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Críticas 367
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
6 de junio de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ralph Bakhsi volvió a la temática de espada y brujería unos años después de su fallida adaptación de Tolkien, respaldado por una autoridad en el mundo del cómic y de la ilustración como es Frank Frazetta. El resultado es un buen trabajo de animación mediante la técnica de la rotoscopia, que sigue deslumbrando con cada pequeño movimiento, si bien pudo ser más sorprendente en su momento (ochentero pleno) que en nuestra época post-anillera. A destacar también el potente musicote, en el que suenan ecos de Tiburón y de Conan, el bárbaro (referente más que evidente de la propuesta, como no podría ser de otra manera). La trama es muy (¿demasiado?) arquetípica y de un asumido maniqueísmo en cuanto a la lucha del bien contra el mal; nos cuentan el consabido camino del héroe, el enfrentamiento contra un malo malísimo cuya arma es el hielo… y un elemento intermedio (el agua) que, como muestra el plano final, será lo que ponga fin al enfrentamiento entre el frío y el calor.

Mucho de esta trama corresponde a persecuciones, huidas y luchas contra los esbirros del villano, en un entorno lleno de peligros y poblado por criaturas prehistóricas; no faltan generosas dosis de violencia de por medio y pocos reparos a la hora de recrearse abiertamente en los paseos por la jungla de nuestra desvalida y voluptuosa heroína (el principio femenino que representa la paz y la conciliación), ataviada únicamente con una especie de bikini minúsculo. Por otra parte, tenemos al guerrero, que ejemplifica la fuerza bruta y es capaz de vencer al peor bicho, resistiendo cualquier influencia maléfica (gracias a su simplicidad, intuimos).
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Me interesa especialmente el tal Nekron, que desprecia abiertamente a la muchacha... y en cambio le atrae darse de espadazos en pelota picada con nuestro ingenuo héroe; también sorprende que no se rebele contra una madre controladora que le ha engendrado como mero instrumento de conquista (el tipo hasta agoniza cuando hace uso de sus poderes heladores… en fin). Y es que ciertos puntos de la trama dan la sensación de algo inacabado y a medias.
6 de junio de 2020 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La secuencia psicodélica del edificio en ruinas me ha parecido una sacada de chorra que funciona muy bien y que destaca en una película, en general, carente de grandes sorpresas y que se limita a concluir la fase, ciclo o lo que sea de Marvel, de manera digna y tirando de lo ya sabido.

La cosa la levanta el Holland con su desparpajo (debo decir que no es lo único que levanta, al menos en un servidor), así como un puñado de secundarios cómicos (muy bien los dos profesores). Por lo demás, otra vez las dificultades del protagonista para conciliar sus dos identidades (ahora con una responsabilidad que le viene grande y un mentor cuya sombra es alargada) y un romance con M. J. que sí, es muy moñas (producto Disney 100%), pareciendo el beso bajo la lluvia de la de Raimi porno duro en comparación; tampoco es que desentone dentro del tono inocentón del asunto.
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El villano no es que sea la panacea (como se ha dicho, es parecido al del tan denostado Mandarín de Iron Man 3) pero casi me ha parecido lo mejor de la función: una especie de “coach” moderno que recurre a gente fracasada (como él mismo) y que representaría tanto la desinformación, el relativismo y lo engañoso de las últimas tecnologías, como la vena más paródica y manoseada de los superhéroes (los tópicos grandilocuentes en torno a la venganza y la pérdida, que ya producen entre risa y cansancio). Su principal arma no son sus drones, trajes, etc. sino la fragilidad de un Peter Parker que aún se niega a sí mismo como superhéroe y que se resiste a aceptar que ahora es parte de una nueva generación de tipos en mallas que salvan el mundo.

Lo que no sé es si toda la primera parte antes de la “sorpresa” es así de tontaina y previsible de manera asumida o no. Las dos escenas post-créditos cumplen a la hora tanto de generar expectativas para la próxima entrega (cameo nostálgico incluido) como de justificar uno de los puntos más inverosímiles de la trama (por qué razón Nick Furia parece haberse vuelto tonto de repente y se la cuela un matado cualquiera).
31 de octubre de 2024
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película tiene la sutileza de un rinoceronte en una tienda de porcelanas. Expone su ideas (cosificación de las mujeres, ídolos con fecha de caducidad a ser vorazmente consumidos, el ciclo de la fama, etc.) de manera que hasta el más tonto lo pille. Lejos de respetar un distanciamiento clínico, la directora golpea con colores chillones, secundarios grotescos que parecen huidos de la Troma, uso efectista de imagen y de sonido conforme a nuestra hipertrofia audiovisual, algún que otro recurso a lo onírico que da una pereza considerable. Incluso detalles, mini-flashbacks, de los que parecen pensados para el espectador con déficit de atención (“you were amazing”… que sí, que lo hemos pillado). Tiene también otros, como el de la estrella en el paseo de la fama, efectivos y resultones en su sencillez.

