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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
18.681
6
30 de diciembre de 2014
30 de diciembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como es costumbre, Woody Allen no podía dejar que se vaya el año sin antes presentar su estreno anual. Desde 1982 que el director nacido en Brooklyn pone en cartelera una de sus películas de manera sagrada, cada 365 días. Este año es el turno de “Magia a la Luz de la Luna”, una comedia romántica con toda la flema franco británica de la década de 1920.
Colin Firth (“A Single Man”, “The King’s Speech”) es Stanley, un destacado mago que es invitado por Howard Burkan (Simon McBurney), un colega amigo, a desenmascarar a Sophie (Emma Stone), una mujer que vive en casa de una acaudalada familia, gracias a sus predicciones y la comunicación que hace con familiares muertos, lo que le permitió a Sophie ganarse la confianza de todos. Stanley es conocido por dejar en evidencia a este tipo de médium, por lo que su trabajo consiste en relacionarse de manera cercana con Sophie, ponerla a prueba, intentar descubrir sus trucos y demostrar que su único objetivo es sacar provecho económico.
Si alguien sabe contar historias de amor y relaciones personales basadas en la comedia y la sátira es Woody Allen. Y “Magic in the Moonlight”, en ese sentido, no representa nada nuevo. La historia se centra en la relación entre Stanley y Sophie, ambos de personalidades muy marcadas y distantes: el primero es un inglés que se sabe como el mejor en lo que hace, muy pragmático en su manera de pensar y hacer, cercano a la ciencia y muy lejos de aceptar y entender cualquier posibilidad más allá de lo terrenal; y la segunda es una mujer joven, llena de vitalidad, convencida de su talento y, que aparenta tener una inteligencia emocional por sobre la media, lo que le otorga un grado de seguridad absoluto en su vida. Ambos personajes son explicados con poco detalle, pero lo suficiente como para sumarnos a esta relación. Es común que los roles principales de las películas de Woody Allen no sean de fácil empatía con el público, pero es sabido también que el fuerte de sus trabajos son los guiones, y en este caso, con altibajos, esta premisa se mantiene.
La película nos lleva por la creciente relación entre ambos protagonistas, con la excusa del desenmascaramiento de por medio y sus disímiles formas de pensar. El director, de manera extraña, se muestra incapaz de utilizar el juego de la magia y la racionalidad como un elemento indispensable, nos plantea metáforas y recursos literarios para adornar una historia de amor sin profundizar lo suficiente y los diálogos no son lo suficientemente entretenidos, aunque resulta admirable la capacidad de ambos actores principales para apoderarse de sus personajes. “Tengo pensamientos irracionales positivos por Shopie”, es la manera en que Stanley comenta sobre su amor, tras obligarla a aceptar sus sentimientos. Por otra parte, ambos actores se muestran sólidos, especialmente Emma Stone, quien con una corta carrera –en comparación a Firth- no tiene nada que envidiarle a las ya míticas musas de Allen, pero las interpretaciones pierden sustancia por lo mencionado anteriormente.
La aristocracia como escenario y un protagonista con un alto grado de neurosis vuelven a ser la receta para una historia donde la magia, como nunca, escasea. Tampoco hay que ser injustos: la película tiene grandes momentos, principalmente cuando alcanzamos a ser cómplices de ciertos suspiros en el guion, cuando vemos que ambos personajes no son quizás tan distintos como parecen serlo, pero no alcanzan a levantar el vuelo de un relato con muy poca magia y, probablemente, con demasiada razón y poco corazón.
Sin duda, “Magic in the Moonlight” la podemos ubicar fácilmente como una de las mejores comedias románticas del año, pero ni cerca está de ser uno de los mejores trabajos de un director acostumbrado a contarnos historias fantásticas, de personajes entrañables y de complicidad absoluta. “Blue Jasmine”, por cierto, le dejó la vara bastante alta.
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www.elotrocine.cl
Colin Firth (“A Single Man”, “The King’s Speech”) es Stanley, un destacado mago que es invitado por Howard Burkan (Simon McBurney), un colega amigo, a desenmascarar a Sophie (Emma Stone), una mujer que vive en casa de una acaudalada familia, gracias a sus predicciones y la comunicación que hace con familiares muertos, lo que le permitió a Sophie ganarse la confianza de todos. Stanley es conocido por dejar en evidencia a este tipo de médium, por lo que su trabajo consiste en relacionarse de manera cercana con Sophie, ponerla a prueba, intentar descubrir sus trucos y demostrar que su único objetivo es sacar provecho económico.
Si alguien sabe contar historias de amor y relaciones personales basadas en la comedia y la sátira es Woody Allen. Y “Magic in the Moonlight”, en ese sentido, no representa nada nuevo. La historia se centra en la relación entre Stanley y Sophie, ambos de personalidades muy marcadas y distantes: el primero es un inglés que se sabe como el mejor en lo que hace, muy pragmático en su manera de pensar y hacer, cercano a la ciencia y muy lejos de aceptar y entender cualquier posibilidad más allá de lo terrenal; y la segunda es una mujer joven, llena de vitalidad, convencida de su talento y, que aparenta tener una inteligencia emocional por sobre la media, lo que le otorga un grado de seguridad absoluto en su vida. Ambos personajes son explicados con poco detalle, pero lo suficiente como para sumarnos a esta relación. Es común que los roles principales de las películas de Woody Allen no sean de fácil empatía con el público, pero es sabido también que el fuerte de sus trabajos son los guiones, y en este caso, con altibajos, esta premisa se mantiene.
