Argumento: documental sobre las vivencias de la familia del director -jermu y tres hijos- en un viaje a Cuba. El planteo lo esboza él mismo: tiene dudas sobre la crianza de sus hijos en un mundo capitalista, por eso, para que la gurisada conozca la otra vaina, decide emprender un viaje a un lugar no-capitalista, es decir Cuba –yo me hubiera ido al Bolsón, que queréis que te diga.
spoiler:
Sigo como espectador: como crítico me falta jerga y pelos en la lengua…
Me sentí incómodo durante la hora y media que estuve frente a la pantalla. Empezó floja, siguió floja y terminó muy floja.
¿Qué quiero decir con floja y muy floja?
Las conversaciones son muy básicas, no aportan nada, se pasan de trilladas. Sí, ya sé, tampoco es que estaban metidos en un proyecto de investigación, no obstante, no hay un hilo que lleve a una evolución del argumento. O si lo hay, pero es poco creíble. Muy burdo. La idea se estanca al principio. Lo demás es pura chachara.
El Padre de familia –el director- la juega de progre exitoso, o en su caso, de “productor comprometido”–tiene la casa y el tutú, pero el sistema no le cierra del todo…- y el barniz, no siendo lo suficientemente potente como para que nos la creamos, se le cae de arranque. Lo que sí le sale muy bien es el rol de padre posmoderno que corre como desesperado atrás de los “nenes”, homologando así, el papel de nuestras viejas; y permitiéndose hacer payasadas como cuando se devora el helado del purrete cual si estuviera en la Bristol de Mar del Plata.
De mostrarnos orgulloso su chalecito recién pintado, a la mitad de la peli, reafirmando mi teoría sobre sus ganas de aparentar inconformismo, se cazó la gorra bolche y no se la sacó más: “la tiene pegada” –intuí silencioso desde mi asiento. Y eso no es todo, porque lo más patético vino cuando a los tres cuartos del film dejó el voceo natural de un argentino y se vendió al “tu” haciendo una suerte de parodia del argento langa.
Este personaje es fundamental para entender la intencionalidad del director –o sea, él mismo- porque además de mostrar las peripecias familiares, mediante primerísimos planos en los que se lo ve en tono reflexivo, se interesa en descubrir la evolución interna de este sujeto –o sea, él mismo.
Por otra parte, la madre, transmite la sensación de no saber bien qué hace ahí. Su corte hippona lo lleva muy bien, pero pega más para un documental sobre Woodstock.
La salvación vino por parte del segundo pibe. A mi entender, el enano le salvó la peli a su progenitor. Y no es un decir: en los únicos momentos en que sentí que valía la pena quedarme sentado era cuando aparecía el mocoso cargado de inesperadas ocurrencias.
El final del “documental” sigue la misma línea de patetismo: el hijo mayor, en el que solo reparamos al principio -cuando lógicamente se retobó por perderse al ratón Mickey- y cuando dispara el arma de un viejo cubano, termina dando un oral –en inglé- sobre la vida del Ché.
El círculo se cierra. El padre se queda conforme. El capitalismo se ríe en nuestra cara
No esperaba ver una de Gutiérrez Alea, pero tampoco esto.
Sincericidio: Cuando terminó la película me sentí muy solo –pasa seguido: una catarata de aplausos bajó por la sala…