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Críticas 2.369
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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19 de febrero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sr. Peter Mitchell, mejor conocido como "Maverick", parece que se ha cansado de las alturas, los F-14, la escuela aeronaval y el USS Enterprise y ha decidido bajar hasta las pistas de carreras para introducirse en el mundo de los coches, los neumáticos y el NASCAR, y a toda velocidad, como le gusta a él...

O más bien a su álter-ego Tom Cruise, que un día (y todo gracias a su amigo Paul Newman), tras probar uno de los coches del mítico Richard Hendrick, propietario de Hendrick Motorsport, en el circuito de Daytona, decidió hacer una película sobre las competiciones de autos deportivos. Se le ocurrió la idea y concibió la historia, ni más ni menos que el vehículo (literalmente) adecuado para la estrella en imparable ascenso que era él, y que pronto dejaría en las manos de la todopoderosa pareja Jerry Bruckheimer/Don Simpson; todo quedó en familia al ir éstos a buscar a Tony Scott para filmar, de ahí que "Días de Trueno" tenga el sabor, la impronta y el color de "Top Gun"...
Intensos cielos anaranjados, ahora sobre las pistas. Mientras el director filmaba en circuitos como el Bristol Motor Speedway y por supuesto los de Daytona Beach, los productores, como siempre, se peleaban por el presupuesto y un guión realmente insustancial (¿qué se esperaban siendo de Cruise?), de ahí que acabara en el ajo Robert Towne, quien se metió de lleno en el universo de las carreras y las vidas de los pilotos. Pero hiciera lo que hiciese yo no veo ese esfuerzo en ninguna parte mientras transcurre el film, que ya empieza mal, con Cruise entrando (en moto) como la estrella que es, dispuesto a correr en el circuito, sin que sepamos nada de su personaje...

La verdad es que no parece importar mucho. Se llama Cole, es todo lo que debemos saber; también se sabe, desde que se cruza con Rowdy (Michael Rooker interpretando como siempre a Michael Rooker), que ambos pasarán de ser los peores rivales a los mejores amigos. No lo tuve que leer en sus ojos, estaba escrito en letras grandes en ese guión que se iba desarrollando día tras día entre las broncas de Simpson y Bruckheimer; un guión tramposo que al principio te hace creer que el protagonista es Robert Duvall en su rol poco disimulado del jefe de escudería de NASCAR, Harry Hyde (Hogge aquí).
Duvall es un enorme actor y logra que te creas a su personaje, pero su intrahistoria y su relación casi padre-hijo con Cole es saboteada por el puñetero guión, que se centra de repente en la amistad entre éste y Rowdy; no salgo de mi asombro al ver el nombre de quien escribió "Chinatown" y "Conexión Tequila" desarrollando una historia de amistad tan poco creíble. Los susodichos pilotos (ojo a la tensión dramática de la película) se dedican a competir en silla de ruedas por el hospital donde han sido ingresados o destrozando coches de alquiler por las calles y así como así ya son amigos...pues créanlo ustedes si les da la gana.

Por otra parte Cole es sólo el arquetípico héroe de Cruise en aquella época, el joven ambicioso atrapado en melodramas telenovelescos que lucha por un sueño, el mismo de "Cocktail", de "El Color del Dinero" y por supuesto de "TG"; y para redondear la cosa, como no podía faltar, hay que añadir un interés romántico. ¿La chica contratada que se disfraza de policía? Ojalá hubiera sido ella. No, claro, tiene que ser la enfermera de turno que se preocupa por la salud del héroe, poniéndole en confrontación consigo mismo, jamás lo hubiera imaginado (sr. Towne, ¿de verdad está usted ahí?).
Y ella es la futura esposa de Cruise, Nicole Kidman, que venía de Australia para comerse Hollywood (y lo que se terciase...). Así, a la instructora Charlotte, al oficial Metcalf y al piloto Kazansky de "TG" les reemplazan la doctora Claire, el jefe Hogge y Rowdy, remedos que van y vienen por la pantalla, como casi todos aquí, intentando hacernos creer que su participación sirve de algo (de todas formas, diga lo que diga uno y otro, Cole hace lo que quiere y ya está); pero para personaje inútil e innecesario el del piloto suplente Russ, que se inmiscuye en una historia que no es la suya y sin haberle invitado nadie.