La película nos lleva por la creciente relación entre ambos protagonistas, con la excusa del desenmascaramiento de por medio y sus disímiles formas de pensar. El director, de manera extraña, se muestra incapaz de utilizar el juego de la magia y la racionalidad como un elemento indispensable, nos plantea metáforas y recursos literarios para adornar una historia de amor sin profundizar lo suficiente y los diálogos no son lo suficientemente entretenidos, aunque resulta admirable la capacidad de ambos actores principales para apoderarse de sus personajes. “Tengo pensamientos irracionales positivos por Shopie”, es la manera en que Stanley comenta sobre su amor, tras obligarla a aceptar sus sentimientos. Por otra parte, ambos actores se muestran sólidos, especialmente Emma Stone, quien con una corta carrera –en comparación a Firth- no tiene nada que envidiarle a las ya míticas musas de Allen, pero las interpretaciones pierden sustancia por lo mencionado anteriormente.
La aristocracia como escenario y un protagonista con un alto grado de neurosis vuelven a ser la receta para una historia donde la magia, como nunca, escasea. Tampoco hay que ser injustos: la película tiene grandes momentos, principalmente cuando alcanzamos a ser cómplices de ciertos suspiros en el guion, cuando vemos que ambos personajes no son quizás tan distintos como parecen serlo, pero no alcanzan a levantar el vuelo de un relato con muy poca magia y, probablemente, con demasiada razón y poco corazón.
Sin duda, “Magic in the Moonlight” la podemos ubicar fácilmente como una de las mejores comedias románticas del año, pero ni cerca está de ser uno de los mejores trabajos de un director acostumbrado a contarnos historias fantásticas, de personajes entrañables y de complicidad absoluta. “Blue Jasmine”, por cierto, le dejó la vara bastante alta.
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7,0
38.608
7
26 de diciembre de 2014
26 de diciembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Big Hero 6” es el título de la película N° 54 de Walt Disney Animation Studios, tras los exitosos estrenos de “Frozen” (2013) y “Wreck-It Ralph” (2012), la que fiel al estilo de la marca, mantiene su formato de animación 3D, pero rescatando a su vez las texturas y formas de la animación clásica antigua de los estudios Disney.
“Grandes Héroes” (su título en español) es la adaptación animada del cómic de Marvel de 1998, que nos sitúa en una ciudad ficticia en donde Hiro, un adolescente superdotado, se ve en la necesidad de desenmascarar a un temible enemigo que se apoderó de una de sus creaciones tecnológicas para ocasionar más de algún problema, ayudado por un grupo de amigos autodenominados nerds y el alma de la fiesta, Baymax, un robot diseñado para curar cualquier tipo de enfermedad.
Últimamente, no les resulta demasiado complicado a los grandes estudios de animación (Walt Disney Animation, Pixar Studios, Dreamworks) desarrollar una película entretenida y fácil de digerir. La dinámica de sus guiones y la cronología de sus narraciones suelen ser muy lineales, creciendo en emoción y desembocando en un final emotivo y esperanzador, lo que resulta obvio, siendo un producto dirigido principalmente para menores de edad. Hoy por hoy, esa premisa es conseguida con seguridad por los guionistas y creativos del mundo de la animación. El objetivo es otro y es el desafío de esta industria: crear personajes entrañables, queribles, capaces de cargar en sus hombros la película y llevarla de principio a fin con seguridad, evocando a la empatía y el cariño del espectador. Woody y el reparto completo de “Toy Story”, un monstruo inepto como Shrek, un robot como Wall-E o el propio Simba de “El Rey León” son sólo algunos de estos ejemplos y la contraparte de personajes que quedarán en el olvido, como el caracol Turbo, el perro Bolt o el mismo Chicken Little. Y acá estamos frente a un nuevo gran personaje.
Porque hablar de “Big Hero 6” es hablar de Baymax, un robot blanco completamente, esponjoso, de curvas elípticas, de voz sutil, de pensamientos lógicos y sin expresiones en su rostro, tan sólo dos círculos negros que son sus ojos y un amor infinito por sus creadores, Hiro y su hermano Tadashi. Imposible no identificarse y sólo esperar un final feliz para este nuevo gran héroe que, si saben sacarle provecho, podríamos esperar tranquilamente una secuela. Scott Adist, su voz en inglés, le otorga el color exacto al personaje, algo que supo mantener Alan Prieto, el actor mexicano encargado de darle su voz en su versión doblada.
Con el protagónico resuelto, el resto sólo suma: el diseño de producción en la creación de Fransokyo -la futurista ciudad donde se desarrolla la película- es perfecto en términos visuales, los personajes muy bien definidos y estereotipados, la historia es muy sencilla y el humor es lo suficientemente inteligente, a ratos muy negro como suele ser la tónica. Muy apegado al cómic, la cinta tiene en su tercer tercio un viaje alucinante de aventuras y situaciones cómplices para con el espectador.
