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6
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7.871
Fantástico. Ciencia ficción. Acción
El doctor Zarkov, un científico expulsado de la NASA, viaja en un cohete espacial con el joven jugador de rugby Flash Gordon y su amiga Dale Arden. Los tres intentarán salvar al planeta de la amenaza de Ming, el emperador del lejano reino Mongo, que ha lanzado una de sus lunas para que choque contra la Tierra. Adaptación al cine de un cómic de Alex Raymond. (FILMAFFINITY)
7 de febrero de 2008
234 de 306 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los albores de los años 80, mi padre entró un buen día en casa con una bolsa de cartón de esas que usan los polis en USA para esconder los donuts.
De la bolsa salieron piando asustados tres pollitos cruelmente coloreados. Azul, verde y naranja. Mi hermano llamó a su pollo Gruñón y mi hermana al suyo, Eire. A mí me tocó el naranja, al que bauticé como Flash.
Una tarde de aquel verano les dejamos al fresco en la terraza. A nuestro regreso nocturno nos encontramos a Gruñón y a Eire secos. Más tiesos que la mojama. Ver cómo sus hermanos consumían su vida chamuscándose delante de él, en su mismo pico, hizo fuerte a Flash. Su corazón se recubrió de hielo.
Comencé a entrenarle a los pocos días de la tragedia. Le lanzaba al aire y trataba de cazarlo al vuelo con una pizarra vileda. Se llevó muchos golpes, sí, pero aprendió a encajar.
Con el transcurso de las semanas nos fuimos cogiendo cariño, y pronto pasó de comer alpiste a devorar trocitos de entrecot.
Le llamaba desde mi habitación, “¡Flash, Flash!”, y él venía corriendo entusiasmado desde la terraza. Entonces le lanzaba pilas rodando por el pasillo que él esquivaba mediante fintas y saltos con el estilo de un campeón.
Por las tardes se encaraba con los rottweiler en el parque y era capaz de pulsar el 7º en el ascensor con el pico, de un salto. Ese era Flash. Una máquina de matar.
Pero pasó el tiempo y aquel pollito se hizo grande. Mi madre decidió que no podía habitar entre nosotros, eran épocas de flaqueza económica, y no nos podíamos permitir otra boca que alimentar. Sobre todo cuando ese pico tragaba por dos. Así que se lo dio a Venancio, que tenía una granja en las afueras.
Aún recuerdo el gesto sobrio que me dedicó cuando nos dijimos adiós.
Un día llamó Venancio. Se conoce que el pollito no era pollo, si no polla.
Mi polla Flash…
Al parecer ponía huevos naranjas, como si sólo de yema estuviesen hechos. Algún ser humano se echaría al plato a mis pequeños flashecines para engullirlos con patatas mojando pan. Tranquilo, Flash, donde quiera que estés. Daré con él. Y te vengaré.
Y es que poco a poco las noticias sobre Flash comenzaron a llegar con cuentagotas, hasta que no volví a saber de él.
Cuántas veces la condición natural de los seres nos obliga a tomar distintos caminos para no volvernos a ver… pero nuestras memorias pasean de la mano por el sendero de los recuerdos.
De la bolsa salieron piando asustados tres pollitos cruelmente coloreados. Azul, verde y naranja. Mi hermano llamó a su pollo Gruñón y mi hermana al suyo, Eire. A mí me tocó el naranja, al que bauticé como Flash.
Una tarde de aquel verano les dejamos al fresco en la terraza. A nuestro regreso nocturno nos encontramos a Gruñón y a Eire secos. Más tiesos que la mojama. Ver cómo sus hermanos consumían su vida chamuscándose delante de él, en su mismo pico, hizo fuerte a Flash. Su corazón se recubrió de hielo.
Comencé a entrenarle a los pocos días de la tragedia. Le lanzaba al aire y trataba de cazarlo al vuelo con una pizarra vileda. Se llevó muchos golpes, sí, pero aprendió a encajar.
Con el transcurso de las semanas nos fuimos cogiendo cariño, y pronto pasó de comer alpiste a devorar trocitos de entrecot.
Le llamaba desde mi habitación, “¡Flash, Flash!”, y él venía corriendo entusiasmado desde la terraza. Entonces le lanzaba pilas rodando por el pasillo que él esquivaba mediante fintas y saltos con el estilo de un campeón.
Por las tardes se encaraba con los rottweiler en el parque y era capaz de pulsar el 7º en el ascensor con el pico, de un salto. Ese era Flash. Una máquina de matar.
Pero pasó el tiempo y aquel pollito se hizo grande. Mi madre decidió que no podía habitar entre nosotros, eran épocas de flaqueza económica, y no nos podíamos permitir otra boca que alimentar. Sobre todo cuando ese pico tragaba por dos. Así que se lo dio a Venancio, que tenía una granja en las afueras.
Aún recuerdo el gesto sobrio que me dedicó cuando nos dijimos adiós.
Un día llamó Venancio. Se conoce que el pollito no era pollo, si no polla.
Mi polla Flash…
Al parecer ponía huevos naranjas, como si sólo de yema estuviesen hechos. Algún ser humano se echaría al plato a mis pequeños flashecines para engullirlos con patatas mojando pan. Tranquilo, Flash, donde quiera que estés. Daré con él. Y te vengaré.
Y es que poco a poco las noticias sobre Flash comenzaron a llegar con cuentagotas, hasta que no volví a saber de él.
Cuántas veces la condición natural de los seres nos obliga a tomar distintos caminos para no volvernos a ver… pero nuestras memorias pasean de la mano por el sendero de los recuerdos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Por eso cada vez que introduzco mi VHS de Flash Gordon en el reproductor, el colorcillo ochentero de esta cutre-ficción, pionera, rodada en el plató de La Bola de Cristal, me traslada a aquellos días de hermosa amistad, y al ver a Sam J. Jones con su uniforme naranja luchar con los julandrones de alas metálicas, sacados de la Ostra Azul, mi cerebro mezcla a traición las imágenes, y las lágrimas me impiden ver el final, pues de metal naranja eran sus plumas. Las plumas de Flash.
Jamás te olvidaré. Sabes que tengo esta, la peor canción de Queen, como despertador en el móvil. No por Freddy ni Brian. Por ti. Es la prolongación del lamento que cada noche aún sigo gritando entre pesadillas por volverte a ver. Flash, ah aahh…
Va por ti, vieja camarada.
Jamás te olvidaré. Sabes que tengo esta, la peor canción de Queen, como despertador en el móvil. No por Freddy ni Brian. Por ti. Es la prolongación del lamento que cada noche aún sigo gritando entre pesadillas por volverte a ver. Flash, ah aahh…
Va por ti, vieja camarada.