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Críticas 1.746
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
11 de abril de 2009
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
En cuántas ocasiones estamos convencidos de que algo es cierto o no... Nos formamos ideas preconcebidas sin conocer a fondo el asunto al que nos referimos.
Un periodista del Chicago Times que no cree en la inocencia de un hombre acusado de haber asesinado a un policía y que cumple cadena perpetua, poco a poco se irá involucrando y se meterá de lleno en una investigación para esclarecer los puntos oscuros que envuelven el caso.
Desde su escepticismo inicial en la inocencia del acusado, irá operándose en el periodista una transformación que le conducirá a la duda y, finalmente, a la certeza.
Los funestos hechos sucedieron en diciembre de 1932, once años atrás. Aquéllos fueron años muy negros para la ciudad de Chicago, que estaba dominada por la violencia, el hampa, los gángsters, la corrupción policial y política, el tráfico ilegal de alcohol que impulsó los negocios clandestinos de venta y distribución de bebidas alcohólicas (en los cuáles estarían implicados también policías corruptos y otros peces gordos, que seguramente harían la vista gorda y sacarían provecho), múltiples asesinatos (muchos de ellos sin esclarecer o resueltos de forma irregular), redadas... Una gran inseguridad ciudadana.
Más de un inocente pagó por los crímenes de otros. Y, en medio del baño de sangre que sacudía Chicago, muchos no tuvieron reparos en alterar hechos, emplear los prejuicios como arma y servirse de algún desgraciado como cabeza de turco.
Más de uno cumplió una inmerecida condena, no sólo arrojado a una celda de por vida, sino también al vituperio popular y al olvido. Sólo sostenido por la fe. Por la fe en su propia inocencia, y la fe de quienes lo amaban y conocían la limpieza de su alma.
Ahora, un periodista va a clamar públicamente para que se haga justicia.
Seguiremos al intocable James Stewart, uno de los mejores actores que han presenciado mis ojos, a lo largo de su implicación y su fascinante investigación y revisión del caso de una de aquellas personas que fueron gravemente salpicadas por una de las épocas negras que estremecieron los Estados Unidos en el siglo veinte.
6 de agosto de 2008
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
El otro día soñé con el Oeste.
Soy un lechuguino de Cleveland y no tengo donde caerme muerto. Soy como una rata más en esta ciudad de ratas. Acabo de enterrar a mis padres. Me he quedado solo.
Hasta mi nombre es como una ironía. William Blake. Un famoso poeta y grabador inglés llevaba ese mismo nombre, pero yo no tengo ni idea de que mis padres me bautizaron igual que a él. Pero tampoco es algo que me importe.
Tengo una promesa en el bolsillo. Una oferta de trabajo de contable en una metalurgia de un pueblo perdido en alguna parte de esas extensas tierras llenas de pistoleros y de indios. Así que voy a coger ese tren y voy a atravesar medio país para ir a ninguna parte, hacia el Salvaje Oeste del que todos hablan.
Emprendo el viaje. Kilómetros y kilómetros hacia esas tierras que ya son leyenda. Y empiezo con mal pie. Esta aldea parece más inmunda de lo que me imaginaba. Mi traje de ciudad se ve ridículo, mis gafas de ratón de biblioteca llaman la atención. Tengo todo el aspecto de un infeliz que viene a este poblacho para acabar tirado en el fango de las malolientes callejas, con un tiro entre ceja y ceja.
Todo me sale mal. He llegado tarde y el empleo se lo han dado a otro. Esos cabrones se ríen de mí. Lugar infecto, lleno de cucarachas… Pero ahora se me acerca una tía de belleza pasmosa, que me la pone dura. También la tratan mal, como a mí. Siento lástima de ella (y además está buenísima) y la acompaño a su cuarto. Pero entonces entra un tío que parece ser un ex con el corazón roto, y se carga a la chica delante de mis narices. No me queda otro remedio que cargármelo yo a él.
Y ahora hay que salir huyendo.
Jarmusch disfruta como un maníaco. Se le nota. Coloca a sus personajes en las situaciones más chocantes, más absurdas, más truculentas, más excéntricas y más parsimoniosas. Le encantan los momentos esperpénticos y los detalles estrambóticos, violentos, cargados de elementos de tragicomedia. Pero también le gusta detenerse con frecuencia mientras William mira el paisaje, mientras cae en un sueño profundo o en la inconsciencia del dolor acompañado de un fundido. Un fundido, un destello de cielo. Un fundido, unos rostros contemplando el suyo. Un fundido, un indio que canturrea extrañas canciones mientras le cura una herida de bala y cree que él es William Blake, el poeta (maldita coincidencia de nombre, pero si él no tiene ni jodida idea de poesía…)
Neil Young rasgueando una guitarra que es la misma esencia del Oeste.
