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9
25 de diciembre de 2007
25 de diciembre de 2007
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vanos intentos por llenar el vacío. En ello está empeñada la pareja protagonista, como esa burguesía sobre la que a veces discurre Fabrizio y a la que tanto él como Gina pertenecen.
Cuando uno llega a un nivel de necesidades cubiertas, satisfechas; cuando la vida más elemental, biológica, ya no requiere nada de nosotros, ya no la escuchamos porque ya la hemos complacido con creces, llegamos al final de un camino y nos encontramos con un alto y grueso muro ante cuya visión algunos, los conscientes de tal barrera, quedan paralizados y debatiéndose dentro de si. Esto es lo que parece ocurrirles a Fabrizio y Gina. No pueden, como otros, deambular a lo largo del muro placiéndose en ficciones ilusorias: la quintaesencia burguesa. Necesitan una revolución, franquear esa muralla, pero no saben como hacerlo. No saben si ha de desaparecer fortuitamente; si deben desandar el camino y buscar otro; si han de coger carrerilla y lanzarse contra él a riesgo de romperse la cabeza en el intento. Fabrizio y Gina no parecen comprender que esa revolución que buscan ha de ser personal, que ese muro es interior y que difícilmente se derribará viéndolo como algo externo, por ello se lanzan a una desesperada búsqueda de actividad y conmoción, de objetivos y empresas ajenos a ellos mismos, para mantenerse siempre en movimiento, distrayendo la conciencia de estar estancados. Fabrizio habla de la inutilidad de las revoluciones de un día, que como una chispa iluminan una insustancial esperanza de cambio, pero que hacen más dura la caída y la vuelta a la realidad, porque nuestros esfuerzos acaban por no repercutir en nosotros mismos. Ambos llegan a la evidencia de que no pueden cambiar, por mucho que lo intenten, sin saber que lo erróneo es la vía por la que intentan conseguirlo. Parece que han visto en el otro una vida que vivir, alguien en quien proyectarse y no tener que vivir dentro de si mismo, sino por y a través de otra persona en quien vislumbran un sentido y una razón de ser, de lo que creen estar faltos ambos. Pero como no ven que el otro está inmerso en la misma dinámica, no hay esperanza, la película es bastante desoladora al respecto, y ya tenemos a Fabrizio y Gina enfrascados en otra revolución de un día.
Los protagonistas se desesperan por su revolución, la que intentan forzar y ensayar de mil maneras, pero que nunca llega, y así llega la seguridad de que hemos tocado “techo”: “siempre es antes de la revolución cuando se es como yo”. Desesperación.
De Bertolucci conocía sus últimos films y no me habían incitado a hacerme con anteriores trabajos suyos, pero “Antes de la Revolucion” me ha impresionado. Me ha encantado la música que acompaña la película; una pareja protagonista fabulosa; una Adriana Asti maravillosa; pasajes a lo Godard, al que los personajes hacen referencia.
Cuando uno llega a un nivel de necesidades cubiertas, satisfechas; cuando la vida más elemental, biológica, ya no requiere nada de nosotros, ya no la escuchamos porque ya la hemos complacido con creces, llegamos al final de un camino y nos encontramos con un alto y grueso muro ante cuya visión algunos, los conscientes de tal barrera, quedan paralizados y debatiéndose dentro de si. Esto es lo que parece ocurrirles a Fabrizio y Gina. No pueden, como otros, deambular a lo largo del muro placiéndose en ficciones ilusorias: la quintaesencia burguesa. Necesitan una revolución, franquear esa muralla, pero no saben como hacerlo. No saben si ha de desaparecer fortuitamente; si deben desandar el camino y buscar otro; si han de coger carrerilla y lanzarse contra él a riesgo de romperse la cabeza en el intento. Fabrizio y Gina no parecen comprender que esa revolución que buscan ha de ser personal, que ese muro es interior y que difícilmente se derribará viéndolo como algo externo, por ello se lanzan a una desesperada búsqueda de actividad y conmoción, de objetivos y empresas ajenos a ellos mismos, para mantenerse siempre en movimiento, distrayendo la conciencia de estar estancados. Fabrizio habla de la inutilidad de las revoluciones de un día, que como una chispa iluminan una insustancial esperanza de cambio, pero que hacen más dura la caída y la vuelta a la realidad, porque nuestros esfuerzos acaban por no repercutir en nosotros mismos. Ambos llegan a la evidencia de que no pueden cambiar, por mucho que lo intenten, sin saber que lo erróneo es la vía por la que intentan conseguirlo. Parece que han visto en el otro una vida que vivir, alguien en quien proyectarse y no tener que vivir dentro de si mismo, sino por y a través de otra persona en quien vislumbran un sentido y una razón de ser, de lo que creen estar faltos ambos. Pero como no ven que el otro está inmerso en la misma dinámica, no hay esperanza, la película es bastante desoladora al respecto, y ya tenemos a Fabrizio y Gina enfrascados en otra revolución de un día.
