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España España · Barcelona
Críticas de obscinedades
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Críticas 10
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
13 de diciembre de 2008
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine, vida, cine, vida, cine. El vampirismo. Drogas, cine. La infancia. El sueño del recuerdo del pasado. La utilización del sonido, la voz en off de Will More. También Eusebio, también Cecilia. Los cortos integrados. La muerte. Arrebato. La creación, el cine. Las imágenes. La locura. La vampirización de las imágenes. El negativo. Cine. Mirar. Mostrar. Iván. El cine es una droga. El cine es muerte. El cine hace fantasmas, atrapa cadáveres Iván. Arte. Cine. Mentira.
Imprescindible. Simplemente.

Obscinedades.
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3
13 de diciembre de 2008
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las hermanas Bolena es una de esas producciones que vienen a confirmar esa cierta equivalencia casi homónima entre las palabras best seller y blockbuster. Su director, Justin Chadwick, firma aquí un producto convencional, rutinario y de escaso interés, pero que probablemente aprovechará el tirón de los protagonistas para dejar su huella en taquilla.

Las hermanas Bolena pone en escena una tópica historia de intrigas palaciegas en la corte del rey Enrique VIII. El hecho de que BBC Films se cuente entre las productoras de esta cinta no debe dejarse pasar por alto, ya que efectivamente Las hermanas Bolena parece contagiada del espíritu de las exitosas adaptaciones televisivas históricas de la cadena británica. En este sentido es significativo que el propio Justin Chadwick provenga de la dirección de series para la televisión británica, lo cual terminaría de explicar la escasa entidad cinematográfica del film.

Como suele ser acostumbrado en este tipo de producciones, la película cuenta con un esmerado diseño artístico en el que tanto vestuario como decorados encuentran un lugar perfecto para su obligado lucimiento sin sorpresas. Las interpretaciones del trío protagonista son correctas pero superficiales, y si alguien pensaba que la rivalidad de las Bolena se traduciría en pantalla en un duelo interpretativo entre las actrices que les dan cuerpo y voz… se equivoca. Por supuesto no ayuda a crear interpretaciones memorables la construcción de unos personajes planos y sin matices en favor, se supone, de un ritmo que tampoco termina de cuajar. La omnipresente partitura de su banda sonora recorre la cinta de principio a fin aportando más bien poco, y molestando la mayoría de las veces. Para terminar de redondear la escasa personalidad del film, su director se entrega a una realización conformista y banal poco destacable, en la que un único motivo resulta sugestivo: la propuesta de comenzar algunas de las escenas en la corte situando la cámara detrás de una pared, de celosías o de telas, dando la sensación así de que la cámara misma está intrigando, espiando, como si escuchásemos detrás de las paredes o mirásemos por una cerradura. Detalles como estos pueden parecer nimios pero no lo son en absoluto, es más, suponen a veces la diferencia entre un gran director y un director convencional.

No aporta nada nuevo. Mucho más interesante y divertida, también ambientada en la corte del monarca británico, es La vida privada de Enrique VIII (The Private Life Of Henry VIII, Alexander Korda, 1933) por ejemplo. O si se quiere la reciente María Antonieta (Marie Antoinette, Sofía Coppola, 2006), referida ésta, obviamente, a la corte francesa.

Película innecesaria en definitiva, que pasa por ser uno más de los incontables productos que la industria anglosajona fabrica con atractivo envoltorio y contenido vacuo, listo para el consumo y que una vez engullido no dejará ni rastro de su paso por nosotros.

Obscinedades.
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9
13 de diciembre de 2008
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. EL EMBUSTE SINCERO. La narración se revela como tal, el mecanismo ilusorio se explicita, se destapa, pero sin complejo de culpa, todo lo contrario: se reivindica orgullosamente y exclama su naturaleza, al tiempo que establece una distancia infinita entre nosotros y sí mismo que no dejaremos de intentar transgredir. Porque al fin y al cabo eso es lo que queremos, que la mentira nos mienta, y creerla por noventa minutos, o por lo que sea. Es nuestro derecho, nuestra fe atea. Y nos revelamos contra su tiránica sinceridad que nos deja a nosotros solos y a ellos muertos.

2. LA ISLA. Nuevamente la isla, como él en su Faro. No isla como ubicación geográfica, sino más bien como ubicación psicológica o lugar mental, como territorio habitado por la psique si se quiere.

3. LIV. Como mucho tiempo después, en Saraband, pero aquí joven, sin las huellas del camino en su cara. En una hermosísima primera escena que es además un impresionante ejercicio de síntesis narrativa, Alma cuenta todo lo que debemos saber para empezar: pasado, presente, e incluso futuro. Detrás el viento sopla. En una de las más bellas declaraciones de amor de la Historia del cine, en la escena del teatrillo, uno de los personajes pregunta “¿Está vivo el amor?”, Bergman contesta: primer plano a Liv (no a Alma, a Liv), embarazada en esos momentos del propio director. Y ese plano final en el que dirige su mirada interrogante a la cámara, nuevo intento por acortar las distancias, y pide ayuda, pero ella es una ficción, ya fuimos advertidos, así que no queda más que levantarnos y salir de la oscuridad de la sala. Alma sale una y otra vez del oscuro fondo del fotograma hacia el frente, literalmente, empeñada en recorrer esa distancia infinita de la que hablábamos, como si quisiera que la tocáramos, agrandándose su figura ante nuestros ojos. Quizá Alma no sepa que es una ficción. Quizá Alma no sabe que está muerta. Quizá no lo está. ¿Cuál es nuestra relación con el relato? ¿Qué cabe hacer?.