No comprendo todavía la razón de ser de este repelente al que da vida Cary Elwes (como si el actor no fuese repelente ya de por sí), otro rival para el protagonista salido de la chistera de quienquiera que estuviese escribiendo el guión (imagino que Towne, harto de los productores, se lo daría a algún asistente o algo así...). Todo lo referente a drama e interacción de personajes es estereotipado, cursi e inconexo hasta la náusea, presto a atascarse y explotar como el motor de los coches que pilota Cole. Pero Scott, con su ojo clínico para el entretenimiento veloz y sin cerebro, nos arrastra sin piedad a eso precisamente, siendo las secuencias de acción lo que inyecta verdadera emoción a la película.
En mi opinión no existe ninguna otra en la Historia del cine que retrate mejor el mundo del automovilismo, del lado de la pista y del lado humano, como "Grand Prix"; el director falla en una cosa pero acierta en la otra, y al final de cada carrera, salpicada con la estimulante música de Hans Zimmer, nos deja sin aliento, con la sensación de haber asistido al mayor espectáculo del momento...eso sí, tan vacío e insustancial que dicha sensación se disipa en cuestión de minutos. Ni que decir tiene que Cruise arrasó con su vehículo en taquilla igual que Cole en el NASCAR: a toda velocidad y con ovaciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mientras tanto yo me pregunto...¿qué pasa al final con Rowdy?
¿Le interesa a alguien? A mí sí, la verdad.
8 de febrero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sociedad adormecida, se ha erradicado la violencia, reina una calma basada en el respeto mutuo, la estricta contención de los auténticos sentimientos, entre espacios limpios, lejos de cualquier vicio o pecado, mientras la tecnología ha mejorado la comunicación.

Por eso este film me produce un gran rechazo, porque aquel mundo obsesivamente aséptico, terriblemente frío, falsamente dichoso...¡es en el que ahora vivimos!; sin las connotaciones tan futuristas hay una similitud del 70 o tal vez el 80% entre nuestra sociedad y la imaginada por Peter Lenkov hace 36 años. Qué asco, qué pena y qué visionario; un aficionado, Nostradamus. También sin habilidades especiales podemos ver que "Demolition Man" es de esos proyectos que tardaron mucho tiempo en gestarse, y cuando por fin sucedió hubo de pasar por un proceso arduo y largo de formación.
Y así fue, entre mil reescrituras de un guión que nunca ofrecía una buena versión final, el peligroso aumento del presupuesto, la metedura de pata de Joel Silver al usar, por consejo de David Fincher, al inexperto Marco Brambilla (entonces director de populares anuncios, hoy reconocido artista experimental), los accidentes climáticos durante el rodaje...por suerte Sylvester Stallone y Wesley Snipes, héroe y villano respectivamente, no llevaron las cosas a peor con las típicas batallas de egos. Era el ambiente caótico perfecto para imaginar el prólogo con el que nos engaña el guión...

Fred Dekker fue el culpable de esto y no se lo perdono, porque pocas cosas detesto más en una película que una introducción interesante cuyos personajes me presentan efusivamente y de repente es cortada para reaparecer en otro lugar y otra época tras una gran elipsis. "Demolition Man" empieza como el clásico "techno-thriller" de los '90 y nos explota en plena cara con secuencias que podría haber filmado el mejor John Woo; Stallone es Stallone y Snipes aparece hasta arriba de cocaína, "exploitation" en su más pura esencia con algún aire de cómic, Brambilla entiende la pirotecnia y la fuerza de la imagen.
Los protagonistas son dos dibujos animados o dos estereotipos de la acción. Pero cuando se mete de por medio el asunto de la criogenización (un sistema contra el crimen demasiado caro para el Estado, una imbecilidad total) esto va más allá de lo que podría aguantar...sin embargo aquí emerge el genio de Daniel Waters, quien va a embellecer las cosas alrededor de la premisa más vieja del género (el poli duro se retira, el villano es encarcelado, pasa el tiempo, el villano se fuga o lo sueltan por algún motivo, el poli duro debe volver a perseguirlo) y a raíz de la misma idea de "Soldado Universal", estrenada sólo un año antes.

