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Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
22 de septiembre de 2016 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada más empezar 'La Isla del Fin del Mundo' una gran orquesta sinfónica nos da la bienvenida, acompañada de increíbles imágenes a medio camino entre la realidad y el sueño.
Es el pie perfecto para lanzarnos más allá de nuestra imaginación, preparándonos para lo que vamos a ver a continuación: casi se diría que esas imágenes pretenden ser frescos históricos, y no creaciones fantasiosas de un mundo imposible.

Lejos de minimizarse, el sabor a "aventura de siempre" se mantiene incluso en el carácter de sus personajes: todos sabemos que esta expedición a los confines del Ártico necesita a un escéptico de buen corazón como el Profesor Ivarsson, pero también un entusiasta con un punto de demencia como Anthony Ross. No necesitan ser iguales, no cuando queda claro que son grandes amigos, y ambos comparten curiosidad sobre la misteriosa bahía a la que van a morir las ballenas.
Pero esa curiosidad tampoco es el motivo principal del viaje. Hace dos años, Anthony perdió a su hijo Donald tras anunciar que se marcharía a visitar el particular cementerio natural, y en sus palabras se reviste la sutil amargura que deja el saber que te equivocaste juzgando a un ser querido, sin posibilidad de arreglarlo.
Para Ivarsson, este viaje va de ser cómplice y confidente casi a la fuerza, pero para Ross es una oportunidad de hacer las paces con su legado familiar.

Claro que toda buena aventura necesita un elemento de asombro, y ese será el Hyperion, un gigantesco globo aerostático con forma de bestia legendaria, que puede surcar las corrientes oceánicas a manos del habilidoso capitán Brie. No es hasta verlo zarpar a la luz del atardecer que pensamos ahora sí, ahora comienza el increíble viaje.
Y es curioso cómo se enfrentan los distintos modos de apreciarlo entre sus tres tripulantes: la historia pone en boca de sus protagonistas reflexiones sobre la gloria del descubrimiento, la emoción de lo desconocido y el reconocimiento mediático merecido, sin perder de vista que los tres hombres se han embarcado no por una certeza, sino por una simple posibilidad. En poco tiempo, uno aprende a apreciarles por sus intereses y sus esperanzas, pero también a temerlos por sus exigencias, como demuestran los brotes maníacos de un Ross que preferiría arriesgar toda su tripulación a retrasar la búsqueda de su hijo.

Todo el tiempo invertido en conocerles da sus frutos, pues nos pone en su punto de vista y fija los pies en la tierra de una fantasía que de otro modo habría parecido muy "blanda": sería fácil centrar la atención en lo extraordinario, pero estos hombres ya nos dan una referencia de lo ordinario.
Por eso es por lo que, una vez llegan a la tierra más allá de los hielos árticos, nuestro asombro es mil veces mayor, porque sus vivos colores contrastan con el monocorde azul que hemos dejado atrás. Allí, la vida se abrió paso en forma de sociedad vikinga, terriblemente aislada pero también confiadamente feliz. Apenas un pequeño testimonio de que el ser humano sí puede aspirar a la armonía, aunque sea porque no pretende ansiar más que lo que ve.
Las majestuosas 'matte-paintings' crean un mundo que todos los efectos científicos podría ser imposible, pero que se nota vivo y real en cada casa, habitante, ropa o estatua... sin efectos digitales o cromas verdes. Es el triunfo de la recreación, doblemente grandioso porque en su época de estreno se prescindían de las herramientas digitales, y no por eso aquí se ha dejado de conseguir una sociedad realista que desafía a la fantasía.

El descubrimiento, sin embargo, no podía ser perfecto: Asgaroth, la aldea vikinga, ha sobrevivido durante décadas oculta entre la bruma porque sus habitantes han aprendido a temer la influencia del mundo exterior, el cual creen que solo es un desierto helado con un puñado de extraños pobladores que sobreviven a monstruos legendarios.
Es un punto de vista de la historia que arroja interesantes interrogantes sobre la naturaleza del pueblo encontrado: ¿habitará dentro de esos pueblerinos la curiosidad malsana hacia el exterior? ¿conocerán sus mayores y líderes el azote del progreso y ven a su rebaño como una sociedad que, si bien limitada, es perfecta? ¿sabe el fiero líder Godi sobre la maldad humana y por eso condena a los recién llegados extranjeros?
Aunque hubiera tiempo para desarrollar estas preguntas, su mero planteamiento ya deja espacio a curiosas reflexiones. Pero no podemos olvidarnos que esta es una película de aventuras, y como tal, se perdona que deje todo eso sin contestar, que tire parte de la suspensión de incredulidad por la ventana, y que nos sumerja en una persecución por las tierras de Asgaroth en la que visitamos frías cuevas de hielo cristalino, o estepas volcánicas que se asemejan al mismísimo infierno.

