Antes de nada, asegurar al lector que aún no la haya visto que no pienso desvelar el final, lo cual es sumamente difícil en una historia donde tantos comentarios de tantas críticas pueden dejar rastro del que sucederá.

Sin embargo, si puedo comentar que se trata de un excelente film de Alfred Hitchcock, que lleva su firma y en el aparecen varios de sus "inventos" narrativos tantas veces imitados y admirados. Tras su etapa como director en Inglaterra donde pronto demostró ser rentable, llenar las salas y no carecer de talento para la intriga y el suspense, entre otros géneros, llegaría a América para deslumbrar con la oscarizada Rebeca, hacer taquilla con Enviado Especial y demostrar que no era un director de comedias en Matrimonio Original. Tras ellas Sospecha o lo que es lo mismo, la constatación de una firma personal. Y es que en Sospecha se percibe a Hitch, como en Encadenados, Recuerda, Vértigo, Con la muerte en los talones, Psicosis y tantas otras que han contribuido a que nos hagamos una idea de su cine como la tenemos de Woody Allen o de John Ford. Y esa es su especial valía ya que siendo un Hitchcock de los reconocibles, no es sin duda el mejor. Pero para la historia del cine queda Cary Grant, uno de sus actores fetiche, subiendo una escalera con un vaso de leche para Joan Fontaine, que recibiría el oscar además del vasito.

Y en cuanto al tantas veces comentado final, decir que depende en realidad del espectador ya que como mínimo podrá ver dos desenlaces en su mente. En mi caso, en cualquiera de los dos, no logro ver ese happy end que parece impusieron en Hoolywood al director, y creo que Alfred tampoco lo veía.

Antes de que Hitchcock se convirtiera en un director de género, y mucho antes de que lo fuera de firma y sello, hubo tiempo para probar diversas posibilidades tras la cámara, algo lógico en una época en que Howard Hawks, por citar sólo uno, igual rodaba un western como un drama, igual una comedia que una bélica. En comparación con tantas de sus grandes películas es fácil someter a pública lapidación a una comedia como Matrimonio Original, pero no olvidemos que en casi todos sus títulos el genio inglés demostró poseer un gran sentido del humor y la ironía del mismo modo que tantas de sus películas de suspense lo son en realidad de amor.

Dicho esto, Matrimonio Original tiene mucho de comedia romántica y bastante de Screwball Comedy sin llegar a ser una obra maestra de ninguno de los dos géneros. Partiendo de una idea con muchas posibilidades, la de un enamorado matrimonio que no deja de pelearse y que descubre no estar legalmente casados, nos encontramos algunos de los momentos más divertidos de la historia del cine, como a Robert Montgomery intentando sangrar de la nariz atizándose a sí mismo, pero al mismo tiempo se percibe falta de ritmo y frescura viniéndose a veces la película al suelo. La levantan el ya citado Montgomery y sobre todo la intachable Carole Lombard. El maestro inglés aceptó rodar esta película por su amistad con Lombard, que por aquel entonces era además la casera del director, aunque más tarde renegará de este título y asegurará no llegar a comprender el guión, limitándose a poner la cámara. Sin duda, los dos eran igual de mordaces y Hitch tuvo que escuchar como Carole le explicaba que le daba igual repasar sus escenas para ver su actuación, ya que sólo quería ver como le quedaban las tetas con el sostén.

Y la Lombard se merece un monumento, o al menos un párrafo por mi parte. Ella sola convierte en inmortal este y tantos films, con su sensual belleza traviesa, su desparpajo y su control del movimiento, del ritmo interpretativo ante una cámara. La reina de la comedia de los años treinta nos dejó aquí su penúltima actuación, justo antes de la insustituible Ser o no ser de Lubitsch y de su fatídico accidente de avión, que robó al mundo sus futuros papeles en los cuarenta y cincuenta. Si Marlene Dietrich y Greta Garbo eran las divas de aquellos años, Lombard era el contrapunto rebelde y lenguaraz. A la Garbo ya la satirizó con sus imitaciones en La princesa de Brooklyn, y en esta película vuelve a hacerlo en las escenas de nieve, con paseo en trineo de caballos incluido, que claramente nos recuerdan a La reina Cristina de Suecia, sólo que si Greta se acariciaba la cara con la nieve en uno de los planos más famosos de la sueca, Lombard se la come, la mastica y juega con ella cómicamente.

Lo siento Alfred, pero esta vez no eras el protagonista.

