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Críticas 1.422
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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18 de septiembre de 2021
21 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
El punto de partida no es original. Y menos en un cine vocacionalmente adscrito al dibujo del ecosistema urbano como el nuestro. Y cuál si no habría de ser ese punto neurálgico de la interrelación sociocultural y la caricatura con intencionalidad retratista que el sacrosanto santuario del bar.
David Marqués equilibra una agridulce -por contenido, no por forma- paleta de tonos de naturalismo gris, tragicomedia castiza y un cuñadismo popular que se beneficia oportunamente de los tics reconocibles que le presupones a un reparto cuajado mayoritariamente -pero por fortuna no en su integridad- por un grupo de rostros conocidos -unos más que otros- tocados a nivel conjunto por el plus añadido de un estado de gracia compartido.
Unen fuerzas el cariz absurdo y surrealista adyacentes a un puntual formato de falso documental mas la marca implícita a su argumento del costumbrismo y la filosofía de barra de bar: para los anales de la tertulia mesetera sírvanse para asentar cátedra sentencias como "el único informativo serio de la tele es cuarto milenio" o "menos mal que sólo quedan dos meses de 2019 porque el año que viene no puede ser peor"-.
Entre la cuadrilla de jefes, amigos, familia, garrapatas y allegados con papelitos testimoniales que dan coba a unos engranadísimos Carlos Areces, Adrià Collado, Fernando Tejero -pese a su extraña e innecesaria voz aflautada- o Eric Francés, un reparto cointegrado por una no menos generosa alineación secundaria: Antonio Resines, María Isasi, Javier Botet -cada vez más y mejor prodigado en lides no necesariamente fantaterroríficas-, Veki Velilla, Susana Merino, Carmen Ruiz, Marta Hazas o un irreconocible Fele Martínez.
Poco más de 80 minutos que te sabrán a autenticidad. O a caña con un plato de cacahuetes . La cosa, eso sí, flojea considerablemente al alejarse de dicho emplazamiento.
Muchachito Bombo Infierno coloca la guinda musical (y presencial) con tema de título homónimo en el cierre.
30 de septiembre de 2023
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo del viaje retrospectivo a la infancia o la pérdida de la inocencia ya habría sido reiterativo y le habría quedado lejano -ya lo era hace cincuenta y cuarenta años- para quien firmase 'El Sur' o 'El Espíritu de la Colmena'. De hecho se antoja revelador, sin perdernos cierto matiz autorreferencial (que no testamentario, no seamos cenizos) que 'Cerrar los ojos' sea el título que por extensión define la esencia de lo que implica disfrutar del cine (da igual el género, es irrelevante).
Lo nuevo de Erice es el viaje de descubrimiento de un director desengañado, triste, sin motivos para volver a trabajar: la desaparición de un actor es solamente un pretexto que allana el camino argumental a "los nuevos" Manolo Solo -interpretando a su alter ego- y un José Coronado en el mejor papel de su carrera (genial pulla de Mario Pardo aludiendo que "Julio" aceptaba cualquier papel).
Ana Torrent, esta vez sí, plenamente consciente de su papel (medio siglo después de creer que era un juego delante de la cámara) se erige en espejo catalizador y lugar de reposo para almas rehabilitadas: al cabo de cincuenta años continúo sin saber qué es lo que tiene en la mirada Ana Torrent, pero lo conserva y genera el mismo efecto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Desaparecer, cambiar de identidad, rehacer la vida en otro sitio. No cierro esta crítica así porque sea una cita de Manolo Solo, alter ego de Erice, en el relato, sino porque el cine consiste en eso: en cerrar los ojos.
Y el cine es también, de nuevo en la obra de Victor Erice, como lo es la música, una religión que posibilita la sanación y el reencuentro entre padres e hijas dentro de una trilogía imprescindible.
24 de enero de 2020
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pablo Larraín se aleja del perfil íntimo de una gran parte de su filmografía o -por citar a un coetáneo 'santiaguero'- Matías Bize, para aproximarse al terreno de la extravagancia lúdico-festiva de Gaspar Noé, dejándose contagiar por la misma propensión de éste a recrearse con el exceso, las luces de neón, el intercambio de fluidos corporales, etc.. Lamentablemente, la utilización reiterativa del reggaeton para contaminar de horterez las coreografías en las secuencias de baile conduce a que, por momentos, creamos estar ante otro nuevo episodio de la franquicia 'Step Up'.
En la paleta temática de Larraín hay espacio para la realidad social de Chile, los agujeros de la burocracia estatal adoptiva, las cicatrices emocionales, el vestuario y la escenografía pop, la parquedad, las tonalidades grisáceas, la apatía y, finalmente, la fragilidad mental. E igual de desordenada resulta la personalidad de Ema: una niñata insufrible, performer, bailarina y profesora de expresión corporal (¿?) en un colegio, incapaz de asumir el grado de culpa y responsabilidad que le corresponde en todos los actos de su vida personal -entre ellos, el de devolver a un niño al que ha adoptado-.
Larraín emplea la danza, a modo de interludio, tanto para acrecentar el grado de emoción que sus criaturas deberían poder transmitir por sí solas como para representar los estados de ánimo -a falta de una actriz que sepa interpretarlos- de su protagonista principal, haciendo frente a su pareja: un coreógrafo (Gael García Bernal) de temperamento consternado, resentido, seco y estéril. Tan seco y estéril como la expresión de la actriz principal, Mariana Di Girolamo.
