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España España · O Carballiño
Críticas de odaesu
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Críticas 66
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
21 de septiembre de 2014
89 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los cineastas más destroyers del cine de las últimas tres décadas, el canadiense David Cronenberg, se lanza en su última película, Maps to the stars a rodar una enmienda a la totalidad del mundo de las estrellas de Hollywood, con sus relaciones sexuales insanas, sus fiestas desbordadas de drogas y sus contratos multimillonarios. Para ello se sirve de un guion punzante salpicado de dardos envenenados contra gente de la industria del entretenimiento. Precisamente el contraste entre las referencias reales y las secuencias y giros de guion somnolientos, como de mal viaje de LSD, hacen que la película sea ante todo un film de David Cronenberg. Una visión distorsionada y enfermiza de una realidad y una sociedad bastante enfermas de por sí. Por sus excesos tanto visuales como narrativos lo conoceréis. De las carcajadas más sucias que nos regalara el cine de 2014 a los estallidos de violencia más burdos y secos, acompañamos a un grupo de personajes siempre al límite por las calles y las mansiones de un micro-mundo de leyes y moralidad propias.

Lo que ha parido Cronenberg no es una farsa, ni una broma, ni una ridiculización de Hollywood. Es otra cosa. Algo que él domina como pocos. Maps to the stars es una pesadilla. Y como tal, cuando se la cuentas a los demás, en lugar de darles miedo, lo que consigues es que se rían a mandíbula abierta, porque la ensoñación que relatas es demasiado absurda, delirante e imposible. Sin embargo el poso que deja sí que aterroriza, porque eres consciente de que lo que produce tu subconsciente está construido sobre elementos reales. Hollywood no es como el que Maps to the stars pinta con cubos de pintura que se estrellan contra las paredes. Sin embargo, el centro de las acciones hiperbólicas que nos muestra sí que está presente en el mundo de la industria del cine norteamericana. Los padres que convierten a sus hijos en factorías, los actores novatos dispuestos a todo, la endogamia (sexual, laboral) de ese mundo, los actores que se niegan a asumir su edad y esa enfermiza sensación de impunidad, que se resume en “haré algo malo, luego iré a Oprah, y más tarde ganaré aún más dinero”. Vivimos en un mundo edificado sobre la base de que todo crimen recibe su castigo (el actual estado de corrupción no obliga a añadir un “si te pillan”). Sin embargo en L.A. no. Eres detenido, la prensa filtra tu ficha policial, eres condenado a servicios comunitarios, te redimes haciendo una entrevista en profundidad, abrazando la fe o rodando un reality y el mundo sigue girando, el cajero escupiendo dinero, y tú vuelves al punto de partida. Sexo, drogas, impunidad y rock & roll.

Todo lo que nos narra el cineasta canadiense puede provocar que nos indignemos o que nos riamos. Cronenberg pudo haber dirigido un drama muy agrio, sin embargo prefirió rodar una comedia muy negra. El destino final es el mismo: Hollywood es una ciénaga, la nueva Sodoma y Gomorra. Sin embargo el viaje es mucho más divertido viendo a Jualianne Moore interpretar a una especie de Lindsay Lohan de 50 años, de tormentosa relación con su exitosa madre, y que se niega a asumir que ya no puede interpretar personajes en la treintena. Quizás estemos ante la interpretación más valiente de la carrera de Moore. Es un placer verla a caballo entre la locura y el narcisismo destructor, entre la más honda de las banalidades y el más terrible de los miedos. Sin embargo, en lugar de entregarle el protagonismo a los veteranos (Moore, John Cusack, Olivia Williams), la película elige sabiamente fijar el centro del relato en los personajes jóvenes, interpretados por el joven (y perturbador) Evan Bird, y la nueva musa del cine de autor planetario, Mia Wasikowska. Esta decisión tan arriesgada le permite hacer un dibujo preciso del resultado de décadas de degeneración. Al fin y al cabo nos debe interesar más la nueva generación que se está adueñando de Hollywood que la generación de sus padres, que por cuestiones de edad ya se bate (forzosamente) en retirada. Retratando a los vástagos, radiografías a la vez a los progenitores, logrando esbozar el pasado, las tormentas, reflejar el presente, los lodos, y aventurar un futuro aún más corrompido. Siempre decimos aquello de que “la raza mejora”, quizás no, quizás malos padres dan hijos peores, y la espiral de perdición no tiene fin. Esto no lo digo yo, que creo que soy un poco más optimista, lo dice David Cronenberg, uno de los directores más enfermos y cínicos del cine.
odaesu
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5
15 de julio de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este domingo FX estrenó su gran apuesta veraniega, The Strain, el salto a la televisión del cineasta Guillermo del Toro. Un thriller apocalíptico que adapta una trilogía escrita por el propio del Toro y Chuck Hogan, que también está detrás de la serie. El primer capítulo, Night Zero, de 70 minutos de duración está escrito al alimón por ambos y dirigido por el director mexicano. 70 minutos que se devoran como pipas. The Strain no aspira a ser una gran serie que planteé una profunda reflexión sobre nuestra sociedad actual. Su objetivo es ser un entretenimiento de primera división. Un blockbuster veraniego bien hilado para televisión. Si el año pasado nos regaló Pacific Rim, para esta temporada estival, del Toro nos ofrece The Strain. Obviamente aquí no hay grandes efectos especiales ni un empaque visual espectacular, como en la mayoría de sus películas. Pero la historia, y la forma de contarla, huelen a su cine. Y “el monstruo” está muy bien hecho, aunque parezca salido de Mordor.

