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6,4
866
6
3 de noviembre de 2020
3 de noviembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Réalité, fraternité, igualité… o algo así dicen nuestros vecinos, que de vez en cuando nos deleitan con películas tan raras y a la vez tan asombrosas como esta.
Quentin Dupieux es un director muy poco convencional, por no decir raro de cojones, y es en sus rarezas donde está el gusto. Cuando empiezas a ver esta “cosa”, más vale que estés bien atento porque te toca usar la parte del cerebro que te ayuda con los sudokus. Si en algún momento ves que la escena ha cambiado, los personajes hablan sin sentido, tienes un déjà vú, o te sientes desorientado… no te preocupes, es totalmente normal y deja que la película acabe. Cuando aparezcan los créditos, sentirás que todo encaja a la perfección de forma casi mágica, y el orgasmo te vendrá de golpe. Si no es así, puede que te hayas echado una cabezada momentánea, o te hayas ido a cambiarle el agua al canario sin darle al pause.
Pero, aparte del “twister” que Quentin Dupieux hace con el guion y con nuestros cerebros, ¿tiene algo más destacable? Bueno sí, el sentido del humor sarcástico y bizarro que te hace dibujar una sonrisa estúpida en la cara, sin llegar a reírte a carcajadas (eso sería poco gafapastil). Nada más.
Dupieux dirige, escribe, fotografía y compone la banda sonora, por tanto, nada escapa a su control, y consigue lo que pretende: hacer un rocambolesco experimento con el guion cinematográfico, obligando al espectador a pasar por sus aros argumentales y por sus absurdas situaciones y diálogos. Trata al público como cobayas de laboratorio, y como tales, algunos recibimos el premio si hemos seguido bien los pasos, y los que no hayan seguido a rajatabla las directrices… ¡ay de esos!
Recomendada para cobayas obedientes.
Quentin Dupieux es un director muy poco convencional, por no decir raro de cojones, y es en sus rarezas donde está el gusto. Cuando empiezas a ver esta “cosa”, más vale que estés bien atento porque te toca usar la parte del cerebro que te ayuda con los sudokus. Si en algún momento ves que la escena ha cambiado, los personajes hablan sin sentido, tienes un déjà vú, o te sientes desorientado… no te preocupes, es totalmente normal y deja que la película acabe. Cuando aparezcan los créditos, sentirás que todo encaja a la perfección de forma casi mágica, y el orgasmo te vendrá de golpe. Si no es así, puede que te hayas echado una cabezada momentánea, o te hayas ido a cambiarle el agua al canario sin darle al pause.
Pero, aparte del “twister” que Quentin Dupieux hace con el guion y con nuestros cerebros, ¿tiene algo más destacable? Bueno sí, el sentido del humor sarcástico y bizarro que te hace dibujar una sonrisa estúpida en la cara, sin llegar a reírte a carcajadas (eso sería poco gafapastil). Nada más.
Dupieux dirige, escribe, fotografía y compone la banda sonora, por tanto, nada escapa a su control, y consigue lo que pretende: hacer un rocambolesco experimento con el guion cinematográfico, obligando al espectador a pasar por sus aros argumentales y por sus absurdas situaciones y diálogos. Trata al público como cobayas de laboratorio, y como tales, algunos recibimos el premio si hemos seguido bien los pasos, y los que no hayan seguido a rajatabla las directrices… ¡ay de esos!
Recomendada para cobayas obedientes.
8
1 de abril de 2019
1 de abril de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando parecía que no podía haber vida en el panorama televisivo más allá de la excelente “Breaking Bad” (2008), apareció un tal Nic Pizzolatto que nos trajo, junto con HBO, una de las obras más crudas e inteligentes que ha dado nunca la televisión norteamericana, me atrevería a decir incluso la televisión mundial.
