Haz click aquí para copiar la URL
You must be a loged user to know your affinity with Chris Jiménez
Críticas 2.370
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
6 de noviembre de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un topo en la policía, integrante de la banda criminal de Hon Sam. Nadie sabe quien es, todos sospechan, y ven cómo las posibilidades de cazar a ese jefe de las Tríadas en sus operaciones ilegales se van al traste.
Y al mismo tiempo en la banda de Sam está metido un policía, el cual no está registrado, su identidad sólo es conocida por una persona y trabaja de incógnito durante diez años.

Dos infiltrados que empezarán a seguirse los pasos en tanto en cuanto la situación se descontrole en los dos grupos, el criminal y el policial...y sólo ellos dos saben quien es el otro. Intrigante premisa la que nos trajeron Andrew Lau, director de la longeva saga "Young and Dangerous", protagonizada por Ekin Cheng, y Alan Mak, que venía de debutar en el cine con el "thriller" "Una Guerra llamada Deseo", ambos uniendo sus fuerzas en la primera entrega de la trilogía "Infernal Affairs" y repitiendo la experiencia en las dos siguientes además de en las notables "Initial D" y "Confession of Pain".
He de reconocer que las películas de acción chinas son una de mis debilidades. Aunque se repitan tramas ya la mar de vistas y oídas en el cine, éstas consiguen hilvanarse de forma impecable y su puesta en escena siempre es trepidante, excitante. Ninguno de los films de acción que me he visto de origen chino me han aburrido, estando entre mis favoritos "Election" y "Drug War", ambos de Johnnie To, y clásicos inmortales como "Full Contact", "Hard Boiled" y "City on Fire", y por supuesto, la obra del tándem Lau/Mak también ha acabado en esa lista.

El guión, escrito al alimón por Felix Chong y el propio Mak, hereda la tradición de los "thrillers" de policías infiltrados, una tradición ya unida al cine de acción hongkonés desde siempre, y que hemos podido disfrutar en grandes films como (los anteriormente nombrados) "City on Fire", de Ringo Lam, y "Hard Boiled", del todoterreno John Woo, en la que se nos cuentan los problemas que tiene el departamento de policía de Hong Kong para atrapar al jefe Hon Sam, y más cuando el inspector Lau Kin-Ming es en realidad uno de sus subordinados, un topo que filtra toda la información de cada uno de los movimientos de los agentes, alguien que asciende a velocidad vertiginosa dentro del cuerpo, lo que le hace inmune de toda sospecha.
Pero el superintendente Wong cuenta con un hombre en las filas de Sam, el joven policía Chan, quien lo dejó todo para trabajar de incógnito, arriesgando su vida cada minuto. Es una caza desesperada la que se libra tanto fuera como dentro del departamento, evitando cada infiltrado ser descubierto por el otro si ambos no quieren verse de cara al peligro.

Pese a que nos pueda resultar familiar su premisa y la situación de sus protagonistas de primeras, que ello no sea motivo de rechazo ni siquiera de duda. "Infernal Affairs" posee una trama intrincada, llena de suspense y giros de guión, que logra mantener enganchado al espectador todo el tiempo, preguntándose éste cual de los dos topos será desenmascarado primero. En la misma trama, como en todas las de las películas asiáticas de este estilo, cobran especial importancia la profundidad de los personajes y temas como la confianza, la traición, el respeto y la honestidad.
El resultado, plasmado en pantalla, es el de una emocionante cinta llena de grandes dosis de acción, donde no faltan los tiros, las persecuciones, las peleas, el humor negro, y hasta gotas de romance y drama, con un estilo no muy distinto al de Lam o To, encontrando grandes momentos como la operación de la cocaína en la playa, el asesinato de Wong o el duelo final en el ascensor. Los veteranos Tony Leung y Andy Lau se miden como actores en un duelo intenso, cada uno en papeles que les van como anillo al dedo y brindando una genial interpretación, al igual que los también enfrentados Anthony Wong y Eric Tsang.

