El amor perfecto es aquel que se nutre de los ideales románticos y se convierte en una meta llena de obstáculos y de consumación prácticamente imposible. Y tiene que ser así. De lo contrario la cruda realidad lo hace trizas. Esta película coreana es superlativa en mostrar esto.

En Vidas Pasadas no hay melodrama. Tampoco la típica afectación de las almas en pena en que devienen los amantes frustrados. Lo que hay es mucha inteligencia, sensibilidad y buen gusto. El drama humano es tratado con elegancia y recursos filosóficos típicos de las culturas asiáticas. Aquí hay adultos que saben bien cuál es su lugar en el mundo y la responsabilidad que ello implica. El amor no es la excusa para una sensibilidad alocada. Todo lo contrario: la aceptación que las circunstancias imponen y se actúa en consecuencia aceptando los dictámenes del destino.

Los protagonistas son más que maduros y hasta estoicos. Se quieren y son amigos. Pasar a la condición de amantes o esposos es algo que siempre vislumbran pero que las circunstancias niegan. Y aún así procesan estos obstáculos como orientales y no como occidentales y sus almas saben bien que siguen atadas y esto les produce un consuelo.

Vidas pasadas puede que sea una de las mejores y más genuinas historia románticas nunca antes contada por el cine o la literatura. A mí me encantó.