Aún con todo, y pasado el ruido, esta historia habla en términos sencillos sobre la satisfacción personal y comunal, una valiosa virtud que nunca hay que pisotear bajo la ignorancia o la superstición, por muy sagradas que sean las manos que lo incitan.
Y por ello no rechaza terminar con una nota más triste de lo habitual: la isla del fin del mundo nunca será una atracción turística de los medios, que solo despedazarían sus maravillas, sin un gramo de sensibilidad por ellas o por las gentes que las conservaron. Es mejor que siga siendo un paraíso oculto, un recuerdo dudoso, una aventura inolvidable.

Dice Ivarsson que puede que, en el futuro, "fuera el último refugio de la humanidad".
En el caso de que así sea, debe ser tranquilizador que, por encima de sueños de grandeza, hayan querido conservarlo.
25 de junio de 2016 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo podía ser Pixar.
Solo ellos podrían, lejos de convertir esta secuela en un festival de guiños a su primera parte, ahondar en uno de sus personajes más queridos, ahondar con cariño pero con insistencia, hasta conseguir sacar el drama de lo que antes solo era simple chiste.

'Buscando a Dory' es muchas cosas, pero sobre todo, la más importante, es una defensa de los sueños de aquel que es diferente.
Los niños quizá se queden con la demasiado mona Dory pequeñita tratando de recordar una simple canción, pero al público más adulto no se les va a escapar esa mirada de miedo entre sus padres, por saber si su hija será capaz de desenvolverse en un mundo enorme y poco amable a la hora de prestar ayuda.
Esa doble lectura la seguimos viendo más tarde, en uno de esos momentos en que Pixar disfraza de comedia lo desolador: ver a la entrañable pez azul deambulando por el amplio océano preguntando qué se le ha perdido es algo gracioso, sino fuera porque no nos hemos parado a pensar en el drama de buscar algo sin saber lo que es.

Cuando por fin Dory recuerda que tiene que buscar a su familia, sencillamente se va.
Sin mirar atrás, dejando que sus amigos la acompañen pero sin prestar atención a que ellos corren el mismo peligro que corre ella en océano abierto, hogar de terribles depredadores. Es en estos gestos donde la historia se crece y no nos permite olvidarnos de una cosa esencial: Dory y su memoria pueden ser fuente de risas, pero también una frustrante minusvalía que quizá en algunos momentos es más molesta que otra cosa.
Un Marlin enfadado por su inconsciencia la reprocha que de nuevo ha estado a punto de arruinarlo todo, como tantas otras veces, como siempre. Y a veces es duro que tus propios amigos te recuerden tus faltas, pero es su deber hacerlo cuando sabes que por ellas te metes en problemas una y otra vez.

Prosiguiendo la búsqueda de sus padres, Dory llegará a una instalación marina donde los peces nadan en acuarios y son rehabilitados para su vuelta al mar. Puede que, sabiendo que el océano ya no alberga secretos (sobre todo atendiendo a la extraordinaria animación con la que está recreado), Pixar decidiera que esta aventura debería ser parte de ese entorno extraño donde diversas especies conviven para disfrute del turista, sin olvidarse de tirar alguna que otra pulla sobre la naturaleza de dichos sitios (¿de verdad es buena idea poner piscinas para que los niños manoseen a cualquier pez que se les ponga al alcance de su mano?).
La trampa era olvidarse, entre tanto nuevo personaje y tanta persecución al extremo, del pequeñito drama personal de Dory en los primeros compases, y si bien se hace para dejar espacio a que nos sorprendan las habilidades de camuflaje del pulpo Frank y la divertida ceguera de la ballena Destiny, llega un punto en que todos esos elementos solo estaban ahí para resaltar otra cosa: lo triste que tiene que ser no recordar todas esas risas, todos esos compañeros que nos apoyaron, todos los buenos momentos con otros como le pasa a la ya no tan graciosa pez azul.

