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Críticas 350
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
24 de octubre de 2011
60 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película de acción intimista. ¿Es posible conjugar ambos conceptos en un solo filme? Visto el resultado de Drive es evidente que la combinación, además de peculiar, es sumamente efectiva. Por primera vez, las persecuciones de coches no parecen predestinadas a esos canales de la TDT dirigidos al hombre, o a lo que sus dirigentes entienden como gustos del público masculino (léase deportes, violencia y acción). En esta ocasión una cinta de semejantes características abre su mente hacia nuevos públicos, hacia nuevos lenguajes que satisfarán a todo tipo de espectador.

La primera escena no es el mejor ejemplo. En mitad de la noche, un conductor frío, astuto y calmado ayuda a dos ladrones a huir de la policía de Los Ángeles. Domina perfectamente la situación y los tiempos. No pierde los nervios. Ni se inmuta con el sonido de las sirenas o de un helicóptero iluminando su coche. Es todo un profesional ante el volante. Únicamente parece descargar toda su adrenalina mordisqueando un palillo. Aunque la secuencia es impecable, nada parece presagiar que estamos ante una apuesta diferente.

El cambio llega con la aparición de Irene, la vecina de este introvertido conductor. Gracias a ella sabemos que canaliza su pasión en un taller para coches y como doble de actores de Hollywood en las escenas de riesgo. La joven y su hijo logran destapar el fondo de un tipo duro, de rostro imperturbable, que parecía no tener más ambición en la vida que pegar cuatro golpes.

Sobre el papel, el personaje de un criminal reconvertido en héroe no parece demasiado suculento. En cambio, Ryan Gosling consigue dotarlo de los matices suficientes como para que resulte uno de los grandes alicientes del filme. Es una interpretación comedida, de esas que no se prestan al histrionismo, y sin embargo el actor canadiense consigue transmitir miedo, culpa y deseo con sólo pestañear. Esa mezcla imposible entre acción e intimismo encuentra en Gosling uno de sus mejores exponentes.

Pero es en la estética, capaz de pasar en cuestión de minutos de la imagen adrenalínica al ralentizado más profundo, donde Drive hace posible la compleja combinación. Parece que parte de la culpa la tiene el danés Nicolas Winding Refn, el director de esta proeza y conocido en su país de origen por un estilo vanguardista en el plano visual. La revisión sofisticada de los 80 que lleva a cabo, banda sonora incluida, es otro de los motivos por los que esta cinta se sale de lo habitual.

Se entiende que una malhumorada espectadora de Estados Unidos haya denunciado a la productora por publicidad engañosa. La buena mujer pensaba que iba a ver algo parecido a Fast & Furious y terminó encontrándose una película con persecuciones de coches, por momentos hiperviolenta, por momentos melancólica, incluso romántica, con enrevesada trama mafiosa y destellos de ingenio. Demasiado para su cerebro. Lo que extraña es que nadie la haya denunciado a ella por mal gusto.
7 de octubre de 2014
65 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
La conocemos por su particular físico, de ojos saltones y figura enclenque. Intuíamos su talento, que se entrevé por las rendijas de pequeños grandes papeles, casi siempre dotados de garra, histeria y nervio, los mismos atributos por los que Penélope Cruz recibe Oscars. Pero ella jamás se ha encontrado con las puertas abiertas de par en par. Percibíamos su potencial pero nunca tuvimos la oportunidad de explorar sus registros más allá de la comedia. Hasta que llegó Álex de la Iglesia y lo apostó todo por ella. Macarena Gómez.

Musarañas es la gran ocasión de la cordobesa para demostrar a sus miles de incondicionales que tenían razón, que su enorme capacidad para hacernos reír era sólo un indicio de su gran desparpajo frente a las cámaras. Porque Macarena acepta el reto de un complejo papel protagonista y nos restriega todo el abanico de matices que hasta el momento le habían impedido desplegar. La pequeña, frágil e histriónica actriz, eterna secundaria del cine español, se hace grande, fuerte y solemne gracias a Montse, el personaje más rico y galardonable de toda su carrera.

Montse es una joven costurera auto-recluida entre las cuatro paredes de su hogar. No conoce más mundo. Traumatizada por la muerte de su madre y la agresiva presencia de su padre, se refugia en los brazos de la religión y en el férreo control de su hermana pequeña, construyendo un búnker viciado e impenetrable. Hasta que aparece un apuesto vecino pidiendo auxilio y se remueven los cimientos de la prisión y de su propio equilibrio. De la contención y el autocontrol deriva a un desboque de nervios sin vuelta atrás. Altibajos emocionales que Macarena Gómez extrapola al espectador. Aterra, seduce y enternece con una pasmosa facilidad.

Aseguran que Musarañas la ha dirigido un par de directores noveles, Juanfer Andrés y Esteban Roel, pero por el tono, la atmósfera y, sobre todo, por su desmadre final cualquiera diría que es la nueva película de Álex de la Iglesia. Su implicación en el proyecto parece ir más allá de la mera financiación. No sólo lo confirma la presencia de Carolina Bang en el reparto, también su inconfundible humor negro, que aunque no llega a dominar todo el metraje sí que enturbia el dramatismo y el sosiego que hasta la primera mitad caracterizaba a la cinta.

