Haz click aquí para copiar la URL
Chile Chile · www.elotrocine.cl
Críticas de Wladimyr Valdivia
<< 1 10 11 12 20 32 >>
Críticas 157
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
2 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ernesto Díaz Espinoza es, sin duda, uno de los directores más promisorios del cine de género en Chile. La acción, las artes marciales e incluso el exploitation han sido sus métodos para retratar temas en donde, generalmente, la confrontación entre el bien y el mal determinan el interés de sus personajes. Desde “Kiltro” (2006) pasando por “Mirageman” (2007) hasta “Tráiganme la Cabeza de la Mujer Metralleta” (2012), aunque entre altibajos y algunos logros muy bien alcanzados, Díaz Espinoza trazaba una clara curva ascendente en su filmografía, hasta ahora.

Tal como lo indica su título, la cinta gira en torno a Pardo (Marko Zaror), un hombre en busca de su redención después de haber sido el responsable de diversas muertes trabajando para la mafia y particularmente una, que no lo deja dormir por las noches. Pero para dar con el Alacrán (José Luís Mosca), el culpable de su vida pasada, debe primero enfrentar a la banda de Steve Bradock (Noah Segan), un incipiente narcotraficante norteamericano radicado en Chile, y proteger la vida de Antonia (Loreto Aravena) y Agustín (Mauricio Diocares), las únicas dos personas que están de su lado.

Si bien la premisa no exuda originalidad, el resultado podría haber sido del todo óptimo si la preocupación hubiese sido puesta en la correcta elaboración de un guión inteligente, con el desarrollo de subtramas, o con la explotación de personajes carismáticos y con motivaciones mucho más profundas y verosímiles, sin embargo, “Redentor” carece de todo lo mencionado y se configura simplemente como un relleno para las esperadas escenas de acción y combate cuerpo a cuerpo a las que se enfrenta el protagonista.

Demás está hablar sobre las aptitudes físicas de Zaror y su talento para las artes marciales. Lo ha demostrado a lo largo de su trayectoria (la mayoría a cargo del propio Díaz Espinoza) y para cualquier amante de las luchas callejeras resulta un deleite verlo en acción, sin embargo, su capacidad histriónica llega al punto más bajo en “Redentor”. Si bien su personaje de héroe justiciero que vivió también del otro lado de la línea, debe cargar con todo el peso dramático de la cinta y su personalidad retraída en la búsqueda constante de purgar sus pecados es aceptable desde ese punto de vista, no nos invita en ningún momento a ponernos de su lado. Esto apoyado poderosamente por un guión sin pies ni cabeza, carente de ritmo y de verdaderas emociones.

La sutil e insignificante presentación de sus personajes no es suficiente para involucrarnos y entender las razones que mueven a sus protagonistas, donde acciones tomadas bordean la ridiculez y el signo de interrogación es mayúsculo ante situaciones que resultan absolutamente inexplicables. Por otra parte, la sobreactuación recorre el film de principio a fin, lo que redunda en perder con más fuerza el interés por la historia. Esto probablemente se deba a que la gran mayoría de los actores son artistas marciales convertidos en actores y no lo contrario, pero no puede ser la excusa para un trabajo tan pobre en niveles de interpretación.

Afortunadamente, las escenas de acción elevan en algo la media de la cinta. El director las filma jugando entre planos abiertos, cámaras subjetivas desde los ojos del redentor y con cámara en mano con movimientos casi de videojuego, ganando en violencia y poniendo en valor el trabajo coreográfico de los enfrentamientos. La banda sonora también aprueba, siendo fundamental en la tensión y creación de atmósfera. Lamentablemente, esto no es suficiente para sacar a flote una cinta en donde durante toda la primera mitad no entendemos por qué uno ataca al otro, por qué ella lo ayuda a él, por qué la profunda religiosidad, por qué otro se deshace de su hombre más fiel, qué significa tal tatuaje o tal medallita, en qué contexto geográfico se desarrolla la historia, cómo se presentan locaciones de manera repentina, por qué están peleando acá, qué es este lugar…

En el cine, son pocos los directores capaces de explicarnos un hecho relevante de la historia sin contarlo o hacerlo explícito en pantalla, o al menos, su éxito es el trabajo en común de todos los elementos operados con equilibrio y criterio, desde su guión hasta el uso de efectos técnicos. Y “Redentor” sucumbe en este intento, al tratar de contar una historia apoyada en temas como el perdón, la justicia y el sacrificio, los que se esfuman en un somnoliento, mal actuado y desaprovechado drama intrascendente con cuatro o cinco escenas de acción entremedio.