Hablar de valores en películas de Disney es redundante: el poder de la amistad, en este caso, es la columna vertebral, rebosando honestidad a través de sus personajes, sin nada que envidiarle, en esos términos, a títulos animados como “Buscando a Nemo” o “Up”.
Aunque la previsibilidad no está ajena y probablemente su éxito no alcance la taquilla de otros títulos de la misma marca, “Big Hero 6” marca diferencias con los estrenos animados del año que se va, con un argumento sencillo como sólido, recursos audiovisuales alucinantes y personajes que sólo queremos apretujar. Disney lo hizo de nuevo.
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“Grandes Héroes” (su título en español) es la adaptación animada del cómic de Marvel de 1998, que nos sitúa en una ciudad ficticia en donde Hiro, un adolescente superdotado, se ve en la necesidad de desenmascarar a un temible enemigo que se apoderó de una de sus creaciones tecnológicas para ocasionar más de algún problema, ayudado por un grupo de amigos autodenominados nerds y el alma de la fiesta, Baymax, un robot diseñado para curar cualquier tipo de enfermedad.
Últimamente, no les resulta demasiado complicado a los grandes estudios de animación (Walt Disney Animation, Pixar Studios, Dreamworks) desarrollar una película entretenida y fácil de digerir. La dinámica de sus guiones y la cronología de sus narraciones suelen ser muy lineales, creciendo en emoción y desembocando en un final emotivo y esperanzador, lo que resulta obvio, siendo un producto dirigido principalmente para menores de edad. Hoy por hoy, esa premisa es conseguida con seguridad por los guionistas y creativos del mundo de la animación. El objetivo es otro y es el desafío de esta industria: crear personajes entrañables, queribles, capaces de cargar en sus hombros la película y llevarla de principio a fin con seguridad, evocando a la empatía y el cariño del espectador. Woody y el reparto completo de “Toy Story”, un monstruo inepto como Shrek, un robot como Wall-E o el propio Simba de “El Rey León” son sólo algunos de estos ejemplos y la contraparte de personajes que quedarán en el olvido, como el caracol Turbo, el perro Bolt o el mismo Chicken Little. Y acá estamos frente a un nuevo gran personaje.
Porque hablar de “Big Hero 6” es hablar de Baymax, un robot blanco completamente, esponjoso, de curvas elípticas, de voz sutil, de pensamientos lógicos y sin expresiones en su rostro, tan sólo dos círculos negros que son sus ojos y un amor infinito por sus creadores, Hiro y su hermano Tadashi. Imposible no identificarse y sólo esperar un final feliz para este nuevo gran héroe que, si saben sacarle provecho, podríamos esperar tranquilamente una secuela. Scott Adist, su voz en inglés, le otorga el color exacto al personaje, algo que supo mantener Alan Prieto, el actor mexicano encargado de darle su voz en su versión doblada.
Con el protagónico resuelto, el resto sólo suma: el diseño de producción en la creación de Fransokyo -la futurista ciudad donde se desarrolla la película- es perfecto en términos visuales, los personajes muy bien definidos y estereotipados, la historia es muy sencilla y el humor es lo suficientemente inteligente, a ratos muy negro como suele ser la tónica. Muy apegado al cómic, la cinta tiene en su tercer tercio un viaje alucinante de aventuras y situaciones cómplices para con el espectador.
Hablar de valores en películas de Disney es redundante: el poder de la amistad, en este caso, es la columna vertebral, rebosando honestidad a través de sus personajes, sin nada que envidiarle, en esos términos, a títulos animados como “Buscando a Nemo” o “Up”.
Aunque la previsibilidad no está ajena y probablemente su éxito no alcance la taquilla de otros títulos de la misma marca, “Big Hero 6” marca diferencias con los estrenos animados del año que se va, con un argumento sencillo como sólido, recursos audiovisuales alucinantes y personajes que sólo queremos apretujar. Disney lo hizo de nuevo.
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22 de octubre de 2014
22 de octubre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho tiempo esperé para escribir esto. Mucho tiempo hasta que saliera a la luz la tan nombrada “secuela” de “Donnie Darko” (2001), esa cinta de culto que se convirtió en favorita de muchas personas en todo el mundo. Y si es una de mis favoritas, no es por estar a la moda en su momento ni porque ser “fans” de “Donnie Darko” te hacía más intelectual y profundo en términos cinéfilos, ni mucho menos por querer cargar con arrogancia algún parche o chapita con la imagen de Frank.
Si “Donnie Darko” se convirtió en lo que es, fue simplemente porque resulto ser una historia de ciencia ficción cautivante, a partir de un guión laberíntico pero convincente de principio a fin; personajes sacados de una historieta de superhéroes; una simpleza en términos técnicos impresionante desde su fotografía, dirección artística, hasta la estética sombría, acompañada por dulces sonidos independientes (hasta clásicos de los 80 ambientando delicadas escenas); y rematando con el hecho que la cinta era la ópera prima de un joven norteamericano con un submundo en su cabeza que no dudo en regalárnoslo: Richard Kelly.