Jarmusch quería un western donde el protagonista se convirtiese en un inexperto aprendiz de matón, que, si acierta al blanco, es más por suerte que por otra cosa. Y quería dar la sensación de que hay que buscar el humor negro en cualquier circunstancia.
En el Oeste, la fama no la forjan los héroes. La forjan los que aparecen en carteles de “Se busca” con su nombre escrito sobre una lista de muertos.
A veces la fama te llega sin buscarla.
Y nunca tienes tabaco a mano cuando te lo piden…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para alguien a quien yo debía estas líneas, y a quien debo mucho más.
6 de febrero de 2010
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
De la media docena de versiones cinematográficas que se han efectuado a partir de la novela del ganador del Premio Nobel, el polaco Henryk Sienkiewicz (1846-1916), la más exitosa y difundida fue la de Mervyn LeRoy. Contando en el elenco con figuras estelares como Robert Taylor, Deborah Kerr y Peter Ustinov, adaptó la grandiosa narración épica y romántica ambientada en la era del declive y desaparición de la primera dinastía de emperadores romanos (la Julia-Claudia, 27 a. C. - 68 d. C.), de la cual el último fue Nerón.
En mitad del esplendor y la expansión de uno de los más poderosos imperios que han existido, un joven patricio y soldado romano se enamora de una hermosa extranjera acogida en un hogar cristiano. Pronto comprenderá, para su gran decepción y tormento, que no podrá seducirla como a cualquier mujer romana, ni convertirla en su amante.
Son tiempos muy duros. Nerón es un mal emperador. Sus trastornos mentales y sus excesos están llevando a Roma al caos y la ruina. Está rodeado tanto de hombres competentes (el elegante, epicúreo e inteligente Petronio, el gran filósofo Séneca) que tratan de insuflarle algo de cordura, como de hombres ambiciosos que sólo buscan el propio reconocimiento. Los delirios de Nerón perfilan una amenaza que no tardará en hacerse realidad. Toda Roma pagará un altísimo precio. Tanto el incendio que devorará la ciudad, como el arresto y exterminio de muchos cristianos que convivían pacíficamente con el resto de la población, marcarán una época funesta.
Ligia, la amada del soldado Vinicio, es cristiana, con lo cual corre un grave peligro. Él, dejando atrás su currículum de placeres superfluos, se lanza de cabeza a su primer amor auténtico y, tras comprender que sólo puede ganársela con su corazón, hará todo lo posible para salvarla de la ciudad amenazada por el fuego y de las garras de la locura colectiva que está ensañándose con los cristianos, haciéndolos penar por creerlos los autores de la catástrofe que destruye Roma.
Este drama épico es reflejo de una era en la que el cristianismo se había expandido enormemente y ya comenzaba a sufrir las consecuencias de constituir una forma de culto religioso que en Roma aún se veía con suspicacia. También es el reflejo del final del primer período imperial que sucedió a la república romana, con la transición intermedia de Julio César.
Un amor que tiene que vencer grandes obstáculos, la progresiva madurez y conversión religiosa de un hombre profundamente enamorado, la exaltación de la nueva fe, la aniquilación de la razón y de la paz a manos de un gobernante lunático, y la destrucción de mucho más que la ciudad más importante del mundo. La caída de la belleza pasada, de una gloria pretérita que se consume en las llamas y se desvanece con el humo.
Ya nada será igual.
Pero los ciclos siempre se renuevan, y nuevas vidas y nuevas ilusiones seguirán caminando por el sendero de los tiempos, haciéndose la eterna pregunta:
"¿Adónde vamos?"
19 de octubre de 2008
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Kaurismäki siempre descarnado, duro, ácido, prosaico a la par que poético, con esa lírica trasnochada y desgastada que se aprecia en el plano triste de una sonrisa desvaída, en los sones de una balada de amor que sugiere sentimientos demasiado hermosos, en unas flores a las que casi nadie presta atención y que regalan al vacío su inefable delicadeza; el Kaurismäki cuya ternura se estrella contra la piedra fría que sustituye a los corazones de seres yertos y helados como la temperatura invernal de Finlandia; el Kaurismäki que transforma lo dulce en bilis y que diluye lo bello en rutina, en hastío, en cigarrillos aburridos y en copas que son lo más emocionante y lo más amigable a lo que alguien se pueda agarrar.
El Kaurismäki que es espejo de una realidad que él no ha creado pero contra la que protesta con sutil fuerza, con contenida emotividad, con la huella inconfundible de su sentido del humor nunca exento de heridas ni de bofetones contra el alma.
