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España España · Un lugar de La Mancha
Críticas de CarlosDL
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Críticas 215
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
El último baile (Miniserie de TV)
MiniserieDocumental
Estados Unidos2020
8,2
15.660
Documental, Intervenciones de: Michael Jordan, Phil Jackson, Scottie Pippen, Dennis Rodman ...
8
1 de junio de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El campo de juego era bullicioso, el ritmo frenético, las amenazas de unos a otros constantes; había trash talk, faltas de respeto, jugadores de talla despreciando a los más pequeños; pero también se disfrutaba momentos lúcidos, arte, alegría, y vida, mucha vida. En un punto caótico del encuentro, el propio juego pareció pedir tiempo muerto para replantear sus normas. La cancha global se detuvo por varios meses. El mundo entero se recluyó en sus banquillos y algunos llegamos a tomar miedo a volver al parqué mientras pasaban las horas de inacción. En esos momentos, buscamos otras formas de seguir jugando: aventuras en las páginas de los libros, historias imposibles en las pantallas, evasión en la música, calor en las discusiones virtuales, ilusión en el recuerdo… Entonces, Netflix volvió a hacerlo. Presionó al equipo de montaje y adelantó el estreno de una de sus producciones más ambiciosas. Junto a ESPN, anunció el estreno streaming más mediático de lo que llevamos de año. Lo hizo aprovechando la sed de eventos deportivos de los aficionados (¡los de cualquier deporte!) tras semanas sin ver un partido en vivo, la necesidad de entretenimiento de los espectadores en general, y la muesca de felicidad que genera la nostalgia de los eventos culturales de décadas pasadas. The Last Dance había llegado a nuestros televisores: Michael Jordan volvía a ser el hombre del momento.

La serie documental de Jason Hehir -experto documentalista deportivo-, se descubre desde el primer episodio como todo lo que aquel que estuviera expectante por ella deseaba, pero también como un documento mucho mejor de lo que cualquiera con un mínimo interés, o con algo de curiosidad, pudiera esperar. Una de sus claves, sin duda, resulta el planteamiento estructural donde una vía narrativa principal enraíza en muchas otras que la alimentan y embellecen. La fantástica edición opta por desentramar ese último gran baile que supuso la temporada 97-98 para los Chicago Bulls desde una espiral temporal continua en busca de los paralelismos épicos, sentimentales y constitutivos de la franquicia y su principal estrella durante casi dos décadas.

Presenta además un interesante sentido del ritmo que evoluciona desde un inicio algo dudoso, quizás en un intento de tomar el tacto del público. En los primeros compases del juego, podríamos incluso poner en entredicho sus intenciones periodísticas, más centradas en generar el drama mediático desde la figura de un leviatán -casualmente representado en Jerry Krause, quien fuera el demiurgo de la franquicia- que en narrar una épica deportiva. Por suerte, el partido se construye en cada episodio, sabiendo utilizar a aquellos que acompañaron al entrenador más hippie -y uno de los mejores- de la historia: Phil Jackson. Las historias personales de Jordan (obligado protagonista) dejan paso a otros flashbacks que ponen en valor la superación de Pippen, la extravagancia de Rodman, el tesón de Kerr o la evolución de Kukoc, mientras las temporadas previas al 97 forjan la leyenda, y los rivales se descubren ante el gran dominador de los 90. A lo largo del encuentro, quedan jugadas maravillosas que nos hacen olvidar momentos al límite del rigor en busca del sensacionalismo (también es parte de show-bussiness). Agradecemos descubrir que la conclusión queda más cerca de la puesta en valor del movimiento cultural que supuso el equipo liderado por Jordan, como Obama se encarga de subrayar, que del circo con el que coquetea en ocasiones y al que ahora no paran de hacer referencia muchos medios desde el inicio de la retransmisión.

La culminación de una era, el éxtasis deportivo y cultural, que se transformó en un evento casi global, llega tras 10 largos episodios cargados de testimonios, recuerdos, tragedias, rencillas, esfuerzo y baloncesto. La pirámide narrativa solo podría culminarse de una forma, de ninguna manera habría documental si no fuera así. Conocemos de sobra el resultado, pero no podemos evitar contener la respiración cuando el balón sale de sus manos en la última jugada ante Utah Jazz y aparece en nuestras retinas una de las imágenes definitorias de este deporte: el sexto título en 8 años, el segundo triplete de anillos consecutivos, la cima del estrellato para The Black Jesus. La pieza documental concluye en lo más alto después de habernos otorgado la oportunidad de colarnos en el vestuario de uno de los mejores equipos de la historia, una referencia para cualquier deporte y un fenómeno cultural que dos décadas después vuelve a estar en boca de todos.