Ocho años más tarde llegó “S. Darko”, cuyo nombre hace referencia a Samantha (Sam), la hermana menor de Donnie, quien comienza a tener las mismas visiones y a experimentar lo mismo que llevó a su hermano a viajar por el tiempo para revertir su oscuro presente y sacrificar su vida por el bien de todos quienes lo rodeaban y a quienes, desde su más absoluta introversión, amaba. Lo que intentaba Chris Fisher, director novato en cine con algunos capítulos dirigidos de “Cold Case” en el cuerpo, era demasiado peligroso. Intentar realizar la secuela de tamaña cinta era muy, muy complicado. Ahora, luego de visionar la cinta con lógicas grandes expectativas, me corresponde y hago pleno uso de mi autoridad para decirles: “si te gusta Donnie Darko, por favor, no veas S. Darko”.
La cinta no alcanza a ser una secuela. Es más bien una película que se agarra de personajes increíbles y de una trama enloquecedora, para crear una historia que poco y nada tiene que ver con lo que alguna vez la Abuela Muerte, Roberta Sparrow, escribió en su sagrado libro. El director toma todos los elementos de “Donnie Darko”, e incluso repite escenas y tomas para crear el angustiante clima que le da forma a esta historia. Los personajes son estereotipos absurdos. Daveigh Chase (Sam) realiza quizás la interpretación más decente y, por supuesto, conocemos su historia y justificamos su forma de ser. El resto, al parecer, fue sacado de un casting de “Yingo”, que poca relevancia tienen en la historia. El personaje de Briana Evigan (Corey), la amiga de Samantha, se vería mucho mejor corriendo delante de un asesino en serie; Ed Westwick (Randy) es un joven de vida desordenada, mezcla de Edward Cullen y James Dean, que se une al par de amigas, que se vería mucho mejor en un catálogo de Falabella; y James Lafferty, el nuevo Frank, termina siendo tristemente irrelevante.
Si no hablo de la historia propiamente tal es porque, sinceramente, se entiende bastante poco, y sería ensuciar el nombre de la familia Darko. De manera forzada, nos encontramos durante la película con el libro de “La Filosofía del Viaje en el Tiempo” entre las pertenencias de Sam, con las cuncunas etéreas saliendo del pecho de algunos personajes, e incluso, con tomas y encuadres idénticos: planos giratorios, slow-motion en exceso, nubes en aceleración y cuentas regresivas en retroceso, etc, etc, etc. La banda sonora destaca y cumple un papel fundamental para alcanzar la atmósfera darkiana: “Alive Alone” de The Chemical Brothers y “The Carnival Is Over” de Dead Can Dance, entre otras.
Si la cinta no llevara el apellido de Donnie en su título, probablemente jamás la hubiera comentado, y probablemente tampoco visto. Por lo mismo no perderé más tiempo hablando de esta mala copia con excusa de secuela, nacida en la mente de algún productor que necesitaba dinero y no halló mejor manera que utilizar una historia alucinante para cobrar a fin de mes, a costa de miles y millones de fans que esperaban encontrarse nuevamente con Frank, el conejo que durante mucho tiempo se paseó por nuestras pesadillas. Pero quedémonos tranquilos, que en algún lugar del infinito, Donnie se estará riendo de Fisher y de todo su elenco que ahora podrán decir “participé en la secuela de Donnie Darko”; mientras Gretchen Ross sigue dando vueltas por el vecindario en bicicleta saludando cada mañana a Rose, la madre de Donnie -a estas alturas adicta a la heroína y depresiva crónica-; Jim Cunningham pervierte a más de alguna alumna al término de sus ortodoxas conferencias; y Frank intenta cambiarle el mundo a algún otro chico convencido de que nació para ser héroe porque ese es su destino, con una simple frase: “wake up”.
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Si “Donnie Darko” se convirtió en lo que es, fue simplemente porque resulto ser una historia de ciencia ficción cautivante, a partir de un guión laberíntico pero convincente de principio a fin; personajes sacados de una historieta de superhéroes; una simpleza en términos técnicos impresionante desde su fotografía, dirección artística, hasta la estética sombría, acompañada por dulces sonidos independientes (hasta clásicos de los 80 ambientando delicadas escenas); y rematando con el hecho que la cinta era la ópera prima de un joven norteamericano con un submundo en su cabeza que no dudo en regalárnoslo: Richard Kelly.
Ocho años más tarde llegó “S. Darko”, cuyo nombre hace referencia a Samantha (Sam), la hermana menor de Donnie, quien comienza a tener las mismas visiones y a experimentar lo mismo que llevó a su hermano a viajar por el tiempo para revertir su oscuro presente y sacrificar su vida por el bien de todos quienes lo rodeaban y a quienes, desde su más absoluta introversión, amaba. Lo que intentaba Chris Fisher, director novato en cine con algunos capítulos dirigidos de “Cold Case” en el cuerpo, era demasiado peligroso. Intentar realizar la secuela de tamaña cinta era muy, muy complicado. Ahora, luego de visionar la cinta con lógicas grandes expectativas, me corresponde y hago pleno uso de mi autoridad para decirles: “si te gusta Donnie Darko, por favor, no veas S. Darko”.
