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7
27 de abril de 2025
27 de abril de 2025
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Hay una frase de Schiller que sirve como leivmotiv a esta película: "Quien nada arriesga, no puede ganar nada". La obra de Renat Davletyarov decide hacer caso a su propia línea, y corre una serie de riesgos en esta obra mezcla de thriller, ciencia ficción y suspense que alberga misterio, viajes en el tiempo, cosmonautas soviéticos y referencias artísticas ¿El resultado? Sorprendentemente sólido.
Es cierto que no es una película redonda, en el sentido de que se toma unas cuántas licencias poéticas y, sumado a algún fallo de raccord y alguna decisión cuestionable (ese personaje admirador de Fincher metido ahí a capón para dar un ¿contrapunto cómico?) pero está tan bien hecha - impecable en este apartado - y construye tan, tan bien su suspense haciéndose interesante y entretenida que es imposible no perdonárselo.
En primer lugar, como decíamos, por su parte técnica, que es sencillamente sublime: los escenarios iniciales representando a la unión soviética de los sesenta, el mimo con el que se tratan los colores en cada escenario, los planos a pie de calle que te transportan por el Moscú actual descubriendo cada esquina de la ciudad como si en todas ellas quedase una pizca de magia que la cámara pudiese descubrir.
Aleksandr Metyolkin es la base y la clave de la película, el hombre de ninguna parte, haciendo este papel mezcla de Jason Bourne y Truman Burbank. Y lo hace bastante bien, de manera contenida pero creíble, y con unas escenas preciosas compartidas con su compañera Varvara Komarova. Si bien en las escenas de acción echamos en falta algo de mordiente para no quedarse a medio camino, es suficientemente bueno para defenderse en las mismas.
Y, si bien los viajes en el tiempo es un género algo trillado dentro de la ciencia ficción, el enfoque que hay en el film hace que lo sigamos con interés y con otros ojos. A fin de cuentas, si es el universo el que maneja el espacio y el tiempo, quien sabe qué clase de trilero estará hecho y qué movimientos de cubilete aún no habremos visto. Podemos quedarnos con otra frase de Schiller para acabar, aunque esta no aparezca en el metraje: Nada en el universo es insignificante.
Es cierto que no es una película redonda, en el sentido de que se toma unas cuántas licencias poéticas y, sumado a algún fallo de raccord y alguna decisión cuestionable (ese personaje admirador de Fincher metido ahí a capón para dar un ¿contrapunto cómico?) pero está tan bien hecha - impecable en este apartado - y construye tan, tan bien su suspense haciéndose interesante y entretenida que es imposible no perdonárselo.
En primer lugar, como decíamos, por su parte técnica, que es sencillamente sublime: los escenarios iniciales representando a la unión soviética de los sesenta, el mimo con el que se tratan los colores en cada escenario, los planos a pie de calle que te transportan por el Moscú actual descubriendo cada esquina de la ciudad como si en todas ellas quedase una pizca de magia que la cámara pudiese descubrir.
Aleksandr Metyolkin es la base y la clave de la película, el hombre de ninguna parte, haciendo este papel mezcla de Jason Bourne y Truman Burbank. Y lo hace bastante bien, de manera contenida pero creíble, y con unas escenas preciosas compartidas con su compañera Varvara Komarova. Si bien en las escenas de acción echamos en falta algo de mordiente para no quedarse a medio camino, es suficientemente bueno para defenderse en las mismas.
Y, si bien los viajes en el tiempo es un género algo trillado dentro de la ciencia ficción, el enfoque que hay en el film hace que lo sigamos con interés y con otros ojos. A fin de cuentas, si es el universo el que maneja el espacio y el tiempo, quien sabe qué clase de trilero estará hecho y qué movimientos de cubilete aún no habremos visto. Podemos quedarnos con otra frase de Schiller para acabar, aunque esta no aparezca en el metraje: Nada en el universo es insignificante.
6
18 de abril de 2024
18 de abril de 2024
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Qué sensación más agridulce me deja 'El roomie' después de verla. Qué sensación porque, aunque me lo he pasado bien, me he reído, he admirado el pulso como narrador que ha ido cogiendo Pedro Pablo Ibarra desde aquella 'El cielo en tu mirada' (cameo incluido en una escena) y, en general, he tenido un rato agradable, me quedo con la nostalgia de algo más grande. Como si con una enorme despensa con más de mil ingredientes y todo el tiempo a mi disposición para trabajarlos hubiera acabado por hacerme unos huevos fritos con patatas.
