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3
2 de abril de 2024
2 de abril de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos afirman que "mogambo" significa "pasión" en el idioma suajili, otros "el más grande" o "el más fuerte".
En realidad no significa nada, igual que la obra a la que se dio este término y que me ha transmitido lo que en suajili se conoce como "chuki", es decir, "sin pasión", precisamente lo contrario de lo que el título falso sugiere...
Tal vez "Mogambo" sea el clásico de la era del Hollywood dorado que más irritación y menos fascinación me haya producido nunca. He intentado huir de él, de todo su cínico oropel, de su tedio, de su frivolidad, pero era incapaz pues estaba atrapado entre los majestuosos paisajes del continente africano que había filmado John Ford sin ganas, sin interés y, de nuevo, sin pasión. Atrapado como los pobres actores que participaron en este despropósito cuyos hechos tras la cámara fueron mucho más emocionantes que los ocurridos delante de ella. Y la falta de pasión empieza desde su gestación.
Porque sólo fue un "remake" del gran melodrama del Hollywood pre-Código de censura "Tierra de Pasión", de Fleming, gran idea de los estudios MGM, que quisieron repetir el éxito de un triángulo amoroso en localizaciones exóticas (y África estaba de moda entonces gracias a "Las Minas del rey Salomón", "Las Nieves del Kilimanjaro" o "La Reina de África"). ¿Pero por qué usar al mismo actor en el mismo papel dos décadas después? Pues vaya, en lugar de elegir a Stewart Granger, Clark Gable volvía a hacer de sí mismo con otro nombre (Marswell por Carson) y pasando de ser el propietario de una plantación de Caucho de Vietnam al dueño de un safari.
Que Ford sabe rodar en entornos naturales y concederles una fuerza sobrenatural lo sabe todo el mundo. Pero aquí las tierras de Kenia, Uganda o el Congo están totalmente desaprovechadas; las primeras escenas presentan a Gable en su ambiente, la masculinidad en su más pura esencia (a pesar de que era un cobarde lleno de complejos y con secuelas por su alcoholismo). Entonces llega Ava Gardner, cuya Kelly quiere reemplazar a la Vantine que en la versión original interpretaba Jean Harlow...y la antes prostituta huida de Saigón ahora es una furcia lenguaraz que ha sido plantada por un huésped millonario del safari, ya de vuelta en su país.
La mojigatería del Hollywood de los '50 "dulcifica" la sensualidad de Kelly en comparación con la de Vantine, si bien sigue prevaleciendo su carácter rudo y agresivo (hasta ser casi un doble femenino de Marswell). La frescura de Harlow y la exhibición de sexualidad que permitía el Hollywood pre-Código eran únicos; pero Gardner (soportando malamente el embarazo de su odiado marido Frank Sinatra, y el maltrato del tiránico director) queda ridiculizada por el guión de John Mahin, y se convierte en una mala pécora propensa a los accidentes, acercándose así el film a la comedia "screwball" de antaño.
Yo esperaba ver África y a los personajes viviendo aventuras y en su lugar mi estómago se arrugó presenciando esas guerras de sexos tan llenas de bruscos cambios de humor y estúpidos y bochornosos diálogos, a lo que sigue el mismo error que cometía la obra de Fleming: introducir a una segunda mujer en el juego y desplazar a la magnética protagonista. La Barbara de Mary Astor se llama Linda y llega con el bellísimo rostro de Grace Kelly (en la vida real tanto o más ligera de cascos de lo que era Gardner, aunque en pantalla sugiriera lo contrario). Y sucede la misma situación.
El matrimonio llega al safari, el marido cae enfermo y deja el campo libre al macho alfa, que tendrá que debatir su hombría entre las dos féminas, ambas muy dominantes aunque Gardner lo exprese más abiertamente. Y Fin. Mientras la relación de Carson y Barbara era explícita, la de Marswell y Linda debe afrontar las sugerencias y las sutilezas, y entre ellos no se desata la misma pasión; Fleming conseguía con sus lluvias torrenciales un símil de la tensión que bullía entre el trío protagonista, pero el calor sofocante de África no se refleja de igual forma en los celos y las pasiones que poco a poco se supone que se desatan. Aunque no sé si algo se desata.
Esta atmósfera carece del mismo poder. No hay calor, sólo frialdad. La supuesta "pasión" entre la "angelical" Barbara y un Gable que se autoparodia a través de este clásico tiparraco que a veces es cortés y coqueto y otras duro y fanfarrón (¿qué espera el espectador de un hombre aislado en el panorama africano y sin mujer que catar alrededor?) no me transmite nada de nada, y poco ayuda que Gardner, relegada cruelmente a segundo plano, se dedique a comportarse cual niñata celosa dejando caer sardónicas frases de doble intención mientras todos se lanzan miradas de vergüenza ajena.
Así me sentía: asombrado, asqueado ante el cúmulo de imbecilidades que se hacían y decían frente a mis ojos, llevando a estos grandes actores a los excesos más repugnantes del melodrama, y África queda atrás (aunque salga casi al final un tramo ocupado por indígenas sublevados), igual que Gardner, la única que debería existir; Kelly es un estorbo, no hace nada, no es interesante, sólo entorpece a la anterior y provoca su humillación. Ford cuenta con todos los elementos para un gran film: bellas localizaciones, la posibilidad de peligrosas aventuras, Gable, Gardner, Kelly...y todo se desperdicia, ¿cómo es posible tan torpe hazaña?
Y de fondo: problemas con la climatología, con una tribu en particular que se dispuso a atacar al equipo, la Gardner viajando a Inglaterra para abortar, Kelly sofocada porque Gable la dejó plantada después de beneficiársela, y a su vez éste con infección de encías, un accidente de coche que acabó con la vida de varios miembros del equipo...
Es un milagro que esta película lograra finalizar (una desgracia en mi caso), e incluso terminó siendo un éxito de taquilla, pese a cargarse a Kelly privándola de un último gesto de rebeldía y dignidad femenina (igual sucedía con Vantine). Es que hasta en sus últimos instantes "Mogambo" es una patraña infumable...
En realidad no significa nada, igual que la obra a la que se dio este término y que me ha transmitido lo que en suajili se conoce como "chuki", es decir, "sin pasión", precisamente lo contrario de lo que el título falso sugiere...
Tal vez "Mogambo" sea el clásico de la era del Hollywood dorado que más irritación y menos fascinación me haya producido nunca. He intentado huir de él, de todo su cínico oropel, de su tedio, de su frivolidad, pero era incapaz pues estaba atrapado entre los majestuosos paisajes del continente africano que había filmado John Ford sin ganas, sin interés y, de nuevo, sin pasión. Atrapado como los pobres actores que participaron en este despropósito cuyos hechos tras la cámara fueron mucho más emocionantes que los ocurridos delante de ella. Y la falta de pasión empieza desde su gestación.