Haciendo un impass a sus coqueteos con Hollywood -'Jackie' y la próxima 'The true american-', Larraín vuelve a su país para demostrarnos que continúa siendo un autor sitiado en las antípodas de lo convencional. Lo malo es que aquí, esa transparente fijación por fascinar y provocar a través de sus imágenes parece convertirse en una herramienta de tortura para provocar hartazgo a través de sus personajes. O al menos del que da título a la película.
27 de enero de 2024
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paradójico, aunque en cierta manera sea un acto de justicia natural que, habiendo pisado -sólo un poco- el freno para simbiotizarse con una misma musa (Emma Stone), se reviertan las tornas para que sean la susodicha y un puñado de estrellas más (Willem Dafoe, Mark Ruffalo, Margaret Qualley) las que se transformen de pleno derecho en marionetas deshumanizadas (en la histeria de sus movimientos, que no en su psicología o actos) peligrosamente reconocibles. De un híbrido desfigurado entre el Dr Moureau, Victor Frankenstein y, tanto igual o más, del patriarca de 'Kynódontas', a un depredador sexual consumido por una depredadora sensorial.
Es una verdadera lástima que Margaret Qualley no disfrute de tiempo para demostrar que, de proponérselo, podría abarcar tanto como la propia Stone.
Ah, perdonad mi garrulismo y que no cite ahora a Rainer W. Fassbinder, pero yo donde de verdad quise tocar el pelo a Hannah Schygulla fue cuando hizo de azafata en 'Delta Force' (1986, Menahem Golan). Bienvenida sea su incombustible presencia incluso sentada.
Como si la moderna prometea de Mary Shelley -la que salía al final y sesgaba su 'no vida', no el otro- optase por salir a explorar cual principito de Saint-Exupéry y, claro está, partiendo del material literario de base del propio Alasdair Gray, la monstruosa -en tantos sentidos, de una Stone inconmensurable- muta su naciente e ingenua permeabilidad, de inconsciente y ácida transparencia, siendo el pararrayos y espejo de la corruptibilidad de las mal etiquetadas personas "normales", como una criatura reanimada y regresada a la vida que tendrá que esculpir sus emociones infantiles de recién nacida en un cascarón externo adulto.
Un festival hecho a la medida de Lanthimos que nada como pez en el agua o lo que quiera que sean él y sus criaturas removiéndose entre lo que quiera que construye sus universos malsanos, esquizoides, estrafalarios e imaginativos.
Un caramelo de sabor indefinible que provoca espasmos en la cabeza equiparables a los que, literalmente, impulsan al reparto encabezado por Emma Stone en el papel más extraño, complejo y arriesgado de su carrera.
3 de diciembre de 2022
29 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Preparados o no, el revival de los 90 ya está entre nosotros, y la Edad de Oro del dominguero español medio no podía (ni tiene por qué) zafarse de un prisma con "sci fi costumbrista" del que pegase su primer pelotazo al terminar precisamente dicha década.
Al creador de '7 vidas' le pirra ir a lo de siempre: el retrato accesible de clichés con referencias a la actualidad -la de dos décadas, tan distintas y parecidas-, gags sexuales, los problemas familiares, personajes castizos y los malentendidos tramposillos con moralejas que no molestan -aquí le toca a las relaciones entre madres, padres e hijos-. Pero al césar lo que es del césar, y la anarquía imaginativa que exige esta premisa lo obliga (o estimula depende de cómo se mire) a rescindir sus propios tics y clichés más que en ninguno otro de sus trabajos... para ni siquiera parecerse a una película suya por momentos.
Las "oda mae" Antonia San Juan y Silvia Abril y la pluscuamperfecta Marta Fernández Muro -que sintiéndolo mucho no aparenta los cuarenta y tantos en el 91- se pelean por oficiar como mejores secundarias de Velilla desde Julián López en 'Que se mueran los feos'.
Casi me había olvidado de que Javier Gutierrez es tan brillante en un contexto ligero y abiertamente atontado como poniéndonos los huevos por corbata. Y pese a su versatildad, tres tantos de lo mismo pasaría con Machi de no ser porque, por fortuna, nunca se ha ausentado de un modo radical, ni por mucho tiempo, del terreno desenfadado.
"- ¡Hemos viajado en el tiempo! -¿en España eso se puede hacer??"
Ojo, con respecto a Gutiérrez, tampoco habría sido un despropósito que Juan Cavestany & Álvaro Fernández Armero fuesen mencionados en agradecimientos por tomar prestado a su personaje en 'Vergüenza' para meterlo en berenjenales temporales.
'Jacuzzi al pasado' (2010, Steve Pink) al revés con un patinete de agua en lugar de una bañera de hidromasajes, ¿lo compro?... ¡Lo compro!
¿Qué es un mobile store?? ¿quién puñetas es Rafa Nadal? ¿alguna vez has confundido a un robot aspirador con un perrobot? Hay que ver qué deterioro lo del príncipe Felipe...
El joven Asier Rikarte ('Thi Mai: Rumbo a Vietnam') hace de chavalín metalero, así que no necesita grandes alardes en su caracterización ni de vestuario al ir y volver del futuro:
- ¿No tienes insta? ¿ni tik tok? ¿ni whatsapp?
- ¡No, pero tengo un spectrum!
2022 ya es el nuevo 1991 (eso en parte es cierto gracias al Telepasión, las hombreras de Nuria Roca o el programa de Alfonso Arús en La Sexta)... ¡¡Feliz regreso a los 90!!
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