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Mis hijos

Drama Cuenta la historia de un niño que vive en una ciudad árabe-israelí y cuyos padres le envían a un prestigioso internado de Jerusalén. (FILMAFFINITY)
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
15 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la primera parte del largometraje, el muchacho se traslada desde un barrio popular árabe hasta una ciudad de grandes casas donde predominan los israelíes. Estos últimos tienen otras preocupaciones, muchísimo más mundanas que la clase trabajadora árabe. El director nos abre las puertas al mundo adolescente, vivido sin complicaciones y sutilmente va dando pistas de lo incómodo que es para Eyad compartir una cultura ajena, con idioma diferente, donde los noticieros hablan continuamente de los palestinos como enemigos, tildándolos de terroristas, siempre insinuando que el pueblo judío (acaso víctimas) debe soportar el asedio de bombas arrojadas desde las fronteras aledañas.

Hay un repaso histórico dando cuenta de la creación del estado israelí y de diversos sucesos de confrontación como la Guerra del Líbano y la primera Intifada. Se muestra como en las escuelas hebreas inculcan el odio hacia los palestinos y el director de la cinta es hábil al contrastar los dos mundos en la experiencia de Eyad.

Riklis no oculta las diferencias entre ambos pueblos, insinúa por un lado el odio ancestral entre ellos, pero por otro, señala que ambas etnias no son tan distintas. Para la ficción, Eyad no representa la típica fisonomía árabe y pasará desapercibido entre sus compañeros, incluso la policía es incapaz de distinguirlo.

La cinta insinúa adentrase al territorio del melodrama, pero el director, con una calma y precisión encomiables, gira hacia el drama, pero no a través del conflicto, sino a partir de la conversión del muchacho hacia el mundo judío. No es un cambio de religión, más bien se trata de una mutación social, con el objeto de disfrutar de los privilegios de la casta dominante.

El protagonista no encarna al talentoso Mr. Ripley (Patricia Highsmith), de ninguna forma es un oportunista.

Riklis va insertando una idea angular en la mente del espectador: Las diferencias étnicas no son insalvables, pero el odio entre ambos pueblos es tal, que es más fácil unirse al enemigo que enfrentarlo. Copiar las costumbres y adoptar la cultura de la casta gobernante resulta menos desgastante, las décadas de conflicto han demostrado la inutilidad de la violencia.

Estudiar en una escuela hebrea (idea del padre), parece una vertiente insurgente, está latente la noción de infiltrar al enemigo, ser mejor que él y derrotarlo con sus propias armas.

Recordemos que el director es judío y no debe ser fácil instalar este pensamiento dentro de un mundo doctrinario implantado por el estado israelí. Quizás la veta romántica será la manera de congraciarse con el espectador de su país, no parece una arista muy bien lograda, tampoco creo que el director esté especulando con una secuela, donde la idea matriz termine diluyéndose en el accionar absurdo de los personajes.

Indirectamente, el director deja entrever que el estado de Israel no brinda a los árabes una educación que les permita independizarse y formar familias que puedan ascender socialmente. Los quiere incultos, salvajes, para poder echarles la culpa de todos los males que amenazan a los hebreos. En este punto, el director se juega el pellejo denunciando la realidad que se vive al interior de Israel.

Riklis inicia el metraje con un tono festivo, casi de comedia, como entendiendo lo absurdo que resulta para los palestinos vivir en tierra de judíos. Luego el protagonista da un salto a otra realidad, más apacible y donde los árabes no existen, para finalmente plantear el drama abiertamente. No es una tragicomedia, es un drama con un segmento inicial algo jocoso e irreal, que sirve de perfecto contrapunto para acentuar la vocación dramática del film.

La visión del director pareciera conciliatoria, incluso cuando el punto de vista se sitúa en la vereda árabe. Su personaje parece transitar hacia otro mundo irreal, poco probable, donde deberá renunciar a sus tradiciones. La película se desplaza desde hogares bulliciosos y vivos (árabes) a mundos más higiénicos: el film evidencia un desplazamiento de las emociones hasta volverse casi inhumano.

Esa visión conciliadora resulta un espejismo, un engaño al espectador, quizás para que el mensaje llegue a buen puerto.

«Ahora sólo queremos que nos dejen vivir con dignidad».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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29 de diciembre de 2019
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Sencillamente la película me ha gustado. Eran Riklis hace fácil lo difícil con toda naturalidad. Árabes e Israelíes en Israel están condenados a entenderse, aun así la diferencia y la segregación hacia los árabes es fácilmente visible en un país rodeado de enemigos y con varios millones de sus habitantes árabes. Sus culturas con una misma raíz están totalmente separadas haciendo la convivencia casi imposible de acomodarse. Aun así la película demuestra cómo, con voluntad, si puede haber entendimiento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
ALIEN1717
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25 de agosto de 2015
11 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película es de muy buen ver, sobre todo muy recomendable a todos los seguidores y simpatizantes del movimiento internacional BDS. Pues van a ver aquí la realidad que no quieren admitir: que los judíos protegen a los islámicos que no quieren su exterminio y se avienen a vivir fraternalmente en democracia.

Hay que decir, para quien no esté al corriente que al movimiento internacional BDS (boicot, desinversión y sanciones contra Israel), se ha incorporado de pleno la izquierda española actual, la cual ha renunciado al rol de mediación que mantuvo España en la región de Oriente Próximo en la etapa de Felipe González y que ahora prefiere ser la izquierda más proárabe del mundo. ¿Por qué? ¿Por qué la izquierda española ha escogido, en lugar de cordura y sensatez, la demagogia, el populismo y el antisemitismo? Porque son conocedores del cada vez mayor número de islámicos que se instalan en España (muchísimos más que cuando la invasión del año 711 d.C.), porque saben que el voto de estos cada vez más millones de musulmanes le suele ser proclive y porque analizan además con extrema sensibilidad la proveniencia del capital inversionista en España con fuerte olor islámico-petrolífero impregnado en las camisetas del Real Madrid o del Barça, entre otros.

Que al BDS y a la izquierda española no les gusta para nada que Israel esté donde está y se defienda de lo que tiene que defenderse, resulta obvio; que son solidarios con países en los que la democracia brilla por su ausencia, se evidencia en las manifestaciones contra el Estado hebreo y contra su derecho legítimo a combatir a quienes desde hace años anuncian una y otra vez que pretenden borrarlo del mapa.

Es decir, el BDS español ha preferido ponerse de parte de los grupos terroristas islámicos yihadistas tanto en Siria como en Irak, Yemen, el Sinaí, Gaza y Líbano mantenidos por Irán, optando cerrilmente por no aprender nada después del gran crimen terrorista de Madrid (Atocha del 11 de marzo de 2004), el cual les pavimentó el camino al poder contra todas las encuestas.
pezpozo
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