La cinta no alcanza a ser una secuela. Es más bien una película que se agarra de personajes increíbles y de una trama enloquecedora, para crear una historia que poco y nada tiene que ver con lo que alguna vez la Abuela Muerte, Roberta Sparrow, escribió en su sagrado libro. El director toma todos los elementos de “Donnie Darko”, e incluso repite escenas y tomas para crear el angustiante clima que le da forma a esta historia. Los personajes son estereotipos absurdos. Daveigh Chase (Sam) realiza quizás la interpretación más decente y, por supuesto, conocemos su historia y justificamos su forma de ser. El resto, al parecer, fue sacado de un casting de “Yingo”, que poca relevancia tienen en la historia. El personaje de Briana Evigan (Corey), la amiga de Samantha, se vería mucho mejor corriendo delante de un asesino en serie; Ed Westwick (Randy) es un joven de vida desordenada, mezcla de Edward Cullen y James Dean, que se une al par de amigas, que se vería mucho mejor en un catálogo de Falabella; y James Lafferty, el nuevo Frank, termina siendo tristemente irrelevante.
Si no hablo de la historia propiamente tal es porque, sinceramente, se entiende bastante poco, y sería ensuciar el nombre de la familia Darko. De manera forzada, nos encontramos durante la película con el libro de “La Filosofía del Viaje en el Tiempo” entre las pertenencias de Sam, con las cuncunas etéreas saliendo del pecho de algunos personajes, e incluso, con tomas y encuadres idénticos: planos giratorios, slow-motion en exceso, nubes en aceleración y cuentas regresivas en retroceso, etc, etc, etc. La banda sonora destaca y cumple un papel fundamental para alcanzar la atmósfera darkiana: “Alive Alone” de The Chemical Brothers y “The Carnival Is Over” de Dead Can Dance, entre otras.
Si la cinta no llevara el apellido de Donnie en su título, probablemente jamás la hubiera comentado, y probablemente tampoco visto. Por lo mismo no perderé más tiempo hablando de esta mala copia con excusa de secuela, nacida en la mente de algún productor que necesitaba dinero y no halló mejor manera que utilizar una historia alucinante para cobrar a fin de mes, a costa de miles y millones de fans que esperaban encontrarse nuevamente con Frank, el conejo que durante mucho tiempo se paseó por nuestras pesadillas. Pero quedémonos tranquilos, que en algún lugar del infinito, Donnie se estará riendo de Fisher y de todo su elenco que ahora podrán decir “participé en la secuela de Donnie Darko”; mientras Gretchen Ross sigue dando vueltas por el vecindario en bicicleta saludando cada mañana a Rose, la madre de Donnie -a estas alturas adicta a la heroína y depresiva crónica-; Jim Cunningham pervierte a más de alguna alumna al término de sus ortodoxas conferencias; y Frank intenta cambiarle el mundo a algún otro chico convencido de que nació para ser héroe porque ese es su destino, con una simple frase: “wake up”.
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6,1
6.948
7
25 de diciembre de 2016
25 de diciembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A comienzos de 1910 y durante casi treinta años, Florence Foster Jenkins, músico y soprano estadounidense, se dedicó a dar conciertos de ópera. Al poseer una gran fortuna heredada de sus padres, Florence era respetada y una importante influencia para el circuito musical de ese entonces, pero lamentablemente, se ganó rápidamente un lugar dentro de la música no precisamente por su talento vocal, siendo considerada una de las peores cantantes en la historia de la música clásica.
Stephen Frears (‘The Queen’, ‘Philomena’) dirige este biopic cargado de drama y humor sobre una de las figuras más reconocidas en la historia de la música de ópera. Ya el año pasado, el francés Xavier Giannoli había realizado una adaptación libre sobre el caso de esta misma artista titulada ‘Marguerite’. Esta vez, Frears por primera vez lo hace con material directo de su historia, centrado principalmente en sus últimos años de vida.
Si bien es ella la razón de ser de este trabajo, la cinta se centra en la figura de St. Clair Bayfield (Hugh Grant), actor inglés, manager y pareja de Florence (Meryl Streep), el que consciente de su falta de talento para el canto, hace lo imposible para mantener viva su ilusión de cantar en los más importantes salones de la escena musical, movido también por la creciente enfermedad que a ella le afectaba, convirtiendo la posibilidad de éxito de su querida Florence en toda una odisea, en contra de toda probabilidad.
El director ha demostrado a lo largo de su trayectoria un manejo sólido a la hora de contar dramas profundos que cargan sus protagonistas. Y es reconocido su pulso con la cámara para acercarnos a las sensaciones más profundas. Esta vez no es la excepción, aunque aún con un agregado especial: la dosis de humor necesaria, que no soslaya ni le resta veracidad a las grandes interpretaciones puestas en pantalla. La dosificación que, tanto el relato permite como el elenco es capaz de componer, es la medida justa para hacer de una historia tragicómica desde cualquier punto de vista, una alegoría a la felicidad y la conquista de un sueño casi imposible.
St. Clair Bayfield, mucho más joven que Florence, tiene otra pareja, sin embargo, su relación con la cantante trasciende el amor; casi como un acuerdo de conveniencia (del que aparentemente Florence es consciente), ambos llevan una vida juntos de respeto y admiración, y Hugh Grant sabe otorgarle ese garbo inglés, de un tipo encantador con Florence, con los medios, con el círculo que los rodea, es quien sostiene la carrera y la salud de Florence, y su presencia en pantalla incluso suma más minutos que la de Streep, quizás reinventando con este gran papel su trabajo, tras una seguidilla de comedias románticas que ya comenzaban a definirlo.