Y así Hollywood nos regala una de las sátiras más ingeniosas, afiladas y perversamente visionarias de la Historia del cine, tanto que sorprende que no sea Roger Corman uno de los productores. Aun sin ser muy original, ya que otra fuente bien apreciable para la trama es la de "El Dormilón", donde Allen parodiaba a H.G. Wells y Aldous Huxley; la parodia es la misma, pero desde el prisma del "thriller" de los '90. Ahora, la sombra de lo que una vez fue aquella violenta sociedad norteamericana vuelve para destruir la armonía de un mundo perfecto, encerrado en su ignorante aceptación del control, o para hacerla despertar a base de ostias y explosiones.
El efecto es un terriblemente entretenido pasatiempo. Stallone y Snipes no sólo parodian con gusto los arquetipos del cine de acción que han estado interpretando, sino que toda la película se burla del exceso y el sinsentido de dicho cine, al tiempo que lo celebra con nostalgia, como si la violencia fuese inherente al espíritu americano, una necesidad, un símbolo, a través del irritante personaje de esa Sandra Bullock que fue la sustituta de una actriz anterior despedida. Pero aquí todo es irritante, la corrección política, la ausencia de comunicación física, la asunción de una detestable arrogancia por vivir en una sociedad civilizada, la prohibición de absolutamente todo tipo de placeres o de prácticas tabú...

Es más irritante por las comparaciones que surgen entre lo aquí inventado (o reciclado) con la sociedad de hoy día, siendo ya la tecnología parte de nuestra vida privada, evitando el contacto por las recientes pandemias, reprimiendo las opiniones personales debido a las reacciones defensivas de quienes las oyen. La visión de Lenkov y Waters es un ataque directo a la aceptación de un conservadurismo extremo, sin saber aún que en nuestro mundo la prohibición más grande viene precisamente desde el otro lado. Pero ya lo vaticinaban estos genios...aunque sin originalidad.
Porque el de Cocteau no es un poder distinto del de todos los líderes de anteriores sociedades utópicas/distópicas de la ficción, donde, por supuesto, debe existir otra sociedad oculta, la clásica "resistencia" que se opone al control, si bien aquí no funcionan como tal (a lo sumo un par de actos vandálicos) y resultan ridículos. Los clichés se cuentan por cientos, la habilidad del guión para burlarse de ellos es la clave aquí, por encima de tanta palabrota, persecución, destrucción a gran escala, chistes de "backlot" de Hollywood (los ataques a Schwarzenegger de su querido amigo Stallone, impagables) e intensos cara a cara entre el héroe y el villano, cuyo final ya sabemos cuál es desde que empezó la película.

Brambilla, quien no tardó en abandonar la industria del cine por eso, porque le parecía una mera industria, logra un trabajo sofisticado y vibrante, a la altura del mejor Tony Scott, y donde el ritmo ni abruma por su rapidez ni resulta pesado (se nota la mano de Stuart Baird en el montaje).
Los protagonistas no pasan de la caricatura, pero son tan inverosímilmente anacrónicos en esta sociedad futura que todo se convierte en un deleite de la comedia burda. Sólo me asalta una duda (y no relacionada con las conchas): en un mundo tan perfecto, limpio y tranquilo...¿por qué siguen existiendo policías? No consigo entenderlo.
4 de febrero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los peligros sacuden al pobre Indiana Jones desde Venecia hasta la lejana Turquía, atravesando Alemania y Austria, de nuevo bajo el ardiente sol del desierto o contra enemigos en castillos inexpugnables, todo sea para encontrar dos cosas muy preciadas: la copa sagrada que recogió la sangre de Jesucristo y a su propio padre, que por primera y última vez toma parte en la aventura.

Aunque el productor Frank Marshall se empeñe en negarlo con la excusa de que la trilogía del personaje ya estaba pensada desde un principio, está claro que "La Última Cruzada" es la enérgica respuesta a ese tremendo error llamado "El Templo Maldito", película concebida por Spielberg y Lucas en su peor momento emocional y reflejo de miedos y malvados deseos, una que con el paso del tiempo, y pese al gran éxito de taquilla, incluso el primero terminaría despreciando. Pero eso podría arreglarse antes de que acabara la década, y efectivamente se hizo.
Parece que una era de luz ilumina a los dos hombres. La escritura de esta 3.ª y última entrega (seguramente reiteraré lo de "última") se apoya en dos puntos clave: el deseo de Lucas de tratar la búsqueda del Santo Grial, aun si eso suponía traer de vuelta los iconos y mitos cristianos de "En Busca del Arca Perdida", y profundizar más en el pasado e intimidad del protagonista a través de una conflictiva relación paternofilial. Sin embargo no es Lawrence Kasdan quien se encarga ahora del guión, un guión que por cierto sufriría miles de escrituras, modificaciones y páginas arrancadas y pegadas para tratar de unir todas las ideas que iban surgiendo en el proceso; así será fácil de apreciar la incoherencia reinante.