La serie narra como un médico del CDC (la agencia yankee que controla las enfermedades, y por lo tanto los virus y las epidemias) y su equipo tienen que hacer frente a una plaga que amenaza con destruir el mundo tal que lo conocemos. Vendría a centrarse en lo que, por ejemplo, The Walking Dead o la saga de 28 (ya sean días o semanas después), no nos mostraron, ¿cómo arrancó el Apocalipsis? ¿quién es el responsable? ¿cómo funciona? Lo hace, además, desde un tono opuesto, sí aquellas tienen una fuerte carga dramática, aquí todo es más ligero, que no superficial. Más que hablar de filosofía y sociología en tiempos de crisis, lo que del Toro nos propone es una aventura y un saco de misterios. Por eso el frenesí y la ironía le vienen tan bien a esta serie. También esa estética viscosa marca de la casa, los personajes del submundo (el viejo Setrakian es un tesoro) y los malos de rascacielos enigmáticos. Frente al realismo de las películas de Boyle y Fresnadillo, tenemos la fantasía de del Toro. Hasta en su mirada a la Guerra Civil en El espinazo del diablo y El laberinto del fauno el realismo sucio estaba salpicado por lo fantástico y lo tenebroso. Su mundo es el de las historias y la magia. La explicación al inicio de la pandemia es de corte sobrenatural. El monstruo no es un virus que se escapa de un laboratorio. Su monstruo es un monstruo de verdad. Etéreo y viscoso, a partes iguales. Y justamente esta mitología naciente es lo que logra que el capítulo atrape al espectador y no lo suelte.

Para compensar tantos elogios, voy a decir que el arranque de la serie muestra un problema de personajes, o más que de personajes, de relaciones personales. Tiene un protagonista, Eph Goodweather, interesante interpretado por un actor tan solvente como Corey Stoll (a pesar del ¡pelucón! que le han plantado), sin embargo lo rodean de un conflicto familiar una y mil veces visto. ¿No hemos aprendido con los años que los conflictos familiares para dotar de profundidad a los protagonistas de los blockbusters no funcionan? Al doctor Goodweather lo ha dejado su mujer porque se pasa el día trabajando y ambos se pelean por la custodia de su hijo, aunque aún se aman mutuamente. ¡Por favor! ¿No podían ser más originales? Y lo mismo se puede decir de la relación con sus ayudantes y de cómo están dibujados éstos. The Strain acierta en la mitología, en la estética, en el tono y en la historia de misterio que presenta, incluso nos ofrece un protagonista y un secundario (Setrakian, interpretado por David Bradley) capaces de captar la atención del público y dotados con el suficiente carisma como para que nos importen. Sin embargo, tiene que trabajar las conexiones. Obviamente es un piloto, y aún tiene mucho tiempo por delante para desarrollar este apartado, pero la amenaza de que muchos de los personajes se queden en meros mecanismos de la trama sin alma, está ahí, latente.