"Infernal Affairs" se estableció como uno de los más grandes films del momento, influyendo en posteriores cineastas, siendo ganadora en numerosos festivales, seleccionada para ser candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera y abriendo la veda al dúo Lau/Mak para su trilogía.
Bien, ¿ha prestado atención, sr. Scorsese? Perfecto, ya puede empezar a plagiar, no se preocupe, y de paso ahorrar dinero para el Globo de Oro y el Oscar que tiene previsto comprar.
10 de octubre de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La consecuencias de la guerra son devastadoras.
Ciudades hundidas en el polvo, hombres que no regresan a sus hogares...

Y los que vuelven se encuentran sin futuro, mujeres sin familia, supervivientes destinados a trabajar de lo que la tierra da, y otros a aprovecharse de la miseria para prosperar en el mercado negro...sí, un mundo desolador, pero, ¿cómo lo afronta un niño? Uno de los mayores logros del gran director Hiroshi Shimizu fue "Los Niños de la Colmena", donde aquí vuelve a ofrecer un análisis directo y crudo de la sociedad expresado a través de uno de sus recursos más usados.
Y esos son los niños y la infancia, tal como hiciera en sus otros memorables trabajos "Nobuko" o "Niños en el Viento". Si por algo destaca Shimizu es por esa manera tan natural y sencilla que tiene de mostrar el mundo en sus películas, de claras tendencias neorrealistas como pudiera practicar el mismo Rossellini, pero lleno de metáforas y símbolos genuinamente japoneses, en la más pura línea de Yasujiro Ozu.

Aquí nos presenta lo que es el Japón de la posguerra mundial, un país hecho trizas por los efectos de la batalla, donde las personas malviven como pueden e intentan seguir adelante, a pesar de haberlo perdido todo, y el grupo de chiquillos huérfanos protagonista es el reflejo de la precaria situación que atraviesa la nación, los cuales, junto a un ex-soldado que toman por hermano mayor, deciden plantar cara a la adversidad como hombres y continuar, trabajando para poder comer y siempre con fuerzas.
El film, avanzando bajo una banda sonora compuesta en su mayoría de canciones tradicionales infantiles, se revela tan optimista como descorazonador, con algunos momentos de humor y otros tremendamente trágicos, todo sea por representar lo más fielmente posible la realidad que viven los personajes. A veces resulta tan real que parece que estemos viendo un documental rodado por Shimizu sobre las gentes de esa época y lugar en concreto y sobre sus deseos, pesares, recuerdos y anhelos.

El director vaga por parajes desérticos, bosques, lagos, mares y selvas naturales y se centra por completo en la pandilla de críos, donde cada uno de ellos ofrece una gran interpretación, y en los problemas que van sucediéndose en la historia siempre desde el punto de vista de éstos, dejando en un segundo plano al soldado y a la chica, que encarnan, también de forma maravillosa, Shunsaku Shimamura y Natuski Masako, respectivamente, los cuales sirven de guía e inspiración a los niños.
Hay significativos y desoladores momentos magistralmente concebidos por el director e interpretados por sus actores, como aquel en el que vemos a Yoshibo mirar al mar llamando a su difunta madre, la despedida de éste con la chica en las escaleras del cementerio y por supuesto cuando es llevado a la espalda del otro chaval por toda la montaña y concluye en ese fatídico final que supone el más importante giro de la historia.

El personaje de Yoshibo es el que, realmente, lidia en el film, ya que es el que más cambios provoca en los demás niños. Un sobrecogedor testimonio de la situación vivida por la sociedad del país nipón tras la 2.ª Guerra Mundial narrado con eficiencia y manifestando Shimizu que lo suyo es el realismo puro y duro. Pocos directores lo representaron tan bien como él.
A recordar aquella frase dicha por uno de los muchachos que te deja sin palabras: "Yoshibo, tú gritabas "mamá" cada vez que mirabas el mar. Nosotros gritaremos tu nombre cada vez que veamos una montaña".

Demoledor.
28 de agosto de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las escrituras advierten de su llegada al Mundo, la Diabólica Trinidad, Diablo, Anticristo y falso profeta, bajo tres números humanos, el 666, y una figura inocente...la de un niño.