---
www.elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
9 de noviembre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una importante deuda tenía M. Night Shyamalan con sus seguidores más fieles. Desde el estreno de “Lady In the Water” (2006), el director de “The Sixth Sense” (1999) venía de fracaso tras fracaso, tanto comercial como en malas ideas regularmente ejecutadas (“The Happening”, “The Last Airbender”, “After Earth”). Este año, el director indio regresa a sus orígenes, con un trabajo de bajo presupuesto, pocos actores y suspenso de alta calidad.

“The Visit” (Los Huéspedes) es la historia de Rebecca (Olivia DeJonge) y Tyler Jamison (Ed Oxenbould), dos hermanos que deben ir a pasar una semana junto a sus abuelos maternos, a los que no conocen, a la cabaña en donde viven en Pensilvania. Al pasar los días, ambos abuelos comienzan a comportarse de manera extraña, poniendo en peligro la vida de los dos pequeños, todo documentado por la cámara de Rebecca, una directora de cine en potencia.

Camuflada, en parte, como un falso documental, “The Visit” recupera lo mejor de Shyamalan, con un film lleno de tensión sobre la base de un misterio que crece en la medida que avanza la cinta, grandes interpretaciones y un par de giros en el argumento que nos devuelve al director que todos siempre estuvimos esperando, repitiendo la fórmula empleada en “The Village” (2004), es decir, crear una atmósfera opresiva e inquietante sólo con elementos naturales, sin el uso de artilugios técnicos ni efectos; simplemente con una trama sencilla pero consistente, donde el espectador desconoce la verdad junto con los protagonistas, y las emociones y decisiones de los mismos son lo que finalmente nos atrapan y no nos sueltan hasta los créditos finales. Sin duda, la idea de que dos niños, en un ambiente de confianza y abrigo, vayan perdiendo esa seguridad sin explicación, resulta atractivo bajo cualquier punto de vista.

Nada sería posible además sin los intérpretes en pantalla. Y es que el director descubre en Olivia DeJonge y Ed Oxenbould a dos pequeños actorazos que se roban la pantalla, con una naturalidad y frescura pocas veces vista en actores de su edad, la primera como protagonista principal, y el segundo incorporando una dosis de humor en su justa medida, que no llega a entorpecer la historia. Por otra parte, Deanna Dunagan (“The Cherokee Word for Water”) y Peter McRobbie (“Bridge of Spies”) crean probablemente a la pareja de ancianos más aterradora que pueda existir: el terror de un comportamiento desequilibrado y fuera de cualquier lógica, que oscila entre la vulnerabilidad y el descontrol, es finalmente el elemento más impredecible de la película y lo que nos obliga a empatizar con argumentos con los dos pequeños.

El empleo de la propia cámara de Rebecca como el ojo principal del espectador durante la mayoría de la cinta, si bien nos priva la posibilidad de tener esos planos y encuadres mágicos del lente de Shyamalan, esto no alcanza a ser lo suficientemente forzado como para llegar a molestar, ni lo más natural como para aplaudir la idea de pie, sin embargo, el logro es que el interés por el desarrollo y crecimiento de la historia prevalece, más allá del uso que el director pueda darle o no a la perspectiva de su cámara. Esta cámara en mano incrementa la dosis de tensión y nos engaña constantemente, jugando con el espectador, haciéndonos creer que nos sorprenderá gratuitamente para luego no hacerlo, y así convencernos de que no estamos frente a una nueva (y a estas alturas muy frecuente) y agotada horror movie, sino a una cinta filmada con inteligencia y escrita con la pluma de un experto en suspense, pensada para ahogar y someternos hasta el final y no antes.

“The Visit” es un ejercicio moderno de cómo hacer un buen thriller psicológico con lo justo. Pareciera ser una prueba a la que el propio Shyamalan decidió someterse para ver si aún estaba esa llama encendida que dejó a un planeta entero desencajado tras el final de “The Sixth Sense” y espera que le pongamos la nota para retomar el camino del que se desvió violentamente. Al menos en este espacio, el examen está más que superado.