Porque sólo fue un "remake" del gran melodrama del Hollywood pre-Código de censura "Tierra de Pasión", de Fleming, gran idea de los estudios MGM, que quisieron repetir el éxito de un triángulo amoroso en localizaciones exóticas (y África estaba de moda entonces gracias a "Las Minas del rey Salomón", "Las Nieves del Kilimanjaro" o "La Reina de África"). ¿Pero por qué usar al mismo actor en el mismo papel dos décadas después? Pues vaya, en lugar de elegir a Stewart Granger, Clark Gable volvía a hacer de sí mismo con otro nombre (Marswell por Carson) y pasando de ser el propietario de una plantación de Caucho de Vietnam al dueño de un safari.
Que Ford sabe rodar en entornos naturales y concederles una fuerza sobrenatural lo sabe todo el mundo. Pero aquí las tierras de Kenia, Uganda o el Congo están totalmente desaprovechadas; las primeras escenas presentan a Gable en su ambiente, la masculinidad en su más pura esencia (a pesar de que era un cobarde lleno de complejos y con secuelas por su alcoholismo). Entonces llega Ava Gardner, cuya Kelly quiere reemplazar a la Vantine que en la versión original interpretaba Jean Harlow...y la antes prostituta huida de Saigón ahora es una furcia lenguaraz que ha sido plantada por un huésped millonario del safari, ya de vuelta en su país.
La mojigatería del Hollywood de los '50 "dulcifica" la sensualidad de Kelly en comparación con la de Vantine, si bien sigue prevaleciendo su carácter rudo y agresivo (hasta ser casi un doble femenino de Marswell). La frescura de Harlow y la exhibición de sexualidad que permitía el Hollywood pre-Código eran únicos; pero Gardner (soportando malamente el embarazo de su odiado marido Frank Sinatra, y el maltrato del tiránico director) queda ridiculizada por el guión de John Mahin, y se convierte en una mala pécora propensa a los accidentes, acercándose así el film a la comedia "screwball" de antaño.
Yo esperaba ver África y a los personajes viviendo aventuras y en su lugar mi estómago se arrugó presenciando esas guerras de sexos tan llenas de bruscos cambios de humor y estúpidos y bochornosos diálogos, a lo que sigue el mismo error que cometía la obra de Fleming: introducir a una segunda mujer en el juego y desplazar a la magnética protagonista. La Barbara de Mary Astor se llama Linda y llega con el bellísimo rostro de Grace Kelly (en la vida real tanto o más ligera de cascos de lo que era Gardner, aunque en pantalla sugiriera lo contrario). Y sucede la misma situación.
El matrimonio llega al safari, el marido cae enfermo y deja el campo libre al macho alfa, que tendrá que debatir su hombría entre las dos féminas, ambas muy dominantes aunque Gardner lo exprese más abiertamente. Y Fin. Mientras la relación de Carson y Barbara era explícita, la de Marswell y Linda debe afrontar las sugerencias y las sutilezas, y entre ellos no se desata la misma pasión; Fleming conseguía con sus lluvias torrenciales un símil de la tensión que bullía entre el trío protagonista, pero el calor sofocante de África no se refleja de igual forma en los celos y las pasiones que poco a poco se supone que se desatan. Aunque no sé si algo se desata.
Esta atmósfera carece del mismo poder. No hay calor, sólo frialdad. La supuesta "pasión" entre la "angelical" Barbara y un Gable que se autoparodia a través de este clásico tiparraco que a veces es cortés y coqueto y otras duro y fanfarrón (¿qué espera el espectador de un hombre aislado en el panorama africano y sin mujer que catar alrededor?) no me transmite nada de nada, y poco ayuda que Gardner, relegada cruelmente a segundo plano, se dedique a comportarse cual niñata celosa dejando caer sardónicas frases de doble intención mientras todos se lanzan miradas de vergüenza ajena.
Así me sentía: asombrado, asqueado ante el cúmulo de imbecilidades que se hacían y decían frente a mis ojos, llevando a estos grandes actores a los excesos más repugnantes del melodrama, y África queda atrás (aunque salga casi al final un tramo ocupado por indígenas sublevados), igual que Gardner, la única que debería existir; Kelly es un estorbo, no hace nada, no es interesante, sólo entorpece a la anterior y provoca su humillación. Ford cuenta con todos los elementos para un gran film: bellas localizaciones, la posibilidad de peligrosas aventuras, Gable, Gardner, Kelly...y todo se desperdicia, ¿cómo es posible tan torpe hazaña?
Y de fondo: problemas con la climatología, con una tribu en particular que se dispuso a atacar al equipo, la Gardner viajando a Inglaterra para abortar, Kelly sofocada porque Gable la dejó plantada después de beneficiársela, y a su vez éste con infección de encías, un accidente de coche que acabó con la vida de varios miembros del equipo...
Es un milagro que esta película lograra finalizar (una desgracia en mi caso), e incluso terminó siendo un éxito de taquilla, pese a cargarse a Kelly privándola de un último gesto de rebeldía y dignidad femenina (igual sucedía con Vantine). Es que hasta en sus últimos instantes "Mogambo" es una patraña infumable...

5,5
2.222
7
30 de marzo de 2024
30 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Hemos oído hablar sobre la traición de los indios. Pobres diablos. Cientos de inocentes, castigados por culpa de unos pocos que fueron engañados y atemorizados para abandonar la reserva junto a Geronimo...pero en traición, robos y matanzas, el indio era un aficionado comparado con el llamado "noble hombre blanco"...".
Estas palabras fueron escritas por el ya ex-teniente Britton Davis, que vio con sus propios ojos el maltrato a los nativos durante las guerras contra los apaches y que años después decidió escribir sus memorias debido a la repulsión que le producían las afirmaciones de captura por parte del ejército del famoso renegado, y más aún las pobres recreaciones que hacía el cine de él. De nuevo vuelve a la vida gracias al también indomable Walter Hill, nadie mejor para un "western"; y es curioso que, al haber sido estrenado en 1.993, pudiera parecer que intentaba explotar el filón de recientes títulos como "Sin Perdón", "Wyatt Earp" o "Bailando con Lobos", pero el proyecto llevaba gestándose desde varios años atrás...
Proyecto extraño, que empezó con una jugosa oferta de Carolco al director y la responsabilidad quedó en manos de un entregado (por lo menos en un principio) John Milius, quien, por una razón u otra, no quiso terminar su trabajo y acabó reemplazándole Larry Gross, reubicando la fecha histórica de la película, y así la sucesión de eventos y de implicados en ellos acaba un tanto alejada de la realidad. Lo más curioso, o lo más incómodo, a la hora de afrontar "Geronimo" es que Geronimo no es el protagonista, sino el sr. Davis, por tanto el guión pretende hacer una adaptación de su libro.
Su narración inicia la historia, la desarrolla y la finaliza. Sí, la voz "en off" de Matt Damon, quien aparece muy jovencito en la piel del entonces teniente, cruza de cabo a rabo el film, recurso torpe, tedioso y que personalmente detesto (tanto más cuanto que nos describe algo que ya hemos visto, que vamos a ver o que estamos viendo en ese mismo instante...). Y dicha historia no empieza, como podríamos creer, con un puñado de soldados dispuestos a salir a cazar al chiricaua, sino con su rendición, una de tantas realmente, no la primera certificada. El mayor fallo está en situar al teniente Charles Gatewood al frente de su captura, y no al general George Crook.
