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5,7
5.018
6
20 de octubre de 2014
20 de octubre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de acción francés tuvo un curioso exponente con esta cinta de Jan Kounen, director de videoclips y cortometrajes que puso todos sus conocimientos en cada fotograma de esta “Dobermann”: una alocada, trepidante y violenta historia que hizo las delicias de muchos seguidores del género y los horrores de los más puristas.
El guion en esta película es lo de menos: la búsqueda de un peligroso delincuente, el “Dobermann” (Vincent Cassel), por parte de un extravagante comisario y unos policías con el único objetivo de eliminarlo por su peligrosidad. Ni qué decir tiene que el “Dobermann” resultará escurridizo y será difícil dar con él, gracias a la protección de sus hombres, a cual más extravagante también. Su mano derecha resulta ser una “delicada” mujer que es sordomuda y tiene la cara (y el cuerpo) de Mónica Bellucci, un par de años antes de casarse con el mismo Cassel.
Todo el filme se desarrolla a un ritmo portentoso, con un tempo narrativo que sólo puede provenir de un especialista como Kounen, transformando así la película en un descomunal videoclip. Los personajes, caricaturescos, dotan al relato de una comicidad que permanece incrustada en cada fotograma sin abandonarlo, aunque no consigue suavizar el elevado nivel de violencia y perversión de la cinta. Kounen descarga todo su arsenal en estos aspectos, consiguiendo un filme un tanto incómodo de ver (y oír), pero haciendo que el espectador no tenga tiempo de pensar en lo absurdo de la propuesta. Ese “enmascaramiento” de la pobreza del guion por medios que recuerdan al cómic es ya toda una hazaña, pues Kounen no quiere engañar a nadie y es consciente de las muchas limitaciones de su película. Ese estilo de humor ácido, casi surrealista, que impregna tan sutilmente todo el conjunto, salva a “Dobermann” del ridículo más absoluto... sin contar con la siempre agradecida presencia de Vincent Cassel.
Este cine comercial francés contemporáneo se alimenta, como casi toda la industria, del cine americano reciente. “Dobermann”, por la fecha (1997) y por su estilo chabacano y gamberro, no deja de recordarnos en algo al Quentin Tarantino de “Pulp Fiction” (1994), película que sentó un verdadero antes y después dentro del género y de la que ni siquiera el cine español se vio inmune, cuyo ejemplo más claro fue “Airbag” (1996). Pero ni Jan Kounen ni Juanma Bajo Ulloa son Tarantino ni por asomo.
Para amantes de todo tipo de locuras, incluidas las cinematográficas.
El guion en esta película es lo de menos: la búsqueda de un peligroso delincuente, el “Dobermann” (Vincent Cassel), por parte de un extravagante comisario y unos policías con el único objetivo de eliminarlo por su peligrosidad. Ni qué decir tiene que el “Dobermann” resultará escurridizo y será difícil dar con él, gracias a la protección de sus hombres, a cual más extravagante también. Su mano derecha resulta ser una “delicada” mujer que es sordomuda y tiene la cara (y el cuerpo) de Mónica Bellucci, un par de años antes de casarse con el mismo Cassel.
Todo el filme se desarrolla a un ritmo portentoso, con un tempo narrativo que sólo puede provenir de un especialista como Kounen, transformando así la película en un descomunal videoclip. Los personajes, caricaturescos, dotan al relato de una comicidad que permanece incrustada en cada fotograma sin abandonarlo, aunque no consigue suavizar el elevado nivel de violencia y perversión de la cinta. Kounen descarga todo su arsenal en estos aspectos, consiguiendo un filme un tanto incómodo de ver (y oír), pero haciendo que el espectador no tenga tiempo de pensar en lo absurdo de la propuesta. Ese “enmascaramiento” de la pobreza del guion por medios que recuerdan al cómic es ya toda una hazaña, pues Kounen no quiere engañar a nadie y es consciente de las muchas limitaciones de su película. Ese estilo de humor ácido, casi surrealista, que impregna tan sutilmente todo el conjunto, salva a “Dobermann” del ridículo más absoluto... sin contar con la siempre agradecida presencia de Vincent Cassel.