---
www.elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
4 de noviembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cielo Latini es una escritora argentina de 31 años, quien alcanzó el éxito profesional con su primera novela, “Abzurdah”, el año 2006. El libro, que se convirtió en un best seller vendiendo más de 260.000 ejemplares, cuenta de forma autobiográfica su período de adolescencia, donde sufrió depresión y profundos trastornos alimenticios.

“Abzurdah” también es el titulo de la adaptación al cine del libro de Latini, dirigida por Daniela Goggi. Un filme intenso que nos presenta a Cielo (María Eugenia Suárez), una niña sin mayores preocupaciones y de una arrogancia heredada desde sus dos conservadores padres, que sucumbe ante los encantos de Alejo (Esteban Lamothe), un hombre mayor que ella, a quien conoció en un chat y con el que inicia un sórdido romance. Alejo es frío y distante con Cielo, pero ella lo ama, y su relación de amantes sólo se sostiene en lo sexual. Para ella eso es suficiente, hasta que Alejo pierde interés, dejándola caer en un abismo del que no puede escapar.

Gran parte del mérito de la directora es entender lo que el público necesita saber para seguir la historia de cerca, y para eso, echa mano de un reparto acotado y un lenguaje contemporáneo, ambientado correctamente en la década de los ’90, período en la que se desarrolló la historia en la realidad. En poco tiempo conectamos con Cielo y sus intereses, conocemos su entorno y su familia, y entendemos que por su avasalladora personalidad, le cuesta tener amigas. Esto último reafirma la necesidad de comprender su búsqueda y la acompañamos de mejor manera en su despertar sexual.

Más allá del carácter de Cielo, rápidamente aceptamos su inocencia y empatizamos con ella, gracias al gran –y sorpresivo- trabajo de María Eugenia Suárez, que dota a la protagonista de frescura, belleza y total espontaneidad, llevando su personaje al extremo en términos dramáticos a partir de la segunda mitad del metraje, que es donde el mensaje se intenta transmitir: la delgada línea entre la razón y la obsesión, el amor y el desamor. En general, el tema es tratado con cordura y no cae en exageraciones, lo que redunda en una narrativa eficiente y muy respetuosa sobre el tema, evitando constantemente caer en el juicio.

Aprobada en su forma, “Abzurdah” no termina por resolver de buena manera sus intenciones. A pesar del buen trabajo de la actriz principal, el guion no consigue convencer del todo la creciente patología de Cielo –al punto de la autodestrucción- y su enfermiza fascinación por Alejo, probablemente por el plano y deslucido trabajo de Esteban Lamothe, ya que no resulta lo suficientemente creíble su absoluto enamoramiento por alguien que no entrega nada a cambio. Además, muchas explicaciones quedan al debe y, lo que sí funciona como un intenso y cercano relato en su primera parte, termina perdiendo fuerza y avanzando más rápido de lo necesario, forzando la historia y dejando en el aire cosas sin motivos aparentes y, por ende, una moraleja sin la lógica total del convencimiento.

Cielo no juega a ser princesa, lo es. Así se siente, así se lo hacen sentir sus padres cuando le dan todo lo que ella exige. Es adolescente y todo le aburre. Se siente absurda, o “abzurdah”, como su nickname virtual. No necesita amigos ni amigas. Cree conocer su cuerpo, su mente y sus límites. Su mundo es Alejo, alguien que no conoce personalmente, pero por el que daría su vida. Lo conoce, se enamora, se desilusiona y su mundo deja de funcionar. Una historia tan real como la de cientos de adolescentes que encuentran en la bulimia, la anorexia y la autoflagelación la única vía de escape. “Abzurdah” refleja, a ratos incomoda, pero no convence, y aunque toca el tema con pinzas, pierde la posibilidad de educar de manera profunda, alejándose de lo que podría haber sido un llamado de atención potente para los padres, quedándose sólo en la correcta exposición de la dureza de una enfermedad, cuyo origen no pasa simplemente por la edad, y en donde la familia que hay detrás tiene mucho más por hacer.


