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7
4 de mayo de 2022
4 de mayo de 2022
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La secuela de Downton Abbey es un encantador viaje al pasado cuyo objetivo es cumplir sueños: tanto los sueños de todos los personajes que desfilan por la casa como los del público seguidor de la creación de Julian Fellowes. Y es que este film no tiene más pretensión que hacer pasar un rato agradable a la audiencia y deleitarla con imágenes pintorescas.
Como ha sido habitual en esta saga, tanto el vestuario, como los escenarios son impolutos y contribuyen a afinar el gusto. Su puesta en escena es un destello de elegancia ante tanta vulgaridad que se ve en la industria últimamente. Y esa finura no se vislumbra solo en los decorados, sino también en el vocabulario, la compostura y el modo de dirigirse a los demás.
Puede haber quien reproche falta de novedad en el guion, incluso falta de emoción o de evolución. Sin embargo, uno no acude a ver la película buscando originalidad, sino deseando ver a unos protagonistas felices, unos paisajes bucólicos y escuchar la icónica banda sonora. Y sin duda, eso se encuentra con creces en la cinta.
Además, es un largometraje muy divertido, con un humor distinguido, liderado por la siempre magnífica Maggie Smith, a quien acompaña un elenco magistral. De este modo, uno llega al final habiendo reído, quizá llorado, y con una sensación extremadamente grata.
Es cierto que es poco verosímil la buena relación entre el servicio y la familia, la resolución acertada de todos los problemas y lo conveniente que parece el desarrollo de la trama. No obstante, el propósito es que el espectador comparta esa dicha despreocupada durante un rato y, sin duda, acabará con una sonrisa.
www.contraste.info
Como ha sido habitual en esta saga, tanto el vestuario, como los escenarios son impolutos y contribuyen a afinar el gusto. Su puesta en escena es un destello de elegancia ante tanta vulgaridad que se ve en la industria últimamente. Y esa finura no se vislumbra solo en los decorados, sino también en el vocabulario, la compostura y el modo de dirigirse a los demás.
Puede haber quien reproche falta de novedad en el guion, incluso falta de emoción o de evolución. Sin embargo, uno no acude a ver la película buscando originalidad, sino deseando ver a unos protagonistas felices, unos paisajes bucólicos y escuchar la icónica banda sonora. Y sin duda, eso se encuentra con creces en la cinta.
Además, es un largometraje muy divertido, con un humor distinguido, liderado por la siempre magnífica Maggie Smith, a quien acompaña un elenco magistral. De este modo, uno llega al final habiendo reído, quizá llorado, y con una sensación extremadamente grata.
Es cierto que es poco verosímil la buena relación entre el servicio y la familia, la resolución acertada de todos los problemas y lo conveniente que parece el desarrollo de la trama. No obstante, el propósito es que el espectador comparta esa dicha despreocupada durante un rato y, sin duda, acabará con una sonrisa.
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28 de enero de 2022
28 de enero de 2022
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emmanuel Carrère regresa a la dirección de largometrajes tras La moustache (2005) adaptando una novela de Florence Aubenas. El resultado es un film de denuncia social, con varios aciertos pero un discurso que pierde fuerza en algún punto.
Para empezar, la fantástica Juliette Binoche hace un papel magistral como protagonista de esta historia. Junto a ella, el resto del elenco –mayoritariamente femenino– interpretan a unos personajes muy trabajados, capaces de ganarse el cariño y la curiosidad del espectador.
Carrère, a través del rol de Binoche, retrata la precariedad laboral y la diferencia de clases con honestidad. Por eso, resulta curioso que represente a la clase obrera como un conjunto de virtudes prácticamente sin defecto alguno. Todos ellos son bondadosos y solidarios, lo que resta cierta veracidad a la crítica, aunque consigue que el público sienta aprecio por ellos.
El argumento tampoco se posiciona a favor de que el fin justifique los medios aunque deja entrever que la única manera de conseguir la verdad es a través de una mentira. El juicio sobre la ética del método que se emplea para lograr información del personal de limpieza queda en manos de la audiencia. Ese proceso invita a cuestionarse si es lícito usar la vida real de personas para concienciar acerca de un problema, o si está bien quitarle el puesto a alguien que pueda necesitarlo por ayudar a todo un colectivo.
Dejando las reflexiones morales a un lado, esta película llena la sala de sentimientos positivos y, aunque refleja una situación dura y el sabor final es agridulce, ayuda a descubrir una realidad a veces escondida. Además, nos incita a mirar con agradecimiento a todos esos trabajadores que hacen más agradable nuestras vidas con sus labores de higienización.