Este cine comercial francés contemporáneo se alimenta, como casi toda la industria, del cine americano reciente. “Dobermann”, por la fecha (1997) y por su estilo chabacano y gamberro, no deja de recordarnos en algo al Quentin Tarantino de “Pulp Fiction” (1994), película que sentó un verdadero antes y después dentro del género y de la que ni siquiera el cine español se vio inmune, cuyo ejemplo más claro fue “Airbag” (1996). Pero ni Jan Kounen ni Juanma Bajo Ulloa son Tarantino ni por asomo.
Para amantes de todo tipo de locuras, incluidas las cinematográficas.

6,5
7.873
5
25 de septiembre de 2014
25 de septiembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de planteamiento novedoso e interesante por lo delicado del tema, pero tan fría como las aguas del Atlántico.
Se cuenta, o más bien se insinúa, la historia de un chico, Álex (Inés Efron), que vive con sus padres en una casa apartada. Tiene una característica muy singular, apenas escondida en el título del filme, por la que sus padres quieren protegerle de los comentarios de la gente hasta que él mismo tome sus propias decisiones. Sí, hablo de Álex en masculino porque, a pesar de que es un personaje interpretado por una mujer, el síndrome que padece sólo afecta a los hombres (ese cromosoma X de más).
Pero cuanto más se esconde uno, más te busca la gente, y unos inoportunos amigos de la familia los van a visitar. Con ellos, viene Álvaro (Martín Piroyansky), un imberbe adolescente que descubrirá lo especial que es Álex. Mientras tanto, los padres de Álex, especialmente Kraken (Ricardo Darín), se sienten incómodos con la visita pero no lo dejan traslucir, aparte de algún que otro comentario entre ellos.
Filmada con indudable maestría y lirismo por Lucía Puenzo, “XXY” es un ejercicio de miradas perdidas con el omnipresente océano de fondo, miedos insuperables de sexualidad reprimida, y… pero ¿qué estoy diciendo? Todo eso está muy bien, hay que agradecerle a Puenzo su valentía a la hora de tratar un tema casi tabú y pocas veces tratado, pero no se puede limitar tanto a aguantar un misterio que ya es desvelado con sólo conocer el título de la película, y hacer de ello el motivo principal del guion. Se juega demasiado al escondite, sobre todo durante la primera mitad, pero el juego no tiene emoción si ya conocemos el resultado de antemano. El resto son sólo florituras, bien escenificadas con ese maravilloso tono azul marino con el que se consigue incluso respirar la sal de la brisa, pero con emociones muy escasas.
La relación que mantienen los dos jóvenes protagonistas es casi un monólogo de una expresiva Inés Efron frente a un embobado e insípido Martín Piroyansky. Como siempre, Ricardo Darín es el único que parece transmitir algo de drama en una película que está muy bien ambientada, bonita de ver en su evocador marco de un omnipresente mar, pero que no consigue llegar a sensibilizar a nadie con su historia de amor heterodoxo. Por no tener, no tiene ni final.
El mar siempre llama, como recordándonos a cada momento su influencia en lo más íntimo de nosotros, pero es lo único que llama durante hora y media.
Se cuenta, o más bien se insinúa, la historia de un chico, Álex (Inés Efron), que vive con sus padres en una casa apartada. Tiene una característica muy singular, apenas escondida en el título del filme, por la que sus padres quieren protegerle de los comentarios de la gente hasta que él mismo tome sus propias decisiones. Sí, hablo de Álex en masculino porque, a pesar de que es un personaje interpretado por una mujer, el síndrome que padece sólo afecta a los hombres (ese cromosoma X de más).
Pero cuanto más se esconde uno, más te busca la gente, y unos inoportunos amigos de la familia los van a visitar. Con ellos, viene Álvaro (Martín Piroyansky), un imberbe adolescente que descubrirá lo especial que es Álex. Mientras tanto, los padres de Álex, especialmente Kraken (Ricardo Darín), se sienten incómodos con la visita pero no lo dejan traslucir, aparte de algún que otro comentario entre ellos.