---
www.elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
3 de noviembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La Mujer de Barro” es el segundo largometraje de ficción de Sergio Castro San Martín tras “Paseo” (2009) y varios trabajos documentales que componen su filmografía, que llega tras una destacada participación en el circuito internacional de festivales en más de quince países -incluyendo la Berlinale 2015-, obteniendo los premios a Mejor Fotografía y Mejor Actriz en el International Images Film Festival de Zimbabwe.

Inspirado en la historia de María Cartagena y su familia en 1974 y la realidad de cientos de temporeras chilenas que se ven obligadas a alejarse de sus familias por un trabajo en el que abundan los tratos vejatorios y abusos laborales, “La Mujer de Barro” es un drama intimista sobre María (Catalina Saavedra), una mujer que retoma su trabajo como temporera, debiéndose alejar de su hija y teniendo que convivir en un ambiente laboral hostil, donde la soledad, las necesidades y su retraído carácter la pueden hacer tomar una difícil decisión.

El barro, quizás la mezcla más fácil de conseguir en el planeta, tiene propiedades asombrosas. Repone la actividad normal de los órganos vitales, devuelve las energías y purifica el alma. Tiene propiedades desinfectantes y cicatrizantes, elimina toxinas y agentes tóxicos del cuerpo. Su uso terapéutico es empleado desde tiempos inmemoriales mejorando la calidad de vida animal y humana. María está hecha de barro. Manos alfareras moldearon su vida, su cuerpo y su mente. Una guerrera que no necesita escudo. Ella es un escudo, pero por sus venas corre esa sangre que sólo quiere estallar. Los golpes no duelen y las cicatricen se entierran bajo su piel blanca, translúcida y gastada por el trabajo que le significa llevar una vida de sacrificio, como muchas, o como pocas.

María, y el resto de mujeres que llegan a la empresa agrícola en época de siembra, cosecha y exportación, son tratadas como ganado por un jefe (Daniel Antivilo) cuya única virtud es, probablemente, su género y voz gruesa. Junto a Violeta (Paola Lattus), otra temporera más joven, intentan sentirse humanas en la medida de lo posible, entre conversaciones monosilábicas en sus ratos libres, haciéndose compañía en las frías noches y maqueteando una amistad inocua pero a la vez gigante; el único resquicio de valor y respeto, al final del día.

Odiamos a la mujer de barro. Odiamos a Catalina Saavedra y odiamos a María. Siempre lo hemos sabido y nuestros brazos siempre están cruzados. La depresión y la desesperación conviven con María y, lamentablemente, no es sólo un personaje: es la realidad de un país que tiene en su mano de obra rural el eslabón más importante de un modelo económico sostenido que aplauden en el extranjero, pero que lleva décadas de abandono laboral y legislativo, de regularizaciones e inspecciones, de injusticias y vejámenes insólitos que subyacen en la impunidad. Detrás de este personaje está Catalina Saavedra, quizás la mejor actriz chilena de la historia y, seguro, de la última década, que en “La Mujer de Barro” consigue lo imposible: igualar o superar su trabajo en “La Nana” (2009). Una interpretación desgarradora, contenida y trascendental, sin titubeos y con los matices que el guion exige. A ratos creemos estar viendo un documental (no es casualidad siguiendo la trayectoria del director) de Catalina, que dejó la actuación para dedicarse a la agricultura. Sin duda, un valor que en Chile jamás ha tenido el reconocimiento que se merece, no así en el extranjero, donde sus papeles son aplaudidos de pie.

Los relatos personales siempre han sido tema obligado de la cinematografía chilena, casi como un factor de identidad de la industria local. “La Mujer de Barro” si bien continúa esa línea y se desarrolla con un ritmo narrativo poco atractivo para las masas, la sinceridad en cada plano y secuencias por parte del director, la sensibilidad de su fotografía y las inmejorables actuaciones, consiguen un thriller de moral estoica –en su máxima definición filosófica- sobre la naturalidad del ser humano, el dolor de la individualidad obligada y el instinto universal de la sobrevivencia, muchas veces, por sobre la razón.

Sergio Castro San Martín escribe y dirige uno de los filmes mejor logrados del año junto a un equipo de primer nivel. Sergio Armstrong en la fotografía, Marcela Urivi en el arte, Erick del Valle en el sonido y Andrea Chignoli en el montaje, pintan un cuadro hecho a mano por Catalina Saavedra, Paola Lattus y Daniel Antivilo, quienes interpretan un cuento de terror del que podemos escapar pero nunca dejar de mirar.