Cuento moral sobre el doble en tres partes, la primera presenta el funcionamiento de esa “sustancia” que se asemeja a cierta empresa de paquetería omnipresente en nuestros días y sus lógicas despersonalizadas, a un camello de lujo o al mismísimo diablo, que te tienta porque sabe que caerás. Se ven muy claros los referentes: Cronenberg en sus procesos de degeneración y transformaciones del cuerpo y la mente, Lynch con sus sueños deformados, sus rincones oscuros de L. A. y directamente “El hombre elefante”.

El grueso no deja de ser la historia de una persona adicta, en su caso a la juventud, pero que podría ser el móvil, las redes, las drogas o el porno (se acerca bastante en la imitación de cierto imaginario estético, de hecho). Transmite asco con sus imágenes repugnantes, pero sobre todo da pena e inspira compasión hacia quien es consciente de lo que le pasa, pero no lo puede controlar. El tercer acto es un desfase zetoso que evoluciona en cambio al humor negro, el morbo y el circo freak, entre la estupefacción y el aplauso de la platea. Por fin se produce el encuentro ente los dos auténticos cuerpos, uno artificial, el otro colectivo, compartiendo el mismo grito horrorizado; el horror de contemplar al monstruo que han creado, el horror del propio monstruo al verse rechazado. Lo que parece por completo irreal y de pesadilla es, en su carnalidad sangrienta y deforme, y aquí está la ironía, lo único real y auténtico que les une.

Cuerpo individual, pero escindido física y psíquicamente, ante un cuerpo formado por hombres que parecen todos el mismo tío asqueroso (lo es incluso el amigo de la infancia, el único más o menos positivo). Y un tercero y mucho más dudoso; nosotros como espectadores. Adicción como esquizofrenia y además bidireccional, retroalimentada; también la de ese público que demanda cada vez más y más. Culpa de ese público, pero también de quien es la primera en no valorarse, en rebajarse y comprar ese discurso interesado y tramposo de la belleza, y aquí el feminismo de la autora parece bastante “equitativo”.

Vampirismo de los demás, pero también del propio vampiro hacia sí mismo; de uno que sí se refleja y se multiplica en los espejos, en la pantalla, en la publicidad, y aquí hay cierto discurso sobre el hechizo inevitable de las imágenes y de la ficción que sólo es ficción, pero que acaba condicionando la realidad. Hay algo también de confrontación y brecha generacional enorme entre boomers y zoomers, que se salda con una violencia y un odio extremos. Otra vez, la contradicción de batallar contra la sexualización sexualizando y contra la frivolidad frivolizando; todo es producto, incluida tú, Coralie… Apenas nos escandalizamos con tetas, gore y bizarradas, pero la presencia de una negra lesbiana en la última entrega de la franquicia mediocre de turno nos subleva y revoluciona; he aquí al auténtico monstruo posmoderno.
21 de febrero de 2024
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una del oeste americano pero ambientada en la Dinamarca del siglo XVIII, con la conquista de nuevas tierras desocupadas, en nombre de una autoridad ausente como es la del rey, frente al poder de facto que ejerce la despiadada aristocracia local, con muy pocas ganas de que nadie le haga sombra.

El “orden” que aplica un individuo férreo, que impone su voluntad ante los elementos, frente al “caos” de una autoridad despótica, arbitraria y privilegiada. Buena interpretación de Mikkelsen, un hombre misterioso y de una pieza, solo y con una obsesión, superviviente, desposeído, en un papel que no sorprendería ver hacer a un Robert Mitchum décadas atrás sin despeinarse. El ramalazo clásico es potente en un film que hace de su sencillez y de su saber hacer narrativo su mayor virtud, su condición de entretenimiento bien rodado que ofrece muestras de espectáculo visual, conflicto humano, épica, en definitiva, tan reivindicado en nuestros días.

Ambientación meticulosa, combinando una naturaleza de vastas extensiones, desbocada y amenazante, ante la cual el ser humano queda reducido a la insignificancia, un paraje hostil que se resiste a ser domesticado, a la manera de unos bandoleros (algo descolgados) que se resisten a obedecer autoridad alguna… y luego está, peor aún, y cómo no, la propia naturaleza humana; los interiores palaciegos de la clase privilegiada donde tienen lugar sus intrigas, un aspecto, el del abismo de las clases sociales, donde intervienen las dos féminas de la historia, tan diferentes, pero cuyos destinos acaban por confluir al ejercerse sobre ellas una violencia muy semejante.

