Comedia algo olvidada, llena de flores y poesía. Los actores son desconocidos, olvidados del gran público, quizá por eso exhalan un prurito de nostalgia que nada tiene que ver con el glamour de las estrellas archiconocidas de esos años.
No hay una Marlene Dietrich como en “Capricho imperial”, esta es un capricho primaveral, un remedo de rosa, un universo que desapareció demasiado pronto.
Retratan un mundo perdido, que ya nunca volverá, un mundo que las guerras enterraron para siempre, unas gentes que sólo nos pueden hablar a través de sombras.
Los dobles sentidos se adivinan pronto, es una comedia ligera y el final es interesante y sorprendente.

Una parejita modélica es el foco de la envidia de un individuo asocial y malévolo; vemos el desmoronamiento que prosigue luego de un “burn out” sin tratamiento. Tan real que ya ha sucedido y pueda estar sucediendo. Ah, y la chica no tiene que estar buena para que suceda todo lo de la película eh...

Unos contrabandistas se dedican a asesinar náufragos, cuyos barcos se encargan de hacer zozobrar frente a su costa.
Pero siempre falta una parte del botín cosechado y comienzan a desconfiar unos de otros.

Mientras espera el veredicto del infierno, el diablo Mogón cuenta a un humano la historia de una mujer capaz de hacer cualquier cosa por conseguir sus deseos y del deseo que despertaba en quienes la conocían.
Si bien, el infierno, al no conseguir sus objetivos de armar la III guerra mundial había encerrado a Mogón en una cueva subterránea desde la que juzga al mundo de arriba con implacables conjuros y exhortos contra la condición humana.

Secretary no es una secretaria, es una señora que se dedica a calentarse en cuanto pisa una oficina y ve los rotulines de color rojo, sí, esos que tenía el maestro para poner las calificaciones.
Secretary es una oportunidad de regalarse la vista mientras enfrente tienes un polígono de cemento y tres carpetas de documentos apolillados.
Secretary no utiliza el ordenador, ella es el ordenador que intercambia unas palabras por otras y que se resiente con cada cajón que no cierra o con cada palmada machista en tu trasero poderosamente curvado.
Tal vez no doliese tanto el sufrir si de vez en cuando utilizáramos la ortografía adecuada, no el código morse.