Ese Kaurismäki toma a una chica cualquiera. No es bella, no es muy inteligente, no tiene demasiada buena fortuna. Habita en un lugar que ni siquiera se puede llamar hogar, porque le falta calor y compañía; convivir con una madre indiferente y con un padrastro cruel, es peor que la soledad física. Porque, como decía Sabina, “dormir contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado”.
Y esta chica que no es bella, que no es muy inteligente y que no tiene mucha suerte, trabaja en una monótona fábrica de cerillas, y buena parte de su sueldo lo gasta en mantener la casa que no puede llamar hogar. El resto, lo emplea en pequeñas ilusiones prestadas. Salidas nocturnas a bares y locales de espectáculos donde deleitarse con una música cuyas letras representan la medida de sus sueños; letras que se parecen a esas actrices de cine vestidas con trajes de Chanel y adornadas con diamantes… Porque, aunque todas hablan de amor y de sentimientos, aunque todas hablan de cosas que reconocemos de inmediato, para Iris son tan lejanas como la luna, tan irreales como ver a Audrey Hepburn en la quintaesencia de la elegancia. Cosas que Iris nunca llegará a rozar.
Y cada noche, al salir de la fábrica, Iris se maquilla un poco para disfrazar su verdadera belleza, la que nadie sabe ver, y se dirige a su cita inútil con canciones que no son para ella, y con tipos completamente analfabetos en el arte del amor, pero que son lo único que está al alcance. Iris mendiga un baile abrazada a su anónima pareja bajo la luz parpadeante, mendiga una noche de sexo creyendo ser amada, mendiga una llamada telefónica que no se produce.
Iris mendiga el afecto de una madre egoísta, y la aprobación de un padrastro interesado y mezquino.
Iris, dulce y hermosa a la manera en que lo son las personas que milagrosamente no están muertas por dentro, Iris que se evade en la lectura donde encuentra vidas que no son como la suya, Iris que se ofrece a sí misma una vez tras otra para recibir palos y golpes…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No muchos saben reflejar, con tanta peculiar sutileza como Kaurismäki, el despedazamiento, partícula a partícula, de un ser humano íntegro.
21 de junio de 2009
22 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mayoría no tenemos vidas de película. Vivimos en modestas viviendas, con algunas comodidades que suele tener casi todo el mundo (excepto los que malviven bajo los umbrales de la pobreza, o los pocos que van a todo tren con lujos impensables para el resto), con alguien que nos acompaña (porque el amor siempre hace que todo esto valga la pena, aunque no sean amores de película), y acudimos a un trabajo que raras veces nos llena, pero que es necesario para poder mantener esa vivienda, esas comodidades y cubrir las necesidades básicas de modo que el amor no sea un artículo de lujo (porque en la necesidad extrema, uno escasamente se puede permitir lo que no sea la lucha por la supervivencia.)
Tantos fantasmas que circulan en la medianía, sin conocer una felicidad deslumbrante, pero circulando porque, después de todo, tal vez tenemos suerte de estar aquí, y las cosas en cualquier momento podrían ser peores de lo que son y además sabemos que la felicidad no es un estado de euforia permanente. Así que, ¿por qué no conformarse?
No todos estamos destinados a algo grande. ¿Y qué es ese algo grande, a fin de cuentas? ¿Una casa más grande? ¿Unos muebles más caros? ¿Una pareja más atractiva, más inteligente, más de lo que sea? ¿Unos hijos? Y si se tienen, ¿supone haber conseguido algo grande? ¿Un trabajo con más chic, más interesante, más... emocionante, que conecte con nuestra forma de ser, que nos haga ganar mucho dinero?
A lo mejor algo grande es despertarte sano cada mañana, respirando, pensando en el desayuno, en quien/es comparte/n vínculos de amor con nosotros. A lo mejor es hacer el esfuerzo, no siempre fructífero, de ver el vaso un poco más lleno y alegrarse con un nuevo día que nunca se sabe qué puede traer. A lo mejor es esperar algún chispazo de felicidad perfecta de ésos que a veces nos asaltan como pequeños tesoros difíciles de encontrar.
A lo mejor es mirarte a ti mismo y ver que eres alguien que no lo hace tan mal en la vida, que no es excesivamente egoísta, que importa a otras personas y a quien ellas le importan... Tal vez, si nos conformáramos con eso, no experimentaríamos a ratos esa angustia de "¿y si me estoy perdiendo algo?"
Quizás eso fue lo que perdió a Ed Crane y a su mujer, Doris.
Quizás es lo que nos hace perdernos a todos.
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