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7,8
15.299
8
28 de abril de 2020
28 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un par de veces que lo intenté con 'Stalker'.
La primera doblé al entrar en la Zona; la segunda justo ya entrado en La Zona.
Había algo subconsciente en las imágenes, algo que te lleva a la calma y la ensoñación.
Luego, descubrí que el grupo protagonista, también, al llegar a La Zona, se pega un sueñecito campestre, que Tarkovski aprovecha para recorrer La Existencia a través de agua estancada: el rayo en la botella, capturado de la manera más sencilla.
Y al final todo orbita alrededor de esa idea; la idea de que debemos soñar el mundo, relajarlo, saborearlo lejos de tensiones y rapideces, para poder realmente llegar a La Habitación, ese centro interior, diferente para cada uno, que nos concederá nuestros mayores deseos.
El grupo está formado por el Stalker, el Profesor y el Escritor: la abstracción y la razón enfrentadas, guiadas por un supuesto iluminado con sus propios miedos y cargas que se calla porque necesita ver, alguna vez, el milagro de que otra persona llegue al centro.
Podría escribirse la historia de la humanidad en La Zona, parece.
El caso es que me dormí en su momento, pero luego no me aburrí.
Vi secarse la pintura, pero había formas en ella. Me tumbé a contemplar las nubes, y en el viento que las navegaba había escrito un lenguaje reconfortante.
Nada más lejos de la pretenciosidad, además, porque todo está arraigado en un dolor, una nostalgia, puros y genuinos, destilados de haber vivido en la civilización demasiado tiempo, cumpliendo su ciclo de caducidad no retornable, y de repente encontrarse con el silencio.
La naturaleza, el universo, tiene bastante más que ver con La Zona, impredecible, cambiante, aleatoria pero aún así bella, que con lo que muchas veces, desde la lógica o la locura, le forzamos que sea.
Una revelación que golpea a los tres viajantes de la misma manera, y ante la que cada uno reacciona distinto, rebelándose o aceptando, en menor o mayor medida.
Todos estamos juntos en esto, al final.
No podemos privar al otro de encontrar su Habitación.
Pero podemos seguir soñando, todos.
Descubriendo que, lo único que hace falta para tornar todas las batallas en vida cotidiana, es profundizar en la belleza que nos dejan.
La primera doblé al entrar en la Zona; la segunda justo ya entrado en La Zona.
Había algo subconsciente en las imágenes, algo que te lleva a la calma y la ensoñación.
Luego, descubrí que el grupo protagonista, también, al llegar a La Zona, se pega un sueñecito campestre, que Tarkovski aprovecha para recorrer La Existencia a través de agua estancada: el rayo en la botella, capturado de la manera más sencilla.
Y al final todo orbita alrededor de esa idea; la idea de que debemos soñar el mundo, relajarlo, saborearlo lejos de tensiones y rapideces, para poder realmente llegar a La Habitación, ese centro interior, diferente para cada uno, que nos concederá nuestros mayores deseos.
El grupo está formado por el Stalker, el Profesor y el Escritor: la abstracción y la razón enfrentadas, guiadas por un supuesto iluminado con sus propios miedos y cargas que se calla porque necesita ver, alguna vez, el milagro de que otra persona llegue al centro.
Podría escribirse la historia de la humanidad en La Zona, parece.
El caso es que me dormí en su momento, pero luego no me aburrí.
Vi secarse la pintura, pero había formas en ella. Me tumbé a contemplar las nubes, y en el viento que las navegaba había escrito un lenguaje reconfortante.
Nada más lejos de la pretenciosidad, además, porque todo está arraigado en un dolor, una nostalgia, puros y genuinos, destilados de haber vivido en la civilización demasiado tiempo, cumpliendo su ciclo de caducidad no retornable, y de repente encontrarse con el silencio.
La naturaleza, el universo, tiene bastante más que ver con La Zona, impredecible, cambiante, aleatoria pero aún así bella, que con lo que muchas veces, desde la lógica o la locura, le forzamos que sea.
Una revelación que golpea a los tres viajantes de la misma manera, y ante la que cada uno reacciona distinto, rebelándose o aceptando, en menor o mayor medida.
Todos estamos juntos en esto, al final.
No podemos privar al otro de encontrar su Habitación.
Pero podemos seguir soñando, todos.
Descubriendo que, lo único que hace falta para tornar todas las batallas en vida cotidiana, es profundizar en la belleza que nos dejan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Magnífico plano de los tres hombres, fracasado el intento de explotar la Habitación, rodeados de silencio, herrumbre y naturaleza.
Tenemos mucho, mucho en lo que tenemos alrededor, pero siempre se nos olvida en medio de las discusiones.