“True Detective”, en esta primera temporada, comienza llamando la atención y preparando al espectador desde el primer instante, con los magníficos títulos de crédito iniciales acompañados de la evocadora música de “The Handsome Family”. Inmediatamente, nos encontramos con una narración sórdida, de ambiente angustioso, situada en una húmeda y rural Louisiana, con unos personajes de una profundidad sobrecogedora que atrapan inmediatamente con su personalidad.
A lo largo de ocho episodios, se narran las peripecias de dos detectives (McConaughey y Harrelson) que retoman un caso que tuvieron que abandonar hace tiempo. El asesinato ritual de una prostituta les vuelve a llevar tras la pista de la investigación, con nuevas informaciones reveladoras. Mediante entrevistas por separado, los detectives cuentan sus pesquisas y avances, además de introducir aspectos de su vida que son relevantes a la hora de establecer un escenario temporal. De esta manera, además de la intriga policíaca, nos encontramos con un relato de un marcado tinte psicológico, ya que se profundiza en la psique de cada uno de los personajes. Rust (Conaughey) tiene una personalidad compleja, muy característica, que le hace ver la realidad bajo un prisma casi autista. Su complicado pasado le ha provocado una herida profunda en su inteligencia emocional, le resulta incapaz de empatizar con nadie y no sabe comportarse en las relaciones sociales. Martin (Harrelson), por otro lado, presenta inseguridades que le provocan deslices desafortunados, y le resulta inevitable hacer daño a su familia por su carácter violento y su incapacidad para no dejarse influir por el desarrollo de la investigación.
La serie bebe directamente de los clichés, tanto del más puro cine “noir” como de las “buddy movies” de los 80 y 90. Rust y Martin chocan inevitablemente, no pueden ni verse, pero juntos forman un equipo muy competente. Conforme se suceden los capítulos, su relación evoluciona hacia una especie de camaradería, fruto más bien del roce diario y las vivencias de un caso tan complejo que de un entendimiento mutuo. Las extraordinarias interpretaciones de Woody Harrelson, y en especial la de Matthew McConaughey, hacen más creíble ese tira y afloja que hay entre los dos, y han sabido transmitir esa caída hacia el abismo que parece dominar las vidas de sus personajes.
A nivel técnico la serie es notable. La fotografía, tenebrosa y de un fuerte toque melancólico, muestra unos paisajes llenos de contrastes, destacando las imágenes panorámicas. Desde las interminables carreteras a los humedales y los campos de cultivo, la variedad cromática permite una inmersión notoria del espectador en la trama, siendo capaz de experimentar el desasosiego y la inquietud que sienten los personajes.
Si se le puede achacar algo, la dirección de Cary Fukunaga es en ocasiones excesivamente lenta, pero lo compensa con maravillas como el impresionante plano-secuencia de casi 6 minutos de duración que podemos ver hacia el final del capítulo 4.
Con todo, estamos ante una de las series más impresionantes que nos ha dado la pequeña pantalla en los últimos años. Imprescindible.
“True Detective”, en esta primera temporada, comienza llamando la atención y preparando al espectador desde el primer instante, con los magníficos títulos de crédito iniciales acompañados de la evocadora música de “The Handsome Family”. Inmediatamente, nos encontramos con una narración sórdida, de ambiente angustioso, situada en una húmeda y rural Louisiana, con unos personajes de una profundidad sobrecogedora que atrapan inmediatamente con su personalidad.
A lo largo de ocho episodios, se narran las peripecias de dos detectives (McConaughey y Harrelson) que retoman un caso que tuvieron que abandonar hace tiempo. El asesinato ritual de una prostituta les vuelve a llevar tras la pista de la investigación, con nuevas informaciones reveladoras. Mediante entrevistas por separado, los detectives cuentan sus pesquisas y avances, además de introducir aspectos de su vida que son relevantes a la hora de establecer un escenario temporal. De esta manera, además de la intriga policíaca, nos encontramos con un relato de un marcado tinte psicológico, ya que se profundiza en la psique de cada uno de los personajes. Rust (Conaughey) tiene una personalidad compleja, muy característica, que le hace ver la realidad bajo un prisma casi autista. Su complicado pasado le ha provocado una herida profunda en su inteligencia emocional, le resulta incapaz de empatizar con nadie y no sabe comportarse en las relaciones sociales. Martin (Harrelson), por otro lado, presenta inseguridades que le provocan deslices desafortunados, y le resulta inevitable hacer daño a su familia por su carácter violento y su incapacidad para no dejarse influir por el desarrollo de la investigación.
