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Críticas ordenadas por utilidad
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5
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Nos gusta la comida rápida porque aunque Morgan Spurlock nos diga en Super size me que acabaremos gordos, enfermos y fulminados por infarto, está deliciosa y nos hace pasar un buen rato.
Lo mismo podríamos decir del cine comercial, como el woopper, está hecho con el culo y nos hace pasar un buen rato.
Para los amantes y defensores de este tipo de cine – o no-cine – nada más hay que decir, que vayan a ver Ultimátum a la Tierra versión 2008 y luego se pasen por un Mcdonald’s o un Burger King y tendrán su día soñado. Luego desearles que venga GORT, el robot aniquilador de la película, y los fulmine con su rayo láser.
Para el resto, los que aún conservan algún rastro de vida inteligente, mejor se pongan un clásico, tal vez el Ultimátum a la Tierra versión 1951 de Robert Wise - el magnífico director de West side story, La casa encantada o ¡Quiero vivir! – y así podrán disfrutar de una buena película.
Ultimátum a la Tierra (2008) hace que se entienda la desesperación del humano con dos dedos de frente: no sólo cuenta el ultimátum que los extraterrestres nos dan para salvar un mundo que los humanos llevamos a su destrucción sino también, involuntariamente, nos da otro ultimátum, el de salvar el cine que los humanos llevamos a su destrucción.
Mensaje ecologista; Jennifer Connelly, tía buena disfrazada de eminencia universitaria – ¿desde cuando los doctores honoris causa tienen menos de cincuenta años? – y Keanu Reeves-Neo en la cuarta entrega de Matrix… y con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho.
Una sugerencia para el próximo remake de Ultimátum a la Tierra, si Klaatu - el trajeado y asexuado Keanu Reeves - quiere solucionar los problemas de la Tierra, ¿por qué no empieza cargándose al pequeño y pesado Jaden Smith - el hijastro incordio de Jennifer Connelly en la película -, continúa con su padre en la vida real - el pesado incordio de Will Smith - y termina aniquilando a todos los líderes del mundo, presidentes de multinacionales, defensores del capitalismo, adinerados y votantes de la derecha más rancia?
El cine está tan falto de buenas historias que las productoras en su impotencia y sus ganas de seguir manipulando tratándonos de imbéciles deciden darnos una y otra vez remakes de grandes clásicos.
¿Qué sentido tiene volver a repetir lo mismo que ya se hizo en una obra maestra del cine? Sólo vender entradas y palomitas. Así de mal nos juzgan, lanzan el anzuelo y picamos una y otra vez como pardillos. Si nosotros mismos no nos respetamos como espectadores, ellos, que son malvados, tampoco lo harán.
Películas extraordinarias como Gomorra o Il divo malviven una semana en las taquillas de cines escogidos para terminar muertas y exterminadas mientras bodrios horrorosos que hacen tanto daño al ser humano como el whopper con queso de Morgan Spurlock lucen todos los meses.
Merecemos el ultimátum, sigamos como hasta ahora. Otro whopper, por favor.
Lo mismo podríamos decir del cine comercial, como el woopper, está hecho con el culo y nos hace pasar un buen rato.
Para los amantes y defensores de este tipo de cine – o no-cine – nada más hay que decir, que vayan a ver Ultimátum a la Tierra versión 2008 y luego se pasen por un Mcdonald’s o un Burger King y tendrán su día soñado. Luego desearles que venga GORT, el robot aniquilador de la película, y los fulmine con su rayo láser.
Para el resto, los que aún conservan algún rastro de vida inteligente, mejor se pongan un clásico, tal vez el Ultimátum a la Tierra versión 1951 de Robert Wise - el magnífico director de West side story, La casa encantada o ¡Quiero vivir! – y así podrán disfrutar de una buena película.
Ultimátum a la Tierra (2008) hace que se entienda la desesperación del humano con dos dedos de frente: no sólo cuenta el ultimátum que los extraterrestres nos dan para salvar un mundo que los humanos llevamos a su destrucción sino también, involuntariamente, nos da otro ultimátum, el de salvar el cine que los humanos llevamos a su destrucción.