En conclusión, el estreno de The Strain es un éxito porque tiene ritmo y personalidad, es jodidamente entretenido y te deja con ganas de más. El cine de Guillermo del Toro podrá gustar más o menos, pero lo cierto es que tiene una visión y un imaginario propios y sus películas, mejores o peores, más o menos ambiciosas, son muy divertidas. Y esta serie sigue la misma senda. Ojalá que a partir de ahora haya aún más estallidos de humor negro, momentos desagradables y el ambiente se vaya enrareciendo cada vez más en torno a los personajes. Me has picado la curiosidad Guillermo… otra vez.
odaesu
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5
11 de julio de 2014
41 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
El año pasado CBS decidió que era hora de que las networks recuperaran los veranos como campo de batalla y estrenó Under the dome, un drama sci-fi que adapta la novela homónima de Stephen King. La serie logró un éxito inesperado y fue renovada para una segunda temporada, si bien es cierto que capítulo se ha ido desinflando en audiencias, y caminado sin mucho rumbo en el terreno narrativo. Satisfechos por ese éxito inicial y a rebufo del pelotazo que fue Gravity, para este verano se guardaron Extant, otra ficción sci-fi, ambientada en una sociedad futurista, creada por el desconocido Mickey Fisher y protagonizada por Halle Berry.

La premisa de Extant es que una astronauta regresa a la tierra tras 1 año viviendo sola en el espacio y descubre que está embarazada, cuando además era infértil antes de ir, lo que había llevado a su marido a diseñar un hijo-robot con sentimientos. Y ambas tramas están unidas por una trama conspirativa de hombres ricos y perversos. Vamos, nada nuevo bajo el sol. Extant no pretende innovar en el terreno de la ciencia ficción o del thriller conspirativo, se limita a coger elementos de aquí y de allá (lo de Artifical Intelligence es clamoroso y más siendo Spielberg productor de la serie), y agitarlos pero no mezclarlos. Así lo que tenemos por ahora son dos series en una. Por un lado, un drama familiar y futurista que reflexiona sobre la humanización de los robots y la posible rebelión de los mismos (de AI a Galactica pasando por toda la literatura de ciencia ficción). Por otro, una historia espacial eclipsada por una trama de conspiración high-concept y fuerzas extraterrestres y hombres poderosos muy turbios. Curiosamente este verano me he propuesto ver The X-Files, y la comparación es odiosa. Mientras que en la serie de Chris Carter las conspiraciones y lo paranormal se hilan con sutileza, con calma, con misterio, aquí van a cañón, mascándoselo todo al espectador, y así llegamos al final del primer capítulo con un “no te fíes de nadie”. Por favor señores, que estamos en 2014, el espectador está preparado para jugar, no para meramente observar el juego.

Esta bifurcación del relato, desemboca en una terrible desconexión y falta de cohesión del conjunto. La nula química entre Berry y su marido interpretado Goran Visnjic no ayuda, y elegir a dos actores tan malos y tan trillados en el papel de tipos oscuros como Michael O’Neill y Hiroyuki Sanada (¡basta ya! Hay miles de millones de asiáticos en el mundo ¡ya es suficiente!) es un error aún mayor. Pero el gran problema del piloto de Extant no es ni su reparto ni su falta de cohesión, el gran problema es que no tiene ningún tipo de personalidad. Puedes hacer un batiburrillo de temas, tramas y estilos y aún así insuflarle una vida propia. Sin embargo esta serie, por ahora, no tiene alma (uno de los mejores momentos del piloto gira sobre este tema). Ni es emocionante, ni intrigante, ni te conmueve. Simplemente se deja ver, es fría como el témpano y no te revuelve el cerebro. Y eso que tiene conflictos filosófico-vitales para hacerlo. Pero no, no lo hace. Maneja temas interesantes sin ningún tipo de interés. El piloto lo dirige Allen Coulter, uno de los grandes directores del cable que, por ejemplo, dirigió el primer capítulo de The Sopranos, ni más ni menos. Lo que aquí hace es algo meramente funcional, ni en los flashbacks espaciales nos ofrece un plano realmente interesante. Y este hecho incide aún más en esa sensación de falta de vida que tiene el conjunto. Vi el capítulo y ni me gustó ni me pareció una basura. Tiene potencial, pero no creo que lo vayan a desarrollar. Como ha pasado con Under the dome, CBS se va a volver a quedar en terreno de nadie, en la superficie de conflictos muy potentes y cada vez más próximos a esta sociedad que avanza tecnológicamente a pasos agigantados.
odaesu
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8
29 de mayo de 2014
45 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este domingo HBO emitió The Normal Heart, tv-movie dirigida por Ryan Murphy (creo que no hace falta presentarlo a estas alturas) y adaptada, a partir de su propia obra, por el dramaturgo Larry Kramer. La película, ambientada entre 1982 y 1983, narra el estallido del SIDA en la comunidad gay de Nueva York a través de activistas e infectados, de hombres luchando (o no tanto) por su supervivencia. El protagonista es Ned Weeks (Mark Ruffalo, camino del Emmy) un escritor que tras intentar luchar contra su homosexualidad en su juventud, vive ahora completamente fuera del armario y en lucha constante contra la comunidad gay neoyorkina, por sus opiniones con respecto a la liberación sexual.