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Para empezar, la fantástica Juliette Binoche hace un papel magistral como protagonista de esta historia. Junto a ella, el resto del elenco –mayoritariamente femenino– interpretan a unos personajes muy trabajados, capaces de ganarse el cariño y la curiosidad del espectador.
Carrère, a través del rol de Binoche, retrata la precariedad laboral y la diferencia de clases con honestidad. Por eso, resulta curioso que represente a la clase obrera como un conjunto de virtudes prácticamente sin defecto alguno. Todos ellos son bondadosos y solidarios, lo que resta cierta veracidad a la crítica, aunque consigue que el público sienta aprecio por ellos.
El argumento tampoco se posiciona a favor de que el fin justifique los medios aunque deja entrever que la única manera de conseguir la verdad es a través de una mentira. El juicio sobre la ética del método que se emplea para lograr información del personal de limpieza queda en manos de la audiencia. Ese proceso invita a cuestionarse si es lícito usar la vida real de personas para concienciar acerca de un problema, o si está bien quitarle el puesto a alguien que pueda necesitarlo por ayudar a todo un colectivo.
Dejando las reflexiones morales a un lado, esta película llena la sala de sentimientos positivos y, aunque refleja una situación dura y el sabor final es agridulce, ayuda a descubrir una realidad a veces escondida. Además, nos incita a mirar con agradecimiento a todos esos trabajadores que hacen más agradable nuestras vidas con sus labores de higienización.
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3,5
1.927
1
28 de enero de 2022
28 de enero de 2022
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La fantasía, la imaginación o la originalidad siempre tienen la mayor de mis simpatías. Pero aplicadas sin orden ni concierto al libreto de una película suelen provocar un efecto nada positivo, que va del hastío a la intranquilidad de estar ante una tremenda pérdida de tiempo. La sensación aumenta cuando percibimos, conforme avanza el relato, que en realidad la supuesta originalidad no es sino un refrito incongruente de spaghetti western, saga Mad Max o teatro kabuki.
Sion Sono, su director, llevó su fama más allá de Japón gracias a la violencia desinhibida, el colorido brillante y el anclaje de sus relatos en los poemas que escribía desde sus comienzos como polifacético artista. Su alianza con Nicolas Cage en Prisioneros de Ghostland no ha resultado tan eficaz como supongo que pretendían, no pudiendo culpar de ello al errático actor norteamericano (acusado habitual e injustamente de torpedear sus propios trabajos).
La historia de un ladrón parcialmente honrado, de un señor de la guerra cruel y despótico y la lucha por resistir del enigmático poblado de supervivientes podría haber funcionado si el guion hubiese potenciado con un poco más de empuje inteligente alguno de sus curiosos aspectos. Porque, incomprensiblemente, este film adolece de una exasperante tibieza. Es decir, podría haber sido mucho más violento (Cage y compañía nos tienen acostumbrados a mucha más sangre), más procaz, más explícito en lo sexual (de lo que me alegro por respeto a los actores) o más comprometido en sus denuncias. En definitiva, el desvarío de una cinta que no sabe a dónde va, ni siquiera tiene suficientes excesos transgresores que oculten sus carencias narrativas.
Como con algo hay que subsistir cuando se visiona un producto de este estilo, podemos descubrir algunos elementos positivos. Por un lado, la sinceridad y fe en el proyecto que parecen tener sus realizadores, desde el director y los guionistas a los actores y la dirección artística. Y por otro, los aciertos visuales que irrumpen de vez en cuando y alegran la vista del espectador, como los que frenan el tiempo o el colorido contraste del asalto al banco. Lástima que todo ello no lleve a ningún destino concreto o al menos reconocible.
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Sion Sono, su director, llevó su fama más allá de Japón gracias a la violencia desinhibida, el colorido brillante y el anclaje de sus relatos en los poemas que escribía desde sus comienzos como polifacético artista. Su alianza con Nicolas Cage en Prisioneros de Ghostland no ha resultado tan eficaz como supongo que pretendían, no pudiendo culpar de ello al errático actor norteamericano (acusado habitual e injustamente de torpedear sus propios trabajos).
