Una sensación recorre la piel al embadurnarnos de todos los diálogos que escupe este guion sin necesidad de pedirlos. Un olor nos impregna, el de la elocuencia, el de intentar no separar las dos vertientes de este vodevil afrancesado que no da tregua al espectador. La prótosis de esta condicional viene a sumergirnos en la retórica de la cultura y la digitalización en un mundo carente de necesidades didácticas e instructivas. Casi sin aliento a amasar toda la vorágine de conceptos y palabras nos sobrepasamos con los pros y contras de un debate vasto en extensión y en retórica. La apódosis nos introduce en la doble moral y el juego del tiempo en las relaciones amorosas. Esa moralina sentimental que se contrapone a la gran moral cultural en personajes contraproducentes para su propio ego. El guion nos amasa todo en un fermento estrambótico o extravagante que puede hacer perder la noción de centralidad. Eso si, el despliegue de caracteres de su reparto actoral no tiene desperdicio en esta magistral puesta en escena de confrontación cultural y moral. Eso que tanto gusta a los que mezclan lo divino con lo humano.