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Críticas ordenadas por utilidad
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7,8
159.030
9
21 de septiembre de 2009
21 de septiembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tarantino es quien es gracias al cine. No sólo gracias a hacer cine, sino sobre todo gracias a ver cine. El cine le ha formado, le ha cambiado, le ha hecho forrarse. Le ha hecho ser quien es.
Él lo sabe, él sabe que para él el cine lo es todo. Por eso su obra más pensada, más trabajada, comienza con una sábana que podría ser una pantalla. Y al levantarse ésta, aparece un coche cargado de nazis, se inicia la tensión. Así empieza Inglorious Bastards. El cine se mete en la trama a partir de ahí, siendo un movie theatre el escenario principal. Pero con eso no le basta. Tiene que acabar la peli con la frase, casi tan cinéfila como autoirónica: "Creo que ésta va a ser mi obra maestra".
No puede ser más claro, el cine está en el planteamiento, en el nudo y en en el desenlace de la peli que nos llevaba anunciando desde 1996. Y por muchas expectativas que hubiera, ha vuelto a no defraudar. Ha vuelto a alcanzar la maestría, ha vuelto a ser él mismo.
Tiene todas las características de su cine: personajes a los que se presenta como leyendas, miles de saltos en el tiempo adelante y atrás, diálogos tan largos como sorprendentes, humor referencial, malos que no pueden ser más atractivos, buenos que no pueden ser más malos, violencia gratuita y música que parece nacida para la ocasión. Es puro Tarantino, es puro cine que satisface las expectativas, pero no se queda ahí.
Al introducir el cine y la historia en la narración, en la mezcla asoma de forma épica un mensaje integrador, que vuelve a lograr que tras las miles de risas y de tensión generada, te emociones como un niño cuando parece decirte que en la mezcolanza de razas, de vidas, de misterios, de géneros, está la vida. Está la vida mejor.
Negros, blancos, arios, judíos, da igual. Thriller, western, comedia, musical, da igual. El cine es la vida y la vida es el cine. Y en la mezcla de ambos, como en la mezcla de todo, es donde está el futuro, donde está el presente.
Tarantino lo sabe mejor que nadie. Porque él es quien es gracias al cine.
Él lo sabe, él sabe que para él el cine lo es todo. Por eso su obra más pensada, más trabajada, comienza con una sábana que podría ser una pantalla. Y al levantarse ésta, aparece un coche cargado de nazis, se inicia la tensión. Así empieza Inglorious Bastards. El cine se mete en la trama a partir de ahí, siendo un movie theatre el escenario principal. Pero con eso no le basta. Tiene que acabar la peli con la frase, casi tan cinéfila como autoirónica: "Creo que ésta va a ser mi obra maestra".
No puede ser más claro, el cine está en el planteamiento, en el nudo y en en el desenlace de la peli que nos llevaba anunciando desde 1996. Y por muchas expectativas que hubiera, ha vuelto a no defraudar. Ha vuelto a alcanzar la maestría, ha vuelto a ser él mismo.
Tiene todas las características de su cine: personajes a los que se presenta como leyendas, miles de saltos en el tiempo adelante y atrás, diálogos tan largos como sorprendentes, humor referencial, malos que no pueden ser más atractivos, buenos que no pueden ser más malos, violencia gratuita y música que parece nacida para la ocasión. Es puro Tarantino, es puro cine que satisface las expectativas, pero no se queda ahí.
Al introducir el cine y la historia en la narración, en la mezcla asoma de forma épica un mensaje integrador, que vuelve a lograr que tras las miles de risas y de tensión generada, te emociones como un niño cuando parece decirte que en la mezcolanza de razas, de vidas, de misterios, de géneros, está la vida. Está la vida mejor.
Negros, blancos, arios, judíos, da igual. Thriller, western, comedia, musical, da igual. El cine es la vida y la vida es el cine. Y en la mezcla de ambos, como en la mezcla de todo, es donde está el futuro, donde está el presente.
Tarantino lo sabe mejor que nadie. Porque él es quien es gracias al cine.

6,2
29.579
8
15 de septiembre de 2009
15 de septiembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con sólo dos películas, Daniel Sánchez-Arévalo ya es un autor. Ya tiene una personalidad propia. Ya tiene un hueco en el cine español.
Tiene un hueco por su apuesta, por su estilo, por sus resultados. Por proponer un cine comercial que al mismo tiempo no lo es. Por hacer de la realidad paisaje, y subvertir ésta hasta encontrar su mundo propio.