La historia de un ladrón parcialmente honrado, de un señor de la guerra cruel y despótico y la lucha por resistir del enigmático poblado de supervivientes podría haber funcionado si el guion hubiese potenciado con un poco más de empuje inteligente alguno de sus curiosos aspectos. Porque, incomprensiblemente, este film adolece de una exasperante tibieza. Es decir, podría haber sido mucho más violento (Cage y compañía nos tienen acostumbrados a mucha más sangre), más procaz, más explícito en lo sexual (de lo que me alegro por respeto a los actores) o más comprometido en sus denuncias. En definitiva, el desvarío de una cinta que no sabe a dónde va, ni siquiera tiene suficientes excesos transgresores que oculten sus carencias narrativas.
Como con algo hay que subsistir cuando se visiona un producto de este estilo, podemos descubrir algunos elementos positivos. Por un lado, la sinceridad y fe en el proyecto que parecen tener sus realizadores, desde el director y los guionistas a los actores y la dirección artística. Y por otro, los aciertos visuales que irrumpen de vez en cuando y alegran la vista del espectador, como los que frenan el tiempo o el colorido contraste del asalto al banco. Lástima que todo ello no lleve a ningún destino concreto o al menos reconocible.
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6,5
3.275
8
22 de noviembre de 2021
22 de noviembre de 2021
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es el último verano en la casa familiar de la Costa Brava. Entre cortinas que ondean al viento, Rosana, la mujer colombiana encargada de atender la vivienda y cuidar a Ángela —matriarca de la familia—, solloza en silencio. Así es como da comienzo un film que retrata, a través de las diferencias entre clases sociales y privilegios, una amistad de verano entre dos chicas adolescentes.
La ópera prima de Clara Roquet introduce, por una parte, al personaje de Nora, la nieta de catorce años de Ángela que se encuentra en plena pubertad y en época de descubrimiento personal. Por otra parte, está la joven que da el título a la propuesta, Libertad, hija de Rosana que, tras el fallecimiento de su abuela, viaja desde Colombia para reunirse con su madre. Mientras ambas lidian con sus preocupaciones por separado, entre ellas nace un vínculo emocional muy especial que se convierte en el núcleo de la película.
Paralelamente, Roquet muestra la relación maternofilial entre la matriarca y Teresa —su hija y, a la vez, madre de Nora—, marcada por la preocupación y desconexión que siente esta última tras ver cómo los síntomas del Alzheimer que padece su madre son cada vez más notables. Esta situación sume a toda la familia en un ambiente de tristeza y melancolía al saber que Ángela está cada vez más lejos de la realidad.
Pese a pertenecer a un género cinematográfico muy explotado, Libertad destaca por sus impecables interpretaciones. La perfección con la que Roquet encaja todas las piezas necesarias para hacer una obra memorable deja como resultado actuaciones tan ejemplares como María Morera en la piel de Nora, Nicolle García en la de Libertad y Nora Navas en la de Teresa, entre muchas otras.
Además, el relato fluye con un ritmo y un equilibrio difícil de conseguir, marcado por un montaje visual muy ágil que respeta los momentos de tensión y suspense. Y todo esto sin dejar de lado la banda sonora, definida por clásicos musicales tanto españoles como latinoamericanos, presentes en las diversas fiestas que aparecen en el largometraje.
En definitiva, Libertad es algo más que una historia de amistad entre dos adolescentes provenientes de clases sociales totalmente distintas. Es un entramado de amor, celos, traición, tristeza y trauma que acaba afectando a todos los presentes por igual, demostrando que los sentimientos son capaces de afectar tanto a los más ricos como a los más pobres.
Sin duda, una propuesta natural, sensible y delicada que indaga en la pérdida de la inocencia y el crecimiento personal.
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La ópera prima de Clara Roquet introduce, por una parte, al personaje de Nora, la nieta de catorce años de Ángela que se encuentra en plena pubertad y en época de descubrimiento personal. Por otra parte, está la joven que da el título a la propuesta, Libertad, hija de Rosana que, tras el fallecimiento de su abuela, viaja desde Colombia para reunirse con su madre. Mientras ambas lidian con sus preocupaciones por separado, entre ellas nace un vínculo emocional muy especial que se convierte en el núcleo de la película.
Paralelamente, Roquet muestra la relación maternofilial entre la matriarca y Teresa —su hija y, a la vez, madre de Nora—, marcada por la preocupación y desconexión que siente esta última tras ver cómo los síntomas del Alzheimer que padece su madre son cada vez más notables. Esta situación sume a toda la familia en un ambiente de tristeza y melancolía al saber que Ángela está cada vez más lejos de la realidad.