Y lo primero que hace es regresar al pasado. Contemplando a un Indiana jovencito, de boy scout, luchando sin descanso en los páramos de Utah contra un puñado de mezquinos cazatesoros por una antigua cruz, podemos estar tranquilos y embriagarnos con el aroma de aventura clásica y directa de serial televisivo que respiraba la película original; sin embargo todo este prólogo me parece una patraña sin sentido por la misma razón que el que iniciaba "El Templo": todos los personajes implicados, todos los incidentes que se desencadenan, no tienen relación con el resto del film, sólo es un capítulo más en la vida del aventurero.
Sí, muchos años después éste aparecerá recuperando la cruz de las garras de los mismos granujas...y ahí termina la historia y luego empieza otra, independiente. ¿Y hemos ganado algo con esta vuelta a los orígenes de Indiana? Bueno, sabemos que de joven era River Phoenix (hijo de Harrison Ford en "La Costa de los Mosquitos"), de dónde sacó su sombrero y su látigo y que su padre no le hacía ni puñetero caso...menudo aluvión de información tenemos a mano. Cuando por fin comienza la verdadera trama todo suena a que podría haber sucedido dentro del universo de "El Arca" (el protagonista es presentado en clase otra vez); ahora el tesoro a encontrar es el Grial.

Y no es que mis dotes de adivinación sean muy infalibles, pero no hace falta tenerlas ni ser muy inteligente para saber que el hombre que encarga a Indiana la tarea de buscar la copa y a su desaparecido padre está de parte de los villanos, y que se revelará en cualquier momento (un motivo de sospecha: no va a buscar al protagonista directamente, prefiere mandar a un par de esbirros...); a todo esto los villanos vuelven a ser los nazis, para seguir la tónica de "El Arca". El viaje a Venecia inicia el primero de muchos obstáculos que no dejarán de impedir el paso al aventurero.
Desde la entrada en las catacumbas de una biblioteca el pobre Ford no tendrá, y hay que recalcar esto, ni un minuto de respiro, aunque por ahora el ritmo es mucho más tranquilo de lo que se va a volver en un futuro, siempre aligerado con los destellos de humor de Jeffrey Boam, guionista de "El Chip Prodigioso" (y después de las secuelas de "Arma Letal"). ¿Ayuda a digerir mejor la tan poco sorprendente trama? Tal vez, pero es un humor tontorrón e infantiloide, y no recordaba al Indiana original con tantas ganas de hacerse el gracioso; por suerte su nueva compañera de fatigas (¿acaso podía faltar aquí una?) se encuentra en las antípodas de la que tuvimos que sufrir en "El Templo".

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Se cierra la trilogía de la aventura y los tesoros sin poder recuperar en última instancia el Grial, pero lo importante es que el protagonista haya recuperado a su progenitor. Spielberg pone mucho sentimiento aquí, emocional y visceral, y el público responde con entusiasmo y sin la ira que les había provocado la entrega previa.
Por mi parte no existe obra que logre superar a la original de 1.981, pero esta 3.ª parte permanecerá para siempre en mi memoria por el inolvidable momento filmado en la playa almeriense de Mónsul, donde Henry asusta con su paraguas a las gaviotas para que impacten contra el avión, lanzando después al cielo un grandilocuente discurso bajo la atónita mirada de Indiana, a quien sólo queda sonreír y afirmar mentalmente "Sí, ese es mi padre". Es también la única vez que vemos hacer algo útil a Connery en todo el metraje...
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Esta vez es Alison Doody, igual de rubia que Kate Capshaw, pero sofisticada, sensual y carismática en lugar de simplemente irritante, chillona y absolutamente innecesaria; y es que, por primera vez, la dama ocultará muchos secretos, si bien tendrá que pasar por ciertos molestos estereotipos (por obligación del guión se acuesta con Indiana, sin otra razón más profunda...).
La película da el gran salto con la llegada al castillo, aunque Spielberg no nos priva de varias escenas de acción de una envergadura espectacular que sólo podríamos esperar de él (ya quisiera John Woo haber filmado la impresionante persecución de lanchas).