Porque fue él quien le detuvo en Sierra Madre y le condujo a la reserva, sin embargo el Crook interpretado por Gene Hackman ya está esperando en el puesto. Y así en lo sucesivo, puede que se siga una lógica de rendición-sublevación-captura-rendición, pero los detalles que desencadenaron estos acontecimientos se tergiversan para más impacto dramático. Hill filma con esa intención; sirviéndose de la simpleza narrativa, como siempre, construye un Oeste realmente evocador, y sus imágenes, gracias a los bellos paisajes de Utah, Arizona y Tucson, y a los intensos colores que logra el director de fotografía Lloyd Ahern, alcanzan registros casi oníricos.
Su visión de Geronimo (que no es el auténtico protagonista, y eso es una lástima, porque le interpreta el gran Wes Studi, de sangre cherokee) es ambigua; mitificadora a la vez que humanista. Jason Patric, en la piel de Gatewood, quien tenía conocimientos del idioma indio y respetaba y admiraba, ofrece grandes palabras sobre él al joven Davis, se puede decir que incluso enaltece su figura, así es representado por Hill ante la cámara, que lo filma con una inusual fascinación. Pero al oir hablar a Studi comprendemos la sencilla debilidad y furia de un hombre cuyo pueblo ha sido diezmado por conquistadores que les han transportado como pedruscos a un páramo estéril.
Sólo era eso según el veterano explorador y cazador Al Sieber (Robert Duvall de secundario, cuyo destino en la película no tiene nada que ver con el que tuvo su personaje en la realidad, pero está brillante, de todos modos), un hombre, un renegado, un asesino. Un renegado harto de la injusticia y el maltrato que huyó y se dedicó a hacer lo que mejor sabía hacer un indio: acabar con el enemigo y defender su tierra. Pero la huida aquí tampoco se corresponde con la verdad; fue por algo tan simple como la consumición de whiskey, algo ilegal en las reservas, lo que hizo huir a Geronimo acompañado de otros tantos.
Pero claro, el guión evita mostrar a los indios como borrachos (ni esto en pantalla hubiera quedado bien ni a los nativos les hubiera gustado verlo, pero es que la Historia no está a gusto de todos) y utiliza la Batalla de Cibecue Creek, donde fue asesinado un famoso curandero por soldados del ejército. La cacería se narra con el habitual nervio de Hill, su afán por resaltar la belleza de las tierras del Oeste, sus guiños a Eastwood y Peckipah, y su deseo de recordar a Geronimo como todo un guerrero y también un dialogador cuyo objetivo, y no era la paz, sólo era conocer las razones del maltrato y segregación de los de su raza. Pero cuando llega esta pregunta Crook se limita a suspirar y mirar hacia otro lado...
Y es que no había respuesta alguna que pudiese justificar los actos de la caballería; ellos llegaron a un territorio y se apropiaron de él, sencillo, ¿qué respuesta esperaba el ingenuo chiricaua del general? Aunque se perdonan ciertas licencias sobre maquillar la realidad, sigue siendo un fallo el desplazar al indio y centrarse la trama en quienes le persiguieron (más o menos, ¿porque dónde está el explorador Thomas Horn, que bajo las órdenes de Sieber ayudó a localizar el refugio de Geronimo?), y todo contado bajo el punto de vista de un personaje tan poco interesante como Davis.
El director pone emoción, corazón, una gran admiración por el pueblo indio, una importante reflexión sobre la amistad entre diferentes razas, la justicia y la moral...
Pero de nada sirvió. Si ya en taquilla el film fracasó estrepitosamente, otra versión televisiva de la historia se realizó en las mismas fechas y se estrenó poco antes, lo que contribuyó aún más para su condena al ostracismo total.
Estas palabras fueron escritas por el ya ex-teniente Britton Davis, que vio con sus propios ojos el maltrato a los nativos durante las guerras contra los apaches y que años después decidió escribir sus memorias debido a la repulsión que le producían las afirmaciones de captura por parte del ejército del famoso renegado, y más aún las pobres recreaciones que hacía el cine de él. De nuevo vuelve a la vida gracias al también indomable Walter Hill, nadie mejor para un "western"; y es curioso que, al haber sido estrenado en 1.993, pudiera parecer que intentaba explotar el filón de recientes títulos como "Sin Perdón", "Wyatt Earp" o "Bailando con Lobos", pero el proyecto llevaba gestándose desde varios años atrás...
Proyecto extraño, que empezó con una jugosa oferta de Carolco al director y la responsabilidad quedó en manos de un entregado (por lo menos en un principio) John Milius, quien, por una razón u otra, no quiso terminar su trabajo y acabó reemplazándole Larry Gross, reubicando la fecha histórica de la película, y así la sucesión de eventos y de implicados en ellos acaba un tanto alejada de la realidad. Lo más curioso, o lo más incómodo, a la hora de afrontar "Geronimo" es que Geronimo no es el protagonista, sino el sr. Davis, por tanto el guión pretende hacer una adaptación de su libro.
Su narración inicia la historia, la desarrolla y la finaliza. Sí, la voz "en off" de Matt Damon, quien aparece muy jovencito en la piel del entonces teniente, cruza de cabo a rabo el film, recurso torpe, tedioso y que personalmente detesto (tanto más cuanto que nos describe algo que ya hemos visto, que vamos a ver o que estamos viendo en ese mismo instante...). Y dicha historia no empieza, como podríamos creer, con un puñado de soldados dispuestos a salir a cazar al chiricaua, sino con su rendición, una de tantas realmente, no la primera certificada. El mayor fallo está en situar al teniente Charles Gatewood al frente de su captura, y no al general George Crook.
Porque fue él quien le detuvo en Sierra Madre y le condujo a la reserva, sin embargo el Crook interpretado por Gene Hackman ya está esperando en el puesto. Y así en lo sucesivo, puede que se siga una lógica de rendición-sublevación-captura-rendición, pero los detalles que desencadenaron estos acontecimientos se tergiversan para más impacto dramático. Hill filma con esa intención; sirviéndose de la simpleza narrativa, como siempre, construye un Oeste realmente evocador, y sus imágenes, gracias a los bellos paisajes de Utah, Arizona y Tucson, y a los intensos colores que logra el director de fotografía Lloyd Ahern, alcanzan registros casi oníricos.
Su visión de Geronimo (que no es el auténtico protagonista, y eso es una lástima, porque le interpreta el gran Wes Studi, de sangre cherokee) es ambigua; mitificadora a la vez que humanista. Jason Patric, en la piel de Gatewood, quien tenía conocimientos del idioma indio y respetaba y admiraba, ofrece grandes palabras sobre él al joven Davis, se puede decir que incluso enaltece su figura, así es representado por Hill ante la cámara, que lo filma con una inusual fascinación. Pero al oir hablar a Studi comprendemos la sencilla debilidad y furia de un hombre cuyo pueblo ha sido diezmado por conquistadores que les han transportado como pedruscos a un páramo estéril.