Las rompedoras "La Semilla del Diablo" y "El Exorcista" abrieron los ojos a los estudios sobre el nuevo tipo de horror que se había que ofrecer al público. Warner Bros. apadrinó un borrador que David Seltzer había hecho circular durante algún tiempo esperando aprobación; pero tal proyecto fue deshechado cuando se pusieron a trabajar en secreto en la secuela de la película de Friedkin, comenzando desde cero la producción en el seno de 20th Century Fox con un tal Richard Donner al mando, quien aún no había hecho nada decente para el cine y llevaba mucha televisión a sus espaldas.
Fue él quien determinó reescribir el guión e infundirle un carácter más profundo y menos violento; así un entusiasmado Seltzer desarrolló con más detalles la idea que alguien le sugirió cuando estaba concibiendo su historia y que le puso los pelos de punta: hacer del Anticristo un niño inocente. Yse inició un rodaje que por supuesto contaría con su buena colección de anécdotas satánico-sobrenaturales a lo largo de varios escenarios europeos; en Italia comienza: con una tragedia, la muerte de un bebé, y su intercambio por otro, descrito irónicamente por un cura como un milagro.

El que sea un sacerdote quien pronuncie estas palabras y un diplomático ascendido posteriormente a embajador el hombre que adopte al recién nacido revela el cariz amargamente cínico que desean imprimir Seltzer y Donner; poco a poco éste último nos va sumergiendo en la vida de una familia acomodada que sin saberlo se encamina hacia su propia destrucción, manejando éste último con mano maestra la intriga y los diferentes signos que ayudan a tensar la atmósfera (la aparición de los rottweilers, la llegada de un cura desquiciado...), de tonos ásperos y densos gracias a la excelente labor de Gilbert Taylor a la fotografía y el genio Jerry Goldsmith a la música.
Como Friedkin, Donner apuesta por el puro clasicismo sin olvidarse del sentido del ritmo, y el de "La Profecía" juega bien sus cartas debido al buen equilibrio entre violencia explícita y suspense, de trazos "hitchcockianos"; pero si antes sentíamos un alto grado de compasión por Regan (al fin y al cabo era una niña inocente) no sucederá lo mismo con Damien, cuya juguetona sonrisa no es sino un gesto de retorcida maldad. La elección del pequeño Harvey Stephens (que no pocos problemas dio durante el rodaje) fue clave para determinar la prueba de lo real y tangible que puede ser el Demonio, agazapado en su falsa inocencia, arma de confusión y devastación.

La alarmante pasividad de la madre (Katherine) y la paulatina desesperación del padre (Robert) ante los ataques del niño, la intromisión de un personaje tan "polanskiano" como es esa niñera de rostro tétrico y mirada inquietante (pues sólo un pequeño gesto de Billie Whitelaw, la actriz que la encarna, hace rechinar los dientes) y los espeluznantes descubrimientos realizados por un curioso fotógrafo (Keith) son los principales sucesos que van elevando la tensión hasta límites desasosegantes (añadiendo a todo esto un "accidente" causado con un triciclo que es una de las secuencias más duras e impactantes del cine de terror).
La siguiente mitad se basa en el viaje de Robert y Keith para desentrañar el misterio del origen de Damien, y así Donner se abandona (en el mejor sentido de la palabra) a algo que no hizo Friedkin (la investigación de Kinderman no iba a ningún sitio): a la aventura, intensa y trepidante, aunque sin perder por el camino ni un ápice del pesadillesco clima que marcaba al film; porque la apuesta del cineasta, extraña y fascinante y quizás no comprendida en el momento de su estreno, consiste en mezclar una innegable dosis de clasicismo cinematográfico y el aspecto más oscuro y sangriento del universo satánico, con sus asesinatos aberrantes y demás parafernalia diabólica.