Pero aquí se vuelve a entrometer la desgana en la historia, porque, ¿cómo hace Indiana para averiguar dónde está su padre? ¡Sale de la boca de uno de sus perseguidores en Venecia!...qué bien que quedara alguien vivo para confesar esta gran revelación. Lo que no podemos negar es el fascinante ingenio de Sean Connery (a quien tan solo separaban doce años de Ford en la vida real) dando vida a ese Henry Jones un poco torpe, un poco arisco, un poco fanfarrón, y siempre en competencia directa con un hijo que nunca ha logrado entenderle del todo.
De aquí en adelante la aventura y el espectáculo más rocambolescos no nos darán tregua, al igual que el humor, y tanto un aspecto como otro van "in crescendo" mientras la historia toma desvíos increíbles. No sólo Boam tiene la culpa, la actuación excéntrica de Connery, lo más alejada de su otrora álter-ego James Bond, ayuda mucho, alguien que por cierto, si la intención de Spielberg era introducirlo para profundizar más en la psicología y vida privada del protagonista, ha fallado de pleno, porque el guión puede dar alguna que otra pincelada sobre este tema, pero no va más allá de eso.

El guión, y esto es muy curioso, sí quiere extenderse en la relación paternofilial de Indiana, pero el personaje de Henry no; basta con escuchar su conversación en el zepelín y cómo la personalidad aplastante de éste corta toda comunicación. Se acabaron las introspecciones, volvamos a la aventura...¡y será por aventura!; vamos a ver al entregadísimo Ford sorteando peligros en motocicleta, en avioneta, en coche, en tanque, a caballo, pasando así la película de una espectacular escena de acción a la siguiente, intentando siempre superar los límites de todo lo anterior. Ya casi no tiene presencia la violencia (al menos no como en la 2.ª entrega). Pese a todo el frenesí desatado la comedia atenúa la intensidad de la acción.
Pero también es lo que resta credibilidad, y es que, al menos para un servidor, es inevitable sentir que "La Cruzada" sólo es la repetición de "El Arca" en clave de parodia (las escenas en el interior del tanque, los tropiezos, los "gags", las bromas...me lo tragaría si el padre de Indiana fuese Leslie Nielsen); el ridículo llega hasta tal punto que Spielberg, muy gracioso él, nos presenta a un Hitler con la estatura de Ford y que se las pasa estupendamente firmando autógrafos como el ídolo "pop" de moda (...¿en serio, Spielberg?).

Tal vez el tramo final, después de una larguísima escena de tiros, puñetazos y persecuciones en el desierto que parecía no acabar nunca (la acción es muy repetitiva y termina cansando), reformule también la desviación al misticismo y la fantasía de "El Arca", pero el director, mucho más que en toda la rimbombante pirotecnia anterior, se supera a sí mismo durante este clímax que une a dicha fantasía grandes dosis de tensión, suspense, violencia y la magia de unos efectos visuales alucinantes, además de la que da el propio mito de la búsqueda del Grial (caballero sagrado para protegerlo incluido, que es uno de los más bellos momentos de la saga) y de la unión de Indiana y su padre.
20 de enero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mala época aquellos inicios del 2.000 para resucitar a criaturas del género de terror, pero en eso se empeñaron desde Universal, y a quien encargaron tan original propuesta fue a ese Stephen Sommers que había volado muy alto gracias a las millonarias cifras de "La Momia" y su repugnante secuela, y ahora se disponía a cruzar leyendas y criaturas en un pastiche difícil de digerir, con un nada austero presupuesto que superó los 100 millones de dólares a causa del despliegue de medios y los accidentes naturales durante el rodaje internacional.

