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España España · Córdoba
Críticas de laranra
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Críticas 28
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
13 de septiembre de 2012
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Los niños de la colmena" es puro neorrealismo a la japonesa. Esto supone que comparta cosas importantes y definitivas con Vittorio de Sica y con esa "Alemania, año cero" (1948) de Rosselini. Es un drama conmovedor ambientado en la destrucción que sobrevino tras la segunda guerra mundial. Entre los daños colaterales quedaron montones de niños huérfanos condenados a sobrevivir en los márgenes de una sociedad rota. Entre paisajes naturales de hermosura selvática y los restos quemados de toda una civilización la película avanza optimista y negrísima a la vez. Su fuerza es pletórica y aun así ese poder se debilita un poco por ese "a la japonesa" comentado que se traduce en un exceso de melaza que no ha envejecido del todo bien. Escaso achaque para una película excelsa sobre el mayor crimen posible: una infancia robada que como esos fotogramas impagables de Hiroshima aparece hecha añicos. Eso es violencia. Y cómo duele.
laranra
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7
15 de agosto de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Sin ti, las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las de ayer." - Hipólito

No me queda claro si "Amélie" va sobre la capacidad ilimitada de soñar o sobre la incapacidad de dejar de hacerlo. El defecto hecho virtud o la generosidad convertida en laberinto asfixiante. Ni falta que hace averiguarlo. La película contagia optimismo y vibra en una euforia gracias a su frenesí endiablado y sus colores y ambientación tan Jeunet. Carece de la oscuridad característica del realizador francés, o más bien está mucho más diluida en una trama en la que la timidez empuja al misterio y la solidaridad cura una vida que no deja de ser trágica. Amistad, empatía y ese misterio del que hablábamos que no es bueno prolongar demasiado pues puede arruinar la propia existencia. "Amélie" es una canción hermosa, un suspiro brillante y vaporoso, un estallido de luz capaz de arrancar sonrisas y pieles muertas de algo que creíamos emoción. Ese es su valor y su noble propósito. Nada más y nada menos.
laranra
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9
13 de agosto de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Intenso drama en el que Kobayashi se emplea a fondo en la crítica antropológica de un ser humano que, como siempre, demuestra ser un lobo para sí mismo (o sus semejantes). Para contarnos la historia se vale de una fotografía soberbia y una clara ambientación teatral que intensifican la cualidad dramática de la película. También es destacable el uso del flashback como elemento narrativo de primer orden.

En el Japón feudal del siglo XVII, gobernado por la mano implacable del shogun Tokugawa, los ronin (samuráis sin señor) ven pocas salidas. Es una época de paz y caída de señores feudales que arrastran a sus soldados a la miseria al dejarlos sin trabajo. Muchos de ellos se ven forzados al suicidio ritual, seppuku, y otros amenazan con el mismo a las puertas de las mansiones para conseguir algo de limosna o un trabajo. Un retrato que a pesar de las distancias no se ve para nada lejano en estos tiempos. Esta vigencia dolorosa hace de la película una obra de visionado imprescindible hoy y siempre.

"Harakiri" es una reflexión demoledora sobre el honor y su fachada, enfrentado a la búsqueda de una dignidad que es negada constantemente a algunos. El derecho a una vida digna parece algo secundario. Eso es lo que tratan de inculcar los poderosos a través de la necesidad de perseguir de manera religiosa un comportamiento honorable a toda costa. Y a toda costa significa por encima de la propia supervivencia. Por supuesto, siempre habrá quien se rebele contra esto, aunque al final la pequeña "revuelta" es sofocada y tapada por los gruesos velos del conservadurismo más atroz. Kobayashi ataca al código samurái por su sinsentido y a la vez está atacando al poder represor de las castas dominantes. Una historia que se repite, siempre protegida por la solidez vacía de la armadura que abre y cierra la película. Un símbolo inexpugnable de la tradición. Esa que unos pocos consiguen que parezca inmutable.
laranra
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8
3 de agosto de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El segundo capítulo de la "trilogía finlandesa" de Kaurismäki es un nuevo canto a los desheredados. En la presentación de su película de 2006, "Luces al atardecer, el realizador afirmaba jocoso que "Finlandia es el país más rico y feliz de la tierra". Ironía malsana y cruel si nos acercamos a su filmografía.

En "Un hombre sin pasado", el protagonista es apaleado y despojado de todo, incluyendo su nombre y su memoria. A partir de aquí es acogido por una pareja de indigentes y ayudado por el ejército de salvación. En este entorno encontrará el amor a la vez que irá tratando de reconducir su vida. Kaurismäki denuncia el abismo social entre clases y el árido camino vital de los sin techo aunque a la vez se preocupa de dignificar la miseria. El hogar del protagonista, un contenedor de mercancías abandonado, es el mejor símbolo de esta idea, así como las ropas que consigue en un almacén de caridad. Ambos elementos poseen una dignidad extraña que enlaza con la no-actuación de unos personajes hieráticos y carentes de emoción. Así todo parece tan aséptico e indoloro como la idiosincrasia nórdica que late en cada plano y en cada frase.

En la película no todo es pesimismo. Es cierto que el peso de los requerimientos sociales parecen aplastar por momentos a un protagonista que, no lo olvidemos, no tiene nombre. No puede por tanto abrirse una cuenta bancaria, no puede encontrar un trabajo y no puede colaborar con la policía cuando le exigen que se identifique. Aún así, este hombre condenado a vivir al margen es capaz de crear esperanza a su alrededor, ya sea a través de la música o de su paso firme hacia delante. Al fin y al cabo no tiene nada que dejar atrás. Esa es su tragedia y su esperanza. Empezar de nuevo, aun desde lo más bajo, sin deudas que saldar, sin culpas, sin miedos.
laranra
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8
18 de octubre de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Las mujeres no podemos hacer otra cosa; solo esperar".

La Calle Mayor comienza siendo el escenario de una rutina benevolente y acogedora para ir bifurcándose en meandros y callejones más sinuosos y tétricos. La vida provinciana se desarrolla sin alteraciones y siguiendo unas costumbres tan rígidas que pueden llegar a hacer daño. La calidez se transforma en frialdad y el aire puro en prisión angosta. La Calle Mayor gira en recodos hasta convertirse en un vórtice sin escapatoria posible. El retrato miniaturizado de una vida que nos es demasiado familiar. Crueldad social sin misericordia. Personas asesinadas por el aburrimiento. La tragedia que supone una elección imposible: morir o matar.
laranra
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