Pese a pertenecer a un género cinematográfico muy explotado, Libertad destaca por sus impecables interpretaciones. La perfección con la que Roquet encaja todas las piezas necesarias para hacer una obra memorable deja como resultado actuaciones tan ejemplares como María Morera en la piel de Nora, Nicolle García en la de Libertad y Nora Navas en la de Teresa, entre muchas otras.
Además, el relato fluye con un ritmo y un equilibrio difícil de conseguir, marcado por un montaje visual muy ágil que respeta los momentos de tensión y suspense. Y todo esto sin dejar de lado la banda sonora, definida por clásicos musicales tanto españoles como latinoamericanos, presentes en las diversas fiestas que aparecen en el largometraje.
En definitiva, Libertad es algo más que una historia de amistad entre dos adolescentes provenientes de clases sociales totalmente distintas. Es un entramado de amor, celos, traición, tristeza y trauma que acaba afectando a todos los presentes por igual, demostrando que los sentimientos son capaces de afectar tanto a los más ricos como a los más pobres.
Sin duda, una propuesta natural, sensible y delicada que indaga en la pérdida de la inocencia y el crecimiento personal.
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6,4
5.235
6
29 de octubre de 2021
29 de octubre de 2021
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director teatral Dominic Cooke adapta en la gran pantalla una trama basada en hechos reales, sucedidos durante la Guerra Fría. Dos espías, uno británico y uno ruso, entablan una amistosa relación para detener la inminente amenaza de una guerra nuclear.
Cooke y su guionista, Tom O’Connor, elaboran un film oscuro, tanto en paleta de colores como en la temática. Su propuesta constituye un perfecto reflejo de los sacrificios que supone adentrarse en el mundo del espionaje para intentar salvar a la humanidad de un destino desastroso. De hecho, se pone especial énfasis en cómo los protagonistas, una vez bien adentrados en esta espiral de mentiras y secretismo con sus familias, son víctimas de ello por buscar lograr un bien común.
En este sentido, uno de los aspectos que más deslumbran en la película es la interpretación del elenco y, en concreto, la de un imponente Benedict Cumberbatch, que ya va encontrando hueco para volver a roles variados, en medio de su participación en Marvel como Doctor Strange.
Si bien es cierto que el argumento que narra está inspirado en acontecimientos verídicos, interesantes y claves, O’Connor apuesta por una construcción lenta en la que no termina de existir una acción explícita, como persecuciones o movimiento con disparos. Su opción es priorizar cómo se forja la amistad y hacer un dibujo de la fuerza de ese vínculo, en medio de severas condiciones en contra.
En todo caso, aunque El espía inglés consigue emocionar, al igual que las bombas silenciosas de la Guerra Fría, tiene un clímax que parece no llegar. Y es que, en general es un thriller sugerente, con una fotografía cuidada y una historia fascinante. Aunque falta esa chispa de celeridad que enganche al espectador, es un título atractivo y merecedor de ver.
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Cooke y su guionista, Tom O’Connor, elaboran un film oscuro, tanto en paleta de colores como en la temática. Su propuesta constituye un perfecto reflejo de los sacrificios que supone adentrarse en el mundo del espionaje para intentar salvar a la humanidad de un destino desastroso. De hecho, se pone especial énfasis en cómo los protagonistas, una vez bien adentrados en esta espiral de mentiras y secretismo con sus familias, son víctimas de ello por buscar lograr un bien común.
En este sentido, uno de los aspectos que más deslumbran en la película es la interpretación del elenco y, en concreto, la de un imponente Benedict Cumberbatch, que ya va encontrando hueco para volver a roles variados, en medio de su participación en Marvel como Doctor Strange.
Si bien es cierto que el argumento que narra está inspirado en acontecimientos verídicos, interesantes y claves, O’Connor apuesta por una construcción lenta en la que no termina de existir una acción explícita, como persecuciones o movimiento con disparos. Su opción es priorizar cómo se forja la amistad y hacer un dibujo de la fuerza de ese vínculo, en medio de severas condiciones en contra.
En todo caso, aunque El espía inglés consigue emocionar, al igual que las bombas silenciosas de la Guerra Fría, tiene un clímax que parece no llegar. Y es que, en general es un thriller sugerente, con una fotografía cuidada y una historia fascinante. Aunque falta esa chispa de celeridad que enganche al espectador, es un título atractivo y merecedor de ver.
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