Quizá sea porque si pienso por sí solos en los elementos de la película, cada uno de ellos me sume: desde la parte técnica, tan capaz de integrar casa antiguas y vestidos de tafetán con chistes de OnlyFans y criptomonedas, de jugar con los planos y la banda sonora dando agilidad y dinamismo a la cinta, la belleza angelical de Fiona Palomo al servicio de su papel de agente doble en una protagonista cándida y entrañable, el uso de secundarios cómicos atípicos - una niña perceptiva, un sordomudo muy bien resuelto, un perro - o un guión con potencial (escritora sin inspiración descubre vivir con un estafador que pretende vivir unos meses en su casa sin pagar y lo acepta para sacar una historia de ahí) para hacer algo más profundo e inteligente.
Sin embargo, el largometraje decide no correr ningún riesgo. Trata de ir a lo seguro, a los cánones de la comedia romántica, ligera, de las que uno sabe como va a terminar antes de que empiece. Vale que José Eduardo Derbez no es precisamente Robert Redford en El golpe, incluso se diría que su interpretación es lo menos creíble del film, pero en una película en la que las estafas y los engaños son la base no hay absolutamente espacio para que se desarrolle, para que se vea ese supuesto carisma de gran mentiroso. Apenas hay pinceladas en el lienzo, apenas hay profundidad en una premisa que podría dar mucho más de sí.
Y ahí está la lástima porque luego podemos destacar tantas cosas buenas: esa coreografía estilo flashmob de una canción de Gloria Trevi que uno se queda tarareando; la inclusión de la que hace gala todo el film; los chistes que funcionan y te dejan con una media sonrisa. Pero como en aquel haiku de Akiko Yanakiwara:
(Más rápido que el granizo/más ligero que una pluma/un pensamiento en mi mente) la idea de lo que pudo ser atraviesa, fugaz, nuestros pensamientos, mientras vamos abandonando la sala.
Quizá sea porque si pienso por sí solos en los elementos de la película, cada uno de ellos me sume: desde la parte técnica, tan capaz de integrar casa antiguas y vestidos de tafetán con chistes de OnlyFans y criptomonedas, de jugar con los planos y la banda sonora dando agilidad y dinamismo a la cinta, la belleza angelical de Fiona Palomo al servicio de su papel de agente doble en una protagonista cándida y entrañable, el uso de secundarios cómicos atípicos - una niña perceptiva, un sordomudo muy bien resuelto, un perro - o un guión con potencial (escritora sin inspiración descubre vivir con un estafador que pretende vivir unos meses en su casa sin pagar y lo acepta para sacar una historia de ahí) para hacer algo más profundo e inteligente.
Sin embargo, el largometraje decide no correr ningún riesgo. Trata de ir a lo seguro, a los cánones de la comedia romántica, ligera, de las que uno sabe como va a terminar antes de que empiece. Vale que José Eduardo Derbez no es precisamente Robert Redford en El golpe, incluso se diría que su interpretación es lo menos creíble del film, pero en una película en la que las estafas y los engaños son la base no hay absolutamente espacio para que se desarrolle, para que se vea ese supuesto carisma de gran mentiroso. Apenas hay pinceladas en el lienzo, apenas hay profundidad en una premisa que podría dar mucho más de sí.
Y ahí está la lástima porque luego podemos destacar tantas cosas buenas: esa coreografía estilo flashmob de una canción de Gloria Trevi que uno se queda tarareando; la inclusión de la que hace gala todo el film; los chistes que funcionan y te dejan con una media sonrisa. Pero como en aquel haiku de Akiko Yanakiwara:
(Más rápido que el granizo/más ligero que una pluma/un pensamiento en mi mente) la idea de lo que pudo ser atraviesa, fugaz, nuestros pensamientos, mientras vamos abandonando la sala.
21 de febrero de 2024
21 de febrero de 2024
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Decía Karen Bixen que la cura de cualquier cosa está en el agua salada: sudor, lágrimas o el mar. Y en la historia llevada a las pantallas por Tetsu Maeda, adaptación del manga del mismo nombre de Retto Tajima, Mizu wa Umi ni Mukatte Nagareru, esta sentencia aparece casi como elemento conductor: La catálisis de los personajes tiene lugar, la mayor parte de las veces, entre estas aguas saladas. Una buena llorera, correr y correr hasta batir la plusmarca personal, dejar las botas en la orilla y meter los pies en el mar para recuperar la sonrisa, el agua está siempre presente en este relato de redención que se disfraza de historia de amor.