Musarañas abandona la oportunidad de profundizar en ese ambiente de opresión y claustrofobia en el que vive enclaustrada Montse para entregarse a los brazos de la locura y el desenfreno. Se agradece el delirio al que De la Iglesia nos tiene acostumbrados pero nuevamente se pasa de rosca. Entre gritos, sangre y patadas en los huevos, la cinta va perdiendo carácter y acercándose peligrosamente a los peores vicios del director bilbaíno. Por momentos, hasta la Macarena más cómica parece pedir paso.

Por suerte, la actriz contiene a Lola en Mirador de Montepinar y mantiene el pulso durante toda la cinta. Un thriller meritorio, notable y entretenido pero que se disfrutaría lo mínimo sin la presencia de su gran estrella. Porque si Musarañas cumple un propósito no es otro que el de reivindicar a una actriz en mayúsculas. Macarena Gómez por fin da con esta película un gran golpe sobre la mesa, el que reclama su merecido puesto entre las estrellas y el que le abre las puertas a un nuevo mundo, el de la versatilidad.
12 de mayo de 2017
69 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si confieso que me gustó Prometheus probablemente esté lanzando piedras sobre mi tejado. Si además sostengo que es más interesante que Alien Covenant estaré siendo injusto con la última entrega de la saga, ya que para muchos la primera precuela fue una auténtica decepción. Para ellos, para los fans incondicionales de la trilogía original, llega ahora este gran homenaje plagado de referencias al imaginario alienígena de Ridley Scott. Pero también cargado de autoplagios que lo convierten en un ejercicio menos sorprendente de lo esperado.

Si por algo recordaremos a Prometheus, para bien o para mal según quién mire, es por su atrevimiento en expandir el universo Alien, dotándolo de nuevos paisajes, nuevos rostros y una fotografía más compleja y siniestra. De todo el metraje, además, de bien seguro retuvimos una escena. La escena. Una angustiosa cesárea a Noomi Rapace tan simple como efectiva. Sin embargo, Scott ha prometido con Covenant mayores dosis de terror y para lograrlo ha echado mano de la regla más errónea de la industria de Hollywood, la del más es mejor. Sí, la nueva Alien cuenta con más secuencias de pánico pero no con el ingenio suficiente como para alcanzar grandes momentos de tensión.

El aterrizaje de la nueva nave colonial Covenant en un planeta supuestamente habitable es el instante en el que la película alcanza su máximo clímax. Dudosa virtud teniendo en cuenta que ocurre durante la primera mitad del metraje. En todo caso, los acontecimientos se suceden con absoluta precisión, envueltos en una apabullante fotografía, manteniendo al espectador pegado a la butaca. Las apariciones estelares de los alienígenas se suceden en orificios humanos, en una enfermería y, tal como anunciaba el tráiler, en una ducha. Sólo por esos tres instantes, el nuevo Alien ya supera holgadamente el aprobado.

El problema llega cuando la cinta se deja llevar por las escenas de acción más hiperexplotadas del género. Una de las luchas finales, que tiene lugar en lo alto de un transbordador y que sigue a rajatabla la pauta del más difícil todavía, recuerda demasiado a las franquicias de superhéroes, por no mencionar esa batalla protagonizada por Fassbender y su predecesor, que bien podría encarnar el mismísimo Iron Man. La técnica de exterminación del bicho está directamente calcada de El octavo pasajero. Así que todo el esfuerzo por innovar de Prometheus va quedando paulatinamente mermado a medida que su secuela retrocede a la saga original.

Sólo hay un elemento que marca la diferencia. Y es que mucho se ha hablado de Daniels y su supuesta vinculación con Ripley, mucho se habla de las formas de vida desconocidas, pero aquí el auténtico protagonista no es otro que Michael Fassbender. Él abre la cinta, con un diálogo brillante entre el androide y su creador, y él protagoniza las conversaciones más inquietantes y trascendentales de la película. No cuenta nada nuevo, nada que no explorara ya Stanley Kubrick en 2001, una odisea en el espacio y tantas obras posteriores, pero el debate interior del robot, la amenaza de la inteligencia artificial y los límites de la ambición humana siguen siendo argumentos de peso para la ciencia ficción. Alien Covenant no llega para revolucionar la historia del cine pero cumple a la perfección su función de puente entre la incomprendida Prometheus y las siguientes precuelas que están por venir.
14 de mayo de 2008
48 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos puntos de esta película la salvarían de la quema si no fuera porque en su conjunto resulta bastante decepcionante. El primero y más importante de ellos es sin duda Juan Diego. Ni Luis Tosar ni Alberto San Juan ni Álex Angulo logran hacerle sombra a un hombre que no necesita ni pestañear para interpretar personajes absolutamente verosímiles y carismáticos. Es el caso de este José Antonio que con cada aparición eleva al filme por encima de la mediocridad. Su encarnación de jefe campechano, aparentemente cercano pero claramente hijo puta resume el mensaje fallido de la película: en las relaciones empresa-empleado raramente se da la equidad.