4. RETRATOS. El misterio es tu cara.

5. LOS FANTASMAS. Sí, caníbales. Pero no hay nada de mórbido en estos espectros, todo lo contrario, hay algo muy vivo en ellos. No son almas en pena, reductos ectoplásmicos de unos cuerpos muertos que vagan eternamente atormentando a los vivos. No están fuera, están dentro. Son nuestras propias creaciones, parte integrante de nuestra realidad, y lo digo otra vez, realidad, interna. Encarnación antropófaga del miedo, la culpa, los deseos -reprimidos o no-, y la redención, herencia quizá de la metafísica religiosa. Y estos sí que dan miedo. Porque no nos esperan al otro lado de la puerta en la oscuridad de una noche de tormenta para perseguirnos por el pasillo, están aquí dentro, en alguna parte, pero dentro, y por más que corras no los zafas. ¿Cómo huir de uno mismo?.

Obscinedades.
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7
13 de diciembre de 2008
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo es posible que una película tan interesante como ésta haya pasado tan discretamente por nuestras pantallas?. ¿Será quizá que el cine español está tan sobrado de producciones interesantes que por eso a nadie sorprenden?. ¿Será que hemos llegado ya a tal nivel de perfección que el espectador peninsular -más insular más norteafricano, que no se diga- está sobresaturado de abrumadora calidad?.
Será.

Sea como fuere, pataletas aparte, no queda otro remedio que recomendar la más que digna primera peli de Pedro Aguilera (no diremos que ha sido ayudante de dirección de Reygadas para que nadie se asuste).

Resulta difícil hablar de "La influencia". Así por soltar una tontería que me acabo de inventar diremos que pertenece al género del horror cotidiano (esa última escena...).
El acercamiento a los hechos que relata es engañosamente realista, y efectivamente, consigue muchas veces engañar al espectador con esa falsa ilusión de los días pasando sin más. Y sin embargo... lo más interesante está precisamente en sus huídas.

Las incursiones más descaradas en lo fantástico son de una fuerza inusitada, de una belleza triste y tétrica (la gente pasar al inicio, el niño spiderman).

Obscinedades.
obscinedades
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Noche y niebla
MediometrajeDocumental
Francia1956
8,2
5.885
Documental, Voz: Michel Bouquet
9
13 de diciembre de 2008
32 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el espectador se enfrenta a una imagen la primera pregunta que se hace, consciente o inconscientemente es: ¿qué veo en esta imagen?. Ésta es la pregunta que no paramos de repetirnos durante los 90 minutos que pueda durar un film cualquiera. Fotograma a fotograma el espectador examina, intuye, reconoce, construye, busca o infiere, y finalmente concluye la respuesta a esa pregunta capital, creyendo encontrar el significado oculto revelado. Por sencilla que parezca, la cuestión no puede ser más problemática. ¿Qué se ve en una imagen? ¿Qué revela o puede revelar?. Esa sensación de ‘encuentro del significado oculto revelado’ no es, en muchas ocasiones, más que un ejercicio de optimismo desmedido.

Aún no hemos terminado de encontrar respuesta a estas preguntas cuando, irremediablemente, aparece la necesidad de sumar otra interrogación, acaso más enigmática que las anteriores e igualmente difícil de abarcar. No podemos imaginar el gozo que experimentó el Hombre cuando encontró el lenguaje y pudo multiplicar así sus perspectivas de comunicarse, ni el extrañamiento cuando, examinando las posibilidades de éste, se dio cuenta de que aquello que servía para mostrar podía servir también para ocultar, como si la verdad y la mentira fuesen a veces hijas de una misma madre, y que de hecho es habitual e insalvable que al tiempo que se muestre… se oculte. Y es precisamente sobre esta cuestión sobre la que debemos dar luz en lo que al ámbito de las imágenes se refiere.

La siguiente interrogación sería pues: ¿qué oculta una imagen?, o también: ¿qué no puede mostrar?. Lo primero que debería hacer el espectador maduro para evitar ese tipo de optimismo del que hablábamos –que, paradójicamente, convierte al que mira en ciego- es eliminar de una vez por todas su inquebrantable fe en las imágenes. Debemos dejar de creer. Este ateísmo cinematográfico es condición indispensable para poder partir, al estilo cartesiano, puramente de la duda, y así… acaso ver más, o por lo menos mejor.

Estas cuestiones sobre lo que las imágenes revelan o esconden, o sobre lo que son capaces de revelar o esconder, nos remiten en última instancia a los límites de las propias imágenes, a sus capacidades; qué puede una imagen. Y quizá, un poco más allá, a cuestionarnos cuál es la naturaleza de ‘lo irrepresentable’

En 1911 el artista francés Marcel Duchamp pintaba "Desnudo bajando una escalera". La obra representa el esfuerzo del pintor por plasmar en un lienzo la idea movimiento. Haciéndolo, Duchamp se cuestionaba los límites mismos de la pintura, las fronteras de la creación/representación pictórica. Las cuestiones que se plantea Alain Renais en "Noche y niebla" escenifican la misma lucha.

Es pues, obviamente, la historia de una derrota –al menos en opinión de ese mismo director-, como si por mucho que ordene, estire, retuerza o amontone las imágenes… simplemente no fuese suficiente. Quizá sea ésta la naturaleza de lo irrepresentable para Resnais.

Obscinedades.
obscinedades
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