Aunque quizá sea más fácil englobarlo en las clásicas Bildungsroman, novelas de aprendizaje, pues todo sucede a través de los ojos de Naotatsu, un adolescente que debe ir a vivir con su tío para poder ir todos los días a su instituto, muy lejos de su casa. La sorpresa es que su tío, sin decírselo a nadie, ha dejado su trabajo para dedicarse a ser mangaka y vive en una casa compartida con otras cuatro personas. Una de ellas, Chisa, una muchacha veinteañera, recoge a Naotatsu en la estación. Su actitud es extraña, educada pero hostil, cortés pero cortante. A través de los ojos del muchacho, el misterio de la actitud de Chisa pasa a ser la trama principal.
No quiero extenderme en detalles porque merece la pena descubrir la trama. Basta decir que Chisa y Nao tienen un elemento común en sus respectivos pasados, algo a lo que se tendran que enfrentar una vez descubierto. Los jóvenes con sus emociones a flor de piel en contraposición a los adultos, representados como seres egoístas y culpables. Se permite reflexionar sobre la culpa atávica ¿son los hijos responsables de los actos de los padres? ¿Están marcados por ellos?
Es una película muy evocadora, cargada de emociones y de diálogos inteligentes. La interpretación de Suzu Hirose es sublime, todo angustia e ira contenida, creando el misterio del personaje desentrañado a los ojos de un Ohnishi Riku que encarna muy bien al chico que aprende a manejarse en el mundo cada día, una mezcla de bondad, candidez, pragmatismo y astucia. Junto a ellos, en un largometraje tan profundo y sentimental, todo el resto de secundarios aporta un toque cómico cada vez que sale que ofrece una frescura y un contrapunto necesarios. Se echa de menos, quizá, algo más de desarrollo de todos ellos. Incluyendo a Mu, el gato, que es un personaje más.
'The water flows towards the sea' es una propuesta que es pura vida, como el agua misma en palabras de Lao Tsé: algo blando y adaptable, capaz de disolver lo más duro e inflexible.
Aunque quizá sea más fácil englobarlo en las clásicas Bildungsroman, novelas de aprendizaje, pues todo sucede a través de los ojos de Naotatsu, un adolescente que debe ir a vivir con su tío para poder ir todos los días a su instituto, muy lejos de su casa. La sorpresa es que su tío, sin decírselo a nadie, ha dejado su trabajo para dedicarse a ser mangaka y vive en una casa compartida con otras cuatro personas. Una de ellas, Chisa, una muchacha veinteañera, recoge a Naotatsu en la estación. Su actitud es extraña, educada pero hostil, cortés pero cortante. A través de los ojos del muchacho, el misterio de la actitud de Chisa pasa a ser la trama principal.
No quiero extenderme en detalles porque merece la pena descubrir la trama. Basta decir que Chisa y Nao tienen un elemento común en sus respectivos pasados, algo a lo que se tendran que enfrentar una vez descubierto. Los jóvenes con sus emociones a flor de piel en contraposición a los adultos, representados como seres egoístas y culpables. Se permite reflexionar sobre la culpa atávica ¿son los hijos responsables de los actos de los padres? ¿Están marcados por ellos?
Es una película muy evocadora, cargada de emociones y de diálogos inteligentes. La interpretación de Suzu Hirose es sublime, todo angustia e ira contenida, creando el misterio del personaje desentrañado a los ojos de un Ohnishi Riku que encarna muy bien al chico que aprende a manejarse en el mundo cada día, una mezcla de bondad, candidez, pragmatismo y astucia. Junto a ellos, en un largometraje tan profundo y sentimental, todo el resto de secundarios aporta un toque cómico cada vez que sale que ofrece una frescura y un contrapunto necesarios. Se echa de menos, quizá, algo más de desarrollo de todos ellos. Incluyendo a Mu, el gato, que es un personaje más.
'The water flows towards the sea' es una propuesta que es pura vida, como el agua misma en palabras de Lao Tsé: algo blando y adaptable, capaz de disolver lo más duro e inflexible.
16 de septiembre de 2023
16 de septiembre de 2023
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Hace años tomé una decisión algo drástica y que fue controvertida en mi entorno: renuncié a toda sinopsis, tráiler, contraportada y similares. Estaba harto de redacciones que me estropeaban sorpresas y buenas historias. Desde entonces vivo en una piñata cultural: nunca sé lo que me voy a encontrar cuando abro una nueva obra. Pero merece la pena, lo aseguro, en algunas ocasiones más que en otras. Con 'La justa distancia' ha sido un gran acierto, porque la sinopsis ofrecida era un enorme spoiler a los últimos veinte minutos de una obra a la que parecía reducir a la típica cinta policíaca. Nada que ver.
Sí que es una película llena de intriga, pero una intriga que construye muy lentamente, paladeándola cada segundo. Y que basa en tres nudos que se entrecruzan.