Los protagonistas se desesperan por su revolución, la que intentan forzar y ensayar de mil maneras, pero que nunca llega, y así llega la seguridad de que hemos tocado “techo”: “siempre es antes de la revolución cuando se es como yo”. Desesperación.
De Bertolucci conocía sus últimos films y no me habían incitado a hacerme con anteriores trabajos suyos, pero “Antes de la Revolucion” me ha impresionado. Me ha encantado la música que acompaña la película; una pareja protagonista fabulosa; una Adriana Asti maravillosa; pasajes a lo Godard, al que los personajes hacen referencia.
7 de abril de 2007
7 de abril de 2007
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otro ataque sorpresivo de Miike. Otra desenfrenada y alocada propuesta, chispeante y mágica poción que, al menos durante lo que dura la película, te da un subidón total.
Las idas de olla de Miike son increíbles y meritorias. Parece que mientras su hemisferio izquierdo anda patas arriba y delirante, el derecho intente casar los desvaríos de su vecino, dar forma y elaborar el producto. Porque no basta con la imaginación desbordada, con el plantar aquí y allá lo primero que se nos pasa por la cabeza; no aguantaríamos 5 minutos ante a pantalla. Hay que conocer las reglas para luego romperlas sin que el tirón nos sacuda en pleno rostro. O mucho me equivoco, o así trabaja este tipo, haciéndole creer a su delirio que es libre, que no hay lugar donde no pueda llegar, pero llevándolo por donde finalmente él quiere.
La historia de “The Happiness of the Katakuris” es lo de menos, lo importante es como me la cuentan; así debe ser. Las histriónicas y esperpénticas interpretaciones, los cochambrosos números musicales, y las escenas que no consigo ubicar y no vienen a cuento, han de venir equipadas con un oculto mecanismo que las conecta directamente con mi subconsciente, si no, no me explico como he permanecido embobado hasta el final de este extraño monstruo (en el buen sentido). Creo que es su humor sin riendas y su dinamismo y vitalidad apabullantes, Miike jugando con todo lo manipulable, lo que tiende tres hilitos: uno para anudar mi atención e interés, y otros dos para tirar de la comisura de mis labios, para atraerme a base de sonrisas y un perpetuo preguntar “¿Cómo lo consigue?”.
Miike debe dirigir y proyectar como los niños juegan, por pura y dura motivación intrínseca, y si te implicas en su juego, flipas. Divertimento y desfase, sin ataduras pero controlado. La capacidad que otros querrían tener y compensan poniendo a parir a este señor.
Las idas de olla de Miike son increíbles y meritorias. Parece que mientras su hemisferio izquierdo anda patas arriba y delirante, el derecho intente casar los desvaríos de su vecino, dar forma y elaborar el producto. Porque no basta con la imaginación desbordada, con el plantar aquí y allá lo primero que se nos pasa por la cabeza; no aguantaríamos 5 minutos ante a pantalla. Hay que conocer las reglas para luego romperlas sin que el tirón nos sacuda en pleno rostro. O mucho me equivoco, o así trabaja este tipo, haciéndole creer a su delirio que es libre, que no hay lugar donde no pueda llegar, pero llevándolo por donde finalmente él quiere.
La historia de “The Happiness of the Katakuris” es lo de menos, lo importante es como me la cuentan; así debe ser. Las histriónicas y esperpénticas interpretaciones, los cochambrosos números musicales, y las escenas que no consigo ubicar y no vienen a cuento, han de venir equipadas con un oculto mecanismo que las conecta directamente con mi subconsciente, si no, no me explico como he permanecido embobado hasta el final de este extraño monstruo (en el buen sentido). Creo que es su humor sin riendas y su dinamismo y vitalidad apabullantes, Miike jugando con todo lo manipulable, lo que tiende tres hilitos: uno para anudar mi atención e interés, y otros dos para tirar de la comisura de mis labios, para atraerme a base de sonrisas y un perpetuo preguntar “¿Cómo lo consigue?”.