Y valga la mítica secuencia del cementerio abandonado como principal muestra de ésto (en ella Donner demuestra su habilidad innata para transmitir la sensación del horror en su estado más puro, agresivo y atroz); uno de los principales responsables de garantizar este equilibrio y fuerza narrativa fue Stuart Baird (después fiel colaborador del director), un montador con un sensacional sentido del ritmo. "La Profecía" sorprendió con su abrasiva y rebelde manera de atacar la moralidad y la fe, el seno familiar, la hipocresía en la Iglesia y el mundo de la política (eran los '70, por lo que se debía dotar de cierto cariz socio-político a la historia).
Pero Gregory Peck, un hombre debilitado por la depresión y por el suicidio de su hijo, no pudo terminar la historia como se pensó en un principio; esto (y una antigua sugerencia de permitir al Anticristo sobrevivir por parte de Alan Ladd, jefe de la Fox) daría pie a que todo quedase sin atar en una especie de "cliffhanger" para aprovecharse en secuelas que no tardaron en aparecer y que resultaron más que infumables. Muchos conflictos y sucesos extraños sacudieron la producción, y aun así la película se estrenó con el consiguiente éxito de taquilla y las ofendidas críticas de los sectores religiosos del momento (sobre todo por el descarado uso de pasajes bíblicos inexistentes en la Biblia).

También merecen recordarse a Patrick Troughton, Holly Palance, Martin Benson y esa maravillosa Lee Remick que sufrió no pocas penurias durante el rodaje; actores tenaces y de carácter cuyas interpretaciones otorgaban aun más clase a una obra que pudo acumular su debido éxito no sólo por seguir la estela y los patrones de la de Friedkin.
El sumamente asfixiante trabajo de Donner es un clásico del terror, cuando el género aún se distinguía por su excelente narrativa, interesantes ideas y personajes memorables y no por la desmesura de los efectos visuales ni por los sustos fáciles, como por desgracia sucede hoy día...
21 de agosto de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la hora final algunos se acurrucan envueltos en los mejores recuerdos de sus vidas que aún atesoran con fuerza, otros brindan resignados por un mundo que ha quedado ciego, y otros sólo pueden observar desde la playa cómo el presente se les escapa a espera de un futuro que nunca llegará...

Durante la década de los '50 se estaba gestando una atmósfera de intranquilidad y agitación en todos los rincones del Globo; no sólo el rastro de esa 2.ª Guerra Mundial que había dejado impregnado sus aromas atómicos sobre cadáveres en descomposición. El nuevo terror proviene de un derivado directo: la concentración de las principales potencias en el desarrollo de armamento nuclear, Eisenhower y Jruschov a la cabeza; propaganda, guerra psicológica, defensa de la democracia estadounidense contra la fe fanática soviética, lo cual da pie a unas enfermizas carreras armamentística y espacial y a una sensación de miedo colectivo, que refuerzan la Guerra de Corea y la futura crisis en Berlín.
Este miedo queda reflejado en la ficción, y si bien, por norma general, se llevó a cabo a través de los más fantásticos y metafóricos elementos (monstruos radiactivos, invasiones extraterrestres, terribles catástrofes mundiales, etc....), también destacan un puñado de obras que versan sobre el tema desde un punto de vista realmente impactante por su dureza, su tratamiento serio y reflexivo, listas para remover conciencias en lugar de plantear disparatadas evasivas. En aquellas fechas nacen algunos de los mejores exponentes de esta nueva visión del apocalipsis del mundo civilizado.

Por culpa de un virus iniciado en Asia en el caso de "The Death of Grass" o una fantasía espacial en "The Day of the Triffids", pero es "Alas, Babylon" la que se acerca más a ese clima de disgusto directamente conectado con la entonces actual Guerra Fría; sin embargo, antes de la estremecedora novela de Harry H. Frank, se publica "On the Beach", de la mano del ingeniero aeronáutico y militar que pasó casi toda su vida escribiendo, Nevil Shute, e imaginando el efecto de una 3.ª Guerra cuyo resultado, en un alternativo pero posible 1.963, ha dejado diezmada al 70% de la vida en La Tierra.
Trato descarnado y lúcido acerca de una catástrofe nacida del efecto del polvo y la lluvia radioactivos que se extiende por todas partes, imposible de evitar; el escenario primordial: Melbourne, cuya población aún sana se prepara para encarar el día fatídico, cuando la radiación les alcance. Uno de los libros más deprimentes que se han escrito es convertido en guión por el hábil "adaptador" John Paxton ("Encrucijada de Odios", "Murder, my Sweet", "La Tela de Araña") para terminar en las manos de Stanley Kramer, comprometido hasta la médula y siempre alejado de los cánones de la industria de Hollywood, al ejercer de productor.