Y sea Lubitsch, Billy Wilder, Groucho Marx, Howard Hawks o cualquier otro creador de comedias locas americanas, las llamadas Screwball comedy de los años treinta y cuarenta, el caso es que siempre generan un mundo que fácilmente podría ser confundido con un sanatorio mental. Farsas, ritmos alocados, ticks y repeticiones, diálogos acelerados y absurdos, confusiones y malos entendidos, ricos caprichosos y, como dijo alguien, "comedias de sexo sin sexo" donde no puede faltar el noviazgo y el amor espontaneo en el que una de las dos partes tarda más en descubrir cual es su media naranja, a la que en principio detesta.

Desde que Frank Capra inaugurara el género con la genial "Sucedió una noche" en 1934 hasta esta Mi querida secretaria han pasado quince años y los tiempos de la Gran Depresión ya están lejos. Es quizás por ello que el tono tardío y decadente de este título, ya fuera de época, lo convierte en olvidable sino fuera porque en verdad es divertido. Y lo es sobre todo por Keenan Wynn, secundario de lujo, antes que por un aún primerizo Kirk Douglas, aunque suene a repetitivo criticar sus escasas facultades para la comedia.

Los toques de modernidad que un apartamento pueden generar a partir de la década siguiente, no ya con evidentemente Wilder, sino también con las pequeñas comedias de alcoba de Rock Hudson y Doris Day, no evitan que esta película no pase de anécdota y llegue a hacerse algo cargante, aún contando con algunos diálogos verdaderamente desternillantes.

Pero bueno, no siempre el cine va a ser un Velázquez, ni tan siquiera un Zurbarán, hay que llenar el resto del museo.

Segunda película americana de Hitchcock, aunque bien podría ser la primera si tomamos en cuenta su gran parecido en la factura con sus mejores obras de la década anterior. Enviado Especial representa en ese sentido más una transición a su primera etapa americana que Rebeca, que siendo esta sí su primera muestra en América resultaba mucho más redonda, acabada e imperecedera.

Y es que Enviado especial es un título que no carece de frescura y buenas intenciones de entretenimiento, pero que adolece de cuidado, credibilidad, atención a los detalles y muchos más etceteras. Para empezar el protagonista, en el papel de galán en apuros tan habitual en Hitchcock, hace aguas y está bien lejos de los Jimmy Stewart y Cary Grant posteriores. De hecho esta cinta, más que cerca de "Con la muerte en los talones" del último actor citado, la emparejo con la inglesa 39 escalones aún teniendo semejanzas con ambas.

Y es lógico ya que el maestro aún está madurando, pero es que la película en ocasiones pierde todo el sentido y cualquier cosa puede pasar. Si apareciese la abuela del protagonista y descubriésemos que es la mala...pues vale, también cuela. Incluso si su plan fuese robar toda la lana al enemigo para impedirles hacer jerseys..,.pues también sería creíble en este mundo loco de Hitchcock. Eso sí, nadie puede dudar que la película es divertida aún en su retórica infantil ya que está plagada de humor negro, situaciones cómicas, absurdas, frases locas, dobles sentidos...pero claro, esto no es Ser o no ser de Lubitsch, se supone que es una peli policiaca de espías. Pero no quiero confundir al lector de esta crítica, la película cuenta con grandes momentos, sobre todo dentro de un avión, eso sí como siempre surrealistas.

Por lo demás, subrayar como la película fue realizada a inicios de la Segunda Guerra Mundial en una América aún neutral, siendo pagada por un productor judío como David O. Selznick. La clara intención de aumentar entre los espectadores americanos la postura intervencionista es evidente, sobre todo en el pequeño discurso final que, no obstante, está a años luz del que hiciera Chaplin en "El gran dictador".

De acuerdo, crucificar esta crítica si queréis, pero todo tiene un límite. Ni Bukowski ni leches. Una de las cosas que más me agradan de Woody Allen es que, siendo un intelectual neoyorkino con mayúsculas, el tipo con lo que verdaderamente disfruta es viendo la final de las Series Mundiales de fútbol americano con una cerveza por la tele. No hace falta autocrearse un estereotipo de intelectual que te coloque moralmente por encima de la sociedad. Y si me refiero en general a ese catedrático presuntuoso que dice no ver Gran Hermano, tampoco generarte una fachada de escritor maldito que vive al margen de la sociedad merece mis respetos.

Y más allá de que no soporte a los presuntuosos, la película se me hace insufrible. Una verdadera pérdida de tiempo sin sentido. Puedo salvarla a lo mejor si me concentro en una sóla escena (la de la entrevista de trabajo en concreto) del mismo modo que puedo llegar a tomarme un Mc pollo cada mucho tiempo, pero no varios seguidos, la indigestión está asegurada.

Guau, que alternativo soy, no me comprenden, sólo quiero drogas y paz, y no trabajar. Anda ya tío, menuda petardada de expresión contracultural. Para ser original no hace falta orinar fuera del tiesto, sólo te mancharás más tus zapatos.