Y la confesión, a cámara fría de la esposa del Stalker reformulando su triste, y simple vida.
No hacen falta grandes preguntas, grandes historias.
Solo ganas, y momentos que hacernos recordar.
Tenemos mucho, mucho en lo que tenemos alrededor, pero siempre se nos olvida en medio de las discusiones.
Y la confesión, a cámara fría de la esposa del Stalker reformulando su triste, y simple vida.
No hacen falta grandes preguntas, grandes historias.
Solo ganas, y momentos que hacernos recordar.

6,9
977
7
25 de abril de 2020
25 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una rica heredera, esperando al "ausente-durante-nueve-años" padre.
En apariencia, favorecida en la mansión familiar.
Y muchas sombras en la noche cerrada.
'El Sabor del Miedo' basa su fuerza en el engaño, constante, de lo que se ve, lo que se cuenta y hasta lo que se oye.
Una buena apuesta, que parece vaga, hasta que una mala visita vespertina corta por lo sano cualquier asomo de cordura.
Es posible que sea el blanco y negro, pero no es imposible ver a Penny, indefensa en silla de ruedas, paseando por escenarios cuidadosamente colocados, donde ella es la única que no tiene el guión.
El mérito principal es, de hecho, ese: convertir lugares cotidianos, perfectamente habitables en el día, en criaderos de sombras casi extraterrestres, donde los pasos resuenan y nadie atiende la llamada de auxilio.
"¿Qué es lo que usted creyó ver, señorita?" Nadie lo sabe, porque nadie existía en esa hora de la madrugada.
Si un escenario familiar es una invitación a la amenaza, no querremos dormir jamás.
No mucho más merece la pena comentar sin destriparla: véanla.
Atrévanse a comprobar si la luz estaba encendida porque se olvidaron de apagarla, o porque hay alguien más.
En apariencia, favorecida en la mansión familiar.
Y muchas sombras en la noche cerrada.
'El Sabor del Miedo' basa su fuerza en el engaño, constante, de lo que se ve, lo que se cuenta y hasta lo que se oye.
Una buena apuesta, que parece vaga, hasta que una mala visita vespertina corta por lo sano cualquier asomo de cordura.
Es posible que sea el blanco y negro, pero no es imposible ver a Penny, indefensa en silla de ruedas, paseando por escenarios cuidadosamente colocados, donde ella es la única que no tiene el guión.
El mérito principal es, de hecho, ese: convertir lugares cotidianos, perfectamente habitables en el día, en criaderos de sombras casi extraterrestres, donde los pasos resuenan y nadie atiende la llamada de auxilio.
"¿Qué es lo que usted creyó ver, señorita?" Nadie lo sabe, porque nadie existía en esa hora de la madrugada.
Si un escenario familiar es una invitación a la amenaza, no querremos dormir jamás.
No mucho más merece la pena comentar sin destriparla: véanla.
Atrévanse a comprobar si la luz estaba encendida porque se olvidaron de apagarla, o porque hay alguien más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La cara mortuoria del padre en su despachito, a la luz de la vela, en plena noche, jamás me abandonará.
Quizás algo cargante el retruécano final (¡¡ajajá, en realidad el jardinero me quería a mí, lagarta!! ¡¡¡AJAJAJAJÁ, EN REALIDAD YO NI SIQUIERA ERA LA CHICA QUE ESPERÁBAIS!!!) en su afán por sorprender, pero bueno, el recorrido hasta ahí ha merecido la pena.
Quizás algo cargante el retruécano final (¡¡ajajá, en realidad el jardinero me quería a mí, lagarta!! ¡¡¡AJAJAJAJÁ, EN REALIDAD YO NI SIQUIERA ERA LA CHICA QUE ESPERÁBAIS!!!) en su afán por sorprender, pero bueno, el recorrido hasta ahí ha merecido la pena.
15 de abril de 2020
15 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Genial, todo lo mala que queráis.
Pero hasta para meter tropecientos personajes del videojuego en un semi-coherente argumento hace falta talento.
Talento inútil y tirado a la basura, pero oye, bien empleado.
Y es que... es un juego de peleas.
Un juego cuyo mayor alicientes es escoger el personaje más atractivo, cuya principal concepción a la hora de diseño es MOLAR.
Todo correcto pues, en la tarea de hacer creíbles unos trajes dignos de carnaval, y en pillar a un Jean-Claude Van Damme enfarlopado que podría conquistar el mundo desde su tribuna de verdad, justicia y estilo de vida americano (el tatuaje en hombro fibrado es un plus).
Aún así, todos los más sinceros parabienes van para Raúl Juliá: nada que ver con la planta física del Bison versión píxel, pero rellenando todo eso y más a base de sarcástico carisma sádico.