Miike debe dirigir y proyectar como los niños juegan, por pura y dura motivación intrínseca, y si te implicas en su juego, flipas. Divertimento y desfase, sin ataduras pero controlado. La capacidad que otros querrían tener y compensan poniendo a parir a este señor.

6,8
1.315
9
17 de mayo de 2008
17 de mayo de 2008
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Hartley recrea un mundo de barrio obrero estadounidense de forma fría y marchita, y lo puebla de unos pocos personajes contagiados de ese aire glacial y desesperante. Sus personajes no son simples autómatas cumpliendo una mera función en ese páramo urbano, por mucho aspecto y comportamiento zombificado que arrastren. Todos tienen su vida interior y sus conflictos, sus anhelos, pero como el mundo no los ha llevado por el camino deseado, este no parece ofrecer estimulación alguna, y se encuentran emocionalmente desamparados, sin nadie con quien compartir sus angustias –Hartley se encarga bien de aislar afectiva y socialmente a su personajes para generar una soledad cáustica; de hecho, sus suburbios podrían hacer las veces de erial postapocalíptico-, han decidido dejar pasar el tiempo: que el mundo gire a su alrededor, si es que movimiento alguno tiene, y que las sacudidas los afecten, en lo negativo, lo menos posible.
* Me da la sensación de que, con este primer esbozo de lo que de buenas a primeras nos ofrece Hartley, poco valor exportan estas líneas para atreverse a plantarse ante esta película –poca gente se lanza a ver films tan “ornamentalmente áridos”-, pero lo cierto es que desde las primeras escenas se vislumbra el ánimo de los personajes por cambiar mínimamente ese contexto, sus vidas, derivado de la aparición de Henry, que es quien impulsa a los demás, sobre todo a Simon, a una búsqueda que amplíe sus horizontes. Si no fuese por esto, y por que no decirlo, por esa musiquilla tan Hartley que acompaña en todo momento, logrando dulcificar lo que vemos, lo anodino del personal, de la ambientación, o esa cadencia tan contemplativa –y encima lo que debe contemplarse no está a la vista-, haría de “Henry Fool” algo irritantemente áspero. Pero el interés por constatar la capacidad revulsiva de Simon, Henry, Fay, y compañía, al menos a mi me mantuvo seducido en todo momento, lo que Hartley, siempre fiel a su estilo, consigue en cada película.
* Después la película nos hace reflexionar sobre el valor del arte, pues Simon intenta desahogarse de su situación dedicándose a la literatura, tarea para la cual Henry le convence de tener grandes aptitudes. Lo que Simon escribe parece leerse y sentirse, no entenderse, y mejor para nosotros, porque todo lo que tenemos son opiniones, nunca leeremos parte de texto alguna.
* Hartley nos vuelve a presentar unos personajes de complejidad tremenda; vuelve a descolocarnos con tesón y a golpe de relato; a desbaratar apariencias con una sutileza tenaz; a pintar paradojas y situaciones imposibles de lo más creíbles.
* Me da la sensación de que, con este primer esbozo de lo que de buenas a primeras nos ofrece Hartley, poco valor exportan estas líneas para atreverse a plantarse ante esta película –poca gente se lanza a ver films tan “ornamentalmente áridos”-, pero lo cierto es que desde las primeras escenas se vislumbra el ánimo de los personajes por cambiar mínimamente ese contexto, sus vidas, derivado de la aparición de Henry, que es quien impulsa a los demás, sobre todo a Simon, a una búsqueda que amplíe sus horizontes. Si no fuese por esto, y por que no decirlo, por esa musiquilla tan Hartley que acompaña en todo momento, logrando dulcificar lo que vemos, lo anodino del personal, de la ambientación, o esa cadencia tan contemplativa –y encima lo que debe contemplarse no está a la vista-, haría de “Henry Fool” algo irritantemente áspero. Pero el interés por constatar la capacidad revulsiva de Simon, Henry, Fay, y compañía, al menos a mi me mantuvo seducido en todo momento, lo que Hartley, siempre fiel a su estilo, consigue en cada película.
* Después la película nos hace reflexionar sobre el valor del arte, pues Simon intenta desahogarse de su situación dedicándose a la literatura, tarea para la cual Henry le convence de tener grandes aptitudes. Lo que Simon escribe parece leerse y sentirse, no entenderse, y mejor para nosotros, porque todo lo que tenemos son opiniones, nunca leeremos parte de texto alguna.