Por lo demás, la película consigue hacer olvidar que la historia es bastante tópica y que suena a vista mil veces, que cae en un maniqueísmo considerable, los buenos y los malos, algo culebronesco. Tenemos a un malo malísimo con pintas que es odioso y despreciable como el que más, a la manera de un Calígula y hasta el punto de adueñarse del cotarro con su mera presencia. ¿Simplón? Puede ser, pero si se trata de emociones, aquí están conseguidas.

A la odisea física se le suma un cuento moral, pues no se trata sólo de construir un hogar y una civilización de la nada, sino del hallazgo de unos lazos personales que son lo realmente importante; la familia como conjunto de desheredados que no encajan en ninguna parte, que sanan mutuamente sus heridas colaborando juntos y trasciende los vínculos de sangre… es la transgresión de esta norma lo que implica la corrupción del protagonista, obligado por las circunstancias y que aprende la lección demasiado tarde, o quizá no tanto. El componente de violencia aumenta a medida que crece la tensión entre los bandos, con un par de secuencias sin contemplaciones, aunque destaca la figura del sacerdote, que sería esa brújula moral, o mirada muy pura al conflicto que poco puede hacer en medio de semejante lucha despiadada. Está también la superstición popular, la marginación de quienes son diferentes, mujeres como víctimas directas de las injusticias… cuestiones, que en el fondo, son las de siempre, por mucho que nos hagan creer que son de ahora.
19 de mayo de 2024 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En principio, "El mal no existe" es una película ecologista sobre un pueblo de montaña cuyos vecinos viven en contacto directo con la naturaleza y cubren sus escasas necesidades ayudándose mutuamente, hasta que llega una empresa con un proyecto de turismo neo-rural urbanita que constituye, lo saben, una seria amenaza para el ecosistema. Algo capaz de corromper esa naturaleza virgen y de alterar el equilibrio en favor del puro beneficio económico; aquel que no repercute de modo alguno en los locales, sino en los bolsillos de unos pocos, de esos que no tienen rostro ni dan la cara, ni saben nada de cómo funciona ese mundo rural que aspiran a convertir en un negocio a su medida. Hasta ahí todo bien, expuesto de manera simple y sin muchos matices. Pero esta premisa es solo la superficie de una película misteriosa que hará retorcerse de dolor a los puristas de la narrativa y de los talleres de guion, en la que, como espectadores, nunca llegaremos a hacer pie del todo.

Durante sus primeros compases, un plano nadir avanza sinuoso por el bosque mientras, a cuentagotas, emergen los títulos de crédito, seguido de las rutinas de un señor partiendo troncos, apilándolos tranquilamente y echándose un piti, en riguroso plano sin cortes. Un cine que diríamos contemplativo, muy sugestivo y que evoca a "Stalker" en su inmersión en una atmósfera como encantada.

Más adelante, esto se parece más a lo que es Hamaguchi; un cine de la palabra, otro relato que abunda en rupturas y elipsis, digresiones, onirismo, repeticiones que desconciertan. Una conversación en un coche, sin relación aparente con lo principal, o un viaje que transforma, que de repente humaniza a quienes parecían unos simples cantamañanas desempeñando un papel (de nuevo lo actoral, en cierto modo) y encontrándose el uno al otro... puro placer de filmar a gente hablando y abriéndose sin más, o al menos eso es lo que parece.

Los opuestos (campo y ciudad, día y noche, animales y humanos…), sin resolución aparente, de algún modo vertebran una propuesta falsamente sencilla, reveladora de una pureza y también de unas zonas de sombra que nadie sospecha que existen. Y sin que falte en el empeño un sentido del humor muy sanote (el descojonante concepto que, en sí mismo, supone eso del “glamping”), la querencia por lo cotidiano de un Ozu, tampoco sus encuadres frontales… pero en simbiosis con otro cine quebrado, discontinuo y que rehúye lo fácil; como lo hace una banda sonora que ocupa un lugar predominante y que incluso se corta con brusquedad, de aliento lírico y al mismo tiempo inclinada a lo atonal.

Lo que vemos acaba pareciéndose a un "Picnic en Hanging Rock", pero en Japón, conforme cae la noche, tiene lugar el enigma de una desaparición y una atmósfera entre mágica y turbadora, cargada de premoniciones, se apodera de las imágenes. Se nos pone cara a cara con lo que, a primera vista, parece incomprensible y sin lógica, aunque no por ello menos atroz. El mal no existe, o mejor dicho, sí que existe, pero más bien como consecuencia que sigue a unas causas, a modo de efecto mariposa (aquí ciervo malherido); lo apacible, inescrutable del bosque, de pronto puede revelar la lógica precisa, irracional, de sus contornos más crueles y despiadados.
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