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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
1 de febrero de 2015
87 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante el retrato sobrecogedor de un personaje turbio, esquinado, peligroso, sibilino, cruel y hermético, algo garrulo pero que una vez que sabe lo que quiere, lo persigue sin atajos hasta alcanzarlo y hacerse con ello. Hasta las últimas consecuencias, sin remordimientos, sin moral, sin dudas, sin conciencia ni sentimiento de culpa. Es el retrato de una criatura amenazadora, acechante, infatigable y correosa que vive en la noche y de la noche y vampiriza a todos los que lo rodean. Incautos de ellos. Pero también estamos ante el reflejo de una sociedad enferma que busca en la acechanza de la sangre, del crimen, de la muerte de sus congéneres una válvula de escape, un recrearse en las desgracias y el dolor ajenos.

La falta absoluta de empatía del protagonista es aterradora. Es casi una puesta al día de “El fotógrafo del pánico” (Peeping Tom) que podría denominarse ahora ‘el camarógrafo del terror y la barbarie’. Pero no estamos ante un protagonista atormentado por su pasado – del que no sabemos nada y nada se nos dice o insinúa – sino ante un ser sin escrúpulos, amoral, que hace de la humillación constante su carta de naturaleza, su tarjeta de presentación, su razón de ser. La búsqueda del éxito, la notoriedad a través del infortunio ajeno, la conmoción de unas imágenes impactantes y brutales a cualquier precio, a toda costa, en todo momento, sin que tiemble el pulso ni se desvíe de los propósitos enfermizos fijados de antemano. Y todo tiene un precio, todo tiene su razón de ser con el objetivo de poder ser vendido y hacer negocio – aunque esté ensangrentado y con el malsano tufillo de la podredumbre.

La interpretación de Jake Gyllenhaal es portentosa: sabe moverse como un reptil, su sola presencia infunde miedo y resulta tan hermética como demoníaca, imbuido de una maldad satánica insalubre y vomitiva, que transmite un asco visceral que impregna todo el metraje de la cinta y se adhiere a la retina del espectador como una viscosa piel de serpiente de la que resulta imposible desprenderse. Poderosa presencia del guaperas de relumbrón que aquí deviene en ángel caído al lodazal angelino, urbe de mugre y crimen que ni duerme, ni descansa, ni da tregua. Es la aniquilación de la intimidad, la destrucción del pudor, la agonía de la vergüenza.

Poderosa ópera prima como director del guionista Dan Gilroy. Cuesta salir del tóxico mundo malsano que retrata y el desasosiego permanece más allá de la proyección. Escabrosa e indeleble.
15 de marzo de 2015
79 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es un mazazo. Todas las piezas del rompecabezas encajan al final, una vez completado el disperso y frustrante recorrido de un buen hombre, que parece tosco, primario y sin nada destacable o virtuoso. Pero el vértigo que produce en el espectador es sobrecogedor e inenarrable. Sólo se alcanza a ver, comprender y admirar al personaje del cura protagonista cuando llegamos al final del trayecto y entonces todo cobra sentido y abre una dimensión casi áurea. Lo bondad no es una entelequia ni una abstracción, sino algo muy concreto y contundente que apenas se puede abarcar con palabras ni con una mera descripción de los acontecimientos, que se nos antojan desproporcionados o inauditos, pero que en su insólita e inapelable brusquedad nos deja sin habla y sin capacidad de respuesta.

La cinta trata una pléyade de temas: la muerte, el suicidio, los abusos infantiles, la orfandad, el desarraigo, la tristeza, la fe, la familia, el pecado, la venganza. Pero en realidad es una película sobre la virtud y sobre nuestra capacidad y necesidad de perdón, de perdonar y perdonarse y así poder abrazar la vida en su multiplicidad imprevisible. Se podría titular ‘Crónica de una muerte anunciada’, pero no reflejaría el caleidoscopio de sugerencias e interpretaciones que desvela y revela durante su metraje, sin resquicio para el desfallecimiento o las almas inocentes. El bucólico paraje irlandés encierra toda la vorágine, crueldad, revancha, ferocidad y truculencia del ser humano. Ninguna bajeza o incongruencia humana nos es hurtada ni edulcorada, pero al mismo tiempo deja un resquicio para la esperanza y la redención.