Es un momento inusualmente oscuro de la película, donde se recalca la soledad que se siente cuando nada responde a lo que tu quieres y sabes que es culpa tuya: tanto peor porque no sabes por qué es culpa tuya.
Y sin embargo, la solución siempre estuvo frente a Dory, pues después de ese momento de crisis emocional se da cuenta de que nunca habría llegado tan lejos si no fuera ella, y de que sus amigos nunca la habrían acompañado de no ser ella como es.
La solución a su memoria siempre fue ella: no la pez que decepciona a sus amigos, sino la que es capaz de acompañar a un padre en busca de su hijo o partir en busca de su familia sin pensarlo un segundo. Porque si pensara ese segundo, ya no sería Dory.

De aceptar los defectos, y aceptarlos también con todas nuestras virtudes, va esta sencilla historia personal de la que creímos que era solo un chiste con patas.
En la primera búsqueda de un pez aprendimos que no se puede proteger a nadie siempre, y en esta segunda que ni tú mismo deberías tratar de proteger a los demás de todo lo bueno que puedes ofrecer. Nada mal para un pez payaso que no sabe hacer chistes y su amiga con pérdidas de memoria a corto plazo.
4 de marzo de 2015 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No vaya por la vida con la imaginación destapada, que se le escapan muchas cosas, sr. Miyazaki.
Todos hemos querido este cuento.

Nunca sabemos por qué, o por cuánto, pero siempre hemos querido otra realidad, una donde jugar, donde hacer los sueños realidad mientras aun sean posibles en la infancia.
Por eso, Miyazaki juega con nosotros y nos trae el anti-cuento: sigue habiendo personajes extravagantes, pero nadie es el elegido que traerá la luz a un mundo dividido; sigue habiendo actos heróicos, pero no nos hacen parecer héroes relucientes; hay enseñanza moral, pero no acabamos de tener claro cuál es (pero... ahí está).

Chihiro. Su viaje.
Aquí habrá que hablar de la naturaleza del viaje: ¿físico o espiritual? Puede que un poco de ambos.
En la casa de baños de los dioses, aprende del trabajo duro y del día a día. No hay maravilla porque está por todas partes, rodeada de formas y seres ancestrales que se comportan como modestos clientes.
No rehuye la cara cruel de la vida, pero no por ello deja de intentar sacarle su lado positivo: al final del día, saber que has hecho lo correcto puede ser la mejor recompensa.

Las caras que la acompañan son versiones exageradas de otras realidades: el obediente atrapado en su obediencia, la ambiciosa tirana, la maestra agradecida, el extraño amable... probablemente todos nos topemos con ellos en algún momento de nuestra vida adulta.
Imaginación y realidad se confunden bajo una gloriosa sensación de "todo vale". Porque todo vale, pero porque es válido para este imaginario.

Tras ello, resulta inevitable hablar del último calor de la infancia.
De la niña que deja atrás los juegos y descubre que el mundo es injusto, frío y cruel, pero que su ingenio y valentía son las principales armas para plantarle cara.
Es triste hablar de esos momentos que se nos acaban, y por eso Miyazaki ha optado por suavizarlos: podemos seguir jugando como antes, solo es un juego diferente que afrontar, pero la honestidad es una medalla que llevar bien alta en él.

Al final, no sabemos qué fue de aquello que nos pasó.
¿Una fantasía, un sueño, el último aliento de lo imaginado?
Quizá sea mejor así, no saber qué fue pero saber qué se vivió. Quizá.
12 de mayo de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Directa al infierno.
Al último círculo.
Donde los condenados pueden consolarse pensando que, al menos, no tuvieron que trabajar en ella.

El objetivo, vaya usted a saber por qué, era mutilar el equipo que hizo de la primera parte una aventurilla distraída, y acto seguido destrozar todas las virtudes heredadas de aquella.
Del final de la primera se intuía que venía un apocalipsis, pero nadie pensó que no solo sería figurativo, sino también literal, absoluto, expansivo y descacharrante.