Filmada con indudable maestría y lirismo por Lucía Puenzo, “XXY” es un ejercicio de miradas perdidas con el omnipresente océano de fondo, miedos insuperables de sexualidad reprimida, y… pero ¿qué estoy diciendo? Todo eso está muy bien, hay que agradecerle a Puenzo su valentía a la hora de tratar un tema casi tabú y pocas veces tratado, pero no se puede limitar tanto a aguantar un misterio que ya es desvelado con sólo conocer el título de la película, y hacer de ello el motivo principal del guion. Se juega demasiado al escondite, sobre todo durante la primera mitad, pero el juego no tiene emoción si ya conocemos el resultado de antemano. El resto son sólo florituras, bien escenificadas con ese maravilloso tono azul marino con el que se consigue incluso respirar la sal de la brisa, pero con emociones muy escasas.
La relación que mantienen los dos jóvenes protagonistas es casi un monólogo de una expresiva Inés Efron frente a un embobado e insípido Martín Piroyansky. Como siempre, Ricardo Darín es el único que parece transmitir algo de drama en una película que está muy bien ambientada, bonita de ver en su evocador marco de un omnipresente mar, pero que no consigue llegar a sensibilizar a nadie con su historia de amor heterodoxo. Por no tener, no tiene ni final.
El mar siempre llama, como recordándonos a cada momento su influencia en lo más íntimo de nosotros, pero es lo único que llama durante hora y media.
6
9 de agosto de 2014
9 de agosto de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran adaptación de la famosa novela de Stevenson "Dr. Jekyll y Mr. Hyde", verdaderamente notable entre las innumerables adaptaciones que se han hecho sobre dicha novela.
El filme de Mamoulian destaca por su gran calidad formal y sus envidiables dotes para dar ritmo e interés a la narración. La historia es presentada de forma lineal, en la que el objetivo del Dr. Jekyll (Fredric March) por separar el alma racional del hombre del alma puramente animal o primaria, contrasta con el objetivo del Dr. Hyde (el mismo Fredric March pero con más pelo y colmillos) de hacerle la vida imposible a su alter ego a base de coaccionar a una artista del music-hall (Miriam Hopkins), una chica enamorada de Jekyll pero que sufre el acoso de Hyde. El drama y la tragedia estarán a la orden del día cuando Jekyll deje de poder controlar a su otra personalidad.
Mamoulian utiliza recursos novedosos e inesperados para una película de principios de los treinta, entre los que destaca la perspectiva en primera persona en algunos momentos del filme, como en el excelente plano secuencia inicial. Cabe destacar también el buen trabajo de la ambientación victoriana y ese encantador toque teatral de toda la película, conseguido también gracias a las buenas actuaciones de March y Hopkins.
Muy recomendable.
El filme de Mamoulian destaca por su gran calidad formal y sus envidiables dotes para dar ritmo e interés a la narración. La historia es presentada de forma lineal, en la que el objetivo del Dr. Jekyll (Fredric March) por separar el alma racional del hombre del alma puramente animal o primaria, contrasta con el objetivo del Dr. Hyde (el mismo Fredric March pero con más pelo y colmillos) de hacerle la vida imposible a su alter ego a base de coaccionar a una artista del music-hall (Miriam Hopkins), una chica enamorada de Jekyll pero que sufre el acoso de Hyde. El drama y la tragedia estarán a la orden del día cuando Jekyll deje de poder controlar a su otra personalidad.
Mamoulian utiliza recursos novedosos e inesperados para una película de principios de los treinta, entre los que destaca la perspectiva en primera persona en algunos momentos del filme, como en el excelente plano secuencia inicial. Cabe destacar también el buen trabajo de la ambientación victoriana y ese encantador toque teatral de toda la película, conseguido también gracias a las buenas actuaciones de March y Hopkins.
Muy recomendable.