Sólo era eso según el veterano explorador y cazador Al Sieber (Robert Duvall de secundario, cuyo destino en la película no tiene nada que ver con el que tuvo su personaje en la realidad, pero está brillante, de todos modos), un hombre, un renegado, un asesino. Un renegado harto de la injusticia y el maltrato que huyó y se dedicó a hacer lo que mejor sabía hacer un indio: acabar con el enemigo y defender su tierra. Pero la huida aquí tampoco se corresponde con la verdad; fue por algo tan simple como la consumición de whiskey, algo ilegal en las reservas, lo que hizo huir a Geronimo acompañado de otros tantos.
Pero claro, el guión evita mostrar a los indios como borrachos (ni esto en pantalla hubiera quedado bien ni a los nativos les hubiera gustado verlo, pero es que la Historia no está a gusto de todos) y utiliza la Batalla de Cibecue Creek, donde fue asesinado un famoso curandero por soldados del ejército. La cacería se narra con el habitual nervio de Hill, su afán por resaltar la belleza de las tierras del Oeste, sus guiños a Eastwood y Peckipah, y su deseo de recordar a Geronimo como todo un guerrero y también un dialogador cuyo objetivo, y no era la paz, sólo era conocer las razones del maltrato y segregación de los de su raza. Pero cuando llega esta pregunta Crook se limita a suspirar y mirar hacia otro lado...
Y es que no había respuesta alguna que pudiese justificar los actos de la caballería; ellos llegaron a un territorio y se apropiaron de él, sencillo, ¿qué respuesta esperaba el ingenuo chiricaua del general? Aunque se perdonan ciertas licencias sobre maquillar la realidad, sigue siendo un fallo el desplazar al indio y centrarse la trama en quienes le persiguieron (más o menos, ¿porque dónde está el explorador Thomas Horn, que bajo las órdenes de Sieber ayudó a localizar el refugio de Geronimo?), y todo contado bajo el punto de vista de un personaje tan poco interesante como Davis.
El director pone emoción, corazón, una gran admiración por el pueblo indio, una importante reflexión sobre la amistad entre diferentes razas, la justicia y la moral...
Pero de nada sirvió. Si ya en taquilla el film fracasó estrepitosamente, otra versión televisiva de la historia se realizó en las mismas fechas y se estrenó poco antes, lo que contribuyó aún más para su condena al ostracismo total.
14 de marzo de 2024
14 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Caminando por el campo, las montañas y la playa,
por las colinas cubiertas de flores,
soy más feliz que tus ojos al mirar el cielo azul.
Sigo las sombras a través del bosque;
soñando, mis ojos arden de amor como los cerros en mediodía,
mientras mis días de juventud se llenan de alegría".
Este extracto del poema "Shonen no Hi", del prestigioso Haruo Sato, describe a la perfección los sentimientos que emanan de las imágenes de "No-yuki, Yama-yuki, Umibe-yuki", un viaje que Nobuhiko Obayashi decidió hacer cumpliendo así un sueño que se remontaba a sus años adolescentes, cuando quedó fascinado con la novela "Wanpaku Jidai", del mismo autor. Lejos, sin embargo, de llevarlo a cabo desde el drama, se lo toma con el desenfado y la inocencia propia de los protagonistas que ocupan esta sencilla y profunda historia, situada en años duros para la nación japonesa.
La burla surge desde el principio, cuando señala que Japón era una tierra de pícaros, incluso en la guerra los había. La bandera ondea poderosa y los niños marchan en silencio y con los kimonos tradicionales a la escuela...salvo Sotaro, que va dando saltos por las calles, la viva imagen del Sato niño (como su padre, el suyo también era médico), y sus aventuras son las que narran la novela. Obayashi se centra en el mundo de la infancia, aquellos días de inocencia que siempre supo retratar en su cine, y filma sin muchos alardes ni movimientos de cámara, influenciado por el estatismo clásico de Ozu; se podría decir que esto es una típica obra de Shimizu pero revestida del sentido absurdo de Suzuki.
Las situaciones ocurren con sencillez, y el tono de humor, aunque exagerado y surrealista, encaja de manera natural en el entorno. La trama, por su parte, se divide en tres capítulos, siguiendo la novela, aunque sólo cubriendo la parte de la niñez del protagonista; se enfrenta a los pequeños en guerras de guerrillas en el patio del colegio, se les hace tener sus primeros encuentros sexuales y se les coloca en situaciones que van más allá de su comprensión, sin un verdadero hilo conductor, sólo observamos una cotidianidad idealizada, mientras de fondo se nos recuerda que son los días de la servidumbre absoluta al emperador y la Guerra del Pacífico.
La modelo Isako Washio debuta en el papel de Osho y el director la filma transmitiendo a la cámara y a nosotros la emoción que le causa su hermosa presencia; ella sirve de alguna forma para conectar los episodios, las decisiones de los protagonistas y los hechos que irán desarrollándose, empezando por ser el objeto del enfrentamiento entre su desagradable hermanastro (Sakae Osugi, nada menos, futuro autor anarquista-socialista que tantas veces fue encarcelado y terminó asesinado, ¡lo cual es un anacronismo sin sentido en la película!), Sotaro y otro niño del colegio.
Tal vez Osho no sea más que la metáfora de Japón en aquel momento. En silencio y con estoicismo va encarando diversos avatares, los hombres (niños, en este caso), luchan a muerte por ella y los sueños de futuro y libertad que planea parecen imposible que se cumplan ya que su novio va a ser llamado a las filas del ejército, decidiendo entonces que lo mejor es preparar una huida. Es difícil conseguir un equilibrio tan eficaz entre humor y melodrama, absurdo y tragedia, pero Obayashi se ve capaz de ello al dejar que las cosas fluyan con naturalidad.
Tras un largo segmento centrado en la infancia todas esas subtramas dramáticas que circulaban de fondo toman especial importancia en el 3.er capítulo, donde la chica es la total protagonista, y cual princesa de cuento raptada, o cual Helena en la Guerra de Troya, todos los chavales del pueblo dejan atrás sus diferencias para rescatarla de las garras del dragón, representado en un famoso proxeneta al que todas las familias le están vendiendo a sus hijas para sobrevivir a la pobreza. Se llega a un clímax casi épico, con los pequeños luchando por la vida de Osho y las muchachas, pero inútilmente, provocando que el drama invada por completo la historia.
Esto remite a las grandes tragedias femeninas de Mizoguchi, donde las mujeres han perdido su condición humana para convertirse en objetos, y por acción de sus propias familias; ahora que no tienen un hogar, ¿dónde van a ir?, claro, ¿van a huir?, ¿y para qué?, todos son pobres en todas partes, y los que no lo son o se aprovechan o quedan al margen. Triste realidad social que significa sobre todo el inicio de la toma de conciencia que han de afrontar Sotaro, Sakae y sus amigos, aún pequeños para entender nada de nada.
Con la inclusión del novio de Osho en el ejército y ésta viéndose forzada a renegar de su libertad no hay lugar para el humor aunque Obayashi siga empeñado en dejar caer algunas ocurrencias surrealistas, que ahora se sienten incómodas. Por eso este capítulo está fuera de lugar en comparación con los dos anteriores, no terminan de equilibrarse bien los géneros ni las emociones, y uno, ya empapado de la atmósfera cálida, agradable y nostálgica de la historia, sólo desea que todo termine bien...por desgracia las sorpresas que da la vida no son siempre satisfactorias y llegan tan inesperadamente como en la historia. Por supuesto, al igual que Sotaro y los demás, yo no deseaba esa conclusión.
