En la hora más oscura, cuando todas las luces se han apagado, cuando las calles ya se han vaciado. Es entonces, en ese instante, en el que las ciudades se llenan de monstruos, monstruos que se pasean al amparo de la noche. Seres invisibles. Ni ven, ni son vistos. Son rumores. Sombras. Anhelos de un mundo olvidado. Son monstruos porque queremos que así lo sean. Son detestables porque así preferimos creerlo.

Si por un solo instante, un solo segundo, pudiésemos llamar a uno de estos monstruos a la luz, y conseguir entenderlo. Entender el porqué de él, de nosotros mismos. Nos daríamos cuenta, solo entonces, de que nosotros creamos al monstruo. Nosotros le colgamos esa etiqueta para sentirnos más tranquilos. Nosotros, solo nosotros.

Lo importante no es el destino, es el viaje. En esta película, Lynch, no se lo podía haber tomado más literalmente. Y es que trata de eso, de un viaje. Un viaje de superación, de búsqueda, de arrepentimiento, pero sobre todo de perdón. Perdonarse a uno mismo y a los demás. El tiempo lo cura todo. Incluso nuestros corazones.

Realmente la vida no entiende de atajos, el arte si. Gracias Lynch por este nuevo regalo.

Hay películas que conquistan por su historia, otras por sus personajes, Ivan el Terrible conquista por sus imágenes. Imágenes con un poder que estremece. Silenciar su voz no rompería su encanto. Heredera del mejor cine mudo, no son necesarias las palabras para entenderlo. Más de una vez deje de leer los subtítulos para perderme en esas miradas, en su oscuridad, en su magia.

En Ivan el Terrible sobran las palabras.

Por favor entiendan que me he perdido en un mundo que nunca llego a entenderme. Un mundo en el que pasé de héroe a villano y de villano a mendigo. Rey de la calle. Señor de los suburbios. En verdad nadie llegó a entenderme.

Tengo la sensación de que el Neorrealismo no lo dio todo hasta que llegó Pasolini. Consiguió sacar la magia de la realidad, su poesía. Todo ello acompañado de la célebre música de Bach.

Sin duda el Neorrealismo esperaba a una figura como él para despedirse a lo grande. Y así fue.

Es difícil expresar con simples palabras lo que aquí se ve. Barbarroja es una obra compleja de un ya maduro Kurosawa. Una obra que representa mucho más que un paréntesis de tres horas en una tarde sin nada que hacer. Creo que es el tipo de películas, que una vez has visto, te cambian, y no por el mero hecho de que te hagan pensar o no, con Kurosawa no es necesario pensar, solo ver lo que el nos muestra y dejarnos llevar. Esta es sin duda una lección, no de cine, sino de vida, de humildad, de ser humano.

La escena en la que espían la conversación de la joven con el pequeño ladronzuelo, me demostró una vez más porque Kurosawa es uno de los mejores directores de todos los tiempos. Esta junto con la maravillosa historia contada en clave de flashback, son ya de por si obras maestras del séptimo arte.

Irremediablemente necesaria.