La serie bebe directamente de los clichés, tanto del más puro cine “noir” como de las “buddy movies” de los 80 y 90. Rust y Martin chocan inevitablemente, no pueden ni verse, pero juntos forman un equipo muy competente. Conforme se suceden los capítulos, su relación evoluciona hacia una especie de camaradería, fruto más bien del roce diario y las vivencias de un caso tan complejo que de un entendimiento mutuo. Las extraordinarias interpretaciones de Woody Harrelson, y en especial la de Matthew McConaughey, hacen más creíble ese tira y afloja que hay entre los dos, y han sabido transmitir esa caída hacia el abismo que parece dominar las vidas de sus personajes.
A nivel técnico la serie es notable. La fotografía, tenebrosa y de un fuerte toque melancólico, muestra unos paisajes llenos de contrastes, destacando las imágenes panorámicas. Desde las interminables carreteras a los humedales y los campos de cultivo, la variedad cromática permite una inmersión notoria del espectador en la trama, siendo capaz de experimentar el desasosiego y la inquietud que sienten los personajes.
Si se le puede achacar algo, la dirección de Cary Fukunaga es en ocasiones excesivamente lenta, pero lo compensa con maravillas como el impresionante plano-secuencia de casi 6 minutos de duración que podemos ver hacia el final del capítulo 4.
Con todo, estamos ante una de las series más impresionantes que nos ha dado la pequeña pantalla en los últimos años. Imprescindible.

6,5
24.886
7
8 de diciembre de 2017
8 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los "Mulder y Scully" de los 70, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), regresan en esta secuela de la taquillera "The Conjuring" (2013), nuevamente de la mano del que se ha considerado un "revitalizador" del género de terror: James Wan.
Los que gustan del estilo "old school" de Wan no van a sentirse defraudados con esta segunda entrega, ya que repite las mismas pautas de la primera: un poltergeist de libro con sus sustos sonoros, sus rincones oscuros, sus posesiones infernales, sus apariciones... en fin, terror clásico del que Wan ha hecho su marca de la casa.
En "El caso Einfield", los Warren tienen mayor protagonismo si cabe que en la primera película, ya que los sucesos que investigan les afectan de manera más directa y especial, sobre todo a la sensitiva Lorraine, quien sufre unas aterradoras y premonitorias visiones.
Wan va a lo seguro y no se la juega dentro de un género tan prolífico y saturado, que ha visto mermada su efectividad con franquicias taquilleras juveniles (por ejemplo, la serie "Saw") y ha dejado cada vez más apartado ese intento de despertar los temores primarios del espectador. Wan, aunque no es inmune a la corriente más comercial, consigue con unas cuantas pinceladas hacernos volver a pasar miedo... del de siempre.
Los que gustan del estilo "old school" de Wan no van a sentirse defraudados con esta segunda entrega, ya que repite las mismas pautas de la primera: un poltergeist de libro con sus sustos sonoros, sus rincones oscuros, sus posesiones infernales, sus apariciones... en fin, terror clásico del que Wan ha hecho su marca de la casa.
En "El caso Einfield", los Warren tienen mayor protagonismo si cabe que en la primera película, ya que los sucesos que investigan les afectan de manera más directa y especial, sobre todo a la sensitiva Lorraine, quien sufre unas aterradoras y premonitorias visiones.