El director admitió su amor por el cine clásico y aseguró que iba a tomarse en serio a las criaturas de Universal, incluso humanizándolas...por eso filma un prólogo en blanco y negro, creyendo que eso es suficiente, y presenta al dr. Frankenstein como siervo del conde Drácula, nada menos. Podría haberse hecho de forma seria, pero este no es el camino; prima un espectáculo agobiante, un uso cansino de efectos digitales que hoy día han perdido su impacto, cámaras que no dejan de moverse y mucho ruido y golpe de efecto en un ambiente gótico-anacrónico sin mucho equilibrio, que marea más que entretiene.
Pero lo peor es ver a Richard Roxburgh dando vida (¡y cómo!) al Drácula más patético de todos los tiempos, un gilipollas hasta arriba de metanfetaminas que grita mucho, acompañado de Los Ángeles de Charlie en versión vampiros asquerosos (siendo Elena Anaya (¿con quién se acostó esta vez?) uno de ellos). Esto va mal y sólo es el principio, pero con la introducción del héroe sabemos a qué atenernos: Van Helsing ya no es aquel sabio filósofo que combatía el mal con la ciencia, sino una mezcla de Blade y el Jim West de Will Smith en la piel de un Hugh Jackman fuera de sí mismo. Aparece "Mr. Hyde" de Hulk psicótico para morir y ya está (es el que más suerte tiene...).

Pues este Helsing es una especie de James Bond del Vaticano, teniendo a su disposición artilugios de alta tecnología inventados por ese compañero que no puede faltar y que se cree gracioso pero es estomagante (David Wenham, futuro Dilios, ¿quién lo diría?); Kate Beckinsale hace entonces su "gran" aparición de heroína de encefalograma plano que mezcla (otra vez lo mismo) a su Selene y a Elizabeth Swann, luchando contra hombres-lobo a base de piruetas aprendidas de Trinity y con un perfecto maquillaje (sombras de ojos, pintalabios, rimmel...) para ser una mujer del siglo XIX. Esto es ridículo sin más.
La actriz se quejó porque pasaba horas y horas maquillándose, y más le hubiera valido seguir asistiendo a cursos de interpretación. Sommers cansa mucho más, y su obra también, de la cual podríamos decir es al cine de aventuras y horror lo que "Wild Wild West" al "western": una parodia que se burla sin un solo gramo de cerebro y con toda la desvergüenza de los clichés más trillados mientras los explota en un espectáculo sin freno ni lógica...eso sí, sin encanto. Por lo menos "La Momia" y la de Barry Sonnenfeld lo tenían. Y en la línea de Paul Anderson, Stephen Norrington o Roland Emmerich, Sommers mueve la acción como en un videojuego...

Es decir, no se detiene una sola vez para dejar espacio a los vacíos personajes, movidos de acá para allá como marionetas, sin tiempo para comer o dormir un poco (Carl fornica con una pueblerina a la que no volveremos a ver, ni falta que hace), un ritmo que de tan imparable resulta tedioso y soporífero; además, las pausas de las que gozan Helsing y Anna sólo se emplean en interacciones estereotipadas de tres segundos, donde el melodrama se excede hasta llegar a lo hilarante (aquí los instantes dramáticos son más divertidos que los que deben hacernos reír) o para engañarnos sobre alguna información importante que va a revelarse pero ello es impedido de repente.
Esto es horroroso, que el guión juegue a insinuar una historia de fondo para sus protagonistas y que de repente se corte esta posibilidad para pasar a la siguiente secuencia de acción, y suma y sigue en una no-trama (básicamente este Drácula drogadicto y trasnochador quiere usar a todos los monstruos para dominar el Mundo, o algo así, no presté mucha atención) cuajada de vueltas de tuerca a cada cual más ilógica, toneladas de efectos digitales, persecuciones frenéticas y además dosis de humor imbécil para hacer el horror y la violencia más llevaderos, muy del año 2.000.

Anna mira a cámara diciendo que nunca ha visto el mar, qué emoción. El monstruo de Frankenstein es un filósofo elocuente (en lugar de Helsing) con muchas ganas de vivir. El hombre-lobo salta demasiado, y tiene conflictos de moralidad. Las vampiras repulsivas aparecen de vez en cuando para molestar y poco más. La pareja, pretendiéndose los Rick y Evelyn de "La Momia", avanzan de accidente en accidente y empleando todos los "deus ex machina" posibles (la bola de rayos de luz, el pergamino que dan a Helsing en el Vaticano...).
Hay un baile de máscaras porque sí y un antídoto gratuito para curar la maldición (se menciona dos veces pero a la segunda nadie recuerda que ya hablaron de ello, en fin...). Como guinda esos "hijos" de Drácula que incuban cuales xenomorfos de "Alien" pero colgando del techo, y, santo Dios, ver a Jackman transformándose en hombre-lobo, que no tiene precio (como ya era famoso por interpretar a Wolverine...). Hay que dar gracias a las negativas críticas y a la recaudación, menor de lo esperado, pues impidieron la realización de una secuela; pero sí hay algo que rescatar: el escote en 4-D de Anaya.
10 de enero de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es horrible estar tocado por el genio del arte pero no tener ocasión de expresarlo debidamente por las circunstancias de la vida, doy absoluta fe de ello y por eso, aunque no figuren en mi lista de realizadores favoritos, gente como el propio Wood son con los que más me identifico.
La pasión mueve el entusiasmo hasta que la cruda realidad, humana y monetaria, obstaculiza el camino. Para estos hombres la tarea sería doblemente difícil al ser su obstáculo un Hollywood como industria impersonal donde lo que contaba era la fama y el dinero. Mal lugar para intentar desarrollar la vena artística personal.