* Hartley nos vuelve a presentar unos personajes de complejidad tremenda; vuelve a descolocarnos con tesón y a golpe de relato; a desbaratar apariencias con una sutileza tenaz; a pintar paradojas y situaciones imposibles de lo más creíbles.

7,1
1.204
8
28 de febrero de 2007
28 de febrero de 2007
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Otro impresionante homenaje de Yimou a la mujer china como motor social y transformador, como detentadora de valores, y como pilar básico del futuro de su país. Aquí no tenemos a la Gong Li “al borde de un ataque de nervios” de “La Linterna Roja” o “Semilla de Crisantemo”, sino más bien a la heroína que Yimou, por ejemplo, presentaba en “Ni Uno Menos”; la mujer enfrascada en una misión o gesta personal.
De hecho, en otros aspectos, “Qiu Ju” también me ha recordado a “Ni Uno Menos”. Ambas, no solo comparten la denodada lucha de sus protagonistas, sino también la sencillez de la propuesta, y la falta de obsesión ornamental característica de otras películas de Yimou. En ambas películas, las protagonistas, intentando en principio resolver un problema personal, que parece ceñirse al ámbito del interés privado, acaban, sin proponérselo, poniendo su granito de arena a la transformación de los problemas de su país, y a su transformación social, luchando por erradicar uno de tantos males incrustados en la dinámica social, política o económica de su tierra. Mientras, la gran mayoría del resto de personajes se complacen, pasivos y conformistas, con la situación y condiciones establecidas, desentendiéndose, por pereza, orgullo, miedo, o cualquier otra pobre causa, de la labor de aquellos que, a su manera, con sus actos y actitudes, suponen un revulsivo.
* En “Qiu Ju”, Yimou inserta a sus personajes en contextos sencillos y humanos, con muchas escenas filmadas entre el ajetreo y la actividad de las ciudades y pueblos chinos, cosa que me ha encantado. Aparte de mostrarte ciertos aspectos del día a día de ese país, consigue de esta forma dar mayor envergadura a la figura de su protagonista, que lleva su tenacidad y fuerza de voluntad a través de la cotidianeidad de su pueblo, y no a través de deslumbrantes decorados que propicien una visión heroica del personaje. Pero es que la odisea de Qiu Ju es casi épica, luchando con constancia y una apabullante serenidad contra todo un sinfín de obstáculos que van surgiendo en su camino, de parte de las autoridades, de su familia, de su desconocimiento de la vida urbana y moderna.
* Un personaje impresionante y una historia insólitamente hermosa, conmovedora y épica.
De hecho, en otros aspectos, “Qiu Ju” también me ha recordado a “Ni Uno Menos”. Ambas, no solo comparten la denodada lucha de sus protagonistas, sino también la sencillez de la propuesta, y la falta de obsesión ornamental característica de otras películas de Yimou. En ambas películas, las protagonistas, intentando en principio resolver un problema personal, que parece ceñirse al ámbito del interés privado, acaban, sin proponérselo, poniendo su granito de arena a la transformación de los problemas de su país, y a su transformación social, luchando por erradicar uno de tantos males incrustados en la dinámica social, política o económica de su tierra. Mientras, la gran mayoría del resto de personajes se complacen, pasivos y conformistas, con la situación y condiciones establecidas, desentendiéndose, por pereza, orgullo, miedo, o cualquier otra pobre causa, de la labor de aquellos que, a su manera, con sus actos y actitudes, suponen un revulsivo.
* En “Qiu Ju”, Yimou inserta a sus personajes en contextos sencillos y humanos, con muchas escenas filmadas entre el ajetreo y la actividad de las ciudades y pueblos chinos, cosa que me ha encantado. Aparte de mostrarte ciertos aspectos del día a día de ese país, consigue de esta forma dar mayor envergadura a la figura de su protagonista, que lleva su tenacidad y fuerza de voluntad a través de la cotidianeidad de su pueblo, y no a través de deslumbrantes decorados que propicien una visión heroica del personaje. Pero es que la odisea de Qiu Ju es casi épica, luchando con constancia y una apabullante serenidad contra todo un sinfín de obstáculos que van surgiendo en su camino, de parte de las autoridades, de su familia, de su desconocimiento de la vida urbana y moderna.
* Un personaje impresionante y una historia insólitamente hermosa, conmovedora y épica.

7,2
570
9
10 de junio de 2007
10 de junio de 2007
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda incursión que hago en el cine de Garrel, y segunda impresión tremenda que me llevo. Para dar con joyas como esta merece la pena lanzarse a ver cine, por mucho que a veces nos irrite o aburra lo que vemos, y por muchas películas que pasen ante nuestros ojos sin pena ni gloria; lo cual siempre es más penoso que otra cosa.