En este camino, Sánchez-Arévalo demuestra muchas cosas que nos llevan a querer a sus personajes, a sentirlos cerca, a reírnos con ellos, a ansiar un final feliz que ya van dos veces que parece más soñado que real.
Lo primero que demuestra es su conocimiento del mundo. A diferencia de muchos autores que parecen llevar un camino paralelo al del mundo en el que viven, DSA no se sumerge en éste, sino que se nota que lo vive todos los días. Por eso sus personajes pueden ser a veces esquemáticos por representativos, pero nunca son tópicos, siempre tienen matices, verdad. Siempre puede ser alguien que se parece a nosotros.
Y eso es lo que lo lleva a su verdadera comercialidad: el sentir que sus personajes pisan el mismo mundo que nosotros, que se enfrentan a conflictos parecidos a los nuestros. Que se autoengañan y se equivocan a diario. Que hacen planes para ser mejores, que se empeñan en buscar la misma piedra en la que se tropezaron.
Tantos personajes y tanta verdad siempre consiguen risas, no siempre consiguen verdad. La verdad la consigue cuando logra diluir su tendencia al exceso para generar comedia. Cuando logra atenuar ésta y centrarse en lo brutal de la historia, aparecen momentos tan maravillosos como todos los de la historia de la embarazada y su marido que no la mira. Sólo por cada escena de Roberto Enríquez merecería la pena pagar la entrada, merecería que fuera cine realmente comercial. Pero hay eso y hay mucho más. Hay risas aseguradas, hay lágrimas que aparecerán sin que apenas te des cuenta.
Es el peso de la autoría, es el peso de la verdadera personalidad.
Tiene un hueco por su apuesta, por su estilo, por sus resultados. Por proponer un cine comercial que al mismo tiempo no lo es. Por hacer de la realidad paisaje, y subvertir ésta hasta encontrar su mundo propio.
En este camino, Sánchez-Arévalo demuestra muchas cosas que nos llevan a querer a sus personajes, a sentirlos cerca, a reírnos con ellos, a ansiar un final feliz que ya van dos veces que parece más soñado que real.
Lo primero que demuestra es su conocimiento del mundo. A diferencia de muchos autores que parecen llevar un camino paralelo al del mundo en el que viven, DSA no se sumerge en éste, sino que se nota que lo vive todos los días. Por eso sus personajes pueden ser a veces esquemáticos por representativos, pero nunca son tópicos, siempre tienen matices, verdad. Siempre puede ser alguien que se parece a nosotros.
Y eso es lo que lo lleva a su verdadera comercialidad: el sentir que sus personajes pisan el mismo mundo que nosotros, que se enfrentan a conflictos parecidos a los nuestros. Que se autoengañan y se equivocan a diario. Que hacen planes para ser mejores, que se empeñan en buscar la misma piedra en la que se tropezaron.
Tantos personajes y tanta verdad siempre consiguen risas, no siempre consiguen verdad. La verdad la consigue cuando logra diluir su tendencia al exceso para generar comedia. Cuando logra atenuar ésta y centrarse en lo brutal de la historia, aparecen momentos tan maravillosos como todos los de la historia de la embarazada y su marido que no la mira. Sólo por cada escena de Roberto Enríquez merecería la pena pagar la entrada, merecería que fuera cine realmente comercial. Pero hay eso y hay mucho más. Hay risas aseguradas, hay lágrimas que aparecerán sin que apenas te des cuenta.
Es el peso de la autoría, es el peso de la verdadera personalidad.

8,2
68.823
9
9 de septiembre de 2009
9 de septiembre de 2009
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el principio no estaba el cine. El cine nace como arte tras más de tres mil años de literatura, de teatro, de pintura. Eso hace que como arte, casi siempre dependa de éstos. Por eso hay muy pocas historias que no puedan ser más que cinematográficas. El bueno, el feo y el malo es una de ellas.
Es cine puro por los paisajes, por la aparente simplicidad de las historias, por lo aparentemente esquemático de los roles, por el no pasado de los personajes. Es cine puro por todo eso. Pero todo eso ya aparecía en el western tradicional. Lo que cambia respecto al western tradicional es esencialmente la mirada.
La mirada de Leone ya no es la del que una ve una película por primera vez. En su mirada hay ironía, hay referencias a otras películas, hay parodia. Y eso convierte a un género tan antiguo y maniqueo como el western en algo actual, divertido, apasionante.
A ello ayuda de forma definitiva su inmenso talento, su descomunal inventiva. Inventiva para descubrir planos nuevos, para generar tensión sin una sola bala, para componer violencia al son de música navideña, para editar vida cinematográfica a partir de planos hiératicos que acercan a la muerte. Todo en Leone se une para hacer cine. Cine de verdad.