En la mejor actuación de toda su carrera, Johnny Depp se mete en la piel del "mítico" cineasta en ese instante en que sólo dispone de unos días, un equipo ínfimo, va vestido de mujer porque él protagoniza la película y no tiene permiso para filmar en la calle, y aún así, al terminar de rodar la secuencia, sonríe orgulloso. A Wood le movía su emoción al saber que estaba creando algo que, según su adorable ingenuidad, pudiera pasar a la Historia; dicho sentimiento lo capturaron a la perfección los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski, quienes experimentaron también fracasos cercanos a su ídolo.
Y es que mucho se habla de Tim Burton y su inventiva a la hora de plasmar las hazañas del hombre que da título al film, pero fueron estos colegas de la USC quienes les dieron forma, cuerpo, vida y voz, y por mucho que el rigor histórico no sea respetado casi para nada lo que sí sobresale es ese amor sin prejuicios por él. Muy distinto habría sido todo si Michael Lehmann (artífice de "Heathers") se llega a poner tras la cámara; Burton llegó tarde al proyecto pero era (tanto como, quizás, Joe Dante, Raimi o Tarantino) la elección perfecta para contar la historia del más grande de los directores del peor cine de bajo presupuesto que ha existido.

Sólo él podría haber imaginado una introducción tan fascinante, a partir de las palabras de un Jeffrey Jones disfrazado de Jeron Criswell, orador de lo misterioso y lo prohibido (reproduciendo exactamente los inicios de muchos films de Wood), para viajar la cámara hasta un cementerio cubierto de niebla, lluvia y relámpagos y levantarse en un plano aéreo sobre el Hollywood de los '50 cubierto de ese hiperestilizado blanco y negro de Stefan Czapsky que le da un toque tan "gothamiano"; lo redondea Howard Shore con su partitura escalofriante. Esto es un homenaje desde el corazón al cine clásico de terror y de serie "B". Se queda uno sin palabras...
Y de aquí, de este viaje al paraíso de la abstracción, pasamos a un plano más terrenal. El guión se salta un buen pedazo de la vida de Wood y no tocará las ocurrencias de su chiflada madre, su efímera participación en la guerra, su trabajo en un circo ambulante, como director de anuncios y guionista, ni siquiera su alcoholismo; vamos directamente a cuando se prepara a dar el salto a director de una obra cinematográfica. Depp carece de semejanza con su álter-ego, de hecho Bill Murray (que deslumbra cada vez que asoma en pantalla, aun siendo secundario) es más parecido físicamente a Wood.

Pero el anterior logra insuflarle un brillo especial, con su sonrisa, su dramatismo exagerado, sus expresiones, su forma de mirar y moverse; este no es el realizador de "Plan 9", es una embellecida recreación, de igual modo a, por poner ejemplos cercanos, la de Margot Robbie en la piel de Sharon Tate o la que interpretó Jim Carrey de Andy Kaufman en "Man on the Moon" (también del puño y letra de la pareja Alexander-Karaszewski).
Burton y Depp dejan a la persona en sí y se quedan con su esencia; según él no se influenció de la actuación que dio Wood en su "Glen or Glenda", sino de Ronald Reagan y Casey Kasem, nada menos, y al mismo tiempo no parece un falta de respeto hacia él. ¿La razón? La transparencia.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