Colaboración en RedrumCine.com
CarlosDL
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7
21 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes?” Es una de las tantas reflexiones dentro de la novela El señor de las moscas que publicó William Golding en 1954. En aquel momento, sería incapaz de predecir la repercusión cultural que la misma tendría, aún después de décadas de literatura y cine: las adaptaciones de la novela a diferentes formatos son numerosas; el número de referencias inagotables, aunque en ocasiones casi inapreciables por sutiles. Llegado el momento, el cine colombiano a tomado su propia historia reciente de la mano de la ficción de Golding para crear una película de crudeza carmesí, inspiración aventurera y trasfondo de complejidad humana en busca de una salida de su selva de irracionalidad.

Todo resulta confuso en un inicio. Sin embargo, somos capaces de encontrar un sentido al caos desarrollando una nueva mirada guiada por los códigos del propio film: el grupo de jóvenes se presenta salvaje, desnortado y hambriento de experiencias; también domesticado por una organización superior, adiestrado para obedecer como niños soldados que mantienen como rehén a una doctora. Tienen sus propias normas, métodos y castigos, viven al margen, pero se debaten entre la necesidad de pertenencia y la exploración de los deseos animales. Fruto de ello surgen escenas de violencia casi poética, despertar sexual descontrolado, o amor y odio guiados por la confusión, que hacen mutar los vínculos entre los personajes en la continua indecisión de la moral.

A lo largo del metraje, el enfoque escogido genera una monotonía que queda lejos de jugar en contra del espectador, denotando una firma autoral y genera una nueva capa de lectura más allá del diálogo (escaso) y las acciones (frenéticas). La fotografía, de gran contraste entre el primer y segundo acto gracias al cambio de escenarios, acompaña de forma valiente jugando entre planos cortos y cercanos, extensos y generales, bañados siempre por un hilo musical que roza la psicodelia y lo experimental para engullir al espectador.

Desde la brutal tranquilidad de la cima rocosa del primer acto, hasta la angustiosa profundidad de la selva y las aguas torrenciales, la película discurre en una continua carrera hacia el poder a través del terror de los conflictos latinoamericanos, intentando comprender a su vez cómo alcanzar la libertad personal o la redención. El conjunto resulta abrumador por su crueldad, a la vez que esplendoroso por su exposición y las observaciones que regala.

Lo mejor: Ser capaz de hablar de la complejidad humana desde la brutalidad del belicismo sin dar la espalda a la delicadeza audiovisual.

Lo peor: Que en muchos momentos juegue en la cuerda floja entre lo autoral y lo pedante.

CarlosDL - Colaboración con https://redrumcine.com/
CarlosDL
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8
4 de octubre de 2019
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace poco más de un año, “The Queen of Soul” dejaba su vida terrenal para ascender muy arriba, donde sus canciones decían que el Señor esperaba. Ahora sus conciertos serán el más allá, en su cielo particular cargado de R&B, Soul y góspel; mucho góspel. No cabe duda, la música terrenal quedó afligida por su pérdida, pero su voz siempre vibrará como ninguna otra mientras sigamos haciendo sonar “Spanish Harlem”, “Ain’t no way”, “Freeway of Love” o cualquiera de sus temas grabados durante más de cincuenta años de una carrera que explosionó con “Respect” (escrita e interpretada originalmente por Otis Redding), logrando 5 Grammys y 11 números unos consecutivos en su primer lustro en activo: dato que el propio documental se preocupa por remarcar mientras la cámara sobrevuela las calles de un Nueva York en plena ebullición cultural.

Enero de 1972. La década anterior Aretha había pasado por Columbia sin demasiada gloria, pero su firma con Atlantic Records la había catapultado hasta su estatus de diva del Soul. Ella, en cambio, se mantenía sincera, tímida y afable; alejada de la ostentosidad de la que otros hacían gala; consciente de que su éxito debía ser agradecido a sus inicios, a sus raíces, sencillamente: al góspel. Así, con el Reverendo James Cleveland como excelentísimo maestro de ceremonias -y por poco co-protagonista del acto-, Lady Soul grabó durante dos noches el disco de góspel más vendido de la Historia, describiendo a través de su joven trayectoria el camino de ida y vuelta que el soul defiende en muchas de sus letras para encontrar el sentido y agradecer la belleza desde el conocimiento del origen.