Da algo de ternura ver cómo solo se quedaron los dos jovenzuelos protagónicos, quizá pensando que tenían cierta lealtad al material, y todos y cada uno a su alrededor ahuecaron el ala.
También es alucinante el uso, abuso y refriteo de pantalla verdes, efectos de transformación, rayos dibujados sobre el fotograma, volatines con trampolín y todo efectismo disponible, hasta el punto de no hay una miga de "realidad" sobre la que asentar nada: mejor así, supongo.
Pero lo mejor, lo absolutamente magnífico, siguen siendo las peleas, que elevan al doce lo chapuzas y convierten la incoherencia en mecánica de las hostias. Creo que pocas veces he visto tanta maestría ocultando que pocos de los intérpretes sabían luchar de verdad, y sí marcar mucha postura molona (en ese aspecto, sobresaliente).

Y pese a todo... es una maravilla.
La clase de destrozo, naufragio, que jamás permitiría un estudio hoy en día, obsesionados por la verosimilitud, la celebridad de los involucrados y la buena percepción de marca.
Aquí, una barbaridad de mataos se calzaron armaduras de plástico, cámara al hombro y a rodar, si se puede, encajando cuantos más personajes y referencias al juego original mejor.
La ilusión de cada uno ya depende, pero nadie falla tan espectacularmente sin haberse dejado la piel por el camino.

Le hicieron un fatality a la coherencia, al ridículo y a la industria.
Acabaron ellos con la columna partida, pero no se puede negar que el temazo, sonando mientras Liu Kang y Shao Khan se hostian en forma de aberración infográfica sobre una pirámide de cartón piedra, sigue sonando de maravilla.
12 de mayo de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cuadro colgado en la pared, iluminado por luz antinatural.
Los azules ojos de Christopher Reeve, devorados por la duda y la posibilidad.
Y una promesa, sostenida en el tiempo, un eco leve, capaz de abstraerte del rutinario caudal del día.

'En Algún Lugar del Tiempo' tiene, de lejos, una de las mejores concepciones de viaje al pasado.
Porque, quien no ha pensado alguna vez, fantaseado incluso, que el tiempo es una dimensión maleable, a la que hemos forzado a tener sentido con relojes y salidas de sol, pero cuyas horas no podrían ser más diferentes según la persona que tengamos al lado, o lo que estemos haciendo.
La cumbre de todo eso es, además, añadirle magia a ese sutil vuelco de corazón que nos sorprende al ver el retrato de alguien pasado: esa conexión está ahí por una razón, la naturaleza es sabia, y habrá muchos misterios, pero pocas coincidencias.

El dramaturgo Richard Collier se queda prendado del retrato de una gran actriz del siglo pasado, Elise McKenna.
Hastiado de idear ficciones que nunca pasarán, elige obsesionarse, y elige hacer que esta ficción pase, porque le importa, y porque más duro será volver atrás.
Entonces, sucede la magia.
En el punto justo en el que parece no ser posible, pero que con un pequeño (pequeñísimo) salto de fe te lo crees, y lo disfrutas.
Porque Elise McKenna parece haber encontrado algo que los sentimientos en su escenario no le dan. Porque Richard se siente en el mejor sueño, uno que ya se ha olvidado de cómo empezó, y ha pasado a ser realidad.

El Gran Hotel y sus amplios espacios naturales, sus columnas blancas, envuelven a la pareja y logran transmitir esa idea de que el amor es una apuesta sin mirar atrás, que de cumplirse se transforma en algo pocas veces visto, muchas veces apenas percibido.
Pero existe.

Más allá del tiempo, más allá de nuestras circunstancias.
Qué hermosa tarde, aquella que no parece acabarse. Qué difícil parecía, plasmar algo tan fugaz en fotograma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Da mucho que pensar, la particular forma de viajar atrás en el tiempo.
Quizá es verdad que podamos engañar a nuestra mente, y así la dimensión tridimensional que nos encontramos, para poder vivir una época determinada.

Pero supongo que es un lienzo perfecto para hacer la metáfora fantástica de lo incierto y fortuito que es encontrar a la persona amada, bajo presión de que en cualquier momento un maldito penique te recuerde que la vida no es tan perfecta.
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