“La política gay es política sexual” Primera puñalada. Nos habían hablado ya de los terribles años en los que el SIDA surgió en forma de epidemia devoradora, engullendo a parte de una generación de homosexuales, posiblemente la primera en Estados Unidos en vivir con cierta libertad. Lo más interesante de The Normal Heart no es tanto el retrato que hace de la enfermedad, es decir, el plano íntimo, como afecta a los enfermos, como los consume lentamente hasta matarlos, o como consume también a sus seres queridos hasta drenarles las ganas de vivir. No. Eso también está en la película, y funciona e incluso emociona (esos ojos luminosamente azules de Matt Bomer apagándose...), pero no aporta nada nuevo. Lo que realmente hace valiosa a esta obra es su dimensión política, el retrato del activismo, de la lucha por lograr la atención de las autoridades. Si en Philadephia (Demme, 1993) se hablaba de discriminación y en Dallas Buyers Club (Vallée, 2013) del papel de las farmacéuticas, en The Normal heart Murphy y Kramer entran a reflexionar sobre el entramado asociativo que montó la comunidad gay para suplir la falta de apoyo del gobierno en la lucha contra la enfermedad. Y así volvemos al inicio de este párrafo, la agenda del activismo gay estaba únicamente centrada en la liberación sexual. No había un movimiento asociativo que reclamara derechos o visibilización del colectivo. Esto provocó que cuando tuvieron que afrontar la amenaza mortal que supuso el SIDA no estaban preparados. No tenían ni los medios, ni la experiencia, ni el valor. A gran parte de los líderes gays les faltó valor. Segunda puñalada.

En The Normal Heart se plantean dos formas antagónicas de alcanzar objetivos desde fuera de las esferas de poder. Puedes cambiar al sistema colaborando con él. O puedes cambiar al sistema enfrentándote a él. Mientras Weeks apostaba por lo segundo, usando cualquier plataforma para lanzar sus polémicos mensajes (“el Gobierno de Estados Unidos está dejando morir a los homosexuales”), el resto de sus compañeros en la lucha, creían en que debían mantener un perfil bajo, no incomodar al poder para así, finalmente, obtener su apoyo en la búsqueda de soluciones para frenar la epidemia. Esta dicotomía está presente en todos los actores que buscan tener cierta dimensión pública. Atacar o colaborar. Aquí mismo, ahora, en este país, en estos tiempos convulsos el asociacionismo está viviendo una época de efervescencia sin precedentes. Este agrio retrato político, de una dureza inusual con el activismo gay, es lo que aporta de novedoso e interesante The Normal Heart, una especie de Milk (Van Sant, 2008) escrita desde el reproche. Pudisteis hacerlo mejor.

Murphy (uno de los gays más poderosos de la Industria) y Kramer escriben así un ajuste de cuentas con los líderes gays de los 80. The Normal Heart es ante todo la crónica de una derrota dobla, frente al sistema externo (los poderes públicos) y al sistema interno (el resto de activistas). El protagonista está solo ante el peligro. Un peligro llamado SIDA. Le ha salido una película cruda a Ryan Murphy, la obra más desoladora de su carrera. También la más dramática (aunque tiene esos pequeños estallidos de humor corrosivo marca de la casa) y la más ambiciosa. No es una película perfecta, sigo creyendo que Murphy no acaba de cuajar como director, que le falta estilo, orden, coherencia. Pero es una película muy bien interpretada (salvo Jim Parsons el casting está bien elegido), funciona muy bien narrativamente y sobre todo resulta interesante por ser tan incómoda, por lo oscuro que es su mensaje.