La absolución sólo tiene sentido si hay un absoluto que lo justifique. Si no todo carecería de sentido y dirección. Y el camino es el perdón. Que no es travesía grata ni asequible y no suele tener retorno. En un mundo interesado donde no se da pespunte sin hilo, desmadeja sobremanera comprobar que hay personas que no piden nada a cambio por hacer el bien. Nos parecen extraterrestres o iluminados, cuando se trata sólo de un acto de justicia y compasión. Pero nos resulta tan ajeno, tan lejano, tan inconcebible, tan desacostumbrado. Cargar con el dolor del mundo no está al alcance de cualquiera y nos produce incomodidad y desasosiego, porque refleja nuestra poquedad y realza nuestras limitaciones.

Película atípica y contracorriente. Habla de la generosidad e integridad de un hombre tranquilo, casi sin atributos. Y no nos deja indiferentes. Un prodigio inesperado.
21 de enero de 2018
161 de 252 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steven Spielberg ya ha cumplido 71 años y lo avalan más de 40 años de trayectoria profesional intachable. Aunque sea capaz de lo mejor y de lo peor, que muchas veces anteponga el aplauso del público al rigor de sus propuestas, que a veces lo obnubile una blandenguería ñoña y azucarada que mancilla algunos de sus proyectos más recordados, que no siempre sepa rematar sus historias por tener su vista puesta en la taquilla y no en la coherencia del relato que elabora, sigo pensando que podría ser incluso mejor de lo que ya es si no viviera obsesionado por agradar a toda costa a los espectadores, como si temiera que contrariar los buenos sentimientos y expectativas fuera un anatema nefando, como si tuviera que demostrar, aún hoy, que es un chico bueno y aplicado que convierte en oro todo lo que toca aunque tan sólo sea hojalata de desguace, en fin, si se liberara de la losa del éxito a cualquier precio podría elaborar la obra maestra indeleble que aún nos debe a sus muchos y heterogéneos admiradores.

La presente cinta ahonda en sus virtudes y carencias: dirigida con una perfección admirable, sin embargo aburre hasta al más predispuesto e interesado de los espectadores por su endeble guión y por su exasperante autocomplacencia. Es una película CON MENSAJE y por si no nos enteramos o estamos distraídos comiendo palomitas o contestando algún WhatsApp apremiante, nos lo recalca y recuerda en todo momento, no sea que perdamos el hilo y podamos pensar algo diferente de lo que el SUMO SACERDOTE ha dictaminado que es la ÚNICA VERDAD admisible. Estar de acuerdo con lo que se nos expone no debiera exigirnos que tengamos que postrarnos de hinojos ante su magnificencia, que suspendamos el juicio y nos dejemos lavar el cerebro, por digna y loable que sea la causa. Pero la LIBERTAD que tanto pregona brilla por su ausencia cuando se trata de que el público tome partido y saque sus propias conclusiones.

En definitiva, estamos ante una obra de propaganda (en la mejor tradición y estilo de Goebbels) donde se nos obliga a pensar de una única manera y a aplaudir la previsible conclusión como si el mismísimo Yahveh nos hubiera anunciado entre coros de arcángeles y querubines la LEY SUPREMA de los mandamientos. Y chitón a cualquiera que pudiera tener una opinión divergente porque será aniquilado… o sencillamente no es ni persona ni ciudadano y podrá ser ninguneado, arrastrado por el fango y vituperado por su infamia.

Todos los personajes son chatos y monocordes (sólo se salva el de Meryl Streep), no hay verdadero conflicto y los antagonistas son abstracciones de leguleyo. Es decir, bien realizada pero tediosa, redundante y prescindible.
11 de septiembre de 2016
101 de 133 usuarios han encontrado esta crítica útil
Te han destrozado la vida. Te han quitado todo anhelo y tu única obsesión es la venganza. Tu existencia se reduce a la paciente e insípida espera del momento propicio para completar tu objetivo último: vengarte de quienes destrozaron tu mundo, tus planes de futuro y tu dicha. Nada de lo que hagas borrará el pasado, pero al menos habrás completado tu razón de ser y quizás encuentres la paz que unos delincuentes segaron en su codicia criminal. Quizás. Es el áspero y envenenado punto de partida de este seco y duro thriller sobre la muerte y el desencanto. La cinta adopta el punto de vista de su abatido protagonista, perro rabioso y malherido que habita un erial sin horizonte, un desierto desapacible y yermo donde sólo germina la ira.