El enorme pedazo de cine que va de un primer plano cerradísimo a una panorámica que funde al personaje con el horizonte. El enorme pedazo de cine que va de un plano totalmente innovador a un vaquero que se vuelve personaje de western. El enorme pedazo de cine que hay en un género nuevo que satisface las expectativas de siempre.
Es cine puro por los paisajes, por la aparente simplicidad de las historias, por lo aparentemente esquemático de los roles, por el no pasado de los personajes. Es cine puro por todo eso. Pero todo eso ya aparecía en el western tradicional. Lo que cambia respecto al western tradicional es esencialmente la mirada.
La mirada de Leone ya no es la del que una ve una película por primera vez. En su mirada hay ironía, hay referencias a otras películas, hay parodia. Y eso convierte a un género tan antiguo y maniqueo como el western en algo actual, divertido, apasionante.
A ello ayuda de forma definitiva su inmenso talento, su descomunal inventiva. Inventiva para descubrir planos nuevos, para generar tensión sin una sola bala, para componer violencia al son de música navideña, para editar vida cinematográfica a partir de planos hiératicos que acercan a la muerte. Todo en Leone se une para hacer cine. Cine de verdad.
El enorme pedazo de cine que va de un primer plano cerradísimo a una panorámica que funde al personaje con el horizonte. El enorme pedazo de cine que va de un plano totalmente innovador a un vaquero que se vuelve personaje de western. El enorme pedazo de cine que hay en un género nuevo que satisface las expectativas de siempre.
18 de noviembre de 2009
18 de noviembre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El terror no es una sensación, es un estado de ánimo, una forma de vivir.
Desde siempre, el cine americano nos ha llevado hacia la mentira. Nos ha estremecido con sustos, con pasillos que impiden ver el final, con hachas detrás de una puerta. Pero eso no es terror, eso es miedo puntual.
El terror es lo que te rodea y no se despega de ti. El terror es lo que se vivía al otro lado del Muro. El terror es lo que se palpa en la cotidinianeidad de estas dos chicas, que se disponen a vivir un episodio que marcará sus vidas.
Y para lograr esto, Mungiu no busca el terror por las vías del cine conocido. No sólo se aleja de pasillos y de hachas, también se aleja de apariciones de extraños o navajas que se integren en la trama. El terror nos lo muestra con una cámara fija, generalmente mal encuadrada que logra que nos lleguemos a olvidar de ella, que lleguemos a olvidar que hay un cuarto ojo.
Sólo con esa sensación, ya logra que nosotros devengamos testigos de su realidad. Pero Mungiu no se detiene ahí, va más lejos. Al elegir el punto de vista, no opta por la que chica que aborta, opta por su amiga. Y al hacer esto, nos mete mucho más en la historia, consigue que pasemos de testigos a protagonistas, que veamos el melodrama como nuestra vida real, que sintamos su terror, que identifiquemos si nos pudiera pasar a nosotros.
Todos estos recursos de guión y de dirección llegan a un punto extremo en una de las mejores escenas del cine moderno. El momento en el que se encuentran en una sola habitación el abortista, la embarazada y su amiga consigue un momento de realidad como sólo el cine no americano puede conseguir. Consigue que palpes su vida. Consigue que no te asustes. Consigue que sientas el verdadero terror.
Consigue que vivas lo que no viviste, el Comunismo, el terror en estado puro.
Desde siempre, el cine americano nos ha llevado hacia la mentira. Nos ha estremecido con sustos, con pasillos que impiden ver el final, con hachas detrás de una puerta. Pero eso no es terror, eso es miedo puntual.
El terror es lo que te rodea y no se despega de ti. El terror es lo que se vivía al otro lado del Muro. El terror es lo que se palpa en la cotidinianeidad de estas dos chicas, que se disponen a vivir un episodio que marcará sus vidas.
Y para lograr esto, Mungiu no busca el terror por las vías del cine conocido. No sólo se aleja de pasillos y de hachas, también se aleja de apariciones de extraños o navajas que se integren en la trama. El terror nos lo muestra con una cámara fija, generalmente mal encuadrada que logra que nos lleguemos a olvidar de ella, que lleguemos a olvidar que hay un cuarto ojo.
Sólo con esa sensación, ya logra que nosotros devengamos testigos de su realidad. Pero Mungiu no se detiene ahí, va más lejos. Al elegir el punto de vista, no opta por la que chica que aborta, opta por su amiga. Y al hacer esto, nos mete mucho más en la historia, consigue que pasemos de testigos a protagonistas, que veamos el melodrama como nuestra vida real, que sintamos su terror, que identifiquemos si nos pudiera pasar a nosotros.