5,5
47.603
6
22 de julio de 2014
22 de julio de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Última entrega de la inolvidable saga protagonizada por los dos policías más divertidos de las “buddy movies”, Martin Riggs (Mel Gibson) y Roger Murtaugh (Danny Glover). Richard Donner decide cerrar su tetralogía casi de forma crepuscular, jubilando a los dos personajes que más taquilla han hecho de toda su filmografía.
En “Arma letal 4”, volvemos a ver a los dos policías en acción contra el crimen organizado, esta vez relacionado con los Yakuza. El argumento es, como en todas las entregas de la serie, bastante simple y predecible, pero se solventa con el humor y la acción, marcas indisolubles también de la saga. La pena es que mantener el mismo formato durante cuatro películas seguidas puede llegar a suponer un cierto hastío en el respetable, que va al cine a ver ante todo las salidas y los comentarios jocosos de sus dos protagonistas antes que una historia policíaca de lo más convencional.
El filme de Donner carece del gancho que tuvieron las anteriores entregas y eso se nota sobre todo en el ritmo, algo más irregular y menos trepidante, y en los personajes, especialmente en el de Mel Gibson. Martin Riggs ya no es aquel loco que rozaba el límite de la legalidad (más bien lo traspasaba), se ha hecho mayor, se ha recortado la melena y parece que va sentando la cabeza. Es la forma que tiene Donner de decirnos que todo llega a un punto en el que debe acabar y ser reemplazado, en este caso por sangre nueva: una generación JASP que encarnaría Chris Rock en el filme.
A pesar del notorio bajón, se sigue manteniendo la química entre Gibson y Glover, cuyos chistes y comentarios siguen siendo tan divertidos y acertados como siempre. Otro personaje que también decae es el de Joe Pesci, que pasa la barrera de la sobreactuación, la cual ha estado rozando paulatinamente desde su inclusión como personaje fijo en “Arma letal 2” (1989). Respecto a Rene Russo, su participación es casi anecdótica.
Donner cierra la saga con la entrega más floja de todas, pero aún así mantiene algo del espíritu que la ha llevado a ser todo un referente en el cine de acción. Recomendable.
En “Arma letal 4”, volvemos a ver a los dos policías en acción contra el crimen organizado, esta vez relacionado con los Yakuza. El argumento es, como en todas las entregas de la serie, bastante simple y predecible, pero se solventa con el humor y la acción, marcas indisolubles también de la saga. La pena es que mantener el mismo formato durante cuatro películas seguidas puede llegar a suponer un cierto hastío en el respetable, que va al cine a ver ante todo las salidas y los comentarios jocosos de sus dos protagonistas antes que una historia policíaca de lo más convencional.
El filme de Donner carece del gancho que tuvieron las anteriores entregas y eso se nota sobre todo en el ritmo, algo más irregular y menos trepidante, y en los personajes, especialmente en el de Mel Gibson. Martin Riggs ya no es aquel loco que rozaba el límite de la legalidad (más bien lo traspasaba), se ha hecho mayor, se ha recortado la melena y parece que va sentando la cabeza. Es la forma que tiene Donner de decirnos que todo llega a un punto en el que debe acabar y ser reemplazado, en este caso por sangre nueva: una generación JASP que encarnaría Chris Rock en el filme.
A pesar del notorio bajón, se sigue manteniendo la química entre Gibson y Glover, cuyos chistes y comentarios siguen siendo tan divertidos y acertados como siempre. Otro personaje que también decae es el de Joe Pesci, que pasa la barrera de la sobreactuación, la cual ha estado rozando paulatinamente desde su inclusión como personaje fijo en “Arma letal 2” (1989). Respecto a Rene Russo, su participación es casi anecdótica.
Donner cierra la saga con la entrega más floja de todas, pero aún así mantiene algo del espíritu que la ha llevado a ser todo un referente en el cine de acción. Recomendable.

5,9
6.240
6
23 de abril de 2014
23 de abril de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Duodécimo título de la saga Bond y quinto de Roger Moore como 007. Después del fracaso de crítica de “Moonraker” (1979), John Glen toma las riendas de la serie hasta 1989 con “Licencia para matar”, esa vez ya con Timothy Dalton. De las cinco películas que dirigió, “Sólo para sus ojos” es no sólo la mejor de las cinco, sino una de las más entretenidas de toda la saga.
