La boda de Rachel es una detonante, un botón que al presionarlo hará irremisiblemente que estalle la bomba de relojería que es su hermana Kym.
Un pasado que no abandona y un futuro sostenido en las tablas del rencor y el dolor es lo que une a toda la familia con su díscola hija, Kym, rehabilitada de una intensa adicción a las drogas.

¿Qué pasó entonces? ¿Qué abrió una brecha tan grande entre dos hermanas tan compenetradas? ¿Qué hizo que el padre de ambas padezca una constante sonrisa forzada, una necesidad de querer ser feliz aunque no pueda? ¿Qué provocó que la madre de Kym se convierta en una conciencia oscura sobre su hija, en un dedo acusador, en una amor desvanecido como ceniza en el viento?

Esas preguntas son el motor y el interés de esta inusual película, que poseedora de un espectacular nivel actoral, se ve lastrado por un arma de doble filo. Jonathan Demme mueve su cámara como si esta no estuviese presente en realidad, como si asistiésemos a un Gran Hermano emocional en el núcleo de una familia de clase media y su gran día. Eso le da la ventaja de que el espectador está inevitablemente abocado a involucrarse en la historia; pero por otra parte, ese realismo hipernaturalista frena la acción en muchas ocasiones, alargando situaciones y escenas hasta la desesperación (como casi todas las que incluyen números musicales).

Pero la actuación de su reparto a lo largo de la cinta es tan nítido y humanista, que cada gesto y mirada bien valen un visionado, más si encontramos a una protagonista tan extraordinaria como Anne Hathaway, actriz a la que yo no soportaba, por cosas como Princesa por sorpresa & secuela o Guerra de novias, y que me hizo plantearme si su memorable interpretación en Brokeback Mountain era fruto de la casualidad (o de Ang Lee). Pero en La boda de Rachel demuestra su infinito compromiso con los papeles que merecen la pena, construyendo a Kym, una persona rota y ahogada por el arrepentimiento, la culpa y la ira, mujer en el burladero de un mundo y una familia que tal vez no estén preparados para acogerla.

Y si además, encontramos a Debra Winger, actriz plena abandonada por la industria, cuyo último gran papel fue allá por 1993 con Tierras de Penumbra, en una composición trágica y repleta de valor, con un poder ante la cámara perturbador, contando además que sólo tiene una gran escena (¡Pero que escena! - la que comparte con Hathaway), La boda de Rachel se convierte en una historia apasionante sobre el perdón, las almas que se perdieron, y la capacidad de amar.