Estableciéndose el argumento en dos largos actos, bien diferenciados, y con el segundo dividido a su vez en dos partes que constan una ida y un regreso, el neoyorkino nos traslada a ese escenario donde el conflicto bélico ya ha sucedido; a través del blanco y negro con inclinación por las sombras que modela el genio operador Giuseppe Rotunno (quien ya se ha puesto al servicio de Monicelli, Gallone o De Sica), Shute podría saborear el ambiente claustrófobico y opresivo de su obra. Por desgracia Paxton simplifica lo sucedido en ella (como siempre suele ocurrir...), reorganiza personajes y no respeta el devastador final original.
Contra un planeta donde han sobrevivido varias poblaciones, una Australia como último reducto de civilización; contra una guerra de conocidos culpables (el Sudeste Europeo y Asia occidental principalmente), una guerra de culpabilidad anónima y universal (siguiendo las ideas del autor, el film "habría sido tachado de propagandístico"): el ser humano es el responsable, la tecnología, el error desconocido, el armamento, pero nadie es señalado directamente. Por otro lado Kramer, de innata destreza en la dirección de actores y en el tratamiento psicológico/emocional de sus personajes, se aproxima a un pequeño grupo de ellos cuya vida analizará desde la cotidianidad.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Concienciador y aplastante, y pese a la negativa de salvación (recalcada de manera más triste en la novela), pleno de esperanza este mensaje que se lanza a un público al cual, viendo su existencia amenazada desde ambos bandos (el nacional y el extranjero), no le cuesta comprender su significado.
Un retrato del mañana vigoroso, arriesgado, intenso, no pocas veces satírico (la presencia de un famoso refresco, símbolo del capitalismo/consumismo y a su vez de la destrucción de toda ilusión humana), y magnificado por unas secuencias de gran poder visual y un apartado artístico y técnico de primer orden (además de lo mencionado, la banda sonora conmovedoramente épica de Ernest Gold), que fracasó en taquilla pero fue elogiado por la crítica y diversos expertos. Fuese como fuese, de influencia seminal para infinitas obras del género.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Este mosaico se compone de dos parejas (el teniente Peter y su esposa Mary y el comandante Dwight y la solitaria Moira) y un mediador entre las partes masculinas (el científico Osborne; aquí antiguo enamorado de ésta última con el rostro de un envejecido Fred Astaire en lugar de su joven primo lejano de la novela).
Pese a iniciarse la acción desde el espacio claustrofóbico de un submarino (el Sawfish, y no el Scorpion, debido a la negativa de participación del ejército estadounidense por el mensaje anti-nuclear de la película...) y bajo el súbito anuncio del efecto radioactivo que ha dejado la guerra, bajamos a tierra y lo que acontece bien encajaría en algún melodrama temprano de Daniel Mann o Sidney Lumet.

Kramer presenta con minuciosidad y esmero la descripción de los protagonistas, en un estilo vanguardista y moderno; durante un travieso instante en la playa entre Dwight y Moira, Osborne bromea "Es como ver una película francesa". Sí, las influencias europeas están en cada plano y secuencia, y más aún al tener a un italiano de operador; este retrato de intimidades parece sobre todo enfocado en la relación de aquéllos (unos Gregory Peck y Ava Gardner reunidos de nuevo en pantalla y de química blindada), lo cual disgustó bastante al autor, por relegar de la trama otros aspectos más importantes.
Sin embargo, frente al aplastado pasado que intenta hallar un leve atisbo de amor contra el triste presente y que figura esta pareja (donde la muerte de la familia de Dwight es menos ambigua y Moira pasa de ser una muchacha rubia delicada a una mujer voluptuosa solitaria y casi entrada en la madurez), uno prefiere mantenerse al lado del más interesante núcleo familiar de Peter y Mary (impactantes Anthony Perkins y Donna Anderson), quienes simbolizan la supervivencia presente y el miedo ante un futuro sin futuro. Se dan de bruces la esperanza y la cruda realidad, la fe ciega y la amarga evidencia científica, las ansias de vivir y el constante miedo a la muerte, el recuerdo y la soledad...

