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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 849
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
17 de mayo de 2024
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Existen dos modelos contrapuestos de afrontar la narración cinematográfica: desde la cercanía para causar en el espectador la misma emoción que viven los personajes o desde la frialdad de la distancia y la narración de un demiurgo omnisciente. El cineasta León Siminiani apuesta siempre por la segunda opción y por eso su cine me suele transmitir entre poco y nada y sus propuestas me dejan más frío que sus propias intenciones.

No es una excepción “Arquitectura emocional 1959”. La idea de la que parte resulta fantástica: contar el nacimiento de una relación sentimental entre dos estudiantes universitarios en pleno franquismo a través de la arquitectura de Madrid en la que habitan. El problema es la forma elegida para narrarlo y la distancia tozuda que el autor impone y que impide empatizar en ningún momento con sus personajes y situaciones.

Un obstáculo que en realidad es doble: por un lado, por una voz en off constante que lo narra todo, incluso imponiéndose en volumen sobre las voces de la pareja protagonista para relatarnos hasta el contenido de los diálogos que están teniendo y que se me acaba haciendo insufrible. Por otro lado, la infografía, mapas y flechas para contarlo todo como si de un proyecto arquitectónico se tratase, asesinando toda posibilidad de emoción.

En el paroxismo de semejante artificio narrativo, Siminiani incluso se permite rodar la única escena de sexo habida en este mediometraje de 30 minutos, que se hace largo, sin la concurrencia de sus actores protagonistas, tan sólo a través de los espacios vacíos y la ropa que va apareciendo en el suelo. Falta carne por todas partes y en todos los sentidos. Mal asunto.

Me hubiera gustado disfrutar de las interpretaciones de Marta Carmona y Manuel Egozkue, pero el narrador en off no nos deja apenas escucharlos y los planos generales de los que está cuajada la cinta apenas nos permite reconocer sus rostros. Ésta propuesta no es mi propuesta a pesar de su indiscutible originalidad.
Sergio Berbel
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10
16 de mayo de 2024
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Para mí, Jacques Audiard es el gran cineasta del cine francés contemporáneo. Es el director más atrevido, intenso y alejado de la comercialidad de la industria gala. Me ha deslumbrado como cinéfilo con magistrales piezas como “De latir mi corazón se ha parado” o “Un profeta”, pero, por encima de todas ellas, la favorita en mi corazón es “De óxido y hueso”. La propuesta radical es la misma, pero ésta además emociona, es lo más cercano a un film de amor que puede rodar Audiard y lo logra por la puerta grande. “De óxido y hueso” es una joya ineludible del cine actual.

Como siempre, la belleza de las imágenes que rueda Audiard es hipnótica. En este caso, me enamoran hasta el tuétano esos planos quemados por la luz del sol, sea en casa de la protagonista o en la playa. Es que, seamos sinceros, la escena de la playa pasa por ser una de las mejores que se hayan rodado en el cine europeo contemporáneo, puro mito instantáneo del cine.

Pero más allá del virtuosismo en lo formal, la cinta se eleva sobre el resto por dos elementos que la sostienen como magistral:

1 Su historia: el guión, del propio Jacques Audiard y Thomas Bidegain, adaptando una novela de Craig Davidson, es absolutamente magistral. La historia de dos perdedores, de dos seres marginales, de dos personas que se salen de todas las normas se conocen y comienzan algún tipo de relación, tan anormal como ellos mismos, árida pero afectiva a la vez. Él se llama Alí y no tienen nada en la vida más que un hijo de cinco años que tiene que cuidar y mantener como sea; ella, Stéphanie, trabaja como domadora de orcas en el acuario Marineland haciendo un espectáculo diario para turistas y se encuentra vitalmente desnortada hasta que un accidente cambia su vida para siempre. Cuando se encuentran, todo se va a complicar mucho más allá de lo imaginable. Están fraguando una tragedia al cuadrado y conformando un rumbo vital imprevisible que siempre sorprende al espectador. Todo ello en un relato seco, donde los sentimientos cuesta que afloren, donde se radiografía el dolor en pantalla como pocas veces se ha visto.

2 Su pareja protagonista: la rudeza violenta pero sensible que transmite en su interpretación Matthias Schoenaerts resulta inconmensurable. Pero todo cede y languidece ante el festival interpretativo de cierta divinidad cósmica que responde al nombre humano de Marion Cotillard, quién sabe si en su mejor interpretación. La complejidad física y emocional que levanta en su personaje no tiene precedentes en la historia del cine y el milagro interpretativo que obtiene de todo ello es “cum laude”. Porque la cinta es ELLA, Marion Cotillard.

Si unimos a todo ello la hipnótica partitura musical del gran Alexandre Desplat y una portentosa dirección de fotografía de Stéphane Fontaine, estamos con absoluta seguridad ante una obra cinematográfica cumbre.
Sergio Berbel
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10
15 de mayo de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás estemos ante la película que mejor retrata la vejez como antesala de la muerte de toda la historia del cine. Y es que estamos hablando de Michael Haneke, uno de los más grandes cineastas jamás habidos en el Séptimo Arte. Sus propuestas siempre son profundamente incómodas pero lúcidas, terriblemente misántropas pero veraces, en cualquier caso perfectas. Ha marcado el cine y mi vida con obras maestras incontestables como “La pianista”, “La cinta blanca”, “Caché”, “El vídeo de Benny”, “Funny Games” y, desde luego, “Amor”.