Mensaje ecologista; Jennifer Connelly, tía buena disfrazada de eminencia universitaria – ¿desde cuando los doctores honoris causa tienen menos de cincuenta años? – y Keanu Reeves-Neo en la cuarta entrega de Matrix… y con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho.
Una sugerencia para el próximo remake de Ultimátum a la Tierra, si Klaatu - el trajeado y asexuado Keanu Reeves - quiere solucionar los problemas de la Tierra, ¿por qué no empieza cargándose al pequeño y pesado Jaden Smith - el hijastro incordio de Jennifer Connelly en la película -, continúa con su padre en la vida real - el pesado incordio de Will Smith - y termina aniquilando a todos los líderes del mundo, presidentes de multinacionales, defensores del capitalismo, adinerados y votantes de la derecha más rancia?
El cine está tan falto de buenas historias que las productoras en su impotencia y sus ganas de seguir manipulando tratándonos de imbéciles deciden darnos una y otra vez remakes de grandes clásicos.
¿Qué sentido tiene volver a repetir lo mismo que ya se hizo en una obra maestra del cine? Sólo vender entradas y palomitas. Así de mal nos juzgan, lanzan el anzuelo y picamos una y otra vez como pardillos. Si nosotros mismos no nos respetamos como espectadores, ellos, que son malvados, tampoco lo harán.
Películas extraordinarias como Gomorra o Il divo malviven una semana en las taquillas de cines escogidos para terminar muertas y exterminadas mientras bodrios horrorosos que hacen tanto daño al ser humano como el whopper con queso de Morgan Spurlock lucen todos los meses.
Merecemos el ultimátum, sigamos como hasta ahora. Otro whopper, por favor.

5,9
39.590
8
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Dice Woody Allen que sólo existen dos cosas importantes en la vida, la primera es el sexo y de la segunda no se acuerda. Por sincero, los farsantes le crucifican para resucitarle luego solo porque es un genio.
Rechazamos cierto tipo de cine como el de Supersalidos, cine de adolescentes, por parecernos cine de tercera. ¿No lo es el 90 % de lo que se estrena?
Cine superficial y guarro, pero al rechazar este tipo de cine olvidamos dos detalles: el detalle genérico, se trata de comedias que pretenden arrancar la carcajada y lo logran; y el detalle hipócrita-sexual, que el sexo mueve el mundo lo sabemos todos aunque algunos traten de disimularlo.
Es realista y empático que dos adolescentes pasen las veinticuatro horas del día pensando en el sexo – buenísima esa obsesión de Seth por dibujar falos – y en ese punto de identificación con la realidad que muchos tratan, por decoro, de ocultar, está lo mejor de la película.
Cuando Supersalidos se aleja de esa naturalidad genital libidinosa – un final feliz mentiroso porque el sapo nunca se convierte en príncipe ni se casa con la princesa – la película no rubrica su valentía.
La risa aparece siempre cuando se explota la ironía dramática: Fogell o su alter ego McLovin con el carnet falso o Evan cantándole funky a unos matones drogatas.
Cine gamberro de coito juvenil, queda claro; pero es más reconocible todavía como road movie metropolitana de un solo día y su inspiración más cierta es Jo, ¡qué noche! - obra maestra absoluta de Scorsese que coloca a Kafka en el celuloide - y su espléndida versión adolescente, Aventuras en la gran ciudad.
Supersalidos perdurará en la memoria colectiva y se pone a la altura de otros clásicos del género: American Pie, Rumores y mentiras, La mujer explosiva, Teen Wolf o Despedida de soltero.
No sé el futuro que le espera al cine de adolescentes, ni siquiera si seguirá habiendo cine; como decía Asimov sólo sé una cosa segura del futuro: habrá sexo.
Rechazamos cierto tipo de cine como el de Supersalidos, cine de adolescentes, por parecernos cine de tercera. ¿No lo es el 90 % de lo que se estrena?
