen hasta alcanzar un puñado de momentos de gran cine. Y eso, tal y como está el cine este 2020, ya hace que valga la pena ponerse la mascarilla y lanzarse a las salas.

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La época de Harvey Milk
Documental
Estados Unidos1984
7,4
334
Documental
8
29 de octubre de 2020
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The Times Of Harvey Milk comienza con la lectura de una carta por parte del propio Milk en la que, meses antes de su asesinato, anticipaba que éste era una posibilidad. De esta manera tan contundente inicia Epstein la andadura que nos lleva desde la infancia del político americano hasta su asesinato a manos del concejal conservador Dan White. Y de paso, Epstein nos habla del surgimiento del movimiento por los derechos de gays y lesbianas en San Francisco, de cómo tomó forma el barrio de Castro en San Francisco como centro neurálgico de la vida gay en los Estados Unidos y de la unión de todo un colectivo para conquistar derechos básicos que les estaban siendo negados de manera sistemática. El interés de The Times Of Harvey Milk consigue ir más allá de su magnético e histórico protagonista, ya que es un documental que consigue reflejar el cambio social y la conquista de un espacio propio para el colectivo LGTB de San Francisco que, como ya todos sabemos a día de hoy, sería la avanzadilla para leyes que han equiparado a los ciudadanos LGTB con el resto en todo el país.

El arsenal que emplea Epstein es el típico de películas documentales sobre grandes figuras: una mezcla de material de archivo y entrevistas con personas relacionadas con Milk y con el momento histórico. El cine americano siempre ha tenido una querencia especial por las historias de hombres hechos a sí mismos y Harvey Milk fue uno que, además, utilizó su popularidad para luchar por causas justas. Es por ello que este documental documenta en detalle su ascenso de activista local con una tienda de vídeo a uno de los políticos más queridos de la historia estadounidense pese a su trágicamente corta carrera. Uno de los grandes aciertos del documental es alejarse de lo escabroso para centrarse en unas intervenciones públicas brillantes, en una personalidad arrolladora y que todos sus aliados no dudan en mencionar que, pese a su genio, era un tipo carismático y que desbordaba humanidad. Son precisamente esos aliados y personas relacionadas con Milk las que consiguen dar dimensión al relato y enmarcar la historia de Milk en la historia de San Francisco. Duele ver a personas destrozadas por el fatal destino que corrió Milk pero, a la vez, es inevitable no sentir orgullo de esos hombres y mujeres que lucharon por unos derechos que hoy la sociedad entera disfruta.

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