El primero, que da forma al título, es Giovanni, el supuesto protagonista, el que da nombre al film, el personaje que lo presenta todo. Un muchacho de 18 años, aspirante a periodista, que ejerce de testigo, corresponsal en su pequeño pueblo a orillas del Po, y que debe aprender que el periodista, para encontrar la verdad y la noticia, debe situarse a una distancia concreta de la noticia: ni muy lejos para despersonalizarla ni muy cerca para involucrarse demasiado. Quizá ese involucramiento sea el que le lleva a alejarse de la verdad hasta que es demasiado tarde.
El segundo nudo, que da concreción a toda la historia, es la historia de Mara, la joven profesora que llega al remoto pueblo a orillas del Po, encarnada por una Valentina Lodovini que consigue que todo pivote a su alrededor en una actuación estelar, y los habitantes del pueblo, trastocados por la novedad de su nueva vecina. Los planes vitales de Mara, urbanita, vivaracha, son los de estar un tiempo en el pueblo antes de marcharse a Brasil sufren una trágica sacudida.
El propio pueblo representa el último nudo, quizá el menos aparente, pero el que liga todo. En una cinta que se toma su tiempo para construir a todos sus personajes con reposo pero a ritmo constante, el ambiente de un lugar en el que nada parece cambiar hasta que algo cambia, en el que los pequeños detalles que trastocan la normalidad de un sitio donde cada cual parece conocer su lugar y no poder salir mucho del mismo, marcarán el resto del argumento.
Como si estuviésemos en pleno experimento de doble rendija, sabiendo que el papel del observador llega a cambiar la realidad, los personajes, su colocación, sus movimientos, su propia naturaleza, todo parece preparado para que, a la justa distancia de la pantalla, podamos disfrutar de esta historia tan bien trabajada.
Sí que es una película llena de intriga, pero una intriga que construye muy lentamente, paladeándola cada segundo. Y que basa en tres nudos que se entrecruzan.
El primero, que da forma al título, es Giovanni, el supuesto protagonista, el que da nombre al film, el personaje que lo presenta todo. Un muchacho de 18 años, aspirante a periodista, que ejerce de testigo, corresponsal en su pequeño pueblo a orillas del Po, y que debe aprender que el periodista, para encontrar la verdad y la noticia, debe situarse a una distancia concreta de la noticia: ni muy lejos para despersonalizarla ni muy cerca para involucrarse demasiado. Quizá ese involucramiento sea el que le lleva a alejarse de la verdad hasta que es demasiado tarde.
El segundo nudo, que da concreción a toda la historia, es la historia de Mara, la joven profesora que llega al remoto pueblo a orillas del Po, encarnada por una Valentina Lodovini que consigue que todo pivote a su alrededor en una actuación estelar, y los habitantes del pueblo, trastocados por la novedad de su nueva vecina. Los planes vitales de Mara, urbanita, vivaracha, son los de estar un tiempo en el pueblo antes de marcharse a Brasil sufren una trágica sacudida.
El propio pueblo representa el último nudo, quizá el menos aparente, pero el que liga todo. En una cinta que se toma su tiempo para construir a todos sus personajes con reposo pero a ritmo constante, el ambiente de un lugar en el que nada parece cambiar hasta que algo cambia, en el que los pequeños detalles que trastocan la normalidad de un sitio donde cada cual parece conocer su lugar y no poder salir mucho del mismo, marcarán el resto del argumento.
Como si estuviésemos en pleno experimento de doble rendija, sabiendo que el papel del observador llega a cambiar la realidad, los personajes, su colocación, sus movimientos, su propia naturaleza, todo parece preparado para que, a la justa distancia de la pantalla, podamos disfrutar de esta historia tan bien trabajada.
7
4 de mayo de 2023
4 de mayo de 2023
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Tang Qi es una de esas autoras de las nuevas voces de la literatura china que está perdida en ese mar mercantil de editoriales y traducciones. Quizá por eso no seamos - en Occidente en general - capaces de apreciar con todos sus matices la adaptación de una de sus grandes obras: 'Three miles, three worlds', cuya primera parte, Diez millas de flores de durazno, se adapta en este largometraje que sigue la estela de la autora: imaginación desbordante, narrativa no lineal, amalgama de historias, personajes y elementos que van directos a corazón a través de una trama repleta de fantasía.
Quizá el principal reproche que se le pueda hacer a la cinta sea precisamente que el complejo mundo de Qi, donde tiempos y espacios, dioses y demonios, magia y seres fantásticos cohabitan y se interrelacionan no tiene un bagaje claro y puede perder al espectador que no se deje llevar por unos inicios en los que no comprende nada y todo parece extraño y delirante, intercalado con unas intrigas cortesanas que hacen que uno se sienta invitado a una fiesta en la que no conoce a nadie. A medida que pasen los minutos y vayamos comprendiendo donde estamos, guiados por la química entre Liu Yifei y Yang Yang, que representan a los protagonistas, todo irá trocando en una preciosa historia de épica, dolor, traición y sobre todo, amor. No en vano la adaptación de esta misma historia es una de las grandes series orientales de los últimos tiempos llamada Eternal Love.
En la serie hay mucho más tiempo en el metraje para desarrollar los acontecimientos que tienen lugar en las tres vidas, que aquí solo se insinúan muchas veces, dejando al público la necesidad de interpretar lo que ve. Es una lástima porque, si bien es cierto que, al igual que en la historia original, todo se va descubriendo a través de los ojos de la tercera vida de Bai Qian, muchas veces perdemos los detalles y con ellos la profundidad de la historia entre ambos personajes Como si fueran los tiempos de amor, juventud y libertad de Hou Hsiao Hsien, la misma pareja de actores podría representar sus encuentros a lo largo de tres vidas y tres mundos, pero apenas aparecen unos segundos de la primera, la segunda historia resulta un tanto confusa y el foco de la tercera pierde algo de brillo por esto.
Aún así, más allá de estos detalles que restan algo de encanto a una historia maravillosa, estamos ante una película preciosa y emotiva, capaz de llegar al corazón del espectador que alcanza a seguirla. Se necesita prestar especial atención a la aparición de las diez millas de flores de durazno que marcan el inicio, el final y el continuo del espacio tiempo actúan como catalizador de ese amor eterno. Karma, ruedas vitales, cortes celestiales, clanes demoníacos, cientos de miles años entre historias, mortales e inmortales... los elementos mitológicos, espirituales y folclóricos se combinan para crear algo único. Y con ese aura de fábula, de cuento escuchado antes de dormir, uno puede dedicarse a cerrar los ojos y soñar. O a hacerlo con los ojos abiertos. No hay tanta distancia entre el sueño y la realidad.
Quizá el principal reproche que se le pueda hacer a la cinta sea precisamente que el complejo mundo de Qi, donde tiempos y espacios, dioses y demonios, magia y seres fantásticos cohabitan y se interrelacionan no tiene un bagaje claro y puede perder al espectador que no se deje llevar por unos inicios en los que no comprende nada y todo parece extraño y delirante, intercalado con unas intrigas cortesanas que hacen que uno se sienta invitado a una fiesta en la que no conoce a nadie. A medida que pasen los minutos y vayamos comprendiendo donde estamos, guiados por la química entre Liu Yifei y Yang Yang, que representan a los protagonistas, todo irá trocando en una preciosa historia de épica, dolor, traición y sobre todo, amor. No en vano la adaptación de esta misma historia es una de las grandes series orientales de los últimos tiempos llamada Eternal Love.
En la serie hay mucho más tiempo en el metraje para desarrollar los acontecimientos que tienen lugar en las tres vidas, que aquí solo se insinúan muchas veces, dejando al público la necesidad de interpretar lo que ve. Es una lástima porque, si bien es cierto que, al igual que en la historia original, todo se va descubriendo a través de los ojos de la tercera vida de Bai Qian, muchas veces perdemos los detalles y con ellos la profundidad de la historia entre ambos personajes Como si fueran los tiempos de amor, juventud y libertad de Hou Hsiao Hsien, la misma pareja de actores podría representar sus encuentros a lo largo de tres vidas y tres mundos, pero apenas aparecen unos segundos de la primera, la segunda historia resulta un tanto confusa y el foco de la tercera pierde algo de brillo por esto.
Aún así, más allá de estos detalles que restan algo de encanto a una historia maravillosa, estamos ante una película preciosa y emotiva, capaz de llegar al corazón del espectador que alcanza a seguirla. Se necesita prestar especial atención a la aparición de las diez millas de flores de durazno que marcan el inicio, el final y el continuo del espacio tiempo actúan como catalizador de ese amor eterno. Karma, ruedas vitales, cortes celestiales, clanes demoníacos, cientos de miles años entre historias, mortales e inmortales... los elementos mitológicos, espirituales y folclóricos se combinan para crear algo único. Y con ese aura de fábula, de cuento escuchado antes de dormir, uno puede dedicarse a cerrar los ojos y soñar. O a hacerlo con los ojos abiertos. No hay tanta distancia entre el sueño y la realidad.
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