Todos estos recursos de guión y de dirección llegan a un punto extremo en una de las mejores escenas del cine moderno. El momento en el que se encuentran en una sola habitación el abortista, la embarazada y su amiga consigue un momento de realidad como sólo el cine no americano puede conseguir. Consigue que palpes su vida. Consigue que no te asustes. Consigue que sientas el verdadero terror.
Consigue que vivas lo que no viviste, el Comunismo, el terror en estado puro.

7,7
123.033
9
14 de noviembre de 2009
14 de noviembre de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por razones que mi razón no entiende, el cine español raramente busca el buen cine comercial. O se mete en proyectos de fuga de cerebros o hace un cine de género para ningún público o hace proyectos de autor destinados a los festivales. Los tres tipos de cine me parecen correctos, lo que no me parece correcto es la ausencia de intenciones, de evitar casi por sistema un cine comercial y realista, un cine basado en la realidad para construir ficciones repletas de conflictos, de tensión, de cine.
Eso justo es lo que lleva haciendo Daniel Monzón desde hace cuatro películas. Eso justo es lo que le ha olvidado el público hasta hoy. Y digo hasta hoy porque tengo claro que Celda 211 va a tener un éxito comercial abrumador. No tengo dudas de que todo espectador que se acerque a verla va a gozarla, va a recomendarla.
Si "El corazón del guerrero" no logró captar a los adolescentes con su maravillosa mezcla de ficción y realidad, si "El robo más grande jamás contado" no hizo temblar de risas las plateas con su comedia de aventuras, si "La caja Kovak" no logró atraer al público con su estilo Brian de Palma, "Celda 211" no va a cometer el mismo error. Porque es tan grande su talento que es imposible no verlo, no disfrutarlo.
Todo nace de una construcción modélica. Los personajes son tan apasionantes que no hay forma de abandonarlos. La trama es tan potente y metafórica que no hay más remedio que subirse a ella. El ritmo es tan brutal que no te deja más que gozar. Los conflictos son tan crecientes que sólo deja que asome la intriga, la fuerza, la emoción.
Todo se junta para producir una enorme peli de acción, un monumento al cine carcelario, a la épica de los códigos del hampa. Cuando digo todo es todo. Es un guión sublime, es una música genial, es una fotografía poderosísima, es sobre todo unas interpretaciones bestiales. Pero sobre todo y ante todo, es un personaje y un actor. Malamadre y Luis Tosar componen el acto fílmico más reseñable del reciente cine español, un personaje que va a pasar al léxico de la calle, del que todo el mundo dirá frases, al que todo el mundo se referirá, al que todo el mundo idolatrará.
Es lo que tiene el buen cine comercial. Que deja poso, que llega a la gente, que conquista la calle. Como Malamadre.
Eso justo es lo que lleva haciendo Daniel Monzón desde hace cuatro películas. Eso justo es lo que le ha olvidado el público hasta hoy. Y digo hasta hoy porque tengo claro que Celda 211 va a tener un éxito comercial abrumador. No tengo dudas de que todo espectador que se acerque a verla va a gozarla, va a recomendarla.
Si "El corazón del guerrero" no logró captar a los adolescentes con su maravillosa mezcla de ficción y realidad, si "El robo más grande jamás contado" no hizo temblar de risas las plateas con su comedia de aventuras, si "La caja Kovak" no logró atraer al público con su estilo Brian de Palma, "Celda 211" no va a cometer el mismo error. Porque es tan grande su talento que es imposible no verlo, no disfrutarlo.
Todo nace de una construcción modélica. Los personajes son tan apasionantes que no hay forma de abandonarlos. La trama es tan potente y metafórica que no hay más remedio que subirse a ella. El ritmo es tan brutal que no te deja más que gozar. Los conflictos son tan crecientes que sólo deja que asome la intriga, la fuerza, la emoción.
Todo se junta para producir una enorme peli de acción, un monumento al cine carcelario, a la épica de los códigos del hampa. Cuando digo todo es todo. Es un guión sublime, es una música genial, es una fotografía poderosísima, es sobre todo unas interpretaciones bestiales. Pero sobre todo y ante todo, es un personaje y un actor. Malamadre y Luis Tosar componen el acto fílmico más reseñable del reciente cine español, un personaje que va a pasar al léxico de la calle, del que todo el mundo dirá frases, al que todo el mundo se referirá, al que todo el mundo idolatrará.
Es lo que tiene el buen cine comercial. Que deja poso, que llega a la gente, que conquista la calle. Como Malamadre.
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