Que se estaba muriendo, joder.
Y lejos de quejarse, lejos de hacer del rodaje un infierno (de eso ya se encargaban otros), el señor se planta y lleva hasta sus últimas consecuencias su cóctel fatal de Mussolini, Stalin y Pablo Escobar, luciendo unos parlamentos de tanta convicción que harían enrojecer a cualquier actor de método.
Sinceramente, de esta película, me quedo sobre todo con ese maravilloso ejemplo de profesionalidad, diversión y amor a la vida.
Los patadones (menos de los que me gustaría), las explosiones y las descacharrantes excusas para que cada luchador luzca personalidad y atuendo son solo la guinda del pastel.
La única verdad: para tirar por tierra una peli tan alegremente boba y disfrutona, los críticos de la época debían ser bastante rancios.
Pero hasta para meter tropecientos personajes del videojuego en un semi-coherente argumento hace falta talento.
Talento inútil y tirado a la basura, pero oye, bien empleado.
Y es que... es un juego de peleas.
Un juego cuyo mayor alicientes es escoger el personaje más atractivo, cuya principal concepción a la hora de diseño es MOLAR.
Todo correcto pues, en la tarea de hacer creíbles unos trajes dignos de carnaval, y en pillar a un Jean-Claude Van Damme enfarlopado que podría conquistar el mundo desde su tribuna de verdad, justicia y estilo de vida americano (el tatuaje en hombro fibrado es un plus).
Aún así, todos los más sinceros parabienes van para Raúl Juliá: nada que ver con la planta física del Bison versión píxel, pero rellenando todo eso y más a base de sarcástico carisma sádico.
Que se estaba muriendo, joder.
Y lejos de quejarse, lejos de hacer del rodaje un infierno (de eso ya se encargaban otros), el señor se planta y lleva hasta sus últimas consecuencias su cóctel fatal de Mussolini, Stalin y Pablo Escobar, luciendo unos parlamentos de tanta convicción que harían enrojecer a cualquier actor de método.
Sinceramente, de esta película, me quedo sobre todo con ese maravilloso ejemplo de profesionalidad, diversión y amor a la vida.
Los patadones (menos de los que me gustaría), las explosiones y las descacharrantes excusas para que cada luchador luzca personalidad y atuendo son solo la guinda del pastel.
La única verdad: para tirar por tierra una peli tan alegremente boba y disfrutona, los críticos de la época debían ser bastante rancios.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena postcréditos, una mano de Bison apuntando al botón de "replay".
Ojalá señor Juliá, ojalá.
Hasta siempre.
Ojalá señor Juliá, ojalá.
Hasta siempre.

5,3
7.471
2
25 de agosto de 2018
25 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me dormí dos veces anteriores al empezarla.
Como comentarios de alabanza me hacían volver a ella, lo intenté una vez más, llegando al final por pura cabezonería antes que ganas.
'Session 9' es un absoluto ñordo.
Una idea ultrasobada y tramposa, que hasta tiene el poco tino de filmar su espectacular fondo de la manera más plana.
Respeto a otros usuarios diciendo que la localización y el estilo es lo mejor, pero qué le vamos a hacer, necesito algo más que sombras y sillas de ruedas en el pasillo para sugestionarme.
Lo peor es darse cuenta, a medida que pasan los minutos, que Brad Anderson buscaba también maneras de rellenarlos.
Solo así se explica la cantidad de paseos que no llegan a nada y las conversaciones inanes nivel "preguntar por el tiempo" (y todavía me sorprendo de dormirme dos veces).
Y me da igual dónde están los personajes porque la película quiere ser tan lista y sorprendente que se olvida de dar dimensión alguna al hospital, o siquiera apuntar que haya espectros en alguna esquina: probablemnte sea la peli sobrenatural más "normal" que haya visto.
En fin, que tras haber pensado que no había nada y dormirme la nada... resulta que no había nada.
Apunte: necesitamos dejar de endiosar películas de terror solo porque tienen una o dos buenas ideas.
Como comentarios de alabanza me hacían volver a ella, lo intenté una vez más, llegando al final por pura cabezonería antes que ganas.
'Session 9' es un absoluto ñordo.
Una idea ultrasobada y tramposa, que hasta tiene el poco tino de filmar su espectacular fondo de la manera más plana.
Respeto a otros usuarios diciendo que la localización y el estilo es lo mejor, pero qué le vamos a hacer, necesito algo más que sombras y sillas de ruedas en el pasillo para sugestionarme.
Lo peor es darse cuenta, a medida que pasan los minutos, que Brad Anderson buscaba también maneras de rellenarlos.
