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Críticas 97
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
1 de enero de 2008
15 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante todo decir que...¡vaya frikada! Porque aunque seamos muchos los que jugueteemos con los frutitos secos, bolis y demás chorradas en momentos de desvaríos varios, para hacer una especie de película con lo anterior como argumento hay que echarle narices (y cara). Y no sólo jeta por la cutre realización, sino debido a que este cuento ya me lo habían contado...sí...esto...¿Madhouse se llamaba la peli? Pues eso.

Como curiosidad es innegable su atracción, pues no todos los días se ve en la gran pantalla un cacahuete con bigote. También son muy buenos algunos detalles como el haber cambiado la denominación de "enfermo mental" por "caducado mental", la mención de un pistacho como mascota y la inscripción en una lápida del nombre de un tal "Edgar Allan Méndez" o algo así. Los méritos hay que reconocérselos, faltaría más, como la banda sonora y el sustillo que puede llegar a dar si sufres de hipertensión o colesterol alto; nada tan temible como un cacahuete. Y por último los dibujos de las paredes, que son excepcionales.

Pero hasta aquí. Paren de contar. Lo original se queda simplemente en la peculiaridad del reparto; plastilinas, telas y otros materiales ya fueron utilizados en otras ocasiones con mucha más precisión y éxito en animaciones tan extraordinarias como puede ser Pingu, al que ni siquiera hacía falta entender. La tramposa realización inspira más pena que ternura, y no quiero ser cruel, pero hay una cosa que cualquiera de este mundillo debe tener clara: no basta con una idea, lo importante es como la desarrolles, y esta película está pidiendo a voces solidaridad al espectador, suplicando una oportunidad; lo siento, la navidad ya pasó.

Una vez olvidando los pros y los contras, Gritos en el pasillo está de puta madre para una tarde que tengas pocas cosas que hacer y entretenerte con cualquier cosilla, así de claro. No será la obra más maravillosa que veas, pero al menos distrae, y esa es una de las grandes misiones del cine.

Algún día reuniré la fuerza suficiente para dar el paso y realizar yo misma una animación pero con mis peluches, mis grandes amigos de olores extraños y gran desconcierto en la mirada. Espero que para entonces tengan la misma consideración conmigo que la que yo he tenido con el Juanjo éste :).
24 de enero de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La combinación, de antemano, echaba para atrás. Casi tanto como una barbacoa del Ku Klux Klan. Sin embargo, ¡eureka!, menudo descubrimiento.

Hace unos años que vi esta película y, el otro día, la pusieron en TV. Sinceramente, sólo recordaba dos cosas: que me encantó y que salía un pingüino con camisa hawaiana. No recordaba lo preciosa que era Lucy, lo encantador que era Henry, ni lo celeste que era el ojo de cristal de Ula. Sorprendentemente, la disfruté tanto, o más, que la primera vez; pero más inexplicable aún es la razón por la que en su día la voté con un 6. Imagino que aquella dulce impresión que me causó no la estimé suficiente como para valorarla como merecía, o que no me sentía capaz de aprobar una película en la que apareciese el caracono del Sandler. Pero es que hasta la morsa hace un papelón tremendo.

Una historia genial, original, divertida, enternecedora y romántica. Capaz incluso de hacer que no se repitan los cabezones de los Beach Boys. Altamente recomendable.
8 de noviembre de 2007
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adentrarse en el cuerpo de Frank, un fracasado que ha acabado trabajando en un zoo por la razón más ridícula concebible y cuya dieta no ha conocido vegetal, es sinónimo de emprender un viaje hacia la ciudad palpitante que se esconde bajo su epidermis, donde un glóbulo blanco llamado Osmosis Jones, de una mal fraguada reputación, intenta hacerse eco en la patrulla de inmunidad.

Dándole forma a la idea originaria de la serie animada francesa "Érase una vez...el cuerpo humano", creada por Albert Barillé en 1987, se mezcla en la gran pantalla lo real con lo fantástico, combinando a la vez lo cómico con lo didáctico, esta última faceta rigurosa y desenfadada al mismo tiempo. Destacan sobresalientemente los momentos de parodia a películas como Matrix o Titanic, así como algunas imágenes repulsivas hasta el límite, hecho que demuestra que, como no podía ser de otro modo, los Farrelly no han perdido su toque.

Rizando el rizo, y para que se desmitifique aquello de "la letra con sangre entra", entre bromas y vísceras, se hace hueco la manida, pero no por ello menos importante, crítica a la sociedad. Esta pequeña sociedad es la que gobierna en el cuerpo de Frank, que en vísperas de elecciones prefiere manipular los impulsos de éste a atender las necesidades más primordiales, todo ello para no perder notoriedad. No es más que un fiel reflejo de la sociedad; Frank es el mundo y se está destruyendo. Esto no tendría tan grave repercusión si no fuese porque siempre hay algún virus dispuesto a aprovecharse de ello.