Cine superficial y guarro, pero al rechazar este tipo de cine olvidamos dos detalles: el detalle genérico, se trata de comedias que pretenden arrancar la carcajada y lo logran; y el detalle hipócrita-sexual, que el sexo mueve el mundo lo sabemos todos aunque algunos traten de disimularlo.
Es realista y empático que dos adolescentes pasen las veinticuatro horas del día pensando en el sexo – buenísima esa obsesión de Seth por dibujar falos – y en ese punto de identificación con la realidad que muchos tratan, por decoro, de ocultar, está lo mejor de la película.
Cuando Supersalidos se aleja de esa naturalidad genital libidinosa – un final feliz mentiroso porque el sapo nunca se convierte en príncipe ni se casa con la princesa – la película no rubrica su valentía.
La risa aparece siempre cuando se explota la ironía dramática: Fogell o su alter ego McLovin con el carnet falso o Evan cantándole funky a unos matones drogatas.
Cine gamberro de coito juvenil, queda claro; pero es más reconocible todavía como road movie metropolitana de un solo día y su inspiración más cierta es Jo, ¡qué noche! - obra maestra absoluta de Scorsese que coloca a Kafka en el celuloide - y su espléndida versión adolescente, Aventuras en la gran ciudad.
Supersalidos perdurará en la memoria colectiva y se pone a la altura de otros clásicos del género: American Pie, Rumores y mentiras, La mujer explosiva, Teen Wolf o Despedida de soltero.
No sé el futuro que le espera al cine de adolescentes, ni siquiera si seguirá habiendo cine; como decía Asimov sólo sé una cosa segura del futuro: habrá sexo.
4
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Es un fenómeno curioso el del cine de parodias. Lo que debería ser un arma arrojadiza de poder increíble y consecuencias funestas se convierte en una imbecilidad sin crédito que no da para más.
El cine de humor absurdo cuando es malo da más pena que risa. El punto flaco de estas películas es que carecen de buenas historias y se limitan a vomitar lo primero que se les ocurre.
Se puede ser grosero, se puede ser basto, se puede ser políticamente incorrecto, se puede ser malvado... de hecho este tipo de cine debería buscar esa rotura de la moral imperante y reírse hasta del apuntador. Sin embargo, al hacerlo sin estilo, sin gracia, sin aplicar ni un gramo de materia gris, el resultado suele ser bochornoso: Scary movie, Data movie, Epic movie, Disaster movie, Casi 300,...
Lo paradójico es que siendo un cine perfecto para reírse de todo y de todos vende su alma al diablo haciendo basura y tratando al espectador de idiota con subproductos que sólo persiguen hacer taquilla.
En cambio, cuando se toma en serio la parodia surgen obras maestras como El caballero de la mesa cuadrada o La vida de Brian de los Monty Python’s, Top secret, Aterriza como puedas de Jim Abrahams y David y Jerry Zucker, El jovencito Frankenstein de Mel Brooks o Yo hice a Roque III de Mariano Ozores o películas divertidas como las de la saga Agárralo como puedas o Hot shots.
Si el colmo de la genialidad de Superhero movie es burlarse de Stephen Hawkins por su parálisis para así parecer rebeldes... apaga y vámonos.
El cine de humor absurdo cuando es malo da más pena que risa. El punto flaco de estas películas es que carecen de buenas historias y se limitan a vomitar lo primero que se les ocurre.
Se puede ser grosero, se puede ser basto, se puede ser políticamente incorrecto, se puede ser malvado... de hecho este tipo de cine debería buscar esa rotura de la moral imperante y reírse hasta del apuntador. Sin embargo, al hacerlo sin estilo, sin gracia, sin aplicar ni un gramo de materia gris, el resultado suele ser bochornoso: Scary movie, Data movie, Epic movie, Disaster movie, Casi 300,...
Lo paradójico es que siendo un cine perfecto para reírse de todo y de todos vende su alma al diablo haciendo basura y tratando al espectador de idiota con subproductos que sólo persiguen hacer taquilla.