A los niños, que han experimentado la pérdida, la desilusión, la muerte, la quiebra del sueño, sólo les queda el gesto de rebeldía contra sus mayores, un puntapié a la violencia adulta y la injusticia militar rematada con un apunte onírico-simbólico al estilo inconfundible de Obayashi.
Aunque en el reparto tengamos a Koichi Sato, Riki Takeuchi y veteranos como Tomokazu Miura, Sanae Nakahara o Jo Shishido, son los pequeños Yasufumi Hayashi y Junichiro Katagiri quienes roban nuestra atención al aparecer en pantalla. Realizada en dos versiones, una en precioso blanco y negro y otra en color para su emisión televisiva, el cineasta logró otro éxito de crítica y público.
por las colinas cubiertas de flores,
soy más feliz que tus ojos al mirar el cielo azul.
Sigo las sombras a través del bosque;
soñando, mis ojos arden de amor como los cerros en mediodía,
mientras mis días de juventud se llenan de alegría".
Este extracto del poema "Shonen no Hi", del prestigioso Haruo Sato, describe a la perfección los sentimientos que emanan de las imágenes de "No-yuki, Yama-yuki, Umibe-yuki", un viaje que Nobuhiko Obayashi decidió hacer cumpliendo así un sueño que se remontaba a sus años adolescentes, cuando quedó fascinado con la novela "Wanpaku Jidai", del mismo autor. Lejos, sin embargo, de llevarlo a cabo desde el drama, se lo toma con el desenfado y la inocencia propia de los protagonistas que ocupan esta sencilla y profunda historia, situada en años duros para la nación japonesa.
La burla surge desde el principio, cuando señala que Japón era una tierra de pícaros, incluso en la guerra los había. La bandera ondea poderosa y los niños marchan en silencio y con los kimonos tradicionales a la escuela...salvo Sotaro, que va dando saltos por las calles, la viva imagen del Sato niño (como su padre, el suyo también era médico), y sus aventuras son las que narran la novela. Obayashi se centra en el mundo de la infancia, aquellos días de inocencia que siempre supo retratar en su cine, y filma sin muchos alardes ni movimientos de cámara, influenciado por el estatismo clásico de Ozu; se podría decir que esto es una típica obra de Shimizu pero revestida del sentido absurdo de Suzuki.
Las situaciones ocurren con sencillez, y el tono de humor, aunque exagerado y surrealista, encaja de manera natural en el entorno. La trama, por su parte, se divide en tres capítulos, siguiendo la novela, aunque sólo cubriendo la parte de la niñez del protagonista; se enfrenta a los pequeños en guerras de guerrillas en el patio del colegio, se les hace tener sus primeros encuentros sexuales y se les coloca en situaciones que van más allá de su comprensión, sin un verdadero hilo conductor, sólo observamos una cotidianidad idealizada, mientras de fondo se nos recuerda que son los días de la servidumbre absoluta al emperador y la Guerra del Pacífico.
La modelo Isako Washio debuta en el papel de Osho y el director la filma transmitiendo a la cámara y a nosotros la emoción que le causa su hermosa presencia; ella sirve de alguna forma para conectar los episodios, las decisiones de los protagonistas y los hechos que irán desarrollándose, empezando por ser el objeto del enfrentamiento entre su desagradable hermanastro (Sakae Osugi, nada menos, futuro autor anarquista-socialista que tantas veces fue encarcelado y terminó asesinado, ¡lo cual es un anacronismo sin sentido en la película!), Sotaro y otro niño del colegio.
Tal vez Osho no sea más que la metáfora de Japón en aquel momento. En silencio y con estoicismo va encarando diversos avatares, los hombres (niños, en este caso), luchan a muerte por ella y los sueños de futuro y libertad que planea parecen imposible que se cumplan ya que su novio va a ser llamado a las filas del ejército, decidiendo entonces que lo mejor es preparar una huida. Es difícil conseguir un equilibrio tan eficaz entre humor y melodrama, absurdo y tragedia, pero Obayashi se ve capaz de ello al dejar que las cosas fluyan con naturalidad.
Tras un largo segmento centrado en la infancia todas esas subtramas dramáticas que circulaban de fondo toman especial importancia en el 3.er capítulo, donde la chica es la total protagonista, y cual princesa de cuento raptada, o cual Helena en la Guerra de Troya, todos los chavales del pueblo dejan atrás sus diferencias para rescatarla de las garras del dragón, representado en un famoso proxeneta al que todas las familias le están vendiendo a sus hijas para sobrevivir a la pobreza. Se llega a un clímax casi épico, con los pequeños luchando por la vida de Osho y las muchachas, pero inútilmente, provocando que el drama invada por completo la historia.
Esto remite a las grandes tragedias femeninas de Mizoguchi, donde las mujeres han perdido su condición humana para convertirse en objetos, y por acción de sus propias familias; ahora que no tienen un hogar, ¿dónde van a ir?, claro, ¿van a huir?, ¿y para qué?, todos son pobres en todas partes, y los que no lo son o se aprovechan o quedan al margen. Triste realidad social que significa sobre todo el inicio de la toma de conciencia que han de afrontar Sotaro, Sakae y sus amigos, aún pequeños para entender nada de nada.
Con la inclusión del novio de Osho en el ejército y ésta viéndose forzada a renegar de su libertad no hay lugar para el humor aunque Obayashi siga empeñado en dejar caer algunas ocurrencias surrealistas, que ahora se sienten incómodas. Por eso este capítulo está fuera de lugar en comparación con los dos anteriores, no terminan de equilibrarse bien los géneros ni las emociones, y uno, ya empapado de la atmósfera cálida, agradable y nostálgica de la historia, sólo desea que todo termine bien...por desgracia las sorpresas que da la vida no son siempre satisfactorias y llegan tan inesperadamente como en la historia. Por supuesto, al igual que Sotaro y los demás, yo no deseaba esa conclusión.
A los niños, que han experimentado la pérdida, la desilusión, la muerte, la quiebra del sueño, sólo les queda el gesto de rebeldía contra sus mayores, un puntapié a la violencia adulta y la injusticia militar rematada con un apunte onírico-simbólico al estilo inconfundible de Obayashi.
Aunque en el reparto tengamos a Koichi Sato, Riki Takeuchi y veteranos como Tomokazu Miura, Sanae Nakahara o Jo Shishido, son los pequeños Yasufumi Hayashi y Junichiro Katagiri quienes roban nuestra atención al aparecer en pantalla. Realizada en dos versiones, una en precioso blanco y negro y otra en color para su emisión televisiva, el cineasta logró otro éxito de crítica y público.

7,1
8.167
7
9 de marzo de 2024
9 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aguarda en los confines de su castillo, la niebla espesa y el manto de la noche revelan su auténtica apariencia, y nada puede escapar de ella. Las aterradoras leyendas le preceden.
Todos temen que aparezca en la noche de Walpurgis, y hacen bien. El conde puede salir de su tumba y absorbernos el alma para siempre...
