Solo nos queda bailar

Tradiciones de un país desconocido para la mayoría, un poco de historia, crítica social desde el amor a un país y además nos cuentan una historia sin censuras ni paternalismos, con una justa medida repipi. Buena danza y música, imágenes que invitan a visitar y a conocer desde la verdad y no desde la utopía. Le quedó bonita e interesante la obra a Akin.

Tercera película en la filmografía de Levan Akin (1979) director sueco de orígenes georgianos. La danza tradicional georgiana pilar cultural fundamental de la identidad de un país generalmente subyugado necesitado de referentes asienta sus raíces en un conservadurismo patriarcal donde de momento no cabe la modernidad y mucho menos la homosexualidad. Utilizar dicha danza como símbolo entre lo "antiguo" y "lo moderno" y tratar de reconciliarlos le ha valido a su director la censura de la película en Georgia y una producción y un rodaje en esa tierra que ha necesitado de guardaespaldas. Asi estamos.

El descubrimiento de su propia sexualidad de este joven bailarín en ese contexto social y cultural cerrado transcurre, con un metraje excesivo a mi juicio, en un alarde de dirección donde la naturalidad y la fluidez son sus mejores bazas. La historia acaba por encallarse en sí misma sustentada por la buena labor actoral y la oportunidad de echar una mirada social a una de esas repúblicas soviéticas que acabaron como el rosario de la aurora tras la desintegración de la U.R.R.S

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Merab (Gelbakhiani) ensaya desde muy joven en la Compañía Nacional de Danza de Georgia, con su pareja de baile, Mary. Pero su vida da un vuelco cuando aparece el guapo y carismático Irakli (Valishvili), que pronto se convierte en su principal rival. También en su mayor objeto de deseo.

En una atmósfera represora, Merab se enfrenta a la necesidad de sentirse libre, arriesgar e ir en pos del amor. Pero si desvela su condición gay, se expone a ser repudiado.

Maravillosa y poética cinta del director sueco Levan Akin (guion suyo igualmente), que presenta una propuesta formalmente naturalista, echando mano de sensorialidad visual, consiguiendo una gran sintonía entre belleza estética, para retratar una sociedad intolerante y punitiva.

Buena música de Zviad Mgebry y Ben Wheeler, estupenda la fotografía de Lisabi Frindell y una puesta en escena meritoria que nos sumerge en el mundo de esa nación extraña para los españoles que es la exótica Georgia, una de las exrepúblicas de URSS, en la parte oriental.

Una sociedad patriarcal que persigue con odio y violencia cualquier alteración de los géneros. La conservación de la identidad cultural se presenta como objetivo básico. El idioma, el alfabeto antiguo, la cocina, el canto y la danza son de máxima protección y conservadurismo.

Insólita producción sueca desarrollada en Georgia, donde Merab —un joven homosexual aspirante a bailarín de danza tradicional autóctona— debe enfrentarse a una comunidad estructuralmente homófoba, tanto en el ámbito público como en el privado.

La película se focaliza en Merab, encarnado por un impresionante Levan Gelbakhiani, y su proceso de maduración, marcado por la presión de su pasión amorosa, pero también por las dudas e inseguridades que da sentirse diferente en un entorno hostil. Las diatribas del amor y la pasión hacia uno de sus rivales, Irakli, lo cual hace de Merab un muchacho frágil.

Los altibajos de Merab en su relación profesional y su amor oculto con Irakli marca un hilo conductor, que da cabida a escenas de gran potencia emocional, en gran medida exitosas gracias a la labor de ese descubrimiento Gelbakhiani y su pareja, otro gran trabajo de Levan Gelbakhiani. Ambos actores son curiosamente aficionados.

Merab se nos presenta como un personaje frágil que contrasta con el aplomo que imprime otro joven con el que mantiene una relación profesional y amorosa, Irakli, que da cabida a escenas de potencia emocional y sexual, con la gran labor del igualmente brillante actor Bachi Valishvili.

Es el retrato de un país conservador como Georgia, que antepone la tradición a cualquier voluntad de desarrollo, en una historia duramente realista y emocionante en sus distintos niveles.

Buena música de Zviad Mgebry y Ben Wheeler, estupenda la fotografía de Lisabi Frindell y una puesta en escena meritoria que nos sumerge en el mundo de la exótica Georgia, una sociedad patriarcal que persigue con odio y saña cualquier alteración de los géneros.

Un filme que no traiciona su denuncia acompañándose muy bien de los recursos de la ficción, hecho que le honra.

Hacia el final hay unas escenas de danza muy bellas y sentidas donde Merab se expresa libremente frente al tribunal que lo juzga como bailarín.

Ésta película es simplemente hermosa. Aunque llegué a esa conclusión hoy, tras 24hs de haberla visto. Y es que para entender la magnitud del film, hay que entender lo que sucede en Georgia con la comunidad LGBTTIQ, y spoiler allert: es monstruoso.
Partamos del hecho de que el director de ésta película, no es oriundo de ese país. A pesar de tener orígenes Georgianos, Levan Akin es sueco, y en su día a día, ajeno a las problemáticas sociales de la ex República Soviética. Debo remarcar ese último dato, debido a la indiscutida presencia de la iglesia más ortodoxa en esos países; principal motivo de la persecución constante a cualquier disidencia sexual. La realidad y la rutina de una persona no hetero-normativa tanto en Georgia como en otros países de la región es tremendo. Y si no me creen googleen.

Siempre me molestó que alguien ajeno a un lugar, a una sociedad y a una cultura, se meta a filmar cómo son esos lugares, esa sociedad y esa cultura. Akin no pertenece a Georgia, por lo que la acertividad respecto a modismos y formas de ser de los personajes, o todavía peor; el relato de la historia, podría ser muy distinto si lo contara un verdadero habitante de Georgia. Pero acá entra en juego otra cosa ¿Una persona perteneciente a ese país, sería capaz en algún momento de rodar un film como éste?
Temo que por todo lo contado anteriormente, la respuesta es no. En "Sólo nos queda bailar" se nos cuenta una historia de amor entre dos chicos. Un amor que cuesta, se demora, va y viene, pero que existe y es correspondido. Lo que aparenta una premisa vieja, anticuada del cine gay, cobra un peso y valor mucho más importante al conocer el contexto de esta historia. Tanto la que ocurre en el film como en su producción, que no estuvo exenta de incidentes.

Una historia inacabada que supera los límites de las diferentes culturas para describirnos con arte lo que supone la represión social que, paradójicamente, persiste en un mundo que habla de libertades y derechos constantemente sin que estos se cumplan. Infelicidades gratuitas a las que, con diferentes grados de responsabilidad, todos, de un modo u otro, hemos contribuído con silencios culpables de miedo. No está mal recordar que siempre quedan millones de personas atrapadas en un mundo superado por los más afortunados que han sabido aprender de los héroes.