Apenas poco más que dos personajes, un matrimonio de ancianos; un único espacio, el añejo piso fuera de moda y que rezuma antigüedad en el que habitan; tan sólo un conjunto de situaciones concretas que pudieren parecer anecdóticas vistas de forma individualizada pero que, unidas todas ellas en conjunto, suponen el fresco más aterrador sobre la vejez jamás rodado al mostrarnos hasta dónde puede llegar un matrimonio cuando uno de sus cónyuges comienza una imparable cuesta abajo de deterioro físico y mental hasta la muerte, implacable muerte. El guión del propio Haneke es terrible, pura metafísica de lo ineludible, terrorífico, la vida misma. Se trata de Haneke, un dios y, aunque jamás lo parezca, ésta es una película de terror, del peor terror posible, es que es real y diario.

Jean-Louis Trintignant es un anciano que lleva toda la vida habitando el mismo piso parisino junto a su esposa Emmanuelle Riva. Ella fue profesora de piano y viven en un mundo de alcanfor rodeados de viejos recuerdos. Pero, un mal día, la esposa sufre un accidente cerebral y, a partir de ahí, comienza un deterioro continuo imparable que va a poner a prueba la resistencia física y mental de la pareja.

De vez en cuando se asoma por el piso su ajetreada hija, ni más ni menos que Isabelle Huppert (musa hanekiana), a la que el matrimonio anciano prefiere mantener al margen de su drama para que pueda sentirse libre vitalmente.

Una historia seca y árida que encaja como un guante con el estilo igualmente agreste de Haneke. Un film rodado prácticamente en planos fijos y fueras de campo, ambas señas de identidad del genio austríaco, con una fotografía acartonada y sucia de Darius Khondji que encaja a la perfección con la terrible historia que se relata, mientras que la música ambiental no existe para que todo resulte mucho más incómodo, ominoso silencio tan sólo roto con las composiciones de música clásica, sobre todo de Schubert, que escuchan sus protagonistas.

Como no podría ser de otra forma, ganó el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa y fue Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2012. Una obra maestra incontestable.
Sergio Berbel
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10
13 de mayo de 2024
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Cada vez que Jason Reitman dirige un guión de Diablo Cody es fiesta mayor para el cinéfilo. Semejante dupla de creadores artísticos han parido comedias capitales del cine contemporáneo del nivel de “Juno”, “Tully” y esta portentosa “Young adult”. Donde en otras combinaciones cómicas reina la estulticia, aquí nos apabulla su profundidad, la solidez de sus personajes, la lucidez de sus diálogos y la amargura que se muestra en pantalla entre risa y risa de manera cruda y sin piedad para el espectador. En esta ocasión, incluso con cierto aire lánguido de historia de perdedores que la conecta directamente con el mejor Alexander Payne.

Aunque no llegue a la maestría histórica de “Tully”, la sabiduría visual de Reitman encaja como un guante en los cínicos guiones de la gran Diablo Cody y encuentran en Charlize Theron la mujer perfecta para encarnarlos. “Young adult” funciona con absoluta perfección de principio a fin, derrocha carcajadas y amargura a partes iguales, incomoda cuando se necesita y emociona en el momento justo. Suena a perfecto porque sin duda esta cinta alcanza dicha perfección en algunos momentos de su ajustado metraje.

Hay seres humanos que no evolucionan, que se quedan atascados en una adolescencia perpetua, que no son capaces de encontrar el hilo del que tirar para alcanzar su madurez, que piensan que el mundo se ha congelado y detenido en el momento en el que ellos lo hicieron. Pero no es así, por lo que el golpe contra la cruda realidad es épico y las consecuencias nefastas.

Es justo lo que le ocurre a la protagonista de esta historia, magistralmente interpretada por una diosa llamada Charlize Theron. Mavis Gary es casi cuarentona, iba a alcanzar las mieles del éxito como escritora pero acabó embarrancando por el camino, está divorciada, sola, deprimida, alcoholizada y perdida. Y es justo en ese momento cuando tiene noticia de que su novio de toda la vida en el pueblo donde nació ha sido padre y se le ocurre la peregrina idea de volver a tan remoto y cateto lugar para reconquistarlo, en la vacua creencia de que con él llegarán aquellos tiempos que pasaron.

La lucidez de la historia y la perfección en la forma en la que se presentan conforman un film maravilloso de visión imprescindible que luce una fantástica fotografía de Eric Steelberg y una adecuada música de Rolfe Kent.
Sergio Berbel
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9
11 de mayo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La jovencísima cineasta canadiense Charlotte Le Bon logra tocarnos la fibra sensible con su sutil y exquisita “Falcon Lake”, la narración de la experiencia estival iniciática de un chaval de 12 años que, por las circunstancias de la casa en la que va a pasar el verano a la orilla de un perturbador lago cargado de leyendas de ahogados y apariciones, inicia una relación de amistad y descubrimiento sexual con una adolescente de 16 años.

Pero lo más interesante de la propuesta es la forma susurrada, onírica, casi de realismo mágico, de ese despertar de los sentidos de alguien que ya está dejando de ser niño pero que todavía no alcanza los parámetros propios de la adolescencia. Mientras tanto, los adultos aparecen totalmente desdibujados, apenas un borrón sin definir en el film, porque sus cuitas no nos importan, estamos centrados en esos dos fantásticos personajes que están impulsando por primera vez sus barreras vitales.

El guión de la propia Charlotte Le Bon, adaptando una novela gráfica de Bastien Vives, funciona a la perfección, tomándose su tiempo sabiamente para ir desarrollando la relación entre ambos jóvenes con escenas bellísimas como la de la ducha, de una sensibilidad apabullante, que se sostiene especialmente sobre el excelso trabajo interpretativo de sus dos jóvenes protagonistas, Joseph Engel y Sara Montpetit, ambos ciertamente brillantes en su contención medida.

Para crear una atmósfera casi de cuento resulta importante la dirección de fotografía de Kristof Brandl y la fantasmagórica música de Shida Shahabi.
Sergio Berbel
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