Solo así se explica la cantidad de paseos que no llegan a nada y las conversaciones inanes nivel "preguntar por el tiempo" (y todavía me sorprendo de dormirme dos veces).
Y me da igual dónde están los personajes porque la película quiere ser tan lista y sorprendente que se olvida de dar dimensión alguna al hospital, o siquiera apuntar que haya espectros en alguna esquina: probablemnte sea la peli sobrenatural más "normal" que haya visto.
En fin, que tras haber pensado que no había nada y dormirme la nada... resulta que no había nada.
Apunte: necesitamos dejar de endiosar películas de terror solo porque tienen una o dos buenas ideas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Psicópata por el agua de los macarrones. Já.
Y la cazuela hirviendo en flashback traumático.
Es que me pregunto cómo alguien se lo puede tomar en serio.
Y la cazuela hirviendo en flashback traumático.
Es que me pregunto cómo alguien se lo puede tomar en serio.

8,6
33.801
7
8 de julio de 2018
8 de julio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existe un encanto especial en 'Luces de Ciudad'.
Como en casi todo lo que hacía Charlie Chaplin, pero aquí hay algo más: un corazón subterráneo, un anhelo disimulado, que poco a poco va impregnando los días que ves pasar de cierta melancolía.
Porque ya nadie, en los años 30 o en la actualidad, se para a oler las flores.
No se puede, es imposible, la vorágine ciudadana te escupe y te traga, te atrae con sus luces, te deja en la cuneta y vuelve a empujarte a un ruedo de apariencias cada vez más improvisadas.
Las habituales acrobacias de Chaplin siguen siendo graciosas, sí, pero también agotadoras: no está donde quiere estar, sino a donde le han arrastrado, siempre.
Él querría haber hablado con la encantadora muchacha de la esquina pero...
Él querría haberle comprado una de sus bellas flores pero...
Él querría contarle que no es el caballero pudiente que ella piensa pero...
Peros, peros y más peros, porque la supuesta diversión espera, y nunca se puede abandonar aunque nos arrastre al límite del agotamiento: ahí queda ese tipo borrachuzo y olvidadizo, que se hace amigo del encantador vagabundo, y tan pronto le encierra en un abrazo como le pone en peligro con sus intentos de suicidio.
Parecería que no existen más ciegos en esta ciudad que aquellos que nunca se han parado a mirar de verdad.
A observar que están rodeados de la banalidad más absurda, en un espejismo de diversiones, que no por inmensamente ridículo consigue ser menos triste en su deshumanización progresiva.
Tendrá que ser esa chica ciega la que nos devuelva la esperanza, a nosotros y a él.
La esperanza de que, viendo más allá de las apariencias, solo queda lo verdadero, lo que merece la pena.
Algo que hasta al vagabundo más triste puede desatar de la rutina infernal: nunca fue "qué tendrá la ciudad", sino "qué nos estaremos perdiendo en ella".
Como en casi todo lo que hacía Charlie Chaplin, pero aquí hay algo más: un corazón subterráneo, un anhelo disimulado, que poco a poco va impregnando los días que ves pasar de cierta melancolía.
Porque ya nadie, en los años 30 o en la actualidad, se para a oler las flores.
No se puede, es imposible, la vorágine ciudadana te escupe y te traga, te atrae con sus luces, te deja en la cuneta y vuelve a empujarte a un ruedo de apariencias cada vez más improvisadas.
Las habituales acrobacias de Chaplin siguen siendo graciosas, sí, pero también agotadoras: no está donde quiere estar, sino a donde le han arrastrado, siempre.
Él querría haber hablado con la encantadora muchacha de la esquina pero...
Él querría haberle comprado una de sus bellas flores pero...
Él querría contarle que no es el caballero pudiente que ella piensa pero...
Peros, peros y más peros, porque la supuesta diversión espera, y nunca se puede abandonar aunque nos arrastre al límite del agotamiento: ahí queda ese tipo borrachuzo y olvidadizo, que se hace amigo del encantador vagabundo, y tan pronto le encierra en un abrazo como le pone en peligro con sus intentos de suicidio.
Parecería que no existen más ciegos en esta ciudad que aquellos que nunca se han parado a mirar de verdad.
A observar que están rodeados de la banalidad más absurda, en un espejismo de diversiones, que no por inmensamente ridículo consigue ser menos triste en su deshumanización progresiva.
Tendrá que ser esa chica ciega la que nos devuelva la esperanza, a nosotros y a él.
La esperanza de que, viendo más allá de las apariencias, solo queda lo verdadero, lo que merece la pena.
Algo que hasta al vagabundo más triste puede desatar de la rutina infernal: nunca fue "qué tendrá la ciudad", sino "qué nos estaremos perdiendo en ella".
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