La presencia de Cosmé McMoon también es fundamental. Interpretado por Simon Helberg (Howard Wolowitz en ‘The Big Bang Theory’), McMoon es un joven pero virtuoso pianista quien, tras una audición, es escogido por Florence para ser su acompañante en escena en su incursión como cantante lírica. De carácter retraído, es el más incrédulo ante la insólita aceptación del trabajo de Florence cuando es aprobada tanto por Bayfield como por su profesor de canto. Temeroso por que esto vaya a perjudicar su incipiente carrera, termina siendo un pilar fundamental para ella, tanto en lo musical como en lo personal, como otro bastión para que Florence sea capaz de alcanzar el reconocimiento. Helberg es capaz de dejar atrás su famoso personaje televisivo y da paso a un personaje introvertido, de escasas capacidades sociales, pero carismático y muy bien construido.
Nominada a la mayoría de premios de esta temporada y casi segura candidata al próximo Premio Oscar, Meryl Streep a estas alturas no sorprende y se consolida como una de las actrices más grandes del planeta Hollywood. Su trabajo es tan conmovedor como complejo, dibujando a una mujer fuerte aunque insegura, atrapada por los demonios de una enfermedad que avanza y que le recuerda el poco tiempo que le queda, por las noches, cuando el escenario da paso al descanso en su habitación, entre la soledad, los dolores y los medicamentos.
La resiliencia al servicio del espectáculo. ‘Florence Foster Jenkins’ es, sin duda, y a pesar del trágico hecho real sobre el que está construida, una de las comedias del año, no sólo por el trabajo interpretativo sino por la cámara de un director que es capaz de entretener y conmover, por la certera ambientación de una época, por los sonidos de Alexandre Desplat, y por acercarnos de manera tan honesta a la historia de una mujer capaz de hacerle frente al destino y contra cualquier pronóstico.
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Stephen Frears (‘The Queen’, ‘Philomena’) dirige este biopic cargado de drama y humor sobre una de las figuras más reconocidas en la historia de la música de ópera. Ya el año pasado, el francés Xavier Giannoli había realizado una adaptación libre sobre el caso de esta misma artista titulada ‘Marguerite’. Esta vez, Frears por primera vez lo hace con material directo de su historia, centrado principalmente en sus últimos años de vida.
Si bien es ella la razón de ser de este trabajo, la cinta se centra en la figura de St. Clair Bayfield (Hugh Grant), actor inglés, manager y pareja de Florence (Meryl Streep), el que consciente de su falta de talento para el canto, hace lo imposible para mantener viva su ilusión de cantar en los más importantes salones de la escena musical, movido también por la creciente enfermedad que a ella le afectaba, convirtiendo la posibilidad de éxito de su querida Florence en toda una odisea, en contra de toda probabilidad.
El director ha demostrado a lo largo de su trayectoria un manejo sólido a la hora de contar dramas profundos que cargan sus protagonistas. Y es reconocido su pulso con la cámara para acercarnos a las sensaciones más profundas. Esta vez no es la excepción, aunque aún con un agregado especial: la dosis de humor necesaria, que no soslaya ni le resta veracidad a las grandes interpretaciones puestas en pantalla. La dosificación que, tanto el relato permite como el elenco es capaz de componer, es la medida justa para hacer de una historia tragicómica desde cualquier punto de vista, una alegoría a la felicidad y la conquista de un sueño casi imposible.
St. Clair Bayfield, mucho más joven que Florence, tiene otra pareja, sin embargo, su relación con la cantante trasciende el amor; casi como un acuerdo de conveniencia (del que aparentemente Florence es consciente), ambos llevan una vida juntos de respeto y admiración, y Hugh Grant sabe otorgarle ese garbo inglés, de un tipo encantador con Florence, con los medios, con el círculo que los rodea, es quien sostiene la carrera y la salud de Florence, y su presencia en pantalla incluso suma más minutos que la de Streep, quizás reinventando con este gran papel su trabajo, tras una seguidilla de comedias románticas que ya comenzaban a definirlo.
La presencia de Cosmé McMoon también es fundamental. Interpretado por Simon Helberg (Howard Wolowitz en ‘The Big Bang Theory’), McMoon es un joven pero virtuoso pianista quien, tras una audición, es escogido por Florence para ser su acompañante en escena en su incursión como cantante lírica. De carácter retraído, es el más incrédulo ante la insólita aceptación del trabajo de Florence cuando es aprobada tanto por Bayfield como por su profesor de canto. Temeroso por que esto vaya a perjudicar su incipiente carrera, termina siendo un pilar fundamental para ella, tanto en lo musical como en lo personal, como otro bastión para que Florence sea capaz de alcanzar el reconocimiento. Helberg es capaz de dejar atrás su famoso personaje televisivo y da paso a un personaje introvertido, de escasas capacidades sociales, pero carismático y muy bien construido.
Nominada a la mayoría de premios de esta temporada y casi segura candidata al próximo Premio Oscar, Meryl Streep a estas alturas no sorprende y se consolida como una de las actrices más grandes del planeta Hollywood. Su trabajo es tan conmovedor como complejo, dibujando a una mujer fuerte aunque insegura, atrapada por los demonios de una enfermedad que avanza y que le recuerda el poco tiempo que le queda, por las noches, cuando el escenario da paso al descanso en su habitación, entre la soledad, los dolores y los medicamentos.
