Algunas veces, aún con todas las herramientas a nuestra disposición, no sabemos qué hacer y la cagamos. Black Swan me parece un ejemplo de ello.

Con toda la pasta del mundo y con un soporte técnico excepcional – de verdad magnífico – Aronofsky ha rodado una película que por decir algo es informe y absurda. Se compone de: uno, un planteamiento bastante simplista de blancos y negros; dos, un personaje con un drama que bien visto es una niñata estúpida, ñoña y desmesurada con un objetivo vital poco tangible y subjetivo; tres, un desarrollo dramático confuso e incompleto donde brillan momentos visuales innecesariamente desagradables; y cuatro, un montón de efectos digitales impropios de un drama que a mí, personalmente, no paraban de transportarme a “Power Rangers. La película”.


Obviando que me recuerda muchísimo a la pianista, la recomendaría a cualquiera por el papelón merecedor del Oscar que se borda la bellísima Natalie Portman: está chica todo lo hace bien y es para verlo.

Definitivamente el efecto fan empaña la vista juiciosa de las almas sensibles permitiéndolas hablar de este tostón como un buen film.

Plagada a todos los niveles de inconsistencias argumentales, esta película no sólo aturde a los espectadores que no hayan seguido la saga sino que aburre a las ovejas con una tensión diluida e irregular, unas peripecias simplistas y facilonas y unos giros en favor de personaje que no hacen más que volver aún más predecible lo que ya de por sí es un cuento infantil.

Si al menos tuviese el ritmo del género aventuras mainstream, como tienen las anteriores Harry Potter, mi juicio sería entretenida o interesante, pero desde luego tal cual está este capítulo es aburrido y pretencioso.
NOTA: Especialmente sangrantes los momentos de sentimentalismo pueril.

South Park no es una serie, es una religión.

Al igual que la biblia con un montón de parábolas intenta revelarnos cómo obrar en nuestra vida para llevar una existencia de bien, South Park con un montón de episodios nos intenta arrancar de la estupidez para hacernos personas más consciente, y utiliza como martillos muchos ejemplos elocuentes y evidentes de lo absurdo que es el hombre para hacernos ver como hipócritas, egolatras, mezquinos y tristes observadores de una realidad que tenemos frente a nosotros. La buena noticia es que este reconocimiento, además, genera risas.

Más seriamente el trabajo de semiótica que llevan a cabo en especial desde la temporada seis en adelante y la perfecta estructura del guión en la gran mayoría de sus capítulos me llevan a ser un entregado total y un verdadero creyente, no sólo del mensaje, sino de la forma.
Geniales.

Este film no sólo es grande porque Shin chan sea sin duda uno de los personajes lateralmente más inteligentes que jamás se han escrito, sino porque todo lo que le rodea es absolutamente auténtico y original en el sentido más almodovariano de la palabra pastiche.

Con referencias continuas a la mitología moderna japonesa en esta peripecia nuestro héroe ayuda al clan de los Mariconchis, un grupo de monjes budistas travestis, a proteger unas bolas mágicas del malvado clan de los Cataplines, una corporación tipo Yakuza de ejecutivas agresivas que dominan las cintas de gimnasia rítmica a modo de armas cortantes, . Las bolas en cuestión encajan a modo de testículos en una milenaria estatua que una vez completa invoca a un gran mal que conferiría muchísimo poder a la jefa del clan de los Cataplines, una anciana en kimono con un guardaespaldas rubio platino.

En conclusión brillantemente audaz y nada infantil.

Más que un documental sobre un funambulista, "Man on Wire" es la historia real de un grupo de personas que tras conocer la felicidad que otorga vivir intensamente el momento más importante de tu vida, sólo les queda recordarlo y recordarlo con nostalgia irreprimible. Muy bien contada, muy bien pulsada y muy emotiva pero también muy similar al confesionario de un Reality Show beatnik.

Hay que resaltar la banda sonora que recopila grandes piezas que Michael Nyman había compuesto para otros films, temas que van desde las famosas partituras de el El Piano (Jane Campion 1993) a las tortuosas melodías de Two Zed an a double Naught (Peter Greenaway 1988). Con los pelos como escarpias.