No sólo es un complemento que encaja perfectamente con la serie, sino que, además, se trata de un producto mucho más adulto, crudo y visceral. Lynch despoja a la película del tono inocente y soap opera tan característico de la obra que concibió para la televisión y presenta una historia —la de los días antes de que Pete Martell (Jack Nance) encontrase el cuerpo de Laura Palmer (Sheryl Lee)— de la que sólo conocíamos un esbozo.

En 'Fire Walk with Me' únicamente se nos presenta una parte, la de "los malos", dejando de lado la dualidad sobre la que versa todo ese fenómeno universal llamado 'Twin Peaks'. Porque sí, en ese pueblecito de 51.201 habitantes nada es lo que parece y ya todo se torció mucho antes de que Dale Cooper (Kyle MacLachlan) se instalara en el Great Northern Hotel.

Uno ve esa balsa deslizándose, pesada y sin rumbo, río abajo e, irremediablemente, se le viene a la cabeza la 'Apocalypse Now', de Coppola, y el descenso de Martin Sheen hacia el corazón de las tinieblas; más adelante, en las trincheras, uno ve a Charlie Hunnam —papelón—, silbato en la boca y delante del pelotón, y es imposible no acordarse de Kirk Douglas luchando contra los alemanes y el último refugio de los canallas en la espléndida 'Paths of Glory', de Kubrick. El problema es que Gray, que tiene muchísimas virtudes, no atesora, en cambio, la garra de los dos anteriores.

Es mi problema con 'The Lost City of Z', donde la parte dramática funciona a las mil maravillas, pero abusa de cierto comedimiento y poca visceralidad. Las serpientes no pican, las panteras no muerden y los caníbales son veganos. Es una selva (casi) paradisíaca, que sólo en su desenlace infunde algo de temor. Gray, que tampoco es Joe Wright —se me ha aparecido muchísmas veces 'Atonement'—, domina la parte visual, se recrea en ese clasicismo que comparte con el británico, pero no arriesga tanto —quizá porque no sabe o no quiere— en la dirección.

Salgo del cine con la sensación de que, al final, la película se queda a medias en casi todo; que, en ocasiones, tira de tópicos algo manidos y que peca, a veces, de poner el automático. También con el último plano grabado a fuego en la cabeza, donde una bellísima Sienna Miller se funde, a través del espejo, entre dos mundos: uno al que pertenece su cuerpo; el otro, del que es prisionera su alma.

La pesadilla sensorial de Antonioni. Un universo herrumbroso, tóxico y deshumanizado que se levanta sobre una industrial Rávena. 'Il deserto rosso' podría servir de epílogo a la descorazonadora 'L'eclisse', donde el italiano ya dejaba entrever un mundo casi postapocalíptico en el que cualquier atisbo de ilusión se veía anulado por una civilización en declive, incapaz de comunicarse.

Aquí, el director pone en entredicho el progreso, representado siempre como algo gris, venenoso y traslúcido, que se proyecta como una presencia fantasmal, incorpórea y vaporosa. No obstante, creo, Antonioni sí ofrece ahora un rescoldo para la esperanza: el color es fundamental en la cinta y no es casualidad que Giuliana (Monica Vitti) vista de verde tanto al principio como al final de la película.

Thomas Vinterberg trata -y de qué manera- en su película ‘La caza’ un tema tan incómodo como escabroso y al que estamos muy poco acostumbrados. La cinta está dirigida de manera magistral. Con una estructura argumental clásica, de introducción-nudo-desenlace, y sin alardes técnicos, el director danés consigue mantener la atención del espectador sobre la cinta sin dejar que este parpadee en ningún instante.

Estremece la naturalidad con la que está llevado el tema, como si de algo cotidiano se tratara. Mads Mikkelsen está espectacular y ayuda, de manera sobresaliente, a que el público se crea lo que nos están contando. El elenco de secundarios merece también una mención especial. El hijo del protagonista, su padrino, la pareja afectada… cuesta elegir quién de todos ellos firma una mejor interpretación.

Sin embargo, lo que hace de ‘La caza’ un film especial y diferente son los tres temas que derivan del ya nombrado núcleo argumental:
- La inocencia: tan presente en Klara como en Lucas. La primera, desde el punto de vista infantil; algo que comienza como un juego y que se convierte en un problema de enorme dimensión. El segundo, desde el punto de vista adulto, el de la incredulidad y el “todo va a salir bien”, que va evolucionando hasta que el protagonista queda acorralado, sin ningún tipo de opción o defensa. La madre de la víctima también toma un papel activo aquí con ese instinto sobreprotector, que le impide actuar de manera racional, algo lógico y entendible al tratarse de su pequeña.
- La injusticia: en el metraje, las cosas suceden al revés. Ese “todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario” muta de manera excepcional debido a lo desagradable de la acusación y que, supuestamente, ha sucedido. No existe escapatoria posible. Todo el mundo se siente traicionado. Hay que señalar en este punto el excelente final (en el spoiler) abierto.
- La familia: pónganse en el lugar del padre de Klara, enfrentado a ese dilema familia-amistad. ¿Preferimos tener en contra a los nuestros o a nuestras amistades, por muy buenas que sean?

Miradas. Comentarios. Silencios. Impotencia. Rechazo. Todo ello forma parte del peso de la injusticia.

“Siempre se asume que los niños dicen toda la verdad. Por desgracia, casi siempre es así”.