La verdad es que yo también tenía mis dudas con esta película porque parece muy simple y banal pero a la vez está cargada de emociones muy intensas que consiguen mantenerte enganchado por completo a la pantalla. Por una parte, me ha gustado mucho que esté repleta de sutileza. La actuación de un guapísimo y debutante Harris Dickinson es enorme porque te hace meterte de lleno en su piel de una forma tan profunda que parece que estés viendo tu propia vida. Ayuda también que me sienta bastante identificado pero vamos, estoy seguro de que cualquier persona sea hetero, gay o lesbiana puede hacer el esfuerzo de entender por lo que está pasando. Nuestro protagonista tiene que lidiar con varios problemas (familiar, personal y una adicción a las drogas) pero destaca por encima de todo la lucha por aceptar su identidad. Doy por hecho que las drogas le ayudan a mitigar el dolor que le causa el darse cuenta de quién es realmente además de que este es el vínculo en común con sus amistades.

También evita todo tipo de clichés como pueden ser el drama de la homofobia con sus amigos y familiares o contarnos cómo y cuando empieza a darse cuenta de que le atraen las personas de su mismo sexo. Desde el principio ya sabes que le gustan, en todo caso, estaríamos hablando de primeras experiencias sexuales.

En mi opinión, es una película que no pretende sacar ninguna conclusión, solamente hacer visible la realidad de las personas lgtb que sufrimos día a día en silencio por no poder expresarnos debido al miedo a ser rechazados. Visto así es comprensible que tenga un final abierto aunque entiendo que no sea del agrado de muchos. Los fuegos artificiales nos indican que la historia transcurre en el lapso de tiempo de un año.

Para terminar, comentar que otra razón para reivindicar encarecidamente esta película es que la directora es una mujer, valga la redundancia, que se llevó el premio a mejor dirección en el Festival de Sundance.