Excepcionalmente curiosa esta película, arraigada en el séptimo arte por la estelar actuación de un genial Bill Murray, que representa a la perfección al guarro de los guarros, al repugnante de los repugnantes y al bobo de los bobos...una especie de Homer Simpson que a mitad del sueño se lleva una alita de pollo a la boca, archienemigo de la higiene y diplomado en cagarla. Al igual que el anterior, Chris Elliott también pasará a la historia por pequeños y grandes papeles como por ejemplo en este film, en el que es la segunda fuente principal de frases grandiosas.

Dicho esto, tápense la nariz y prepárense para despegar, porque Osmosis Jones emprenderá una importante misión junto a Drix, una pastilla calmante. Ahora sólo de él depende que Fran viva o muera, ¿lo conseguirá?
6 de noviembre de 2007
13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una agradable media luna sobre fondo azul profundo que se escondía entre las antenas de los tejados me hizo feliz a las siete y media de una mañana. Y no tuve a nadie cerca en aquel momento para contárselo. Y ese increíble acontecimiento natural, esa dicha inefable, podría haber naufragado en el arca de mi memoria si no fuese porque un día vi Lost in Translation.

Ella se siente sola contemplando Tokio desde unos grandes ventanales. Él está aburrido de la vida y de su esposa. Ella no puede dormir por las noches y él tampoco, tienen algo en común y se encuentran desorientados y perdidos en una gran ciudad de luces y grandes edificios.

La insignificancia de cualquiera de nosotros con respecto al mundo es evidente: somos pequeños y prescindibles. Pero cuando le importamos a alguien, cuando nos sentimos personas, cuando reímos, cuando lloramos, cuando hablamos, cuando escuchamos, cuando miramos, cuando nos miran…estar vivo tiene valor y deja de ser simple rutina. Charlotte en Tokio encuentra en Bob a un compañero de noches de insomnio y juergas, y esto se debe, no a que sean perfectamente compatibles, sino a que ambos carecen en ese momento de algo de atención y comprensión. Se hacen amigos inseparables por unos días, compartiendo cama largas horas sin ningún tipo de pretensiones, fecundando algo íntimo y auténtico a la par que inocente.

Se ha especulado demasiado sobre Lost in Translation, en su mayor parte por ser la directora Sofía Coppola, y no estamos ante una película a la que se pueda asistir con prejuicios sino todo lo contrario, pues está hecha para disfrutar de los maravillosos planos, de la naturalidad de los actores, de la moderna banda sonora y de las sensaciones a flor de piel. No admiraba en demasía a Sofía Coppola, pero puedo decir que llevaba mucho tiempo esperando que se hiciera una película así.

No me canso de verla.
19 de mayo de 2008
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, ayer tenía ganas de ir al cine, ¿no les ha pasado nunca?. Por desgracia, y como viene siendo habitual, la cartelera resultaba más repulsiva que atrayente, y yo quería entrar al cine, lo deseaba; anoche quería sentarme ante una maldita pantalla gigante y delirar. Pero a veces, los impulsos instintivos y la realidad no se compenetran demasiado, y me dejé llevar. ¿Por qué no?, me decía. Anoche comprendí que si un donut huele a mierda, probablemente no sepa a donut.

Cual canción versionada año tras año por distinto grupo llega una película de lo más cool, en la que el gimnasio del instituto no posee el suficiente glamour para celebrar un baile de graduación, no; los niños de hoy en día necesitan su alfombrita roja, que ni en la gala de los Óscar, y un hotel de súper lujo con habitaciones más grandes que un piso. Y digo yo que no tiene mucho sentido que después de todo el dineral que han despilfarrado en la fiesta no les dejen tomarse una copa.

Apartándonos de ese complejo y aburrido universo de las americanadas, la película aporta poco al género...y quien dice poco, dice nada. Claro que esto ya se sabía, no en vano el título lo advierte. El "chan, chan, chin, chin, chin" in crescendo es sinónimo de que el tipejo está detrás de la chica o a punto de salir del armario con cara de loco, resultando una vez más incomprensible que se tome tanto tiempo en ir de aquí para allá si de todas formas está planeando matarla, por no hablar de intentar disimular su rostro con una gorra, cuando la gorra da el cantazo entre tanto pingüino.

En resumidas cuentas, tópicos y más tópicos que ni siquiera se esfuerzan lo más mínimo por disimularlo. El propio Forby, según se puede leer en la revista Cinerama, no deja lugar a dudas en sus comentarios: "Quisimos volver al clásico thriller de instituto, en el que el miedo viene más de: ¿dónde está el malo ahora?, ¿está allí?, ¿está detrás de ella?". Pues claro señor Forby, por supuesto que sabemos que está detrás de ella; precisamente por eso la película pierde todo el suspense.

No la vean. No subvencionemos más basura.
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