En cambio, cuando se toma en serio la parodia surgen obras maestras como El caballero de la mesa cuadrada o La vida de Brian de los Monty Python’s, Top secret, Aterriza como puedas de Jim Abrahams y David y Jerry Zucker, El jovencito Frankenstein de Mel Brooks o Yo hice a Roque III de Mariano Ozores o películas divertidas como las de la saga Agárralo como puedas o Hot shots.
Si el colmo de la genialidad de Superhero movie es burlarse de Stephen Hawkins por su parálisis para así parecer rebeldes... apaga y vámonos.

6,6
87.657
7
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Jaume Balagueró y Paco Plaza habían tocado fondo en su labor autoral-creativa – venganza de Satanás por tanto vilipendio o corrompidos por el poder destructor del establishment cinematográfico, que es mucho más maligno -. Si no no hay manera de entender que el primero - autor de la mejor película de terror del último cine español, Los sin nombre y de la brillante Darkness - fuera capaz de dirigir ese espanto titulado Frágiles; mientras que el segundo, comenzara con la desconocida y fascinante El segundo nombre para acabar dirigiendo la tontería de Romasanta.
Rec rescata los cadáveres de ambos directores y los hace resurgir de sus cenizas con una película sobresaliente en todos sus parámetros… pero que paradójicamente deja una sensación agridulce.
Rec tiene la virtud máxima de un cuidadísimo e inteligentísimo guión que explota hasta las últimas consecuencias sus armas para generar terror: 1) la búsqueda despiadada de la realidad palpable que hace que el espectador se identifique con lo que ve, valiéndose de la grabación cámara en mano y del formato digital televisivo, de un hilo conductor televisivo reconocible por cualquier telespectador, de planos-secuencia larguísimos que dan pie a la improvisación actoral de unos actores, por otra parte, semidesconocidos; 2) la sensación de asfixia, de claustrofobia enfermiza que mantiene a los personajes – y al espectador – encerrados en un lugar sin escapatoria que va menguando sibilinamente hasta acorralarlos física y mentalmente en el último acto; 3) el uso de la oscuridad durante toda la película pero con un protagonismo absoluto en el clímax final – más copia que homenaje a El silencio de los corderos, pero que es un acierto también ya que puestos a copiar, se copia a los buenos.
El pero de la película es un pero genérico. Esa búsqueda de la realidad para empatizar con el espectador parte paradójicamente de un error de base, que la realidad zombie no es creíble. Por eso Rec sí puede considerarse una obra original y desgarradora dentro del género de terror zombie – aunque alejada, por su vacuidad de títulos como La noche de los muertos vivientes o 28 semanas después - pero no da miedo – ese miedo real aniquilador de la razón que tiene que ver con la condición humana y la maldad que llevamos dentro –. Rec no asusta como asustaban los camioneros de Breakdown, el hotelero de Psicosis, el padre de familia de Session 9, el coronel Kurtz de Apocalypse now o la máquina de escribir de El resplandor.
Pero por encima de todo lo bueno y lo malo del film, Rec supone un ataque al elitismo del cine y demuestra que se puede hacer buen cine barato – siempre que haya una buena historia y un buen guionista detrás - amparándose en las nuevas tecnologías. Que cunda el ejemplo y así podremos librarnos para siempre del caciquismo mafioso que ha negado el acceso al séptimo arte al que no venga con un pan debajo del brazo o una recomendación y lo ha dejado en manos de mentes peladas que se lo comen todo sin tener nada que decir. Esos son los zombies que dan miedo de verdad.
Rec rescata los cadáveres de ambos directores y los hace resurgir de sus cenizas con una película sobresaliente en todos sus parámetros… pero que paradójicamente deja una sensación agridulce.