No veremos nada tras la proyección "gloriosa" de "Plan 9" (que no tiene nada que ver a la real), sólo a Depp más comprometido que nunca, bajo la lluvia, fugándose con Kathy. Nunca veremos cómo terminó sus días el verdadero Wood escribiendo horribles novelas pornográficas, realizando horrorosos films "X", ahogado en el alcohol, sin dinero, sin ilusiones, sin esperanzas, abandonando su Planeta Marte para no volver nunca...hasta que algún loco creyera necesario resucitarle, como él hiciera con Lugosi.
Por desgracia la película pareció tocada por el mal signo del apellido y fue un tremendo fracaso de taquilla. De todas formas sigue siendo la mejor de las respectivas carreras de Burton, Depp, Landau y Parker; la crítica profesional fue la sensata esta vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El Wood de Depp es alguien arropado en una cálida inocencia, sin temer decir cómo es o confesar sus secretos íntimos si eso le ayuda a expresarse mejor. No es que le guíe la dignidad (más de una vez aparece suplicando a productores y personalidades codiciosos), pero sí la honestidad, y, aunque también devorado por la ambición, no se derrumba cuando el fracaso le golpea por culpa de su falta de talento u oportunidades.
El drama alrededor del personaje es triste, pero no sombrío; a Burton ni se le ocurre impregnar de melancolía la historia cuando se trata de Wood, él está siempre iluminado cual faro en el océano...eso se lo reserva a Lugosi.

Motivos tiene. Cuando uno ve en "Plan 9" al veterano saliendo de su casa a oler los rosales sólo una palabra describe su rostro: agonía, profunda, la de la muerte, que está muy próxima. De diferente configuración en la película de Burton, la escena original, pese a ser un solo plano estático y general, logra producir esa sensación de tristeza absoluta; el que una vez fuera el Drácula más famoso del cine estaba ahora en un estado físico y emocional lamentable. Martin Landau se apega a la teatralidad propia de Lugosi, pero le encarna con una humanidad y ternura más allá de lo imaginable.
No se concibe la carrera de Wood sin la presencia del envejecido actor; la combinación no era buena (el hombre con menos talento del cine unido a una estrella en el momento más mediocre de su vida), pero su unión es como la de un padre y un hijo. Aquí el joven es el apoyo continuo que el veterano, enganchado a las drogas, perdió hace tiempo, es también quien sigue dándole ese entusiasmo que a él le sale a borbotones del alma; cada vez que Depp y Landau comparten pantalla el bello se eriza por la sinceridad tan pura que dan a sus personajes, la que éstos compartieron cuatro décadas antes.

Burton sigue así sus pasos, desde el maquillaje sutil y ficcionalizado, a partir del rodaje de "Glen or Glenda", a la mística conexión con Lugosi, las peleas con el productor Weiss y con Dolores (maltratadísima en la piel de una Sarah J. Parker que nunca se dignó a contactar con ella para profundizar en el papel), la llegada de esa troupe "woodiana" tan "freak" (con unas geniales imitaciones de George Steele, Lisa Marie y Jones como "Tor", "Vampira" y Criswell), el encuentro de una Patricia Arquette celestial como Kathy, segunda esposa de Wood (aunque ellos se conocieron en un bar), y por supuesto el gran proyecto de "Plan 9".
Nunca perdiendo el ritmo ni el sentido de la sorpresa gracias a los giros del melodrama y ayudado por esa puesta en escena que hipnotiza a cualquiera (Tom Duffiel, diseñador artístico), Burton va enlazando anécdotas, encuentros, experiencias divertidas y otras más traumáticas casi de manera episódica y sin mucha conexión entre ellos con un aire sarcástico, irreverente, creando magia entre los decorados de cartón-piedra de las producciones "B" de la época; puede que se hable de cine de baja estofa, pero "Ed Wood" respira cine auténtico en cada fotograma. Más que nunca en la elaboración del título por el que el protagonista sería recordado.

Es imposible negar a qué fondo ponzoñoso del tarro de la serie "Z" llega "Plan 9", pero una vez se conoce la historia humana que la envuelve la cosa cambia un poco. No se trata de una de tantas producciones impersonales, detrás hay un alma y un corazón, un hombre luchando contra los elementos, un espíritu ya olvidado, el de Lugosi, que clama por llegar a los ojos del público una última vez.
Algo por lo que luchar, como afirma ese Orson Welles resucitado por un Vincent D'Onofrio que aparece unos minutos y se merienda toda la película con su magistral actuación, en una bellísima y cuasionírica escena que jamás tuvo su equivalente en la realidad y que fue concebida a modo de sueño, producto del alcohol, tal vez, cuya función es servir de inspiración mística a Wood.
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