Tal era la magnitud del evento que Warner Bros. decidió apostar por filmar una película del concierto, encargando la misma a Sydney Pollack, director de uno de los grandes taquillazos de años anteriores: Danzad, danzad, malditos (They Shoot Horses, Don’t They?, 1969). La gran productora no anticipó, sin embargo, la inexperiencia del director para rodar eventos en vivo, lo que precipitó las decisiones estéticas y condenó las horas de metraje a la catástrofe técnica. Nunca sabremos si no fueron los Dioses del azar los que desencadenaron las desdichas que sepultaron el
proyecto, mas siempre estaremos agradecidos a quien le presentara a Alan Elliot la oportunidad de retomar aquellas cintas en 2008 y, con apoyo de las nuevas tecnologías, terminar un montaje que muchos incluirían entre aquellos descritos como malditos. Por el contrario, el destino de las cintas optó por volver a desviar el camino, siendo esta vez la propia Aretha quien no permitió cerrar el proyecto: ¿quizás por respeto a la memoria de su propia imagen frágil, devota y casi Santa?

En cualquier caso, sus herederos dieron luz verde tras su fallecimiento, y el documento completo ha llegado a nosotros como un suspiro del pasado congelado durante décadas para dejarnos mirar a través de una pequeña ventana de escasos 90 minutos al pasado y hacernos partícipes de una Obra Divina -con mayúsculas-, como el reverendo pide al principio de la misma invitando a abandonar la sala a aquellos que no fueran a disfrutar, cantar y bailar por la Gloria del Señor. Todo en esta pieza presenta una calidez especial en torno a la figura etérea de la cantante. A pesar de ser una pieza puramente imperfecta –vemos zooms estridentes, Pollack corre descontroladamente de uno a otro lado, la aparición de Mick Jagger se realza sin sentido- resulta una herencia cargada de la gracia y el carisma incandescente de la gran Aretha. Con todo ello, Amazing Grace se eleva como una experiencia sensorial, también lo será espiritual para muchos, en la que el blues, el soul y las músicas afroamericanas transcienden el paso del tiempo a través del retorno a sus orígenes de la mano de la más grande.

CarlosDL - colaboración en Redrumcine. com
CarlosDL
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7
20 de junio de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tan solo un par de minutos son los necesarios para transportarnos completamente a una época concreta, un lugar y entorno determinados, y unas circunstancias específicas. Dicha secuencia llega justo después de descubrir la firma de una de las productoras de cine independiente más importantes del momento (A24), momento en el que la violencia doméstica irrumpe en forma de batalla entre hermanos, con una clara desventaja del pequeño. La abrupta pelea llama tanto la atención como la elección del ratio y el proceso cinematográfico de la cinta; ambos nos hacen retroceder automáticamente un cuarto de siglo gracias al aspecto analógico del negativo en 16mm y al encuadre reducido (1.33:1) tan utilizados en los noventa por el formato televisivo o el mundo del videoclip.

No cabe duda, se trata de un retroceso es instantáneo y solvente, capaz de asentar su naturalidad en la siguiente escena, donde seguiremos a Stevie (Sunny Suljic) hacia el lugar prohibido y, a su vez, templo de admiración: el cuarto de su hermano mayor. Las referencias son incontables, los detalles cuidados, y la selección de artículos que tienen un espacio en el encuadre está estudiada al milímetro. Al fin y al cabo, tras el preludio del drama familiar, presenciamos la descripción del auténtico leitmotiv que guiará este drama coming of age: la exploración de la adolescencia y el moldeo de la personalidad.

Poco a poco, Jonah Hill consigue ensamblar las piezas de un drama sencillo, cercano y amable. Una ópera prima que resulta loable debido a que todos los elementos que la conforman funcionan a la perfección, aunque haya quien pueda echar en falta componentes que no se hayan visto antes. Sin duda, su plato fuerte es contar con un argumento sensato y una narración cinematográfica de manual que domina los tempos, trabaja tras las cámaras en una excelente dirección de actores y se permite el lujo de jugar con montajes tremendamente divertidos en función del arco narrativo. Nadie puede negar el fantástico trabajo en la dirección del polifacético actor.

Existe además un hilo sentimental que fluye en la trastienda del film, en los bajos fondos donde la pandilla de inadaptados que acepta a Stevie suele merodear. Es un sentimiento de recuerdo agradable, quizás con cierto aire auto-biográfico, pero que huye de la nostalgia de bajo coste para tratar de relatar desde un momento concreto, trasladando la acción con confianza, sin necesidad de subrayar lo maravilloso del pasado constantemente. En cierto modo, Hill se alimenta de los creadores de la época como Linklater, Kevin Smith o Larry Clark, a la vez que genera un sentido propio -y fabuloso- heredado de su trayectoria en la comedia stoner y adolescente.