Rec tiene la virtud máxima de un cuidadísimo e inteligentísimo guión que explota hasta las últimas consecuencias sus armas para generar terror: 1) la búsqueda despiadada de la realidad palpable que hace que el espectador se identifique con lo que ve, valiéndose de la grabación cámara en mano y del formato digital televisivo, de un hilo conductor televisivo reconocible por cualquier telespectador, de planos-secuencia larguísimos que dan pie a la improvisación actoral de unos actores, por otra parte, semidesconocidos; 2) la sensación de asfixia, de claustrofobia enfermiza que mantiene a los personajes – y al espectador – encerrados en un lugar sin escapatoria que va menguando sibilinamente hasta acorralarlos física y mentalmente en el último acto; 3) el uso de la oscuridad durante toda la película pero con un protagonismo absoluto en el clímax final – más copia que homenaje a El silencio de los corderos, pero que es un acierto también ya que puestos a copiar, se copia a los buenos.
El pero de la película es un pero genérico. Esa búsqueda de la realidad para empatizar con el espectador parte paradójicamente de un error de base, que la realidad zombie no es creíble. Por eso Rec sí puede considerarse una obra original y desgarradora dentro del género de terror zombie – aunque alejada, por su vacuidad de títulos como La noche de los muertos vivientes o 28 semanas después - pero no da miedo – ese miedo real aniquilador de la razón que tiene que ver con la condición humana y la maldad que llevamos dentro –. Rec no asusta como asustaban los camioneros de Breakdown, el hotelero de Psicosis, el padre de familia de Session 9, el coronel Kurtz de Apocalypse now o la máquina de escribir de El resplandor.
Pero por encima de todo lo bueno y lo malo del film, Rec supone un ataque al elitismo del cine y demuestra que se puede hacer buen cine barato – siempre que haya una buena historia y un buen guionista detrás - amparándose en las nuevas tecnologías. Que cunda el ejemplo y así podremos librarnos para siempre del caciquismo mafioso que ha negado el acceso al séptimo arte al que no venga con un pan debajo del brazo o una recomendación y lo ha dejado en manos de mentes peladas que se lo comen todo sin tener nada que decir. Esos son los zombies que dan miedo de verdad.

7,4
60.300
9
1 de agosto de 2018
1 de agosto de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
Mi padre era minero, vivió enterrado toda su vida…
Así se define en una sola frase lapidaria que es pura melancolía escrita en el diario de una prostituta rusa lo que es Promesas del Este.
Con el pretexto de una historia de mafias rusas londinenses y trata de blancas Cronenberg nos cuenta que la prostituta no es la chica, la puta es el hombre y su alma.
Una historia de violencia, penúltima del director y una de las pocas obras maestras del cine de los últimos años – junto a El viento que agita la cebada de Ken Loach – provenía del cómic y definía la figura del héroe de verdad – sin máscaras, sin capa ni espada ni doble moral - en un mundo, éste, donde la miseria humana es el malo de turno.
Promesas del Este forma parte de la que podría definirse como su trilogía del héroe contemporáneo – que comenzó con el inestable Ralph Fiennes de Spider – porque a pesar de que la historia no proviene del cómic, el genio filma una novela gráfica en imágenes.
Pocas películas son capaces de crear héroes de carne y hueso. Sin city era fantoche, 300, músculos y jabón, Batman, tan oscura como poco brillante, Superman encantadora pero profunda como los calzoncillos rojos de Clark Kent. Mejor rescatar locuras asiáticas, Ichi the killer y Old boy o excepciones occidentales, Camino a la perdición.
Cronenberg sí sabe crearlos. Por autor con discurso y estilo y porque consigue que de un relato mezcla de fantasías y promesas contextuales surja una historia arrebatadora llena de realidades; diseccionando como hicieron sus gemelos de Inseparables la profunda decepción que siente hacia el hombre o el habernos metamorfoseado - como su mosca goldblumniana - de lo malo en lo peor, un mundo basura, un ser humano que apesta.
Y el héroe, Viggo Mortensen, un héroe que se contradice porque su poder es la imperfección, es mucho más gigante con Cronenberg que con el Alatriste de Díaz Yanes o el Aragorn de Peter Jackson. Nikolai Luzhin, su personaje, nos llega al alma porque desnuda nuestras miserias, que también son las suyas.