La resiliencia al servicio del espectáculo. ‘Florence Foster Jenkins’ es, sin duda, y a pesar del trágico hecho real sobre el que está construida, una de las comedias del año, no sólo por el trabajo interpretativo sino por la cámara de un director que es capaz de entretener y conmover, por la certera ambientación de una época, por los sonidos de Alexandre Desplat, y por acercarnos de manera tan honesta a la historia de una mujer capaz de hacerle frente al destino y contra cualquier pronóstico.
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11 de noviembre de 2016
11 de noviembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 2 de marzo de 2012, Daniel Zamudio, un joven chileno de 24 años fue golpeado brutalmente en la calle por un grupo de neonazis, hasta darle muerte semanas después, sólo por el hecho de tener una orientación sexual distinta a la de ellos. El caso se convirtió en un emblema contra la violencia y la homofobia en el país, al punto de conseguir crear una ley antidiscriminación constitucional que castigue de manera especial a los delitos de esta índole.
‘Nunca vas a estar solo’ es el primer largometraje del músico y realizador audiovisual chileno Álex Anwandter, con experiencia en más de una decena de videoclips para bandas como Teleradio Donoso y Javiera Mena, entre otros. La cinta, inspirada en el Caso Zamudio, cuenta la historia de Juan (Sergio Hernández), un trabajador ya mayor que vive solo junto a su hijo Pablo (Andrew Bargsted). Él es gay, y Juan lo desconoce, o prefiere no querer aceptarlo. Sin embargo, cuando Pablo es atacado por tres vecinos conocidos y su vida corre peligro en la sala de un hospital, Juan comienza a entender algo que nunca se imaginó tener que vivir.
El debut de la cinta no pudo ser mejor: un Premio Teddy en el Festival de Cine de Berlín la avalan como una de las películas del año en el orbe de temática LGBT y no es casualidad. El tratamiento que Anwandter nos propone sobre el tema se aleja de cualquier caricatura y apela a la descripción gráfica, a la realidad de miles de jóvenes que, entrados en su adolescencia, viven al ritmo más allá de su sexualidad: tienen amigos, van a fiestas, tienen sexo y luchan a diario con alguna relación paternal que no es de las mejores. Pero Pablo es gay, y eso, en una sociedad como la nuestra, siempre le ha importado mucho más al resto que a él mismo, y el director se encarga de contárnoslo sin ningún tipo de filtro en pantalla.
La cámara de Anwandter es sugestiva y nos sumerge en los ojos de Pablo; en el amor incondicional y la palabra sincera de Mari (Astrid Roldán), su mejor amiga; en el odio de Martín (Benjamín Westfall), un vecino intolerante; en el corazón de Juan, su padre. Durante la primera mitad somos capaces de forjar una relación con Pablo desde su experiencia de vida y a creer en su inocencia, en sus ganas de querer ser un gran artista y bailarín, en la posibilidad que el universo sepa aceptarlo y, con ello, su padre, a quien sólo le importa su trabajo. En la segunda mitad, la cinta se quiebra, dejamos de ser Pablo y todos somos Juan, acompañándolo en un doloroso viaje, a quien perdonamos por sus incapacidades, arrastrados por la compasión que nos provoca verlo en un túnel sin salida, con su hijo al borde de la muerte, conviviendo como espectadores de su incipiente angustia y desesperación.
La misma sociedad que se encarga de extinguir minuto a minuto la vida de Pablo y, con ella, la de Juan, es la que aparece en su camino, los secundarios, como faros que se encienden y otros que se apagan, y que van haciéndole comprender todas sus carencias, desapegos y cariños jamás entregados a su hijo -por miedo a la verdad-, lo único que le queda en la vida. Es Lucy (Gabriela Hernández), su vecina, el retrato de una humanidad retrógrada que, desde la ignorancia aunque con sensibilidad y empatía, castiga; es Ana (Antonia Zegers), una doctora con la frialdad de quien convive con la muerte, quien lo aterriza; es Bruno (Edgardo Bruna), su socio, el que al igual que los números, le demuestra que nada dura cien años y que la estabilidad no existe en el bolsillo sino antes en el corazón; es el sistema bancario y médico de un país que tampoco se esmeran por ayudarlo. Luces para Juan de todo el derrotero mal recorrido. Y el espectador lo sigue de cerca, en silencio, a través de los ojos de maniquíes, testigos mudos que abundan en su fábrica. Mención especial para Félix (Jaime Leiva), amigo y pareja sexual de Pablo, que no es más que el grito en silencio de una juventud sin ningún tipo de culpa pero aterrada por hacer pública su homosexualidad.
‘Nunca vas a estar solo’ se hace indispensable en un momento histórico donde las minorías cada vez son más grandes y donde las nuevas generaciones, de cerebros lustrados y sin contaminación, grano a grano, están consiguiendo que el mundo vea al de al lado con otro cristal, sin embargo, la cinta no nos alecciona ni se encarga de dejar un mensaje, lo que redunda en una historia sin muchos matices, contada con la crudeza de algunas imágenes pero sin la profundidad en el tema, más allá de lo que los personajes muy bien conseguidos nos pueden entregar. Es una mirada a través de una ventana de una realidad que nunca queremos ver, de corazones sin coraza.