Wan va a lo seguro y no se la juega dentro de un género tan prolífico y saturado, que ha visto mermada su efectividad con franquicias taquilleras juveniles (por ejemplo, la serie "Saw") y ha dejado cada vez más apartado ese intento de despertar los temores primarios del espectador. Wan, aunque no es inmune a la corriente más comercial, consigue con unas cuantas pinceladas hacernos volver a pasar miedo... del de siempre.

6,1
17.614
6
4 de enero de 2017
4 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ben Affleck en una mezcla entre Dustin Hoffman en “Rain Man” (1988) y Jason Bourne, y además es contable como yo… bien, vamos a verla.
Comienzo interesante, un niño prodigio con autismo que de mayor es un hacha con los números y trabaja de contable, y en sus ratos libres se vende al mejor postor como asesino a sueldo porque también es un hacha matando gente. No es el mejor perfil de un autista, pero Gavin O’Connor nos lo intenta hacer creer para ofrecernos un thriller de buena factura, pero escaso de sorpresas.
Ben Affleck es la mejor expresión de un autista precisamente por su falta de expresión. Ese rostro inmutable que le ha caracterizado siempre, tan falto de empatía y emoción, resulta muy adecuado en este caso, por lo que su papel resulta más creíble que los de la mayoría de su filmografía. La historia se centra en la investigación, por parte de un agente del Tesoro (J.K. Simmons), de un misterioso hombre que parece llevar la contabilidad de conocidos grupos mafiosos y que además es un eficiente asesino. Por otra parte, Wolff (Affleck) es contratado por una empresa de robótica dirigida por John Lithgow para comprobar un agujero en su contabilidad, descubierto por una administrativa (Anna Kendrick).
El desarrollo de la trama resulta un tanto cogido por los pelos, no ya sólo por el hecho de las asombrosas habilidades combativas del autista, sino por el hilo argumental en general y por lo previsible del mismo. Las escenas de acción son destacables y vistosas, pero el filme de O’Connor no llega a enganchar ni con ellas ni con la trama, a pesar de tener una premisa interesante. Incluso el fugaz romance entre el contable y la administrativa resulta insípido, siendo una más de las innecesarias subtramas que adornan la película y que no repercuten apenas en el argumento principal.
Ni siquiera en las interpretaciones hay algo que brille en exceso. Affleck está especialmente bien por lo dicho anteriormente, pero el resto del reparto se dedica a hacer su papel de forma correcta y sin muchos esfuerzos, incluido el siempre genial J.K. Simmons que esta vez parece que se ha bajado de la burra para dejar algo más de protagonismo a Affleck.
A pesar de que le falta ese “algo”, “El contable” no deja de ser un thriller correcto que quizás mejore algo con un segundo visionado.
Comienzo interesante, un niño prodigio con autismo que de mayor es un hacha con los números y trabaja de contable, y en sus ratos libres se vende al mejor postor como asesino a sueldo porque también es un hacha matando gente. No es el mejor perfil de un autista, pero Gavin O’Connor nos lo intenta hacer creer para ofrecernos un thriller de buena factura, pero escaso de sorpresas.
Ben Affleck es la mejor expresión de un autista precisamente por su falta de expresión. Ese rostro inmutable que le ha caracterizado siempre, tan falto de empatía y emoción, resulta muy adecuado en este caso, por lo que su papel resulta más creíble que los de la mayoría de su filmografía. La historia se centra en la investigación, por parte de un agente del Tesoro (J.K. Simmons), de un misterioso hombre que parece llevar la contabilidad de conocidos grupos mafiosos y que además es un eficiente asesino. Por otra parte, Wolff (Affleck) es contratado por una empresa de robótica dirigida por John Lithgow para comprobar un agujero en su contabilidad, descubierto por una administrativa (Anna Kendrick).