En una franquicia tan extensa como la de Bond es difícil cambiar algo de sitio. La estructura de cada film es similar unos con otros: la “cortinilla” del ojo, una intro trepidante, títulos de crédito iniciales psicodélicos con la canción comercial de rigor, y desarrollos más o menos similares de todas las películas, las cuales se mueven entre tiroteos, peleas y persecuciones en localizaciones exóticas y, cómo no, los romances con la “chica Bond”. En lo único que los directores se pueden permitir cierta libertad es en la concepción del personaje, y en esto John Glen acertó de lleno transformando al Roger Moore soso y casi autoparódico visto en “Moonraker” en un Bond mucho más violento, rudo y vengativo.
La historia se centra en el robo del ATAC, un artefacto diseñado por el servicio secreto británico para controlar el lanzamiento de misiles Polaris. Bond tiene la misión de recuperarlo, y le seguirá la pista por sitios tan dispares como Madrid, Cortina, Corfú y, finalmente, los vertiginosos riscos de Meteora, en Grecia. Por el camino conoce a la “chica Bond” Carole Bouchet, muy bella pero con poca química entre ellos, que le ayudará en sus pesquisas por motivos puramente personales. Como se puede ver, el guion sigue siendo tan simple como siempre, pero el filme de Glen gana en las escenas de acción y en las secuencias de más emoción, destacando entre otras la persecución con esquíes (una de las más espectaculares que recuerdo de la saga) o la ascensión al Monasterio de Vlacherna.
Vemos a un Bond mucho más serio, duro y decidido que en otras entregas, algo esencial en un personaje que se estaba quedando un tanto frío. Se echaba de menos ese carácter en el agente secreto con licencia para matar, y Roger Moore consigue esta vez que veamos lo que queremos del personaje: un Bond elegante y sin escrúpulos cuando no tiene que tenerlos, sin perder en ningún momento su socarronería “british”.
Recomendable.
En una franquicia tan extensa como la de Bond es difícil cambiar algo de sitio. La estructura de cada film es similar unos con otros: la “cortinilla” del ojo, una intro trepidante, títulos de crédito iniciales psicodélicos con la canción comercial de rigor, y desarrollos más o menos similares de todas las películas, las cuales se mueven entre tiroteos, peleas y persecuciones en localizaciones exóticas y, cómo no, los romances con la “chica Bond”. En lo único que los directores se pueden permitir cierta libertad es en la concepción del personaje, y en esto John Glen acertó de lleno transformando al Roger Moore soso y casi autoparódico visto en “Moonraker” en un Bond mucho más violento, rudo y vengativo.
La historia se centra en el robo del ATAC, un artefacto diseñado por el servicio secreto británico para controlar el lanzamiento de misiles Polaris. Bond tiene la misión de recuperarlo, y le seguirá la pista por sitios tan dispares como Madrid, Cortina, Corfú y, finalmente, los vertiginosos riscos de Meteora, en Grecia. Por el camino conoce a la “chica Bond” Carole Bouchet, muy bella pero con poca química entre ellos, que le ayudará en sus pesquisas por motivos puramente personales. Como se puede ver, el guion sigue siendo tan simple como siempre, pero el filme de Glen gana en las escenas de acción y en las secuencias de más emoción, destacando entre otras la persecución con esquíes (una de las más espectaculares que recuerdo de la saga) o la ascensión al Monasterio de Vlacherna.
Vemos a un Bond mucho más serio, duro y decidido que en otras entregas, algo esencial en un personaje que se estaba quedando un tanto frío. Se echaba de menos ese carácter en el agente secreto con licencia para matar, y Roger Moore consigue esta vez que veamos lo que queremos del personaje: un Bond elegante y sin escrúpulos cuando no tiene que tenerlos, sin perder en ningún momento su socarronería “british”.
Recomendable.
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