Como en “Les Amants Reguliers”, Garrel aborda la película de tal forma que, para el que no se deje llevar por ella, su estilo puede parecer pretencioso y su contenido intrincado. Pero nada más lejos. La película tiene la complejidad de la vida misma. Lo que caracteriza realmente este film es su autenticidad sangrante y su sombría visión vital, eso sí, moldeada con un tacto y elegancia infinitos. Aunque su tenebrismo visual esté más suavizado que el de la otra cinta señalada, donde era realmente impactante, sus personajes son más fúnebres, y están envueltos en un halo dominante de fatalismo. Los protagonistas están completamente embebidos en sus obsesiones y en un devenir, una realidad, que perciben errática y vana. Todos parecen tener que proyectarse en algo tan solo para aplacar la sensación de extravío y futilidad en que los ha dejado su experiencia. Deben agarrarse a algo a lo que atribuir valor o trascendencia para no ser arrastrados por no se que corriente invisible, pero que seguro no lleva a buen puerto. Fuera de su obsesión todo parece desolador. Creo que la obcecación de algunos de los personajes se transmite de forma total, estando todos muy dimensionados, y con un nivel de profundidad enorme, teniendo en cuenta la poca atención que a algunos se les presta. Como en “Les Amants Reguliers”, con economía de atención y miradas, se logra muchísimo en cuanto a la construcción de personajes se refiere.
Película donde una inocencia no circunscrita a condición personal ninguna cae bajo la salvaje plaga que son las drogas, que devoran víctimas e inocentes como una voracidad horripilante. Me parece una de las mejores películas en contra de las drogas que he visto, porque pese a atender a otros asuntos en su contenido transmite inmaculadamente la idea de que un paso en ese mundo puede suponer el caos; que todo el mundo cree tener el control, cuando nadie tenemos tal capacidad, teniendo en cuenta al enemigo, y que en definitiva, ante tal monstruo, la ingenuidad nos toca a todos, pero nos damos cuenta siempre tarde. La voracidad destructiva del mundo de las drogas expuesta como pocas veces, y sin caer en el sermón o la propaganda; realismo y honradez a raudales, junto con buen gusto al guión y tras la cámara.
Como en “Les Amants Reguliers”, Garrel aborda la película de tal forma que, para el que no se deje llevar por ella, su estilo puede parecer pretencioso y su contenido intrincado. Pero nada más lejos. La película tiene la complejidad de la vida misma. Lo que caracteriza realmente este film es su autenticidad sangrante y su sombría visión vital, eso sí, moldeada con un tacto y elegancia infinitos. Aunque su tenebrismo visual esté más suavizado que el de la otra cinta señalada, donde era realmente impactante, sus personajes son más fúnebres, y están envueltos en un halo dominante de fatalismo. Los protagonistas están completamente embebidos en sus obsesiones y en un devenir, una realidad, que perciben errática y vana. Todos parecen tener que proyectarse en algo tan solo para aplacar la sensación de extravío y futilidad en que los ha dejado su experiencia. Deben agarrarse a algo a lo que atribuir valor o trascendencia para no ser arrastrados por no se que corriente invisible, pero que seguro no lleva a buen puerto. Fuera de su obsesión todo parece desolador. Creo que la obcecación de algunos de los personajes se transmite de forma total, estando todos muy dimensionados, y con un nivel de profundidad enorme, teniendo en cuenta la poca atención que a algunos se les presta. Como en “Les Amants Reguliers”, con economía de atención y miradas, se logra muchísimo en cuanto a la construcción de personajes se refiere.
Película donde una inocencia no circunscrita a condición personal ninguna cae bajo la salvaje plaga que son las drogas, que devoran víctimas e inocentes como una voracidad horripilante. Me parece una de las mejores películas en contra de las drogas que he visto, porque pese a atender a otros asuntos en su contenido transmite inmaculadamente la idea de que un paso en ese mundo puede suponer el caos; que todo el mundo cree tener el control, cuando nadie tenemos tal capacidad, teniendo en cuenta al enemigo, y que en definitiva, ante tal monstruo, la ingenuidad nos toca a todos, pero nos damos cuenta siempre tarde. La voracidad destructiva del mundo de las drogas expuesta como pocas veces, y sin caer en el sermón o la propaganda; realismo y honradez a raudales, junto con buen gusto al guión y tras la cámara.
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