Una historia de violencia transcurría en los Estados Unidos, Promesas del Este en Londres, la elección no es casual. Cronenberg lo tiene claro, tras la magnífica apariencia que damos se esconde el monstruo, falso, hipócrita y mentiroso. Por eso dota a todos sus personajes, magistrales todos – y entre ellos un Vincent Cassel desconocido y memorable – de una doble identidad. Nada es lo que parece ni nadie lo que aparenta.
Los tatuajes de Nikolai nos dan la pauta, cuentan su vida como metáforas de las huellas de su pasado. No somos lo que decimos – las palabras son mentirosas - somos lo que hacemos, lo ocultemos o no. Yo soy yo y mis circunstancias que decía Ortega y Gasset. He ahí la tragedia que arrastramos.
El último plano de Promesas del Este - desde ya genial, perturbador y duradero - evoca como el final de Conan el Bárbaro la melancolía y la magnificiencia del rey sentado en su trono, del héroe vencedor pero también vencido por todo lo que queda por delante.
Suerte Nikolai Luzhin.
Así se define en una sola frase lapidaria que es pura melancolía escrita en el diario de una prostituta rusa lo que es Promesas del Este.
Con el pretexto de una historia de mafias rusas londinenses y trata de blancas Cronenberg nos cuenta que la prostituta no es la chica, la puta es el hombre y su alma.
Una historia de violencia, penúltima del director y una de las pocas obras maestras del cine de los últimos años – junto a El viento que agita la cebada de Ken Loach – provenía del cómic y definía la figura del héroe de verdad – sin máscaras, sin capa ni espada ni doble moral - en un mundo, éste, donde la miseria humana es el malo de turno.
Promesas del Este forma parte de la que podría definirse como su trilogía del héroe contemporáneo – que comenzó con el inestable Ralph Fiennes de Spider – porque a pesar de que la historia no proviene del cómic, el genio filma una novela gráfica en imágenes.
Pocas películas son capaces de crear héroes de carne y hueso. Sin city era fantoche, 300, músculos y jabón, Batman, tan oscura como poco brillante, Superman encantadora pero profunda como los calzoncillos rojos de Clark Kent. Mejor rescatar locuras asiáticas, Ichi the killer y Old boy o excepciones occidentales, Camino a la perdición.
Cronenberg sí sabe crearlos. Por autor con discurso y estilo y porque consigue que de un relato mezcla de fantasías y promesas contextuales surja una historia arrebatadora llena de realidades; diseccionando como hicieron sus gemelos de Inseparables la profunda decepción que siente hacia el hombre o el habernos metamorfoseado - como su mosca goldblumniana - de lo malo en lo peor, un mundo basura, un ser humano que apesta.
Y el héroe, Viggo Mortensen, un héroe que se contradice porque su poder es la imperfección, es mucho más gigante con Cronenberg que con el Alatriste de Díaz Yanes o el Aragorn de Peter Jackson. Nikolai Luzhin, su personaje, nos llega al alma porque desnuda nuestras miserias, que también son las suyas.
Una historia de violencia transcurría en los Estados Unidos, Promesas del Este en Londres, la elección no es casual. Cronenberg lo tiene claro, tras la magnífica apariencia que damos se esconde el monstruo, falso, hipócrita y mentiroso. Por eso dota a todos sus personajes, magistrales todos – y entre ellos un Vincent Cassel desconocido y memorable – de una doble identidad. Nada es lo que parece ni nadie lo que aparenta.
Los tatuajes de Nikolai nos dan la pauta, cuentan su vida como metáforas de las huellas de su pasado. No somos lo que decimos – las palabras son mentirosas - somos lo que hacemos, lo ocultemos o no. Yo soy yo y mis circunstancias que decía Ortega y Gasset. He ahí la tragedia que arrastramos.
El último plano de Promesas del Este - desde ya genial, perturbador y duradero - evoca como el final de Conan el Bárbaro la melancolía y la magnificiencia del rey sentado en su trono, del héroe vencedor pero también vencido por todo lo que queda por delante.
Suerte Nikolai Luzhin.
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