Y al salir de dicha tumba uno no puede sino detener su mirada sobre ese brillo tan especial que emerge de sus ojos. Para un servidor esos, y no otros, son los ojos del cine de terror, lo que mejor le representan, unos ojos bajo los cuales se agazapa una amenaza de tierras desconocidas, remotas; los de Béla Lugosi, el Dracula del 7.º Arte para la posteridad, por mucho que otros llegasen más tarde y lograran enormes encarnaciones del ya legendario personaje de Stoker. Podría ser mejor el de Christopher Lee, pero no tenía su misma aura, ese misterio indescifrable, y a la vez la misma elegancia...
Defender esta película centrándose en otros términos consiste en la subjetividad del cinéfilo. Una película que fue la obsesión del productor Carl Laemmle y cuyos derechos de la novela original adquirió legalmente para su explotación (no como el sr. Murnau); con la muerte de Lon Chaney fue Lugosi quien se hizo con el papel ya que lo interpretaba en la popular obra de teatro de Broadway, además de aceptar un sueldo más bajo para hacerlo en pantalla, donde todo cambia con respecto a la lógica del texto. ¿Qué hace el mequetrefe de Renfield en Transilvania y dónde está John Harker? Es, en realidad, una invención, como todo lo que veremos, y lo más alejada posible de la novela.
Porque parece que ni uno de los personajes del film posee una descripción fiel a sus homólogos literarios. De eso el espectador se olvida durante los primeros minutos; el veterano del mudo Tod Browning, que no exhibía mucho entusiasmo cuando le contrataron para la tarea, y su director de fotografía Karl Freund, envuelven de un halo poético y escalofriante las atmósferas en las que nos vemos atrapados. El expresionismo y la mística del horror gótico se unen entre capas de neblina, suntuosos decorados, una sensación de inquietud realzada por el brillo de los ojos perpetuamente abiertos de Lugosi y la belleza del diseño artístico de Charles Hall.
Ojalá la trama hubiera permanecido más tiempo dentro del castillo...porque cuando sale de él todo se dirige a terrenos algo mediocres, de nuevo por la lectura tan libre de los hechos; y es que lo que vemos es, atención: el segundo borrador del guión adaptado de la segunda revisión de la adaptación teatral de lo escrito por Stoker. ¿Qué va a quedar entonces? Pues casi nada, por desgracia. Con el viaje del conde a Inglaterra vemos a unos Harker reducidos a la nada, sobre todo a Mina, tan inteligente y resolutiva en su origen, aquí es la damisela en apuros que hay que salvar, mientras personajes como Holmwood y Morris dejan de existir.
Sí destaca Edward Van Sloan en su encarnación del valiente y perspicaz Van Helsing, igual que Dwight Frye en la del demente Renfield, que aporta algo de vívida expresión a un plantel aplastado por la caracterización aburrida; tal vez por culpa de la dirección despreocupada de Browing, David Manners, Herbert Bunston, Frances Dade y en especial Helen Chandler, resulten demasiado acartonados. Es la dirección visual y artística de Freund y Hall lo que equilibra un poco las cosas; y no se halla precisamente en esos efectos especiales inevitablemente ridículos vistos hoy día...
Sino en momentos como ese en que el conde se persona en la habitación de Lucy y acerca sus dientes a su cuello, cuando Renfield aparece en la bodega del barco con sus expresiones desencajadas, en ese pequeño espejo de la caja de cigarros que revela una terrible verdad, en el rostro hechizado de Mina en el balcón. Esa atmósfera que rompe con las líneas de la realidad arrastrándola a la teatralidad melodramática más excesiva (al tratarse de la adaptación de una obra), a la extraña sensibilidad del expresionismo y a la dinámica del cine mudo (de ahí esa abundancia de planos silenciosos y largos y el afán por centrar la atención en los ojos y los rostros).
El compendio de todo esto es, como mejor ejemplo, el Dracula de Lugosi. El personaje demacrado, viejo y monstruoso, que Murnau mostró en "Nosferatu", ya no existe; al conde le sigue envolviendo un aura amenazante, mitológica, y a su vez sabe adoptar una apariencia civilizada y humana, se convierte en una encarnación sofisticada e incluso casi afable de un Mal aristocrático y arraigado a la superstición extranjera que representa. Van Helsing es un científico del siglo XX, la encarnación de una sociedad moderna que debe aceptar dicha superstición para poder luchar mejor contra ella.
Una lástima que Mina y John no sirvan para absolutamente nada y que todo el 3.er acto carezca de verdadero ritmo, ahogándose en un clímax poco emocionante para lo que debería haber ofrecido en esos decorados tan increíbles. Browning, aunque ya no se sabe si era él quien estaba tras la cámara, filma atropelladamente, las cosas pasan sin el ingenio de la novela y casi sin que sepamos cómo pasan. Lo cierto es que, desde que la trama salió del castillo (se supone que Harker se quedaba largo tiempo en él, pero aquí Renfield y Dracula parten en un santiamén) el espíritu y parte del encanto se perdieron por el camino.
Mientras Lugosi se mete a conciencia en su papel, sin prácticamente mediar palabra con nadie, en Chandler se resienten sus problemas con el alcohol, y ni Van Sloan, ni Manners (quien era el sustituto de un sustituto) ni el propio director sentían verdadero cariño por la producción, que termina siendo el éxito de Universal, tanto que impulsa el terror en Hollywood como género por derecho propio.
El actor húngaro, por su parte, se niega a volver a interpretar al personaje por miedo a encasillarse...sin saber, pobre de él, que le iría persiguiendo hasta el final de sus días.
Todos temen que aparezca en la noche de Walpurgis, y hacen bien. El conde puede salir de su tumba y absorbernos el alma para siempre...
Y al salir de dicha tumba uno no puede sino detener su mirada sobre ese brillo tan especial que emerge de sus ojos. Para un servidor esos, y no otros, son los ojos del cine de terror, lo que mejor le representan, unos ojos bajo los cuales se agazapa una amenaza de tierras desconocidas, remotas; los de Béla Lugosi, el Dracula del 7.º Arte para la posteridad, por mucho que otros llegasen más tarde y lograran enormes encarnaciones del ya legendario personaje de Stoker. Podría ser mejor el de Christopher Lee, pero no tenía su misma aura, ese misterio indescifrable, y a la vez la misma elegancia...
Defender esta película centrándose en otros términos consiste en la subjetividad del cinéfilo. Una película que fue la obsesión del productor Carl Laemmle y cuyos derechos de la novela original adquirió legalmente para su explotación (no como el sr. Murnau); con la muerte de Lon Chaney fue Lugosi quien se hizo con el papel ya que lo interpretaba en la popular obra de teatro de Broadway, además de aceptar un sueldo más bajo para hacerlo en pantalla, donde todo cambia con respecto a la lógica del texto. ¿Qué hace el mequetrefe de Renfield en Transilvania y dónde está John Harker? Es, en realidad, una invención, como todo lo que veremos, y lo más alejada posible de la novela.
Porque parece que ni uno de los personajes del film posee una descripción fiel a sus homólogos literarios. De eso el espectador se olvida durante los primeros minutos; el veterano del mudo Tod Browning, que no exhibía mucho entusiasmo cuando le contrataron para la tarea, y su director de fotografía Karl Freund, envuelven de un halo poético y escalofriante las atmósferas en las que nos vemos atrapados. El expresionismo y la mística del horror gótico se unen entre capas de neblina, suntuosos decorados, una sensación de inquietud realzada por el brillo de los ojos perpetuamente abiertos de Lugosi y la belleza del diseño artístico de Charles Hall.
Ojalá la trama hubiera permanecido más tiempo dentro del castillo...porque cuando sale de él todo se dirige a terrenos algo mediocres, de nuevo por la lectura tan libre de los hechos; y es que lo que vemos es, atención: el segundo borrador del guión adaptado de la segunda revisión de la adaptación teatral de lo escrito por Stoker. ¿Qué va a quedar entonces? Pues casi nada, por desgracia. Con el viaje del conde a Inglaterra vemos a unos Harker reducidos a la nada, sobre todo a Mina, tan inteligente y resolutiva en su origen, aquí es la damisela en apuros que hay que salvar, mientras personajes como Holmwood y Morris dejan de existir.
Sí destaca Edward Van Sloan en su encarnación del valiente y perspicaz Van Helsing, igual que Dwight Frye en la del demente Renfield, que aporta algo de vívida expresión a un plantel aplastado por la caracterización aburrida; tal vez por culpa de la dirección despreocupada de Browing, David Manners, Herbert Bunston, Frances Dade y en especial Helen Chandler, resulten demasiado acartonados. Es la dirección visual y artística de Freund y Hall lo que equilibra un poco las cosas; y no se halla precisamente en esos efectos especiales inevitablemente ridículos vistos hoy día...
Sino en momentos como ese en que el conde se persona en la habitación de Lucy y acerca sus dientes a su cuello, cuando Renfield aparece en la bodega del barco con sus expresiones desencajadas, en ese pequeño espejo de la caja de cigarros que revela una terrible verdad, en el rostro hechizado de Mina en el balcón. Esa atmósfera que rompe con las líneas de la realidad arrastrándola a la teatralidad melodramática más excesiva (al tratarse de la adaptación de una obra), a la extraña sensibilidad del expresionismo y a la dinámica del cine mudo (de ahí esa abundancia de planos silenciosos y largos y el afán por centrar la atención en los ojos y los rostros).
El compendio de todo esto es, como mejor ejemplo, el Dracula de Lugosi. El personaje demacrado, viejo y monstruoso, que Murnau mostró en "Nosferatu", ya no existe; al conde le sigue envolviendo un aura amenazante, mitológica, y a su vez sabe adoptar una apariencia civilizada y humana, se convierte en una encarnación sofisticada e incluso casi afable de un Mal aristocrático y arraigado a la superstición extranjera que representa. Van Helsing es un científico del siglo XX, la encarnación de una sociedad moderna que debe aceptar dicha superstición para poder luchar mejor contra ella.
Una lástima que Mina y John no sirvan para absolutamente nada y que todo el 3.er acto carezca de verdadero ritmo, ahogándose en un clímax poco emocionante para lo que debería haber ofrecido en esos decorados tan increíbles. Browning, aunque ya no se sabe si era él quien estaba tras la cámara, filma atropelladamente, las cosas pasan sin el ingenio de la novela y casi sin que sepamos cómo pasan. Lo cierto es que, desde que la trama salió del castillo (se supone que Harker se quedaba largo tiempo en él, pero aquí Renfield y Dracula parten en un santiamén) el espíritu y parte del encanto se perdieron por el camino.
Mientras Lugosi se mete a conciencia en su papel, sin prácticamente mediar palabra con nadie, en Chandler se resienten sus problemas con el alcohol, y ni Van Sloan, ni Manners (quien era el sustituto de un sustituto) ni el propio director sentían verdadero cariño por la producción, que termina siendo el éxito de Universal, tanto que impulsa el terror en Hollywood como género por derecho propio.
El actor húngaro, por su parte, se niega a volver a interpretar al personaje por miedo a encasillarse...sin saber, pobre de él, que le iría persiguiendo hasta el final de sus días.

5,5
1.586
7
27 de febrero de 2024
27 de febrero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michael Apted es uno de esos directores comprometidos dispuestos a usar con ingenio el cine para poner sobre el tapete algunos problemas sociales que merecen conocerse.
La injusticia en las reservas indias fue una de sus obsesiones, y después de servir a Robert Redford para el documental "Incident at Oglala" le llegó, como un suceso milagroso, un guión de John Fusco, otro estudioso del tema, inspirado en los trágicos enfrentamientos entre miembros y simpatizantes del Movimiento Indio Americano contra agentes del F.B.I. y otros organismos del país, en el asedio a Wounded Knee de Febrero a Mayo de 1.973.
La cobertura mediática fue nacional sobre este incidente en la reserva de Pine Ridge cuando los nativos decidieron no soportar más la corrupción, abuso de poder y fraude del presidente del Consejo Tribal, Richard Wilson, y aun con la intervención del Departamento de Justicia la lucha no se detuvo hasta las desapariciones y asesinatos de varios notables entre los nativos. Resulta curioso que el director británico se ocupara de plasmar casi al mismo tiempo dos hechos tan importantes para la situación de las reservas indias, sin embargo la película era más bien una recreación ficticia en un contexto contemporáneo.
Fusco adapta el tema a la década de los '90 e inicia la historia, que compraría Robert DeNiro, desde la perspectiva de un joven agente del Gobierno con la misión de investigar el misterioso asesinato de un nativo en una reserva; éste es Val Kilmer, cuando era joven y apuesto (él mismo tiene sangre cherokee corriendo por sus venas), haciendo equipo con un Sam Shepard bastante desagradable. Siguiendo esta premisa, y durante un inicio que tarda en arrancar, "Thunderheart" podría ser el cruce entre "Arde, Mississippi" y "Único Testigo" en el mundo indio.
Primero al proponer una zona de racismo, opresión y guerra civil en la que también son enviados dos agentes, y segundo al hacer un esfuerzo por mostrar la idiosincrasia de una hermética cultura rodeada y marginada por la moderna civilización (los amish, en el caso del film de Weir) y en la cual deberá introducirse el protagonista; Levoi, igual que Kilmer, también tiene raíces indias, algo de lo que se aprovechan en el F.B.I., pero Fusco podría evitar ciertos clichés en la trama (recurrir a la contaminación y el mensaje ecológico) si se hubiese acogido a los hechos reales de Pine Ridge, por mucho que Apted no pretendiera "hacer otro documental".
Aun así sabe combinar los resortes más rutinarios del "thriller" de investigación y el sentimiento de denuncia, haciendo alusiones tanto a hechos como a personajes reales (Fred Ward, en su rol de Jack Milton, no es otro que el álter-ego del corrupto Richard Wilson, mientras que la activista Anna Mae y el jefe de la Nación Oglala Independiente, Frank "Fools Crow", se transmutan en Maggie "Eagle Bear" y Sam Reaches). No parece, de todas formas, que al caso de asesinato y la búsqueda del sospechoso Jimmy (John Trudell, presidente del mismo M.I.A. en los años '70) se les dé la importancia que merecen.
Y la razón está en que el guión, o al menos eso da a entender, utiliza todas estas situaciones, conflictos y burocracias para contar la historia de un solo hombre, Levoi, de cómo llega a un territorio hostil donde le importa menos que un pimiento qué sangre es la que se derrama, de cómo se siente utilizado por una herencia sanguínea que ni siquiera desprecia, simplemente le da la espalda, y de cómo poco a poco se integra en la cultura nativa y comprende sus miedos y sus quejas mientras observa quiénes son en realidad los malos y quiénes los buenos.
Por eso, aunque la historia continúa con la persecución a Jimmy y presenta la tensión cruenta entre esas diferentes facciones que se estorban y se critican unas a otras mientras arrasan en la reserva, es al alma de Levoi a lo que sigue de cerca Apted, a su interior, a la forma en que la comunión con la tierra y sus antepasados le cambia por dentro para ver más allá de su deber como agente de la ley. Esto hace que "Thunderheart" se vea envuelta en una especie de misticismo onírico un tanto fuera de lugar, pero en ningún momento resulta excesivo o disparatado (los viajes interdimensionales de "En Tierra Peligrosa" sí lo eran).
Kilmer, contenido, sobrio, retrata en su personaje este viaje emocionante al corazón de un lugar sagrado, hasta formar parte de leyendas y despertar cual guerrero legendario para vengar la crueldad hacia su pueblo sioux. Por eso mismo Fusco y el director deberían haber situado a Levoi en una recreación, aunque ficticia, del asedio a Wounded Knee y dar más protagonismo a Milton...en lugar de irse por otros caminos y salir con tramas auxiliares de contaminación y apropiación de tierras, cosa que ya hemos visto miles de veces, pero con otras tribus y etnias.
En cuestiones técnicas Apted logra crear unas atmósferas fascinantes, a veces sutiles, otras intensas y de calor agobiante, gracias a las localizaciones y los trabajos de fotografía y música de Roger Deakins y James Horner. Por desgracia no es tan recordada (incluso casi ha quedado enterrada en el olvido, igual que los nativos americanos) como los "thrillers" de Weir y Parker, pero tiene todas esas virtudes para estar a su altura.
La injusticia en las reservas indias fue una de sus obsesiones, y después de servir a Robert Redford para el documental "Incident at Oglala" le llegó, como un suceso milagroso, un guión de John Fusco, otro estudioso del tema, inspirado en los trágicos enfrentamientos entre miembros y simpatizantes del Movimiento Indio Americano contra agentes del F.B.I. y otros organismos del país, en el asedio a Wounded Knee de Febrero a Mayo de 1.973.
La cobertura mediática fue nacional sobre este incidente en la reserva de Pine Ridge cuando los nativos decidieron no soportar más la corrupción, abuso de poder y fraude del presidente del Consejo Tribal, Richard Wilson, y aun con la intervención del Departamento de Justicia la lucha no se detuvo hasta las desapariciones y asesinatos de varios notables entre los nativos. Resulta curioso que el director británico se ocupara de plasmar casi al mismo tiempo dos hechos tan importantes para la situación de las reservas indias, sin embargo la película era más bien una recreación ficticia en un contexto contemporáneo.
Fusco adapta el tema a la década de los '90 e inicia la historia, que compraría Robert DeNiro, desde la perspectiva de un joven agente del Gobierno con la misión de investigar el misterioso asesinato de un nativo en una reserva; éste es Val Kilmer, cuando era joven y apuesto (él mismo tiene sangre cherokee corriendo por sus venas), haciendo equipo con un Sam Shepard bastante desagradable. Siguiendo esta premisa, y durante un inicio que tarda en arrancar, "Thunderheart" podría ser el cruce entre "Arde, Mississippi" y "Único Testigo" en el mundo indio.
Primero al proponer una zona de racismo, opresión y guerra civil en la que también son enviados dos agentes, y segundo al hacer un esfuerzo por mostrar la idiosincrasia de una hermética cultura rodeada y marginada por la moderna civilización (los amish, en el caso del film de Weir) y en la cual deberá introducirse el protagonista; Levoi, igual que Kilmer, también tiene raíces indias, algo de lo que se aprovechan en el F.B.I., pero Fusco podría evitar ciertos clichés en la trama (recurrir a la contaminación y el mensaje ecológico) si se hubiese acogido a los hechos reales de Pine Ridge, por mucho que Apted no pretendiera "hacer otro documental".
Aun así sabe combinar los resortes más rutinarios del "thriller" de investigación y el sentimiento de denuncia, haciendo alusiones tanto a hechos como a personajes reales (Fred Ward, en su rol de Jack Milton, no es otro que el álter-ego del corrupto Richard Wilson, mientras que la activista Anna Mae y el jefe de la Nación Oglala Independiente, Frank "Fools Crow", se transmutan en Maggie "Eagle Bear" y Sam Reaches). No parece, de todas formas, que al caso de asesinato y la búsqueda del sospechoso Jimmy (John Trudell, presidente del mismo M.I.A. en los años '70) se les dé la importancia que merecen.
Y la razón está en que el guión, o al menos eso da a entender, utiliza todas estas situaciones, conflictos y burocracias para contar la historia de un solo hombre, Levoi, de cómo llega a un territorio hostil donde le importa menos que un pimiento qué sangre es la que se derrama, de cómo se siente utilizado por una herencia sanguínea que ni siquiera desprecia, simplemente le da la espalda, y de cómo poco a poco se integra en la cultura nativa y comprende sus miedos y sus quejas mientras observa quiénes son en realidad los malos y quiénes los buenos.
Por eso, aunque la historia continúa con la persecución a Jimmy y presenta la tensión cruenta entre esas diferentes facciones que se estorban y se critican unas a otras mientras arrasan en la reserva, es al alma de Levoi a lo que sigue de cerca Apted, a su interior, a la forma en que la comunión con la tierra y sus antepasados le cambia por dentro para ver más allá de su deber como agente de la ley. Esto hace que "Thunderheart" se vea envuelta en una especie de misticismo onírico un tanto fuera de lugar, pero en ningún momento resulta excesivo o disparatado (los viajes interdimensionales de "En Tierra Peligrosa" sí lo eran).
Kilmer, contenido, sobrio, retrata en su personaje este viaje emocionante al corazón de un lugar sagrado, hasta formar parte de leyendas y despertar cual guerrero legendario para vengar la crueldad hacia su pueblo sioux. Por eso mismo Fusco y el director deberían haber situado a Levoi en una recreación, aunque ficticia, del asedio a Wounded Knee y dar más protagonismo a Milton...en lugar de irse por otros caminos y salir con tramas auxiliares de contaminación y apropiación de tierras, cosa que ya hemos visto miles de veces, pero con otras tribus y etnias.
En cuestiones técnicas Apted logra crear unas atmósferas fascinantes, a veces sutiles, otras intensas y de calor agobiante, gracias a las localizaciones y los trabajos de fotografía y música de Roger Deakins y James Horner. Por desgracia no es tan recordada (incluso casi ha quedado enterrada en el olvido, igual que los nativos americanos) como los "thrillers" de Weir y Parker, pero tiene todas esas virtudes para estar a su altura.
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