El desarrollo de la trama resulta un tanto cogido por los pelos, no ya sólo por el hecho de las asombrosas habilidades combativas del autista, sino por el hilo argumental en general y por lo previsible del mismo. Las escenas de acción son destacables y vistosas, pero el filme de O’Connor no llega a enganchar ni con ellas ni con la trama, a pesar de tener una premisa interesante. Incluso el fugaz romance entre el contable y la administrativa resulta insípido, siendo una más de las innecesarias subtramas que adornan la película y que no repercuten apenas en el argumento principal.
Ni siquiera en las interpretaciones hay algo que brille en exceso. Affleck está especialmente bien por lo dicho anteriormente, pero el resto del reparto se dedica a hacer su papel de forma correcta y sin muchos esfuerzos, incluido el siempre genial J.K. Simmons que esta vez parece que se ha bajado de la burra para dejar algo más de protagonismo a Affleck.
A pesar de que le falta ese “algo”, “El contable” no deja de ser un thriller correcto que quizás mejore algo con un segundo visionado.
4 de enero de 2017
4 de enero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por estas fechas siempre suelo ver alguna película de temática navideña que se aleje de la típica historia edulcorada de los telefilmes de sobremesa. Me encontré con esta curiosidad canadiense a mano, y me dispuse a verla sin muchas esperanzas después de ver la nota que tiene en FA.
Lo primero que llama la atención es que no es una historia lineal, sino una especie de compendio de cuatro historias diferenciadas con William Shatner como maestro de ceremonias hablando maravillas sobre la Navidad con una botella de whiskey bien cerca. Los relatos se van solapando entre ellos para que el filme no parezca una mera recopilación a lo “Cuentos asombrosos” (1986) o “En los límites de la realidad” (1983), pero cada uno de ellos es auto conclusivo y sólo uno de ellos se relaciona con el resto.
Las cuatro historias las firman tres directores diferentes, y cada una tiene calidades diferentes. El más flojo de todos es el relato de los chicos que investigan un antiguo crimen en su instituto, seguido muy de cerca por la familia que es perseguida por el Krampus: una criatura de la mitología alpina con forma de fauno que es el opuesto a Santa Claus.
Los dos restantes son algo mejores. Santa Claus peleando contra unos pequeños elfos convertidos en zombies es la historia más bizarra y divertida, pero la que para mí es la mejor de todas es la del extraño niño de unos padres que no se imaginan que su hijo no es lo que parece.
Si bien el conjunto no es brillante, el filme cumple con su objetivo y da una visión oscura y aterradora de la Navidad. Al menos es un punto de vista más original y divertido que los telefilmes donde la historia no pasa de comprar un árbol de Navidad que no quepa en el salón.
Lo primero que llama la atención es que no es una historia lineal, sino una especie de compendio de cuatro historias diferenciadas con William Shatner como maestro de ceremonias hablando maravillas sobre la Navidad con una botella de whiskey bien cerca. Los relatos se van solapando entre ellos para que el filme no parezca una mera recopilación a lo “Cuentos asombrosos” (1986) o “En los límites de la realidad” (1983), pero cada uno de ellos es auto conclusivo y sólo uno de ellos se relaciona con el resto.
Las cuatro historias las firman tres directores diferentes, y cada una tiene calidades diferentes. El más flojo de todos es el relato de los chicos que investigan un antiguo crimen en su instituto, seguido muy de cerca por la familia que es perseguida por el Krampus: una criatura de la mitología alpina con forma de fauno que es el opuesto a Santa Claus.
Los dos restantes son algo mejores. Santa Claus peleando contra unos pequeños elfos convertidos en zombies es la historia más bizarra y divertida, pero la que para mí es la mejor de todas es la del extraño niño de unos padres que no se imaginan que su hijo no es lo que parece.
Si bien el conjunto no es brillante, el filme cumple con su objetivo y da una visión oscura y aterradora de la Navidad. Al menos es un punto de vista más original y divertido que los telefilmes donde la historia no pasa de comprar un árbol de Navidad que no quepa en el salón.
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