Excelentemente interpretada por un promisorio Andrew Bargsted (‘Locas Perdidas’, ‘Mala Junta’) y un Sergio Hernández (‘La Sagrada Familia’, ‘Gloria’) en uno de los mejores papeles de su carrera; muy bien musicalizada y fotografiada; Álex Anwandter comienza su camino en el cine con el pie derecho, con una historia aunque perfectible, muy necesaria.
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www.elotrocine.cl
‘Nunca vas a estar solo’ es el primer largometraje del músico y realizador audiovisual chileno Álex Anwandter, con experiencia en más de una decena de videoclips para bandas como Teleradio Donoso y Javiera Mena, entre otros. La cinta, inspirada en el Caso Zamudio, cuenta la historia de Juan (Sergio Hernández), un trabajador ya mayor que vive solo junto a su hijo Pablo (Andrew Bargsted). Él es gay, y Juan lo desconoce, o prefiere no querer aceptarlo. Sin embargo, cuando Pablo es atacado por tres vecinos conocidos y su vida corre peligro en la sala de un hospital, Juan comienza a entender algo que nunca se imaginó tener que vivir.
El debut de la cinta no pudo ser mejor: un Premio Teddy en el Festival de Cine de Berlín la avalan como una de las películas del año en el orbe de temática LGBT y no es casualidad. El tratamiento que Anwandter nos propone sobre el tema se aleja de cualquier caricatura y apela a la descripción gráfica, a la realidad de miles de jóvenes que, entrados en su adolescencia, viven al ritmo más allá de su sexualidad: tienen amigos, van a fiestas, tienen sexo y luchan a diario con alguna relación paternal que no es de las mejores. Pero Pablo es gay, y eso, en una sociedad como la nuestra, siempre le ha importado mucho más al resto que a él mismo, y el director se encarga de contárnoslo sin ningún tipo de filtro en pantalla.
La cámara de Anwandter es sugestiva y nos sumerge en los ojos de Pablo; en el amor incondicional y la palabra sincera de Mari (Astrid Roldán), su mejor amiga; en el odio de Martín (Benjamín Westfall), un vecino intolerante; en el corazón de Juan, su padre. Durante la primera mitad somos capaces de forjar una relación con Pablo desde su experiencia de vida y a creer en su inocencia, en sus ganas de querer ser un gran artista y bailarín, en la posibilidad que el universo sepa aceptarlo y, con ello, su padre, a quien sólo le importa su trabajo. En la segunda mitad, la cinta se quiebra, dejamos de ser Pablo y todos somos Juan, acompañándolo en un doloroso viaje, a quien perdonamos por sus incapacidades, arrastrados por la compasión que nos provoca verlo en un túnel sin salida, con su hijo al borde de la muerte, conviviendo como espectadores de su incipiente angustia y desesperación.
La misma sociedad que se encarga de extinguir minuto a minuto la vida de Pablo y, con ella, la de Juan, es la que aparece en su camino, los secundarios, como faros que se encienden y otros que se apagan, y que van haciéndole comprender todas sus carencias, desapegos y cariños jamás entregados a su hijo -por miedo a la verdad-, lo único que le queda en la vida. Es Lucy (Gabriela Hernández), su vecina, el retrato de una humanidad retrógrada que, desde la ignorancia aunque con sensibilidad y empatía, castiga; es Ana (Antonia Zegers), una doctora con la frialdad de quien convive con la muerte, quien lo aterriza; es Bruno (Edgardo Bruna), su socio, el que al igual que los números, le demuestra que nada dura cien años y que la estabilidad no existe en el bolsillo sino antes en el corazón; es el sistema bancario y médico de un país que tampoco se esmeran por ayudarlo. Luces para Juan de todo el derrotero mal recorrido. Y el espectador lo sigue de cerca, en silencio, a través de los ojos de maniquíes, testigos mudos que abundan en su fábrica. Mención especial para Félix (Jaime Leiva), amigo y pareja sexual de Pablo, que no es más que el grito en silencio de una juventud sin ningún tipo de culpa pero aterrada por hacer pública su homosexualidad.
‘Nunca vas a estar solo’ se hace indispensable en un momento histórico donde las minorías cada vez son más grandes y donde las nuevas generaciones, de cerebros lustrados y sin contaminación, grano a grano, están consiguiendo que el mundo vea al de al lado con otro cristal, sin embargo, la cinta no nos alecciona ni se encarga de dejar un mensaje, lo que redunda en una historia sin muchos matices, contada con la crudeza de algunas imágenes pero sin la profundidad en el tema, más allá de lo que los personajes muy bien conseguidos nos pueden entregar. Es una mirada a través de una ventana de una realidad que nunca queremos ver, de corazones sin coraza.
Excelentemente interpretada por un promisorio Andrew Bargsted (‘Locas Perdidas’, ‘Mala Junta’) y un Sergio Hernández (‘La Sagrada Familia’, ‘Gloria’) en uno de los mejores papeles de su carrera; muy bien musicalizada y fotografiada; Álex Anwandter comienza su camino en el cine con el pie derecho, con una historia aunque perfectible, muy necesaria.
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