Una historia interesantísima no hace una serie interesantísima. Hay muchas decisiones que pueden degradar el paso de la historia a la imagen. Y, en 'La serpiente', son las decisiones de dirección las que, principalmente, malogran este intento: un abuso de los primeros planos buscando la mueca sobre rostros mayormente inexpresivos; un abuso del salto temporal hasta perder la coherencia de ambos núcleos narrativos (los hechos, las consecuencias); un desdibujo de los secundarios a partir, precisamente, de estos saltos temporales, sin permitirnos darles un perfil complejo y quedándonos mayormente en lo plano de sus acciones y reacciones; o un guion que evoluciona a salto de mata por culpa de un ritmo constantemente en cambio... son algunas de estas decisiones.

Aún así, podemos percibir en la historia un potencial que, por desgracia, constantemente se nota malogrado, desaprovechado. La historia es dura, los personajes son complejos y el profundo drama de todo lo que "Serpiente" ha hecho da para mucho más de lo que la pantalla nos muestra. Quizás queriendo evadirse de lo macabro, acaba siendo un producto de medio pelo, entretenido sin más, una serie para maratonear una tarde de lluvia sin más. El material, y quienes lo protagonizaron en la vida real, merecían algo más que esto.

Cinco episodios. Ni veinte minutos cada uno. Suficiente para explotar una idea sencilla y extravagante: la naturalidad, por su extraordinaria similitud, con la que un exyakuza pasa de su anterior vida criminal a su actual vida de amo de casa. Con la compañía de su "hermano" Masa, su novia Miku, su gato y una aspiradora Roomba, nos muestra que de una a otra forma de vida apenas hay un paso.

Estiísticamente es también original porque respeta, muchísimo más que el anime al que estamos acostumbrados, la estructura textual y narrativa del manga. La organización de los dibujos, la tendencia al estático (introduciendo las onomatopeyas y las exclamaciones con texto superpuesto) o las transiciones episódicas entre escenas, lo dotan también de aspectos "curiosos" muy poco vistos en este aspecto.

El conjunto es original, muy simpático y pasa en un suspiro. No tiene grandes pretensiones y, precisamente por ello, cumple más que de sobra con sus objetivos: ofrecernos algo más de una hora de sonrisas de humor surrealista muy bien llevadas y sobre una premisa tan extravagante como solidamente justificada.

Algo no funciona en Nomadland. Su tendencia a sentimentalizar una situación dramática y desgarradora, a verla como inevitable, como un designio del destino aceptado sin crisis ni dramas, no resulta moralmente creíble. Quizás por eso, para mí, la preciosista realización y la soberbia interpretación rebajan un peldaño (o dos) su excelencia pues, el marco en que se encajan, ha sido rebajado en su confiabilidad. Siento que me faltan piezas, que algo no encaja. Cuando, después, lees el libro, lo entiendes todo: lo que el material original trata de forma realista, la película lo rebaja para convertirlo en un relato hueco de motivos y razones para ser lo que es.

Su principal mérito se esconde a simple vista: pareciendo otra serie del montón sobre institutos USA y sus animadoras, nos lleva a plantearnos cuestiones de fondo sobre la personalidad humana (y adolescente) a partir de un punto de vista original sobre lo tantas veces visto. Lo hace con un tono oscuro, un guion que convierte en oro los giros que da son suma inteligencia y, también, con un reparto que sabe estar perfectamente a la altura respecto a este reto de "originalidad". El resultado es una de esas series que, pasando a la mayoría desapercibidas, garantizan un visionado de calidad y muy disfrutable.

True crime británico situado en Galés, con espectaculares paisajes, una historia prometedora, personajes principales bien actuados, pero que el guion no sabe desarrollar adecuadamente. La estructura en tres capítulos breves (45 min. cada uno) hacen que todo aquí sea precipitado, ninguno de sus aspectos resulta interesante o peculiar y, para atajar los caminos de comprensión del espectador se recurre a clichés que, en ciertos momentos, sonrojan por su evidencia -como si el guion nos tratase como idiotas-. Con todo, el tono de la narración, la crudeza de la historia y las actuaciones principales sí consiguen mantener la sensación de verosimilitud y empatía que nos puede mantener pegados al asiento.