El sobrio estilo recuerda al mejor Saura. Impacta el retrato inmisericorde y sin concesiones de las gentes que habitan este desolador mundo del hampa barriobajera y cutre que no piensan más que en sí mismos y que parecen carecer de cualquier empatía o compasión. Y la desilusión es contagiosa y tóxica, corroe las entrañas y trunca cualquier esperanza. Destaca sobre todo el dominio portentoso del tempo narrativo – en apariencia pausado, pero en realidad un volcán taimado a punto de estallar – y de la estética cochambrosa y mísera que no refleja sino la ruina moral que hiede a cada paso. Fondo y forma van así de la mano y configuran un relato acre e inhóspito que parece fruto de una maldición cañí. El laconismo como segunda piel. No hay indulgencia ni reparación. Sólo castigo.

La atmósfera enrarecida y el deliberado acabado sarmentoso y tosco tanto del ambiente rural como de las barriadas metropolitanas es muy meritorio; no parece una ópera prima sino que tiene la determinación, el empaque y la factura de un proyecto señero muy bien engarzado, repleto de originales hallazgos visuales, como si no tuviera ninguna duda de qué es lo que nos quiere contar ni cómo lo quiere llevar a cabo. El dominio del inexorable ritmo fatalista y de las ponzoñosas imbricaciones de cada uno de los personajes nos demuestran que Raúl Arévalo ha realizado un debut en la dirección memorable, lleno de garra, cólera e intención. Además obtiene de todo el elenco unas interpretaciones inmejorables. Se nota que ha sido cocinero antes que fraile.

Incluso el final abierto y nada complaciente ni efectista – que no hace sino recalcar y ahondar en la soledad intrínseca de las baldías almas quebradas de sus protagonistas – es un prodigio de concisión y talento. En resumen, una obra certera, impactante y muy recomendable.
4 de marzo de 2017
77 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
De nuevo, Asghar Farhadi nos propone una admirable pieza de cámara con un entramado sutil, complejo y claustrofóbico, con pocos personajes – de hecho, apenas un matrimonio de actores y algunos comparsas – que se enfrentan a un cataclismo íntimo y se mueven por motivaciones no siempre rectas, ni sanas ni clementes. Es la minuciosa, tozuda y fría representación de una tragedia en dos planos paralelos (la realidad y el teatro) que se complementan e iluminan mutuamente. Nos ofrece una obra en apariencia ligera y menor, realizada con maestría de orfebre y delicada caligrafía de cirujano experto, que va creciendo conforme avanza su metraje hasta estallar en su tramo final con un agobiante, tortuoso e iracundo desenlace que arrasa e incendia las entrañas del más ecuánime y prudente de los espectadores.

Se hace difícil resumir la trama sin traicionarla o menoscabarla, ya que o bien se queda uno en vagas generalidades (una esposa es ultrajada y malherida por error por un despechado cliente de una prostituta, lo cual desencadena las ansias de venganza en su consternado marido) o bien se tiene uno que detener en todos los meandros y recovecos de la historia, desvelando entonces el meollo y los abismos del conflicto. En resumidas cuentas, es el reflejo de una doble humillación – o de una afrenta personal que siembra la vergüenza y el terror en una mujer indefensa, pero dicha vejación acaba reverberando y desplazándose hasta secuestrar el ánimo y la voluntad de su ofuscado marido, que la convierte en una ofensa personal, trastocándola en un ultraje propio.

Asistimos perplejos y sin aliento a la autopsia punzante y dolorosa de una vendetta. Pero nunca lo que imaginamos se corresponde de forma unívoca ni limpia con lo que esperamos encontrar, sino que la vida se presenta en múltiples capas y pliegues, destapándose así la caja de Pandora que siembra la devastación y el desconcierto. No resulta fácil mantenerse fiel a unos principios – que suelen ser fruto de prejuicios y simplificaciones – que nos hacen actuar como si fuéramos peleles sin libertad ni raciocinio, esclavos de la mirada de los demás, siervos de la voluntad ajena, prisioneros de los escrúpulos morales o religiosos que nos atenazan. Salir de esa espiral de inquina e indignidad es tarea harto difícil, al alcance de muy pocos. Perdonar y perdonarse es la mayor dádiva de la inteligencia emocional, pero pocos la ansían o pretenden.

Impregnada de autenticidad, encharcada de impurezas, anegada de turbiedades y torbellinos, inundada de desolación y desconsuelo, abre las vísceras ponzoñosas del alma humana y nos deja con un regusto amargo a imperfección y locura que no nos abandona tras su visionado. Impactante en su escarchada sencillez.
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