La segunda parte está definida por una abrupta escisión narrativa. Abandonando la civilización y al resto de personajes, embarcamos en el submarino junto a los tres hombres y un grupo de jóvenes militares que, como sus homólogos de la 2.ª Guerra Mundial, son incapaces de entender las razones por las que la raza humana se ha conducido a su propia destrucción. Kramer se recrea entonces y como nunca en los climas sofocantes; esos escenarios abiertos revelan un mundo estéril y vacío, hundido en el silencio, y la opresión reforzada por encuadres inclinados y planos cada vez más cerrados sobre los actores no deja vías al oxígeno.
Este futuro es tanto más escalofriante ya que parece creíble acorde a las tensiones y temores vividos por el Mundo en aquel final de los '50; contra eso no queda nada, salvo la resignación. En una de las escenas más dolorosas, un tripulante del submarino sale a la superficie para pasar sus escasas horas de vida en el lugar donde nació, aceptando la muerte que en forma de radiación pronto le asaltará; resignación que impulsa un pesimismo determinista el cual brota de todas partes y a todos contagia. Por desgracia, no se profundiza en este fascinante y terrible tramo todo lo que se debiera, del mismo modo que el análisis global realizado por Shute en las páginas, aquí observado de soslayo.

La segunda parte de este segundo acto consta del retorno del submarino y de un último vistazo a la civilización antes de su hora final; vuelve el melodrama desde una perspectiva aún más negra, subrayándose el valor de eternidad que los protagonistas conceden a esos instantes de efímera felicidad.
Y evitando la migración en masa como en otras historias, el sentimiento australiano del autor se aferra a la aceptación, al refugio en el pasado evitando el oscuro presente y a la fe como último recurso. En congregación como comunidad superviviente, algunos ciudadanos comparten un apocalipsis pastoral ante el lema "Aún hay tiempo...hermano".
14 de agosto de 2017 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde Tennessee los hombres de los uniformes azules se abren camino a través de Mississippi, unos 1.700 soldados a caballo con una misión suicida: hacer picadillo a la civilización sudista en el camino y llegar a Louisina de una pieza.
Y como toda hazaña histórica, ésta tuvo su recreación.

La Edad de Oro del "western" está presta a acabar con la década de los '50, y no falta mucho; va ligado a tan inevitable hecho el que la última obra de John Ford de 1.959 esté enmarcada en dicho género, y a su vez sea todo un canto del cisne a las "gloriosas" hazañas de los caballeros de la Unión, quienes ya ocuparon un lugar especial en su filmografía en forma de trilogía, una última aventura sobre aquellos "héroes" del Norte la cual, en un gesto de auténtica ironía, se mantiene como la única vez que el director pone el dedo en la llaga de la Guerra de Secesión.
A partir de un libro de Harold Sinclair que narra, a su modo ficticio, la incursión a principios de 1.863 del coronel Benjamin Grierson y los suyos en las tierras rebeldes del Sur para finalizar henchidos de gloria en Baton Rouge, el dios del Oeste encaró otra enorme producción llena de problemas, desde malas relaciones con sus actores y elevados costes a trágicos accidentes, destacando la muerte del mítico "stuntman" Fred Kennedy, y tanto su prohibición de alcohol por razones de salud como el intento de suicidio de la esposa de John Wayne sólo tensaron el ambiente más de lo que ya estaba...