La empresa promete, juega con las ambiciones de todo joven que aspira a obtener un beneficio a cambio de los años invertidos en inútiles estudios. La empresa, en contraprestación, exige esfuerzo y entrega, araña horas de la esfera privada, promueve la competencia en un supuesto ambiente de compañerismo, con el único fin de lograr un beneficio mayor del que uno pueda obtener jamás a cambio, aunque se trate en el mejor de los casos del ansiado Audi A8 que pilota el mandamás de la compañía. Como bien dice José Antonio, la empresa espera, grabado en la silla, el hueco de tu culo.

La imagen de Casual day que mejor refleja esa sensación de desamparo frente a las decisiones de un superior es la que nos muestra a un grupo de trabajadores en lo alto de un tractor. En sus caras, y en lo surrealista de la situación, se refleja a la perfección la forzada impotencia que todo empleado sufrirá en algún momento de su vida. La crítica al cinismo laboral se encuentra presente en muchos otros elementos del filme: la citada verborrea de José Antonio, la venganza en forma de osito decorativo, el cabreo de la pobre explotada a la que tras dos años de contrato temporal le anuncian que su puesto ha sido cubierto por el nuevo yerno del jefe.

Max Lemcke cuenta que se inspiró en sus doce años como empleado de Telefónica para crear su opera prima comercial. Muy quemado debió quedar con la empresa cuando nos relaciona el entorno laboral con un ambiente tan frío y áspero. Sin embargo, más allá del mensaje evidente, parece olvidarse del desenlace como parte esencial de toda historia. El devenir de los personajes no conduce a ningún sitio, ni siquiera a un final descorazonador, que es a lo que invitaban los acontecimientos.
12 de marzo de 2014
64 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando decides rodar una comedia sobre los tópicos que inundan este país debes andarte con cuidado. Puede que la sociedad española, andaluza o vasca estén ya lo suficientemente maduras como para reírse de sí mismas pero quizá no estén tan preparadas para verse representadas en pantalla con un dudoso sentido del humor. Porque cuando en Ocho apellidos vascos se van sucediendo los chistes sobre flequillos, cajeros automáticos y cócteles molotov uno no duda que la cinta pueda herir sensibilidades políticas sino más bien que atente contra el orgullo de dos pueblos que quizá merecían un poquito más de ingenio en los guiones.

Molestarse por la imagen que plasma la película sobre los andaluces o los vascos demostraría muy poca amplitud de miras. En cambio, lo que sí debería indignar, no sólo a los implicados sino a toda la platea, es el pobre tratamiento de la imagen y la falta de nervio en unos gags que se quedan a medio camino. Los primeros minutos de Ocho apellidos vascos, sin ir más lejos, son bochornosos. Tras la tormenta de efectos nada especiales con la que Euskadi da la bienvenida al protagonista pasamos a un plano aéreo de Donostia que parece realizado desde un globo sin rumbo, todo ello sin mencionar los numerosos planos interruptus y la sobreactuación de Clara Lago haciendo de chica dura del norte con un clavel en la cabeza.

Por suerte, la cinta cuenta con los suficientes elementos para salir airosa y provocar la risa del personal, que al fin y al cabo es el objetivo de toda comedia sin pretensiones. Mientras Lago va acomodándose poco a poco al personaje de Amaia, la joven vasca que debe camuflar a su pretendiente sevillano, su compañero de reparto, el cómico Dani Rovira, debuta en la gran pantalla por todo lo alto, llevando con sorprendente soltura casi todo el peso del metraje. El desparpajo que demuestra en sus monólogos lo traslada sin problemas al carismático Rafa/Antxon, personaje que podría catapultarlo a esa escasa lista de cómicos imprescindibles del cine español.

Su cometido no era fácil. Se estrenaba en el cine de la mano de dos pesos pesados como Carmen Machi y Karra Elejalde. La primera, salvo contadas excepciones, parece totalmente desaprovechada por un guión que no le brinda más grandes momentos que el de Anne Igartiburu. Elejalde, en cambio, explota al máximo su oportunidad y satiriza a la perfección el ideal de vasco que la mayoría guardamos en nuestro imaginario. Pese a algún pequeño resbalón, el casting es el gran chaleco salvavidas de Ocho apellidos vascos.

Lástima que el guión de Borja Cobeaga no esté a la altura de los topicazos y que la dirección de Emilio Martínez-Lázaro luzca tan poco entusiasta. Ese final, por ejemplo, merecía más emoción, más espectacularidad y más medios, los que sí supo amortizar Javier Ruiz Caldera en 3 bodas de más, convirtiéndola en la comedia española más ingeniosa de los últimos años. Pero no conviene alarmarse. La maquinaria Mediaset ya se ha puesto en funcionamiento y tan insignificantes fallos quedarán eclipsados por la enorme acogida en taquilla. Al final, sólo importa la cuenta de resultados.
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