Después de todo, resulta anecdótico que su acertada banda sonora no sea un protagonista más por la cantidad de títulos que se reproducen y la calidad de los mismos. Desde “Dedicated to the One I Love”, hasta Pixies, Nirvana o Morrisey, pasando por GZA o Cypress Hill: ninguna nota musical destaca sobre el elenco de caras desconocidas que forman la pandilla de skaters, pero el conjunto de todas ellas constituye un complemento lírico de lujo, sello de una década y un espacio. Música, relaciones, aficiones, vicios y virtudes… Todo crece entorno al joven protagonista de 13 años buscando su sitio: nosotros simplemente tenemos la suerte de asistir a su reemplazo de tortugas ninja e inocencia por skates, chicas y sus coqueteos con un lado canalla de la vida. Mientras tanto, crece en nosotros la nostalgia que el protagonista de Supersalidos ha sabido contener como realizador, para concluir que los 90’s, quizás sean los nuevos 80’s. Abran paso al cine de una nueva época.

Lo mejor: descubrir en Jonah Hill un narrador al que seguir de cerca.
Lo peor: en su corrección absoluta no llega a descubrir nada que no hayamos visto antes.

CarlosDL - Colaboración en http://redrumcine.com/
CarlosDL
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7
2 de mayo de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si por algo se ha caracterizado el séptimo arte –como lo haría cualquier otra forma de expresión- dentro del plano humanístico, es por ser eco de la sociedad contemporánea. En el retrato de sus virtudes, obsesiones, pecados o anhelos, los cineastas griegos han creado un nuevo estilo de expresión, el cual no es sino fruto de una crisis que ha superado las barreras de lo económico, llegando a dañar la membrana humanitaria. Las alegorías que generan estos nuevos realizadores (quizás el más internacional de ellos sea Lanthimos) construyen pequeños universos donde la expresión se redescubre y el individuo es expuesto desde la caricaturización. Tal es así que podemos llegar a hablar de cine crítico, leer sus películas en clave de acción socio-política, o simplemente como exposición de una suma de descabelladas incidencias teñidas de humor negro.

La segunda película del director griego Babis Makridis continua la senda de su título anterior (L, 2012), enmarcándose desde los primeros compases dentro de los márgenes de este movimiento cinematográfico que ha pasado a definirse como la nueva ola griega. El nivel estético juega en favor del primer juicio: austeridad, simetría, y una fría concisión caben en sus planos fijos que alternan primeros planos de gran profundidad de campo y planos abiertos de espacios diáfanos. Todo ello genera el ambiente hermético perfecto en el que desarrollar estas tragedias cuasi-clásicas traídas a nuestros días y representadas por nuestras realidades llevadas al inverosímil como muestra de la alienación de sus protagonistas.

Sin duda, se trata de un cine singular que encuentra en esta ocasión un protagonista que necesita vivir en el drama perpetuo convirtiéndose en el (pseudo)héroe trágico desde una estructura clásica, donde no faltan prólogo, monólogo interior del protagonista, oda lírica, ni catarsis final. La utilización de textos en pantalla nos adentra en el monólogo interno de un misántropo interpretado de forma impecable por Giannis Drakopoulus (un habitual de este género), descubriendo su moral al tiempo que los diálogos dejan fluir la trama. La citada catarsis, algo definitorio del género, se descubre enfatizada de forma especial en este caso como cierre desgarrador. Eso sí, anticipado por una ambientación penetrante en la que cada acción logra incidir.

A pesar de su primera impresión vacua, abúlica, la película se desenvuelve en un ambiente entre lo tétrico y lo cómico que aligera su metraje gracias al desconcierto en los límites de la realidad, sin duda un acierto del guion que el director firma junto a Efthymis Filippou, nombre casi definitorio de este cine por trabajar junto a casi todos los directores que pertenecen a este movimiento. Los contrastes de espacios y emociones generan la evolución de los personajes aumentando su alienación, reflejada de nuevo en sus actos en la búsqueda de más, antes de ser conscientes de que los valores han quedado arrasados por el camino.

Lo mejor: volver a encontrarnos con una comedia tan oscura como el propio drama, dibujada
dentro de un espacio inmutable, aunque reconocible.
Lo peor: puede indigestarse incluso en los estómagos más experimentados si el día o el humor
personal no acompañan.

CarlosDL - Colaboración en http://redrumcine.com/
CarlosDL
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