La premisa queda establecida en una corta secuencia inicial, con los auténticos Ulysses Grant y William Sherman; Wayne interpreta a John Marlowe, el álter-ego duro y expeditivo, a la medida del actor, del histórico Grierson (y donde uno era profesor de música el presente es un ex-ingeniero de ferrocarriles, muy irónico). Su contrario tiene el rostro rudo pero amable de William Holden, y pese a que iban a ser Clark Gable y James Stewart quienes se vieran las caras, la rivalidad entre sus personajes, de las mejores bazas del film, resulta tanto más creíble cuanto que la relación de los actores no era la mejor.
Típica situación del bélico: frente a la brusquedad del oficial de turno, la humanidad del doctor, que participa en la batalla por causas no ideológicas, aun viéndose arrastrado por su importancia, la que expone esa comunidad de hombres tan fuertemente unida, clásico de la idiosincrasia "fordiana"; las intenciones están claras observando esos créditos iniciales tan pretendidamente épicos. Por enésima vez Hollywood se presta a la mitificación del lado unionista, si bien el director se esfuerza, durante el desarrollo de la trama episódica, en mostrar la cara más cruda, violenta y patética de la guerra, y de cuando en cuando en uno y ambos bandos (no hay muchos, pero los instantes junto a los confederados son memorables).

"Episódica" ya que su avance, el de la caballería hasta su destino, se ve atravesado de incidentes argumentales, que de alguna manera resultan claves en la evolución, aparentemente invisible, de los personajes. El más innecesario involucra a Hannah, la obligatoria fémina de esta clase de títulos, mitad florero, mitad contrincante de una guerra de sexos con el protagonista (Wayne antipático y amargo como nunca), pero aun extendiéndose el cara a cara a cuestiones más profundas ya que media el origen ideológico-político, el guión de John Mahin y Martin Rackin no concede oportunidad a la presencia de una lucha de puntos de vista. La unionista es la que cuenta.
En todo caso Constance Towers no es sino el contrapunto dramático-romántico a la melancolía de Kendall y la brutalidad y recelo de Marlowe (luego justificado en una perturbadora secuencia donde el de Iowa puede demostrar sus buenas capacidades más allá de la fachada de cemento con la que siempre se cubre). No satisface, de igual forma, la visión de Ford: frente a la estrategia, dignidad y buenos modales de la caballería, la incompetencia, falta de escrúpulos y mal juicio de los confederados, unos traidores, sucios y maleantes que mandan a niños a primera línea de combate y se lanzan a cara descubierta contra el enemigo (esta escena, la de su intento de asalto a la ya tomada Newton, es ridícula...).

Refuerza esto el uso constante (e irritante) del himno de la caballería para marcar el tono grandilocuente y heroico de sus actos...esa clase de detalles que sé que provocan el orgasmo al cineasta. Sorprende además que un demócrata como él, que exigió la misma remuneración a los extras negros que a los blancos, que accedió a cambiar ciertas partes ofensivas de los diálogos de Althea N. Gibson (la célebre deportista en su único papel para el cine), no haga partícipe a su caballería de la liberación de esclavos, cosa que sí hicieron los hombres de Grierson en su paso por Mississippi (quizás la actitud conservadora de Wayne tuvo aquí más peso).
Al margen de todo esto, ¿qué queda? Pues lo que un fan del "western" clásico y de Ford espera ver en pantalla: un increíble uso logístico del medio natural y del paisaje, el equilibrio tan delicado entre aventura, drama y humor que no cualquiera logra, un despliegue de medios espectacular, a la altura de la Mirisch, esa eficacia única para rodar excitantes y enormes escenas de acción, ya sea a caballo o a pie, donde el espectador, abrumado por la sensación de aventura épica, se deja arrastrar a ella sin remedio. La camaradería y amistad entre los personajes contrasta no obstante con la tensión y dificultad del rodaje...

En el colmo de los obstáculos, la muerte de Kennedy durante las recordadas secuencias climáticas del paso por el puente obligaron a Ford a finalizar su obra con una conclusión menos triunfal (no hay llegada a Baton Rouge) y más oscura, ciertamente extraña, pues parece que la historia se quedase a mitad de todo.
Para la productora "Misión de Audaces" fue un éxito efímero cuya estrella se apagó pronto, para Ford una experiencia bastante traumática quedando en última instancia como obra menor en su amplia carrera...
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para