---
www.elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
27 de octubre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Estados Unidos hay material de sobra para producir películas de guerra o basadas en ella. Tanto en producciones independientes como en realizaciones de mega productoras, ni los grandes directores se han mantenido lejanos de hacerse cargo de algún trabajo bélico, siempre sometidos al juicio del público sobre las intenciones por plasmar una u otra visión. Y es que la guerra siempre será un tema que dividirá, al menos, a dos fracciones de la población.

Ahora es el turno de Andrew Niccol, quien se aleja de la ciencia ficción tras “Gattaca” (1997), “Simone” (2002), “In Time” (2011) y “The Host” (2013) para dirigir “Good Kill” (Máxima Precisión), un drama que retrata la historia del Mayor Thomas Egan (Ethan Hawke), un militar de la fuerza aérea norteamericana que, contra su voluntad, ahora ejerce como controlador de aviones de guerra no tripulados, también conocidos como drones, que sobrevuelan el Medio Oriente eliminando a cualquier sospechoso de terrorismo –civiles incluídos- desde una cabina en un recinto militar en Las Vegas, a miles de kilómetros del objetivo.

Si bien no está basada en un hecho verídico particular, la realidad nos indica que desde el atentado a las torres gemelas bajo el Gobierno de George W. Bush y aprobada su continuidad por Obama, el uso de drones se ha convertido en la guerra del futuro, un arma imprescindible y certera que aún sobrevuela cielos sirios mientras escribo estas líneas. Niccol apunta a este tema y lo aborda desde una posición bastante neutral, centrándose en el drama humano que le significa a Thomas Egan pasar horas encerrado, acabando con la vida de “terroristas”, abuelos, mujeres y niños, como el mejor videojuego de shoot ‘em up, cargando con la culpa de sus ejecuciones, con su deseo de volver a pilotear, y la carga de esto al final del día al regreso a casa, junto a sus hijos a quienes poco ve y a su mujer (January Jones), cuya relación se cae a pedazos.

La expertiz del director es evidente en el manejo y la conducción de las emociones de sus personajes a lo largo de toda su filmografía. Esta vez, vuelve a confiar en Ethan Hawke para cargar con todo el peso dramático de la cinta, como un veterano de guerra hastiado de su presente y que vive a punto de estallar en llanto por los muertos que carga sobre sus hombros. La eterna dicotomía del militar norteamericano, plasmada en innumerables ocasiones en el cine, donde el carácter y patriotismo desatado se enfrentan a la pesadilla de la guerra cuando cierran los ojos, es tema recurrente y, en “Good Kill”, el histrionismo y talento de Ethan Hawke da sus mejores resultados.

Desde el Capitán Willard en “Apocalypse Now” (1979) hasta Chris Kyle en “American Sniper” (2014), el desequilibrio mental y el ocaso psicológico que significa llevar una vida dedicada a las armas y convivir de la mano con la muerte, en muchos casos de inocentes, este tipo de historias se han esmerado en contrastar esa dura realidad. “Good Kill” lo hace de manera sutil, con correctísimas actuaciones y una historia de lento transitar pero muy bien estructurada.

El juicio moral y las banderas no se extrañan en “Good Kill”. Las menciones al actual presidente de los EEUU y su permisividad con el tema, las ironías hacia el sector más republicano, o la mención que Vera Suarez (Zoë Kravitz) hace al preguntarse “desde cuándo nos hemos convertido en Hamás” son sólo algunos de los reclamos entre líneas que el director instala, aunque sin parcializarse hacia ningún arista.

El Estado de Guerra “de Prevención” como justificativo para una atrocidad sin nombre es lo que “Good Kill” nos presenta, con un drama personal como excusa. Una cinta que resulta a ratos monótona pero que sobrevive gracias a la claridad de su mensaje y las sobrias interpretaciones, poniendo a Zoë Kravitz como el personaje racional que le viene a devolver la humanidad perdida a Egan, a January Jones como la familia desbordada por el tedio y la incomunicación, y a EEUU como el malo de la película, no así al ejército y su personal, que para el país del norte seguirán siendo unas víctimas más del despreciable terrorismo.

---
www.elotrocine.cl
Wladimyr Valdivia
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 10 11 12 20 32 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow