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5,4
1.159
5
6 de diciembre de 2017
6 de diciembre de 2017
14 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chaladura – cada vez más extendida – de concebir ceñudos vehículos de propaganda o chabacanos panfletos irrebatibles en vez de contarnos historias abiertas, radiantes o universales que puedan albergar (o no) algún tipo de mensaje o moraleja resulta siniestro, zafio y cansino. Tanto más cuando la que lo perpetra es una veterana cineasta polaca, Agnieszka Holland (nacida en 1948 y en activo desde hace más de 40 años), que nos ha dado muestras de su probado oficio y talento, con independencia de los temas abordados. Sobre todo cuando la moralina estomagante de esta turbia e impetuosa fábula entra en flagrante contradicción con su propia biografía personal (hija de un judío asesinado por la dictadura comunista y de una luchadora católica que bregó contra los invasores nazis), ya que el presente libelo sectario parece enaltecer hasta el disparate el uso de la violencia y el crimen cuando se tiene una GRAN CAUSA que proclamar.
No hay grandes causas cuando el vehículo para defenderlas o reivindicarlas es un alegato en favor de la pena de muerte, del fratricidio, de la venganza y del delito. Y lo peor es que encima se le llena la boca en ruedas de prensa manifestando que ha pergeñado una obra combativa y sufragista… con paladines de latrocinios como ella, la supuesta razón que defiende se desprestigia y los fines (por buenos o loables que sean) quedan infamados. Si cualquier opinión – por digna o peregrina que pudiera ser – merece ser apoyada por las armas y el magnicidio en vez de por la palabra y la reflexión, estamos abocados al exterminio como cultura y al hundimiento como sociedad.
El problema es que la cinta alberga el germen de una buena alegoría que, enfocada de otra manera, podría haber originado un fértil relato sobre un ecologismo luminoso o la necesaria comunión del ser humano con la naturaleza o del papel y responsabilidad irrenunciable de todo individuo en la construcción de un mundo mejor o en el devenir salutífero de una humanidad más justa y razonable, más en paz consigo misma y con su entorno. Pero el resultado es una indecente, desquiciada y funesta arenga en favor del homicidio como única herramienta de combate para alcanzar cualquier fin perseguido. Con abogados como ella, el pleito está perdido.
Su mejor baza es una carismática, magistral y electrizante interpretación de Agnieszka Mandat-Grabka (con toda justicia premiada en la Seminci de Valladolid) que nos arrastra y seduce, que nos avasalla, destroza y pisotea hasta suprimir nuestro discernimiento sobre la corrosiva y letal carnicería proselitista que se despliega ante nuestros atónitos ojos. El apostolado sanguinario, tóxico y malintencionado de esta soflama animalista es un desvarío despreciable e infame. Y, para nada, feminista.
No hay grandes causas cuando el vehículo para defenderlas o reivindicarlas es un alegato en favor de la pena de muerte, del fratricidio, de la venganza y del delito. Y lo peor es que encima se le llena la boca en ruedas de prensa manifestando que ha pergeñado una obra combativa y sufragista… con paladines de latrocinios como ella, la supuesta razón que defiende se desprestigia y los fines (por buenos o loables que sean) quedan infamados. Si cualquier opinión – por digna o peregrina que pudiera ser – merece ser apoyada por las armas y el magnicidio en vez de por la palabra y la reflexión, estamos abocados al exterminio como cultura y al hundimiento como sociedad.
El problema es que la cinta alberga el germen de una buena alegoría que, enfocada de otra manera, podría haber originado un fértil relato sobre un ecologismo luminoso o la necesaria comunión del ser humano con la naturaleza o del papel y responsabilidad irrenunciable de todo individuo en la construcción de un mundo mejor o en el devenir salutífero de una humanidad más justa y razonable, más en paz consigo misma y con su entorno. Pero el resultado es una indecente, desquiciada y funesta arenga en favor del homicidio como única herramienta de combate para alcanzar cualquier fin perseguido. Con abogados como ella, el pleito está perdido.
Su mejor baza es una carismática, magistral y electrizante interpretación de Agnieszka Mandat-Grabka (con toda justicia premiada en la Seminci de Valladolid) que nos arrastra y seduce, que nos avasalla, destroza y pisotea hasta suprimir nuestro discernimiento sobre la corrosiva y letal carnicería proselitista que se despliega ante nuestros atónitos ojos. El apostolado sanguinario, tóxico y malintencionado de esta soflama animalista es un desvarío despreciable e infame. Y, para nada, feminista.

6,2
681
6
29 de diciembre de 2017
29 de diciembre de 2017
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver a dónde nunca estuvimos, retornar a temas y enfoques que creíamos superados, regresar a escondrijos e hipocresías que se nos antojaban antiguallas pretéritas... Estas son las sensaciones que provoca la presente cinta sudafricana. Una reliquia museística, una amalgama trasnochada entre sentimiento de culpa, folclore africano y conciencia gay de supermercado. Todo con cierto interés, algún barniz documental y mucha parafernalia y perifollo abocado a la obsolescencia más rancia.
Nadie puede negar su relevancia ni su pertinencia ni su buena intención, pero todo resulta tan trillado y fatigado como un libro de texto escolar que creíamos sepultado en el baúl de los desechos. Ya nos lo habíamos estudiado y habíamos pasado el examen, por lo que volver a tratar esta materia es como degradarnos o insultarnos, como si no hubiéramos atendido en clase o nos hubiesen pillado, décadas después, con las chuletas en medio del examen.
Por toda esta sensación de estancamiento y redundancia no cabe sino lamentar que la única novedad sea el toque étnico, el color tostado de sus protagonistas, la pervivencia de tradiciones tribales en medio de sociedades desarrolladas, la previsible contradicción entre el campesinado tradicionalista y la ciudadanía consumista, la envidia corrosiva de unos iletrados gárrulos que buscan los puñetazos cuando carecen de argumentos... Todo tan previsible como cansino. Interesante como documento pero irrelevante como ficción.
¿Quė nos propone que no sepamos o intuyamos? Poca cosa. ¿Que la vergüenza mancilla nuestra autoestima, que la culpa nos ciega y enloquece, que el crimen es el único desdén que nunca se borra? Quizás sea catártico para ciertas latitudes y culturas pero a mí me ha resultado tan reiterativo como gazmoño.
Nadie puede negar su relevancia ni su pertinencia ni su buena intención, pero todo resulta tan trillado y fatigado como un libro de texto escolar que creíamos sepultado en el baúl de los desechos. Ya nos lo habíamos estudiado y habíamos pasado el examen, por lo que volver a tratar esta materia es como degradarnos o insultarnos, como si no hubiéramos atendido en clase o nos hubiesen pillado, décadas después, con las chuletas en medio del examen.
Por toda esta sensación de estancamiento y redundancia no cabe sino lamentar que la única novedad sea el toque étnico, el color tostado de sus protagonistas, la pervivencia de tradiciones tribales en medio de sociedades desarrolladas, la previsible contradicción entre el campesinado tradicionalista y la ciudadanía consumista, la envidia corrosiva de unos iletrados gárrulos que buscan los puñetazos cuando carecen de argumentos... Todo tan previsible como cansino. Interesante como documento pero irrelevante como ficción.
¿Quė nos propone que no sepamos o intuyamos? Poca cosa. ¿Que la vergüenza mancilla nuestra autoestima, que la culpa nos ciega y enloquece, que el crimen es el único desdén que nunca se borra? Quizás sea catártico para ciertas latitudes y culturas pero a mí me ha resultado tan reiterativo como gazmoño.

5,2
1.551
2
30 de noviembre de 2014
30 de noviembre de 2014
22 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Menudo engrudo de película, indigna de tal nombre! Qué pena malgastar el terrorismo como telón de fondo y andamiaje argumental de un proyecto tan grosero y canalla que mancha la memoria de las víctimas sin conseguir entretener, sino a lo sumo producir pena y rabia, porque se acomete un expolio artero del sufrimiento ajeno sin alcanzar nada más que la perplejidad alucinada del espectador. Parece más bien la calentura fantasiosa de un abertzale metido a supuesto cineasta que no un relato exigente con un mínimo de coherencia y verosimilitud. Pero ni como provocación sirve de lo mal que está un guión exangüe, con mucha carnaza y tópicos, con presuntos personajes abocetados con brocha gorda y unos quiebros narrativos que producirían hilaridad de no tomarse tan en serio.
El punto de partida – aunque forzado – podría tener un pase y ofrecer posibilidades como exploración del tremendismo patrio o servir al menos de mero entretenimiento escapista. Se trata de la venganza largamente planificada de una víctima de un atentado terrorista, pero no sobre el asesino que le puso la bomba, sino sobre la familia inmediata del etarra que trató de asesinarle y se llevó por delante la vida de su mujer y mutiló a su hija. Es el relato de lo que nunca ha ocurrido pero muchos pensaban (o deseaban) que ocurriese: que a las fuerzas de seguridad (policía, ejército, guardia civil) se les fuera la pinza y acometieran una sangrienta vendetta que confirmara las peores infamias de sus verdugos: que son unas bestias sin escrúpulos, ni conciencia, ni atisbos de humanidad. Pero el hecho es que eso nunca ocurrió y el guión naufraga, incapaz de darle ni un mínimo barniz de verosimilitud a tan arriesgada propuesta.
Porque lo realmente imperdonable de este aborto es que contiene una descripción de personajes de cartón piedra del todo absurdos por forzados, planos y monolíticos, que además regurgitan unos diálogos penosos que desacreditan cualquier intento por tomarse en serio esta fallida trama. Hasta un ‘Yo Tarzán’ ‘Tú Jane’ están mejor resueltos y resultan más enjundiosos que esta ultrajante amalgama de chabacanería y zafiedad. Sólo hay un personaje simpático (un mayordomo polaco) pero es muy pobre bagaje para tanto alboroto y estruendo malogrado.
Los actores no aportan nada relevante y se contagian de una desgana y apatía que se transmite al sufrido espectador. Sorprende que con tan débiles mimbres esta cinta haya conseguido financiación alguna. Totalmente prescindible.
El punto de partida – aunque forzado – podría tener un pase y ofrecer posibilidades como exploración del tremendismo patrio o servir al menos de mero entretenimiento escapista. Se trata de la venganza largamente planificada de una víctima de un atentado terrorista, pero no sobre el asesino que le puso la bomba, sino sobre la familia inmediata del etarra que trató de asesinarle y se llevó por delante la vida de su mujer y mutiló a su hija. Es el relato de lo que nunca ha ocurrido pero muchos pensaban (o deseaban) que ocurriese: que a las fuerzas de seguridad (policía, ejército, guardia civil) se les fuera la pinza y acometieran una sangrienta vendetta que confirmara las peores infamias de sus verdugos: que son unas bestias sin escrúpulos, ni conciencia, ni atisbos de humanidad. Pero el hecho es que eso nunca ocurrió y el guión naufraga, incapaz de darle ni un mínimo barniz de verosimilitud a tan arriesgada propuesta.
Porque lo realmente imperdonable de este aborto es que contiene una descripción de personajes de cartón piedra del todo absurdos por forzados, planos y monolíticos, que además regurgitan unos diálogos penosos que desacreditan cualquier intento por tomarse en serio esta fallida trama. Hasta un ‘Yo Tarzán’ ‘Tú Jane’ están mejor resueltos y resultan más enjundiosos que esta ultrajante amalgama de chabacanería y zafiedad. Sólo hay un personaje simpático (un mayordomo polaco) pero es muy pobre bagaje para tanto alboroto y estruendo malogrado.
Los actores no aportan nada relevante y se contagian de una desgana y apatía que se transmite al sufrido espectador. Sorprende que con tan débiles mimbres esta cinta haya conseguido financiación alguna. Totalmente prescindible.
6
9 de marzo de 2018
9 de marzo de 2018
14 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Artimaña, argucia, artificio, amaño o ardid… cualquiera que sea la palabra elegida, todas ellas apuntan en la misma dirección: al embuste afanoso y la laboriosa trama urdida con más tenacidad que mérito, con más atrevimiento que acierto, tratando de entretener – a lo largo de dos horas y media eternas – al sufrido espectador que acaba más extenuado que un corredor de la maratón al que han privado de su avituallamiento hídrico. En principio no es un problema de los muchos y arbitrarios quiebros del guion – al fin y a la postre estamos ante un tenaz despliegue de mentiras y trampas donde el engaño y la falsedad es la única razón de ser del relato – sino a lo previsible y cansino que resulta tanto enredo hiperbólico. Amontonar sorpresas y complicaciones como si se tuviera el síndrome de Diógenes no es un acierto si no se consigue mantener nuestra curiosidad e interesarnos en el destino de sus protagonistas.
Es decir, la dirección y el montaje son briosos, los actores están convincentes, la acción no decae casi en ningún momento, se agradece tanto su agilidad narrativa como su perspicacia en utilizar unos decorados suntuosos, las torturas y el sexo se alternan con lujurioso y sádico flirteo, la ardorosa obsesión por encontrar al sigiloso topo de una red de espías remite tanto a John Le Carré como a Alfred Hitchcock – lo cual es muy de agradecer – pero todo ello acaba por abrumar y sofocar porque en el fondo no nos atañe demasiado el destino último de cada una de las piezas del tablero, ya que intuimos que el desenlace será tan injustificado como inaudito, tan rocambolesco como imprevisible… salvo que uno sea perro viejo e intuya que la presencia de ciertos actores de renombre se debe a una causa que sólo se explica si se rentabiliza el oneroso dispendio de su contratación.
En definitiva, demasiado dinero gastado para poner en pie una obra insípida y discreta a la que le falta picardía y originalidad, que carece de empaque, veracidad o enjundia y le sobra su desmedida seriedad y tozudez al querer hacernos creer que todo lo que acontece es un sincero y pormenorizado retrato de la gran política internacional de nuestro tiempo. Mezcla corrupción financiera con algarabía sexual, ofrece un insulso cóctel genital de procacidad libidinosa salpicado de sangre y condimentado con tropezones de venganza como si fuera un embriagador elixir afrodisiaco y sólo consigue bordear lo patético. Parece haber olvidado que la verosimilitud es un arcano difícil de desentrañar pero que una vez que se pierde, da igual todo lo demás porque nos importa una higa. Entretenida para una tarde lluviosa – y punto.
Es decir, la dirección y el montaje son briosos, los actores están convincentes, la acción no decae casi en ningún momento, se agradece tanto su agilidad narrativa como su perspicacia en utilizar unos decorados suntuosos, las torturas y el sexo se alternan con lujurioso y sádico flirteo, la ardorosa obsesión por encontrar al sigiloso topo de una red de espías remite tanto a John Le Carré como a Alfred Hitchcock – lo cual es muy de agradecer – pero todo ello acaba por abrumar y sofocar porque en el fondo no nos atañe demasiado el destino último de cada una de las piezas del tablero, ya que intuimos que el desenlace será tan injustificado como inaudito, tan rocambolesco como imprevisible… salvo que uno sea perro viejo e intuya que la presencia de ciertos actores de renombre se debe a una causa que sólo se explica si se rentabiliza el oneroso dispendio de su contratación.
En definitiva, demasiado dinero gastado para poner en pie una obra insípida y discreta a la que le falta picardía y originalidad, que carece de empaque, veracidad o enjundia y le sobra su desmedida seriedad y tozudez al querer hacernos creer que todo lo que acontece es un sincero y pormenorizado retrato de la gran política internacional de nuestro tiempo. Mezcla corrupción financiera con algarabía sexual, ofrece un insulso cóctel genital de procacidad libidinosa salpicado de sangre y condimentado con tropezones de venganza como si fuera un embriagador elixir afrodisiaco y sólo consigue bordear lo patético. Parece haber olvidado que la verosimilitud es un arcano difícil de desentrañar pero que una vez que se pierde, da igual todo lo demás porque nos importa una higa. Entretenida para una tarde lluviosa – y punto.
6
12 de marzo de 2018
12 de marzo de 2018
10 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El humor negro británico se asemeja bastante, en mi opinión, al humor ácrata y deslenguado de los españoles: no dejar títere con cabeza al reírse, sin contemplaciones ni miramientos, de todo y de todos sin importar su cuna, rango o relevancia. No es plato de gusto para todas las sensibilidades, pero ayuda a mofarse de nuestra propia sombra, desvelar y denunciar los turbios e incongruentes tejemanejes de instituciones y celebridades, sin frenarse ante nomenclaturas ni jerarquías; es decir, nos ayuda a mortificar con ácidos dardos a nuestros semejantes, tanto más feroces cuanto más relevantes, rimbombantes o intocables sean su alcurnia o escalafón. Quizás por ello he disfrutado con esta propuesta sobre las conspiraciones, sablazos e intrigas que se ponen en pie – o pudieron ponerse en pie – tras la muerte del dictador Josef Stalin en marzo de 1953 y que acabó con la carrera de muchos, con la vida del genocida policía político Lavrenti Beria (el omnipotente jefazo de lo que acabaría siendo la KGB soviética) y con el encumbramiento de Nikita Khrushchev, tras un golpe de estado palaciego que descabezó lo que había sido el tozudo régimen de terror del irremplazable líder finado.
Estamos ante una película de ficción – que no un documental – sobre algunos de los gerifaltes más señeros y condecorados de la provecta dictadura comunista que anegó a sus indefensos súbditos en un torbellino de terror, sangre y masacres. Más de treinta años de un tenaz yugo (todo para el pueblo pero sin el pueblo o, más bien, todo en exclusiva para El Partido y sus mandatarios) que encontró en la vengativa, machacona y desconfiada cabecilla de Stalin la encarnación tiránica – y titánica – del despotismo de masas (si bien menguantes…). Pero haríamos mal en entender esta farsa irónica y mordaz como una mera crítica al comunismo de aquel entonces, sino que, más bien, es una burla de cualquier oligarquía política dominante cuyo principal y único objetivo es alcanzar el poder personal y omnímodo a toda costa y borrar de la faz de la tierra a todos los contrincantes, opositores y disidentes, ya sea por la coacción, delación, conjura, tortura o eliminación total. Pensemos en nuestros propios – y tan democráticos – partidos políticos patrios y el incesante ruido de sables incruento que adereza las noticias cotidianas…
Un guion paródico y habilidoso, así como unos actores que juegan con delectación y alborozo sus respectivos papeles de confabulados de opereta con luctuosas metralletas cargadas de guasa, veneno y mugre, consiguen despertar nuestra complicidad y sonrisa. En conjunto, quizás se queda algo corta y se echa en falta una mayor acritud y calado, pero si se entra en la pantomima propuesta puede uno regocijarse al reconocer sempiternos hábitos que aún nos acompañan... aunque seamos populistas, populares, socialdemócratas o mediopensionistas.
Estamos ante una película de ficción – que no un documental – sobre algunos de los gerifaltes más señeros y condecorados de la provecta dictadura comunista que anegó a sus indefensos súbditos en un torbellino de terror, sangre y masacres. Más de treinta años de un tenaz yugo (todo para el pueblo pero sin el pueblo o, más bien, todo en exclusiva para El Partido y sus mandatarios) que encontró en la vengativa, machacona y desconfiada cabecilla de Stalin la encarnación tiránica – y titánica – del despotismo de masas (si bien menguantes…). Pero haríamos mal en entender esta farsa irónica y mordaz como una mera crítica al comunismo de aquel entonces, sino que, más bien, es una burla de cualquier oligarquía política dominante cuyo principal y único objetivo es alcanzar el poder personal y omnímodo a toda costa y borrar de la faz de la tierra a todos los contrincantes, opositores y disidentes, ya sea por la coacción, delación, conjura, tortura o eliminación total. Pensemos en nuestros propios – y tan democráticos – partidos políticos patrios y el incesante ruido de sables incruento que adereza las noticias cotidianas…
Un guion paródico y habilidoso, así como unos actores que juegan con delectación y alborozo sus respectivos papeles de confabulados de opereta con luctuosas metralletas cargadas de guasa, veneno y mugre, consiguen despertar nuestra complicidad y sonrisa. En conjunto, quizás se queda algo corta y se echa en falta una mayor acritud y calado, pero si se entra en la pantomima propuesta puede uno regocijarse al reconocer sempiternos hábitos que aún nos acompañan... aunque seamos populistas, populares, socialdemócratas o mediopensionistas.
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