PD: Más de 30 años después, cada día se infectan de SIDA 6000 personas nuevas. La enfermedad sigue siendo una de las primeras causas de mortalidad en todo el planeta. Sobre todo en África, claro, ellos no tienen activistas que luchen por sus vidas, ni medios de comunicación que sirvan de altavoz, ni organismos públicos con capacidad de inversión, ni, claro, farmacéuticas interesadas en mercados de bajísimo poder adquisitivo.
odaesu
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8
21 de marzo de 2014
27 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Wes Anderson es en cierta forma una celebración de lo melancólico, del descubrimiento, de la aventura, de la infancia como tierra fértil para cultivar lo más asombroso. Y la infancia la articula Anderson en pasado, vista desde el presente adulto, gris. La niñez es una explosión de colores, de saltos, carreras, escondites. Por eso sus películas son como un juego infantil, consisten en correr hacia la victoria, siempre escapando de algo o de alguien. En The Grand Budapest Hotel el lujoso hotel no es más que la “casa” de los juegos infantiles, ese punto en el comienza y termina el juego y dónde todos los jugadores pueden estar seguros. Ese gran tronco de árbol en el que cuentas hasta 10 antes de abrir los ojos. Lejos de quedarse en el hotel, la cámara de Anderson persigue la simetría constante y el ritmo frenético a través de esa Europa imaginaria de la época de la Gran Guerra. Irreal, peligrosa, misteriosa y jodidamente hermosa.

Mientras otros autores han ido vendiendo trozos de su mundo, sí, estoy hablando de gente como Tim Burton, Wes Anderson se ha dedicado a protegerlo contra viento y marea. A protegerlo y aumentarlo. The Grand Budapest Hotel es una orgía visual más desenfrenada, una obsesión por la composición más enfermiza, un diseño de producción más grandilocuente y pomposo, una música aún más atrevida en su belleza (si la partitura de Desplat para Mr. Fox era una maravilla, esta para Budapest no se queda atrás, bendita creatividad), un reparto aún más grande (ha encontrado en Ralph Fiennes al actor perfecto para su cine, puro carisma), una aventura con aún más escenarios. Más. Lejos de recular, Anderson está en plena expansión. Quiere más, quiere llevar su poesía sobre la melancolía a nuevos niveles, jugar en nuevas ligas. The Grand Budapest Hotel no llega a la sensibilidad de Moonrise Kingdom, ni a la diversión de Fantastic Mr. Fox, pero es en cambio más completa, porque se luce en ambos terrenos. También es más accesible que sus primeras películas (Life aquatic era demasiado freak, pensada demasiado hacia adentro) y está dotada de un mayor sentido del espectáculo.

Lo maravilloso del mundo fílmico de Wes Anderson es que toda la pompa y el colorido instagramero, están al servicio de las ideas que lo sustentan, no es un envoltorio vacío, lo que hay tras todas las capas estilísticas es un muy sano afán de emocionar y maravillar al espectador. Las películas de Anderson me hacen sentir vivo, recordar una infancia de playmobils y legos, de cuentos y películas de dibujos. De aventuras que solo tenían lugar en mi cabeza mientras estaba sentado en el suelo moviendo muñecos. Una apología de la imaginación como uno de los mayores dones que tiene el ser humano a su disposición. Las infinitas posibilidades que ofrece la imaginación. El juego entre pasado-juventud-auge del hotel y presente(narrativo)-vejez-caída del hotel, hace que nos preguntemos ¿y si al hacernos viejos también nos volvemos grises? ¿nuestras ideas caen como las hojas de los árboles al llegar el otoño? Y así volvemos a la melancolía, pero lejos del dramatismo, en el cine de Wes Anderson la melancolía se plantea desde el optimismo, si sentimos melancolía es porque tenemos preciosos recuerdos de momentos valiosos, para añorar es necesario haber vivido antes. Quizás la melancolía no sea algo malo, simplemente la constatación del fluir vital del ser humano. Celebrémosla manteniendo intactas las ansias de aventura.
odaesu
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